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'Solo el fin del mundo': demasiado alto, demasiado fuerte, demasiado intenso
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'Solo el fin del mundo': demasiado alto, demasiado fuerte, demasiado intenso

El director canadiense reúne a un reparto de primera fila en esta adaptación de la obra homónima del dramaturgo Jean-Luc Lagarce

Foto: 'Solo el fin del mundo'.
'Solo el fin del mundo'.

Xavier Dolan tiene esa osadía que solo dan la juventud y la exacerbada seguridad en uno mismo. El director de fotografía Carlos Suárez ('La vaquilla', 'Maktub') acuñó aquello de "si te tiras, te revuelcas", una expresión que define la forma de hacer cine de Dolan, que como un perro de presa, cuando engancha una idea, cierra mandíbula y rebaña hasta el tuétano. Ya sea en torno a la estética, ya sea desde la narración, el director canadiense amarra fondo y forma hasta hibridarlos en un todo compacto y macizo. Y aparte de 'Mommy' (2014) —con su aspecto 1:1 en un cuadrado perfecto—, quizá sea 'Solo el fin del mundo' su propuesta formal más arriesgada —y asfixiante—, que mantiene al espectador pegado a las nucas de los personajes, como una especie de acosador invisible, o un invasor de la intimidad, del espacio vital, cuyo aliento puedes sentir en la oreja.

Tráiler de 'Solo el fin del mundo'

La contención nunca se ha encontrado entre las virtudes del director de 'Laurence Anyways' (2012), pero no le hacía falta, ni nadie se lo pedía. Obsesivo, engolado, manierista, pero personal, arrollador y con encanto. El posmodernismo concentrado como un cubito de Avecrem, eso sí, en su vertiente reflexiva y refinada. Dolan siempre ha buscado arrancar los sentimientos de la propia piel, pero bajo una lupa todo parece más grande y más inflamable, y en 'Solo el fin del mundo', el drama acaba estallando demasiado alto, demasiado fuerte, demasiado intenso. "Habrá lágrimas, habrá gritos, como en las telenovelas, sollozos, reproches", avisa el tráiler en español. Demasiado literal. Una exaltación hiperbólica de 'dolanismo' puro en la película menos Dolan, un esforzado y extraño ejercicio de costumbrismo. A su manera.

Basada en el libreto homónimo del dramaturgo francés Jean-Luc Lagarce, Dolan se adentra con la cámara en una familia disfuncional, propensa al conflicto, ruidosa y extravagante, a la que Louis-Jean (Gaspard Ulliel) vuelve repentinamente después de 12 años de ausencia. Louis-Jean es un escritor de éxito, urbanita e introspectivo, representante de una sofisticación e intelectualidad que lo alejan de su familia y sus raíces. Louis-Jean es Lázaro, es el hijo pródigo, es un muerto revivido que observa, pero apenas interactúa, que siente la necesidad de recuperar el vínculo de sangre a pesar de la extrañeza y la incomprensión mutuas. Su madre (Nathalie Baye), su hermano mayor, Antoine (Vincent Cassel), y su hermana pequeña (Léa Seydoux) se debaten en un magma de sentimientos encontrados: de la admiración por el triunfador al reproche por sentirse abandonados, al empeño de encontrar ese nexo en común que no les haga mirarse como extraños. Y el mismo secreto que les separará, también puede unirles para siempre.

"Habrá lágrimas, habrá gritos, como en las telenovelas, sollozos, reproches", avisa el tráiler en español. Demasiado literal.

Durante su corta estancia, marcada por el tiempo irrefrenable, Louis-Jean visitará como un fantasma el pasado que fue y el que pudo ser después de marcharse de casa sin mirar atrás. Un recorrido doloroso por una madre obsesionada con estar a una altura inalcanzable para los estándares de su hijo y —muchas veces— consciente del autoengaño de mantener la ilusión de reconstruir su cordón umbilical; por un hombre que se siente empequeñecido bajo la sombra aplastante de su hermano pequeño, y por una hermana huérfana y traicionada, porque amar para qué, si te van a acabar rompiendo el corazón.

Rodada en 35 milímetros, sin apenas ensayos y muy desde la improvisación, en 'Solo el fin del mundo', Dolan construye una película con clara esencia teatral. Una película de habitaciones, de diálogos y de silencio que, sin embargo, explota al máximo los planos muy cortos, construyendo un ambiente opresivo y poco dinámico. Además, Dolan refuerza un carácter dicotómico, a dos tempos, en los que al igual que sus personajes —flemáticos o coléricos— se alternan el silencio y la explosión, entre un subtexto de miradas, de gestos, de sutilezas y frases disparadas a bocajarro, bombas racimo que no hacen distinción entre objetivo y víctima colateral. Demasiado ruido.

Dolan construye una película dicotómica, a dos 'tempos', que al igual que sus personajes —flemáticos o coléricos— alternan el silencio y la explosión

Dolan, buen director de actores, cuenta con las actuaciones de la élite del cine europeo, pero mientras Seydoux destaca en su papel de la hermana pequeña, desencantada con su familia y con su vida, pero atada a la vez a ellas, Marion Cotillard se disuelve en su papel de mujer pasmada y cándida hasta la irritación en busca de la aceptación y el refuerzo personal que le resta una vida sometida a un marido frustrado y vehemente, interpretado por un Cassel desatado, pero convincente. Sin embargo, es difícil no sentir que los actores —en especial Cotillard y Ulliel— están desaprovechados, encorsetados en unos personajes esquemáticos.

Y el problema es que 'Solo el fin del mundo' es un espectáculo de estallidos dramáticos tan desmesurados y continuos que al final se transmite una sensación de estatismo crónico, que solo se rompe gracias a los 'flashbacks' nostálgicos que ayudan a componer un poco el personaje protagonista que, de otra forma, acabaría mimetizándose con la decoración. Y es, además, cuando Dolan vuelve a su zona de confort de cámaras lentas, fotografía hiperestilizada y música pop, su terreno natural y donde ofrece lo mejor de sí mismo. Dolan ha firmado su película más fallida, un experimento que no cuaja, mal amalgamado.

Pero que nadie se tire de los pelos, que Dolan ya ha pasado página y se encuentra en medio de la posproducción de 'The Death and Live of John F. Donovan', su gran salto al cine americano de la mano de Natalie Portman, Jessica Chastain y Bella Thorne. Y promete.

Foto: 'Train to Busan'.
Foto: 'Silencio'.

Xavier Dolan tiene esa osadía que solo dan la juventud y la exacerbada seguridad en uno mismo. El director de fotografía Carlos Suárez ('La vaquilla', 'Maktub') acuñó aquello de "si te tiras, te revuelcas", una expresión que define la forma de hacer cine de Dolan, que como un perro de presa, cuando engancha una idea, cierra mandíbula y rebaña hasta el tuétano. Ya sea en torno a la estética, ya sea desde la narración, el director canadiense amarra fondo y forma hasta hibridarlos en un todo compacto y macizo. Y aparte de 'Mommy' (2014) —con su aspecto 1:1 en un cuadrado perfecto—, quizá sea 'Solo el fin del mundo' su propuesta formal más arriesgada —y asfixiante—, que mantiene al espectador pegado a las nucas de los personajes, como una especie de acosador invisible, o un invasor de la intimidad, del espacio vital, cuyo aliento puedes sentir en la oreja.

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