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El fracaso del hipnotizador Freud: viaje a los orígenes del psicoanálisis
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El fracaso del hipnotizador Freud: viaje a los orígenes del psicoanálisis

Un nuevo libro con textos inéditos del joven Freud sobre la hipnosis desvela las erráticas -y peligrosas- tentativas del doctor para curar a sus pacientes

Foto: Porvocar una catalepsia hipnótica a un sujeto, colocarlo entre dos sillas y subirse sobre él. Un clásico de los hipnotizadores de escenarios.
Porvocar una catalepsia hipnótica a un sujeto, colocarlo entre dos sillas y subirse sobre él. Un clásico de los hipnotizadores de escenarios.

El 18 de febrero de 1880 la policía vienesa cerró sorpresivamente el espectáculo más exitoso y masivo que se había visto en la capital del Imperio Austrohúngaro en mucho tiempo. El Ringtheater, el nuevo teatro de ópera cómica de la ciudad, venía colgando el cartel de completo desde que días antes, el 3 de febrero, una monumental tangana convulsionara las habitualmente tranquilas butacas ocupadas por damas con miriñaque y caballeros con frac y sombreros de copa. Todo sucedió durante la actuación de la super estrella danesa Carl Hansen. ¿Su oficio? Hipnotizador.

Foto: Sigmund Freud en su despacho
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Los hipnotizadores "teatrales", aquellos que te duermen sobre el escenario para hacerte ladrar como un perro, son hoy bien conocidos por sus intervenciones televisivas, e incluso andan algo pasados de moda, pero en aquellos tiempos resultaban una irresistible novedad. De hecho, Hansen llegaba a Viena precedido por una fama tremenda tras su gira triunfal por Alemania. Y Viena era el centro mundial de la ciencia médica a dónde acudían estudiantes de toda Europa para formarse en anatomía patológica, fisiología y neurología. Pero el establihsment médico del lugar se hallaba dividido entre los que -mayoritarios y forjados en la tradición del mesmerismo- consideraban el hipnotismo como un procedimiento científico para acceder y dominar la psique del paciente, y quienes -minoritarios- lo tachaban de superchería. Uno de estos últimos, el profesor Herinrich Fischer de la Politécnica, logró colarse como cobaya en la actuación para, en mitad de la misma, empezar a gritar: "Señor Hansen, no es usted más que un vil estafador. ¡UN ESTAFADOR!"

Una guerra civil de insultos, gritos y pataleos estalló entonces en el teatro entre partidarios y detractores de Hansen hasta que la policía intervino y tuvo que cerrarlo. Las siguientes jornadas el Ringtheater agotó las entradas hasta que, después de una declaración de la Facultad de Medicina vienesa sobre "los riesgos mortíferos" de la hipnosis, las fuerzas de orden público clausuraron definitivamente el espectáculo. Durante aquellos días en los que los supuestos poderes de Hansen fueron la comidilla en la ciudad, un joven ayudante de investigación del Instituo de Psicología advertía por carta a un amigo contra el célebre hipnotizador: "Confío en que mantengas tu espíritu escéptico y que no te olvides de que 'maravilloso' es una exclamación de ignorancia, y no el reconocimiento de un milagro". Aquel joven médico era Sigmund Freud.

Y sin embargo, pocos años después, encontramos a Freud ejerciendo precisamente como hipnotizador con el fin de curar la "histeria" de sus pacientes con escasos, cuando no desagradables, resultados. Lo cuenta el filósofo e historiador Mikkel Borch-Jacobsen en su extensa y excelente introducción a la antología de textos sobre la hipnosis de Freud, muchos de ellos inéditos, que acaba de publicar la editorial Ariel. Nos encontramos ante un momento decisivo porque la vía truncada de la hipnosis abrirá un segundo camino a una de las teorías más influyentes de la historia. El psicoanálisis está a punto de nacer.

¿Éxitos pequeños o decepción?

Otoño de 1892. El doctor Freud es ya un ferviente converso de la hipnosis tras sus experiencias con el médico vienés Josef Breuer y, sobre todo, con el insigne profesor Jean-Marie Charcot en su hospital para histéricas - "el baile de las locas"- de la Salpêtrière de París. De regreso a Viena, nos informa de su primera paciente en dos artículos titulados 'Un caso de curación mediante la hipnosis'. Ella tiene entre 20 y 30 años y asegura que la trata desde hace tiempo de una histeria ocasional. "Aunque Freud se esfuerza mucho por disimular la identidad de esa paciente y por darnos pistas falsas", escribe Borch-Jacobsen en su introducción, "todo lleva a pensar que está hablando de su propia esposa, Martha".

Freud probó en dos ocasiones a hipnotizar a su mujer para "curarla" de su aversión -dolor, nervios, vómitos, insomnio- a amamantar a los tres primeros hijos de la pareja. El método consistía en dormir a la paciente, buscar sus recuerdos traumáticos y después borrarlos. La primera vez la cosa no funciona y Martha se niega a continuar. La segunda, sin embargo, ella se recupera y se ve obligada a reconocer que la hipnosis le ha ayudado. "No hay otro caso, en toda su carrera, en que Freud relate un éxito terapéutico tan incontestable, y es un caso de curación por la hipnosis".

Pauline Silberstein se arrojará desde lo alto del edificio donde el propio terapeuta tiene su consulta, lo que le obligará, por cierto, a mudarse

Aquellos años Freud da cuenta de sus "éxitos pequeños" con la hipnosis pero lo cierto es que, según Borch-Jacobsen, los resultados fueron "decepcionantes". La señora Fanny Moser nunca se librará totalmente de sus fobias y angustias, Mathilde Schleicher acabará siendo internada pese al tratamiento hipnótico, y Pauline Silberstein se arrojará desde lo alto del edificio donde el propio terapeuta tiene su consulta, lo que lo obligará por cierto -tras aparecer la noticia en todos los diarios- a mudarse. Pero el incidente definitivo que hará a Freud desistir de la hipnosis lo protagonizaron Anna y Elise, "las señoras Gomperz".

Las histéricas no quieren curarse

Los Gomperz eran una de las familias más eminentes de Europa, una larga saga de príncipes y financieros con tres siglos de historia. La rama vienesa se enriqueció con el tabaco y la banca y reina en la ciudad desde principios del XIX emparentada con otras grandes familias judías. Los protagonistas de nuestra historia son el filólogo Theodor Gomperz y, sobre todo, su mujer Elise Gomperz y su sobrina, la baronesa Anna von Lieben, ambas víctimas de una vieja maldición familiar, la "neuropatía", las dos pacientes del doctor Freud.

La búsqueda psicoanalítica de los traumas infantiles nació de la increíble memoria de Anna von Lieben

Freud comienza entonces a hipnotizarlas para curar sus agudas crisis nerviosas al borde del brote psicótico. Con Anna lo intenta agotadoramente durante años, dos sesiones al día, vive pendiente de sus crisis y caprichos. Durante los trances hipnóticos salen a la luz cientos de traumas, temores, vergüenzas, angustias, pecadillos sexuales, casi todos ellos originados en la infancia. "La búsqueda psicoanalítica de los traumas infantiles", anota Borch-Jacobsen, " nació de la increíble memoria de Anna von Lieben". Pero ni la hipnosis ni la morfina, que el buen doctor le administra generosamente, funcionan. Anna nunca se restablecerá.

Tampoco Elise Gomperz que recaerá una y otra vez en su hiperestesia. ¿Por qué? Freud confiesa que no consigue sumergir a sus pacientes en "un sonambulismo profundo con amnesia posthipnótica". Las histéricas no quieren curarse. El poder de la sugestión, pues él es consciente de que tal es su único poder, parece ser de una naturaleza diferente a la de la influencia hipnótica. La disociación de la conciencia entre lo aceptado y lo reprimimido no parece funcionar como un simple efecto mecánico, la disociación es "querida", es una "voluntad de reprimir". Así que no vale con borrar el trauma. Al contrario. Hay que sacarlo a la luz para lograr la curación. El psicoanálisis acaba de echar a andar. También un nuevo siglo...

El 18 de febrero de 1880 la policía vienesa cerró sorpresivamente el espectáculo más exitoso y masivo que se había visto en la capital del Imperio Austrohúngaro en mucho tiempo. El Ringtheater, el nuevo teatro de ópera cómica de la ciudad, venía colgando el cartel de completo desde que días antes, el 3 de febrero, una monumental tangana convulsionara las habitualmente tranquilas butacas ocupadas por damas con miriñaque y caballeros con frac y sombreros de copa. Todo sucedió durante la actuación de la super estrella danesa Carl Hansen. ¿Su oficio? Hipnotizador.

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