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"Los rebeldes de la generación indie acabaron casados por la Iglesia"
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entrevista a Luis Boullosa

"Los rebeldes de la generación indie acabaron casados por la Iglesia"

El crítico y periodista musical analiza las claves de su nuevo libro

Foto: Los Planetas en directo en 2014 (EFE)
Los Planetas en directo en 2014 (EFE)

El músico y periodista cultural Luis Boullosa (Madrid, 1975) ha escrito en las cabeceras más diversas, desde 'La Razón' a 'eldiario.es', pasando por El Confidencial. Siempre le ha interesado la relación entre literatura y rock and roll, como ya demostró en su anterior trabajo, 'El puño y la letra' (2013).

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Su estilo, intuición y rigor periodístico está muy por encima de la media, además de contar con la ventaja de ser músico, en proyectos subterráneos como Broke Lord y Gog y las hienas telepáticas. Tiene los conocimientos necesarios para saber cuando algún presunto vanguardista nos está timando y cuando aporta algo enriquecedor. Todo esto dispara el interés de su libro más reciente, 'Santos y francotiradores: supervivencia, literatura y rock & roll' (66 R.P.M). Aprovechamos para hablar con él del nivel artístico del underground rockero español.

PREGUNTA. Arranca el texto con una cita de Céline: "Todo lo interesante ocurre en la sombra". ¿No pasa justo lo contrario en la música popular? Desde Elvis Presley hasta los Beatles, pasando por Bruce Springsteen, lo más relevante suele ser también lo más comercial.

RESPUESTA. Las citas que uso en el libro no son necesariamente afirmaciones con las que comulgue. Son más bien nudos, cruces de caminos. La cultura popular es un gran iceberg y siempre hay más escondido que mostrado. El problema es que desde los sesenta, el pop-rock comercial ha ido empeorando. La dieta media para el oyente de radiofórmula ha pasado de ser caviar a ser una papilla sintética indigerible. Mientras tanto, el underground se ha ido enriqueciendo, beneficiándose en gran parte del hecho de que la producción y edición de música se ha ido convirtiendo en algo cada vez más asequible. Hace cuarenta o treinta o veinte años había bastantes artistas con un pie en el arte y otro en el showbusiness, y lo llevaban con naturalidad. Hoy no.

Cuando se quiere hablar de cómo la música afecta a las masas, se suele recurrir a los “artistas” famosos porque, efectivamente, son los que se escuchan masivamente, lo que provoca que la sociología al uso ignore el núcleo artístico más potente de su propia sociedad, siendo incapaz, por lo general, de abordar lo marginal con garantías.

P. Me parece brillante su texto sobre el indie. Especialmente, cuando habla de Astrud y Los Planetas, dos bandas que en un principio aborreces, pero que luego empieza a apreciar como grandes retratistas del vacío de su época.

R. Recuerdo los noventa como una época de relativa bonanza y de relativa juerga. Y, por ende, todo fue así: relativo. Todo muy clase media acomodada. Mi generación es la de los rebeldes que vivieron en casa hasta los treinta y se casaron por la Iglesia porque el que paga manda. Esos niños de clase media que empujaron el indie fueron capaces de montar grupos, sí, y enunciar algunas copias válidas de los sonidos ingleses y estadounidenses, pero nunca fueron capaces de entender el trasfondo social y político que en esos países sí existía.

Sólo ahora, en algunos casos, se ha repolitizado el asunto, para bien y para mal. El otro día conocí a Pablo (Pablo Und Destruktion), por ejemplo, y me pareció un tipo brillante y con ideas y unas ganas de comunicarlas bastante contagiosas. Sin embargo, escucho a Nacho Vegas fusilando a Phil Ochs y su oportunismo y su autocomplacencia me dan ganas de vomitar. Creo que lo que distinguió a los pocos que valieron, en ese lapso largo del indie, fue su conciencia de ser artistas. Decía Julian Cope que para ser un chamán lo primero que hay que hacer es declararse como tal, aunque seas un idiota como Jim Morrison. Ser un artista es lo mismo. Hay que decirlo. Sí, soy músico. Sí, soy un artista, un escritor, un pensador. Y que venga quien quiera a rebatirlo y que empiece el juego. Es un modo, también, de exigirse a uno mismo en consecuencia.

Los Planetas

P. Bueno, yo adoro a Nacho Vegas, que es el único rockero que ha conseguido conectar de verdad con los movimientos sociales actuales. Dicho esto, coincido con usted en destacar el talento de Jorge Martínez, líder de Los Ilegales, que ha tenido canciones proféticas de nuestra época como 'Yo soy quien espía los juegos de los niños'. El día que Donald Trump fue elegido presidente, subió a sus redes sociales 'Tiempos nuevos, tiempos salvajes', publicada en 1982, pero que suena como escrita antes de ayer.

R. Jorge fue muy lúcido. Sigue siéndolo. Y todavía de vez en cuando le sale una canción excepcional. Está sin duda entre los mejores escritores de canciones que conozco, sintético, al hueso, extrañamente poético y limpio pese a las macarradas. Y sabe robar con elegancia. Quizá lo suyo con 'Yo soy quien espía los juegos de los niños' o 'Tiempos nuevos, tiempos salvajes' no sea un don profético, sino una muy aguda percepción de como las cosas no cambian. De qué parte de las cosas humanas no cambia nunca y de cómo, pese a ello, hay que estar en contra de ese inmovilismo. Le hago un mínimo homenaje, porque acabo el libro citando 'Sin remedio', que me parece una de las canciones más sublimes escritas en castellano. Y de las más punk.

Ilegales

P. Otra cosa llamativa es que es de los pocos periodistas musicales españoles que aprecian a maestros del punk como Jello Biafra (Dead Kennedys) y Evaristo Páramos (La Polla Records, Gatillazo).

El rock radical vasco fue esencial, y un ejemplo de como una manifestación cultural radical y aparentemente local puede permear toda una sociedad

R. Como Biafra, Evaristo es un clown vengador, una figura excesiva, a veces muy lúcida y otras obtusa. Creo que a Evaristo le redime que él sabe que hay puntos a los que no llega, y lo dice claramente. Biafra en cambio, al que sí conocí y entrevisté, me pareció un cretino completo, lo que me dio una pena infinita, porque los Kennedys fueron claves en mi despertar musical. Me pareció un hombre pagado de sí mismo y enquistado en su retórica de hace tres décadas. Un predicador, de esos que él mismo dice odiar.

Creo que el rock radical vasco fue esencial, y un ejemplo de como una manifestación cultural radical y aparentemente local puede permear toda una sociedad. En el libro hablo de como esas generaciones de los ochenta y los noventa absorbieron aquello y de como hoy los hijos de la burguesía en proceso de precarización lo regurgitan de modos nuevos, creando un nuevo punk inteligente realmente potente aunque poco conocido. En Pontevedra hay una banda que me parece un gran ejemplo de ello, Cuchillo de Fuego. Tienen un disco, 'Triple España', que es fantástico. Muy lúcido.

Cuchillo de fuego

P. También retrata muy bien la decadencia de Robe Iniesta (Extremoduro), que pasó de hacer discos arrolladores a otros virtuosos, cursis, que a ratos aburren a las ovejas. Hoy mismo, Iniesta decía en el diario 'El Mundo' que "Lo malo de la democracia es que puede votar todo el mundo", una frase que no puede ser más elitista.

La regresión de Extremoduro empezó sobre el 94

R. La regresión de Extremoduro empezó sobre el 94, con el 'Agila'. Robe sigue siendo un genio, pero me interesa poco su momento actual. Sin embargo, a principios de los noventa eran LA BANDA, con mayúsculas. En todo caso, no creo que el contendido de la obra de un autor deba ser explícitamente político, porque el mismo hecho de ser artista es una declaración que es en gran parte política. Aunque hables de las gotas de rocío en la mañana y de las nubes que corren.

P. Habla de que está naciendo un nuevo flamenco y un nuevo folk. No me causa ningún problema, pero muchas veces los oyentes de estos géneros vanguardistas se creen superiores a los del folk o el flamenco tradicional, lo que me parece un delirio narcisista.

R. Nuevo flamenco, nuevo folk, nuevo punk... Folclore es una palabra grande para mí. El rock&roll es música folk. Ha pasado a serlo. Quizá la electrónica lo sea ya también. O lo fue siempre. Creo que la labor de gente como Niño de Elche, Mursego, Alberto Acinas u Orthodox es la de ejecutar maniobras de desbloqueo y resurrección. Son puentes entre el pasado y el futuro que los oyentes deberían usar para viajar en ambas direcciones. Y son sinceros. Si el público quiere malgastar esas oportunidades de oro convirtiéndolas en otras cosas, en becerros de oro o en coartadas culturales de temporada, es culpa suya, no de esos creadores. El público tiene culpa de muchas cosas, aunque rara vez nos atrevamos a decirlo.

El Niño de Elche

P: Hay una escuela de periodismo cultural que encuentro equivocada y disparatada. Me refiero a tótems como Greil Marcus o editoriales como La Felguera, que piensan que el secreto del universo hay que buscarlo pequeñas sectas contraculturales, sea el dadaísmo o unos moteros anarquistas de California. ¿Qué opina de esa corriente?

Greil Marcus es un trilero

R. Greil Marcus es un trilero, aunque a veces brillante. Lo que hace es acuñar leyenda usando un método de relación casi instintiva entre disciplinas y puntos diversos, que es muy atractivo en principio. Lo que pasa es que la moneda le sale algo falsa. Se pasa de listo. Hace mal lo que Robert Graves hacía bien, en otro campo.
En cuanto a propuestas como las de la Felguera, están parcialmente marcadas por Marcus en esa querencia por la relación entre elementos chocantes, que a veces funciona y otras no. Sin ser yo de su “método”, los considero necesarios, porque no hay tantos focos de pensamiento disidente. Esos focos de pensamiento deberían entenderse, buscar la dirección que los une. Sería interesante que los elementos contraculturales se centrasen en los obvios enemigos comunes, en lugar de empezar una nueva serie de guerras de taifas.

Yo no tengo escuela. Trato de ejercer un periodismo libre y belicoso, con cierta carga personal, influido en origen por Jaime Gonzalo (uno de los directores de Ruta 66). Pero he derivado hacia puntos que son propios. Los bares fueron otra escuela esencial para mí, la oral, la de barra en el Malpaso a las seis de la mañana viendo un directo en el que Ian Dury juega con una navaja y charlando como si no hubiese nada en el mundo más importante que esa conversación. Y ciertamente no lo había. Mi libro 'El puño y la letra' ni siquiera habla sólo de música, sino sobre el hecho creativo, sobre la supervivencia en la trinchera del arte, sobre la iniciación, sobre la vida, sobre las tomas de postura que acaban constituyéndonos como lo que somos. Sobre los precios a pagar, la soledad y la iluminación. Por suerte lo hace a modo de coro, con la intervención de múltiples actores a menudo más lúcidos que yo y muy distintos entre sí.

El músico y periodista cultural Luis Boullosa (Madrid, 1975) ha escrito en las cabeceras más diversas, desde 'La Razón' a 'eldiario.es', pasando por El Confidencial. Siempre le ha interesado la relación entre literatura y rock and roll, como ya demostró en su anterior trabajo, 'El puño y la letra' (2013).

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