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La gran novela americana la ha escrito un español: los 'Años felices' de Gonzalo Torné
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La gran novela americana la ha escrito un español: los 'Años felices' de Gonzalo Torné

La última novela del barcelonés sobre un grupo de amigos neoyorquinos fascinado con un poeta catalán confirma al escritor como uno de los grandes de nuestras letras

Foto: Detalle de portada de 'Años felices' de Gonzalo Torné
Detalle de portada de 'Años felices' de Gonzalo Torné

Una tarde "feliz" de hace diez años a Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) se le ocurrieron de golpe "siete u ocho novelas". Cualquier amigo aguafiestas que le advirtiera entonces sobre el esfuerzo inútil y su inevitable devenir melancólico estará ahora tragándose sus palabras. Porque no sólo es que Torné haya escrito ya tres de aquellas novelas sino que las ha enmarcado. Traducido a siete lenguas, si el escritor catalán fue saludado hace unos años como "(probablemente) el secreto mejor guardadao de la literatura española actual", hoy no cabe más que reconocer que ese secreto ha sido definitivamente desvelado. Se descubrió el pastel: estamos ante una de las más importantes singladuras narrativas de nuestra lengua de los últimos años.

Foto: El escritor Gonzalo Torné (EFE) Opinión

Las dos primeras novelas de Torné en el sello Random House, 'Hilos de sangre' y 'Divorcio en el aire', mostraban tono local y, especialmente en la última, una imponente voz narradora. En la tercera que acaba de publicar, 'Años felices' -esta vez en Anagrama- troca el escenario barcelonés por Nueva York y el protagonista individual por el colectivo: un próspero cuarteto de amigos paritario que languidece más o menos feliz en el "país de las hadas" en algún momento indeterminado de la segunda mitad del siglo XX, se ve alterado -y fascinado- por la irrupción de un desconocido exiliado, el poeta catalán Alfred Montsalvages.

Cualquiera diría que, tras esos complejos y envolventes 'tours de force' que son sus anteriores libros, en ‘Años felices’, de corte aparentemente más clásico, "de personajes", a Torné le ha alcanzado la serenidad de la madurez. Y aunque él resta importancia al escenario y probablemente observará con humor semejante latiguillo, se puede resumir así: la gran novela americana la ha escrito un español.

PREGUNTA. ¿Hay aquí una voluntad decidida de cambiar de aires o sólo un azar literario?

RESPUESTA. 'Años felices' es un proyecto que viene de antiguo, aunque tampoco es un plan muy férreo. Sé algunas cosas de estas novelas que proyecté, pero dejo la mayoría en suspenso, por ejemplo, no sé nada del tono. A mí me gusta salir donde me imagino que nadie me espera, aunque solo sea para no escribir caricaturas de la novela anterior, y 'Divorcio en el aire' es por momentos tan agresiva y tan centrada en un único personaje que me apetecía escribir una novela donde circulase más el aire y de apariencia más amable, casi romántica. Una novela que pudiesen empezar a leer mis tías.

¿Si un grupo de amigos tuviese todo a favor para preservarse (dinero, buena disposición, atractivo) qué podría disgregarlo?

P. Los escritores españoles suelen jugar erráticamente la carta del escenario americano. Quienes se atreven parecen buscar una autenticidad que les evite llamar a sus personajes sencillamente "Juan Fernández" o "Cristina Pérez" y la cosa suele quedar forzada y pueblerina. ¿Por qué esta historia necesitaba un escenario ajeno donde a priori el narrador perdería esa seguridad que ofrece "jugar en casa"?

R. En parte por lo que le decía antes de salir por donde nadie te espera. Quería descansar un rato de Barcelona, y me lo exigía uno de los temas principales: el exiliado y las fantasías que despierta en los nativos. La situé en Nueva York porque la novela plantea un experimento no explícito: si un grupo de amigos tuviese todo a favor para preservarse (dinero, buena disposición, atractivo), ¿qué podría disgregarlo? Para eso necesitaba situar la acción en una suerte de 'País de las Hadas', y Nueva York es como dice un personaje: "el acceso fácil a la esperanza". Por lo demás, es un Nueva York poco caracterizado, con barrios inventados y un Hudson que fluye en sentido inverso.

Ese "erratismo" que señalas ha ejercido una presión constante: he intentado evitar el tono de quien actúa como si fuese el primer español que visita Nueva York (el paletismo de nuevo rico a lo Elvira Lindo, para entendernos) y también el de quien lleva allí media vida y sigue deslumbrado, a lo Eduardo Lago (actitud muy respetable, pero con la que no se puede escribir una novela). Mi lema ha sido una frase deliciosa de James antes de la invasión cultural estadounidense: "¿Quién pudiendo elegir cualquier ciudad europea se le ocurriría vivir en Nueva York?".

P. Se le pregunto de otra manera. ¿Hay que ser muy valiente o muy inconsciente para ser un escritor catalán y escribir una novela "a la manera de" Philip Roth o Fitzgerald?

R. 'Años felices' es una novela que ningún anglosajón hubiese podido escribir porque está narrada desde el punto de vista de un alien que llega a Estados Unidos. Un amigo me dijo que era como si Alfred Montsalvatges al instalarse en Nueva York tratase de escapar de los ambientes habituales de 'Hilos de sangre' o 'Divorcio en el aire', pero fracasase. Y es cierto que a medio libro a Alfred empiezan a asaltarle mis temas, y la novela se vuelve más tensa.

No sé si es debilidad, es también energía, la confianza maravillosa de que, pese a las evidencias en contra, todo saldrá bien

P. ‘Años felices’ no es tanto la obvia historia de un grupo sino también la de una irrupción que apareja un encantamiento, la del poeta catalán exiliado Alfred Montsalvatges en la vida de los neoyorquinos Kevin, Harry, Claire y Jean. ¿Sus expectativas hacia el desconocido traducen más las debilidades de la juventud o las de una vida próspera y tediosa?

R. Aparece justo en ese momento en el que un grupo de amigos se da cuenta de que su energía se está apagando y, aunque todavía conservan vivísimos los vínculos del afecto, no quieren renunciar. Cuando Alfred llega están en una edad en la que necesitamos precursores imaginarios y personas donde depositar nuestras expectativas, a las que atribuimos poderes que pueden completar los deseos: un amor, una amistad inolvidable, un juez justo, un conspirador con la misma vocación. Alfred es joven, viene de fuera, esconde su pasado. Es como un espejo donde pintar sus propios reflejos a voluntad. No sé si esto es debilidad, es también energía, la confianza maravillosa de que pese a las evidencias acumuladas en contra todo saldrá bien. A los cinco les gusta mucho vivir, les gusta muchísimo.

P. ¿Cómo construye sus personajes teniendo en cuenta la evidente y decidida ausencia de rasgos biográficos? ¿Cómo sortea los peligros del arquetipo o de la inverosimilitud?

R. El punto de partida han sido los arquetipos de los cuentos de hadas: el príncipe, el Rey Midas, un judío malvado, la princesa helada, una cenicienta bondadosa… Después he intentado que los personajes fuesen evolucionando a la contra de las expectativas que las manifestaciones incipientes de su carácter despiertan en los demás personajes. Más que la biografía (que también) me interesaba el extraño cruce que se produce entre las expectativas que cada uno ellos tiene sobre el futuro y las vidas imaginarias que viven en las mentes de sus amigos. Si te paras a pensar este es un tema rarísimo: que todos los que conoces tengan una idea sobre ti, que puedan ampliarte o desviarte libremente en la imaginación, que lleguen a acuerdos o esperen cosas de estas "criaturas imaginarias" que no son tú, que nos "usen" así.

Si tuviese problemas con la herencia de mis padres o me hubiese divorciado no escribiría mis libros, no tengo estómago para la confesión

P. Y como toda historia de encantamiento, como todo cuento de hadas, llega el momento en el que el sortilegio se rompe, disipado por la traición o por el simple paso del tiempo. ¿Es excesivo observar ahí un ajuste de cuentas de un escritor con sus recién cumplidos cuarenta años?

R. No, no, igual es que conjuré la crisis de los cuarenta escribiendo 'Divorcio en el aire', pero estoy estupendo. Si tuviese problemas con la herencia de mis padres o me hubiese divorciado no podría escribir mis libros, no tengo estómago para la confesión.

P. Su estilo es cada vez más diáfano, más exacto, y a la contra de otras tendencias de nuestras letras, se muestra libre de excesos manieristas. ¿Escribir mejor es lograr que no se note "cómo" escribes?

R. Es imposible que el estilo no se note. Se nota cuando es bueno, cuando es malo, cuando es rico y cuando es pobre, cuando es sencillo, complejo, simple o complicado. Que no se note el estilo es como pedirle a un músico que no se escuchen las notas, una majadería. Por lo general esto del "estilo invisible" es una coartada para vagos (escribir sencillo da muchísimo trabajo), o como en el caso de Borges, una coquetería, porque si lees sus últimos poemas y cuentos "Borges" se te mete por los ojos en cada frase.

Intento evitar preciosismos y cursilerías, y misticismos y opacidades, pero me niego a situar mi "estilo" en el esquema "sencillo/complicado" porque es intrascendente para un novelista. El estilo es un tejido muy complejo porque vehicula pensamientos, diálogos y descripciones, todos los todos del pensamiento y los ritmos de la acción, de manera que tiene que ser modulable. Definir el estilo de un novelista es una tarea preciosa y dificilísima. Pero el debate sobre el estilo es España es imposible, yo lo doy por perdido. Fíjate que más de la mitad de los columnistas y de los profesores de la asignatura creativa 'Cuento I' se pasan el día dándole vueltas a las vaciladas de Pla sobre el adjetivo. ¡El adjetivo! Venga ya.

P. A vueltas con su apuesta por un "realismo experimental" que parece más bien una aspiración irónica, ¿no cree que en la literatura española actual esa tensión se ha rebajado mucho y que hoy no existen claras tendencias literarias en competencia? Si al vanguardismo nocillero le siguió la pugna por llevarse el premio 'Chirbes' a la "novela de la crisis", ¿qué toca ahora?

R. Lo de "realismo experimental" me lo inventé porque parecía que los escritores interesados en el mundo y en las tensiones sociales y políticas teníamos que escribir en estilo pobre, cuando no feo. Y eso es una tontería y una limitación intolerable. Mira a Bretch o el manejo que hace del tiempo Isaac Rosa o los coros de 'Lo real'. Lo que nunca cambia, lo menos experimental y previsible, es la vanguardia académica.

No estoy muy al día de las tendencias, quizás la literatura confesional… no sé… de lo que sí estoy convencido es del oscuro panorama que les espera a los escritores jóvenes con un proyecto literario audaz; los editores rara vez se atreven con novelas que no cumplan con los valores narrativos del mercado (legibilidad, diálogos ágiles, giros de trama, transparencias psicológicas) y si publican será muy complicado que logren una réplica a la altura de una crítica que parece haber asimilado el lenguaje publicitario y espera de ellos que "enganchen, adhieran, corten la respiración" y no se cuantas marranadas más.

No soy un escritor realista, tampoco propongo paseos por el museo de las momias ilustres; me interesa mi tiempo y sus problemas

P. El escritor catalán parece siempre tener que responder a más preguntas extraliterarias que el resto. Desde la interrogación de por qué escribe en la lengua en que lo hace a la exigencias de estritiptis identitario. ¿Sufre usted alguna aprensión al respecto o le da igual?

R. De algún sitio tienes que ser, peor lo tienen los escritores sirios o los armenios, así que no me quejo. Los dos temas que has señalado: la convivencia idiomática y la construcción de la identidad (y sus trampas) ya eran intereses vivos en mi primera novela, antes de que se intensificase el así llamado "desafío nacionalista". No soy un escritor realista ni me interesa el abordaje directo, pero tampoco escribo ciencia ficción ni propongo paseos por el museo de las momias ilustres: me interesa mi tiempo y sus problemas, así que no considero que estas preguntas sean del todo "extraliterarias". De hecho, tras esta excursión por el País de las Hadas, planeo instalarme un tiempo entre nuestros nacionalismos y nuestras corrupciones.

P. Después de un tiempo comentando las imbricaciones de la literatura en la red, y viceversa, ¿es optimista sobre las posibilidades digitales de modernización de una crítica que lleva tiempo tachándose de inmovilista y apolillada?

R. Cualquiera que se pasee por las Redes Sociales detecta talento, pero cuando ese talento pasa al papel o a los periódicos digitales casi de inmediato se acoge a las taxonomías críticas de toda la vida, a los debates del mes, y al invencible folio y medio, ¿cómo te explicas que gente de veinte años se meta voluntariamente en esa rueda de hámster, que su aspiración formal sea la columnita o la reseña? Espero que en algún momento los más jóvenes se atrevan a experimentar formatos, a explicarse con etiquetas nuevas o al menos repensadas, a poner en relación escritores inesperados, a escribir la historia de sus lecturas y de su gusto antes de que se la escriban…

Pero es muy complicado, porque el talento crítico es muy raro, rarísimo, mucho más que el de novelista. Además están en desventaja, si yo escribo una novela malísima nadie me va acusará de oscuras intrigas, al crítico nefasto siempre se le suponen "intereses", se le despoja de la presunción de ineptitud, es una crueldad.

P. Esta última pregunta es un divertimento que le hago a usted ahora que se estrena en la casa. ¿No van a implorar nunca los autores de Anagrama porque el sello no 'spoilee' salvajemente sus historias en sus alucinantes contras?

R.Mi relación con las contraportadas es "compleja". Creo que nunca he comprado un libro por una contra, pero durante años escribí muchísimas, como tres a la semana, me ayudaron a sacudirme el "estilo académico" y a manejar el lenguaje publicitario, que siempre viene bien . Pero ya no me dejan escribirlas, ni las mías, se piensan que lo digo en broma. La histeria del 'spoiler' es un fenómeno tan ridículo y proyecta una concepción de la lectura tan pedestre que espero que si es cierto que en Anagrama spoilean lo sigan haciendo.

Una tarde "feliz" de hace diez años a Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) se le ocurrieron de golpe "siete u ocho novelas". Cualquier amigo aguafiestas que le advirtiera entonces sobre el esfuerzo inútil y su inevitable devenir melancólico estará ahora tragándose sus palabras. Porque no sólo es que Torné haya escrito ya tres de aquellas novelas sino que las ha enmarcado. Traducido a siete lenguas, si el escritor catalán fue saludado hace unos años como "(probablemente) el secreto mejor guardadao de la literatura española actual", hoy no cabe más que reconocer que ese secreto ha sido definitivamente desvelado. Se descubrió el pastel: estamos ante una de las más importantes singladuras narrativas de nuestra lengua de los últimos años.

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