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El ángel de Ushuaia. Del peor penal del mundo a luchar con los republicanos
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publica la novela gráfica '155'

El ángel de Ushuaia. Del peor penal del mundo a luchar con los republicanos

Comotto recupera la historia de Simón Radowitzky, uno de los grandes mitos anarquistas que sufrió 22 años de prisión y tortura por luchar contra la represión argentina

Foto: '155', un cómic narra la vida del ángel de Ushuaia (Nórdica Libros)
'155', un cómic narra la vida del ángel de Ushuaia (Nórdica Libros)

Ushuaia, Tierra de Fuego (Argentina). El fin del mundo. La ciudad más austral de la tierra. Y el lugar donde estuvo uno de los peores presidios. Se decía que ir a esta cárcel, construida a principios del siglo pasado y que ejerció como tal hasta que la clausuró Perón en 1947, era como la muerte en vida. Hoy alberga un museo. Entonces, convivían en el penal delincuentes comunes junto a los más sanguinarios y todos, rateros, carteristas, asesinos o violadores, recibían el mismo trato. Entre ellos, nombres como Ladrón de Guevara, el descuartizador Serruchito, mafiosos como Juan Vinti o, el más célebre de todos, el número 155: Simón Radowitzky.

El anarquista ucraniano, conocido como el ángel de Ushuaia, entró en la cárcel salvando su sentencia de pena de muerte por ser menor de edad (18 cuando la mayoría estaba en 23). Fue condenado a reclusión perpetua por el atentado con bomba contra el jefe de la Policía Ramón Lorenzo Falcón, responsable de la brutal represión de la Semana Roja de 1909 de Buenos Aires. Pero la historia de Radowitzky es mucho más interesante que su paso por las heladeras del penal de Ushuaia. Comotto la recoge ahora en '155' (Nórdica Libros), una novela gráfica que repasa la particular vida de este hombre de origen judío que pasó media vida preso y muy a su pesar se convirtió en todo un símbolo de la lucha obrera.

La historia de Radowitzky es digna de película. Siendo un joven huyó milagrosamente de la represión zarista de su país hacia Argentina para evitar acabar en prisión en Siberia por ser uno de los líderes de los soviets. Ya en Buenos Aires siguió plenamente involucrado en la lucha sindical y anarquista, tanto que presenció las cargas ordenadas por Falcón contra los más de 70.000 obreros que se manifestaban en la bonaerense plaza Lorea el 1 de mayo de 1909. La brutal represión del jefe de la Policía de esta concentración, que desencadenó la conocida Semana Roja, acabó con la muerte de 14 personas y más de 80 heridos en su primera jornada. Pero él no se quedó de brazos cruzados. No solo consiguió escapar de los crímenes de la Semana Roja sino que, en represalia, asesinó a Falcón y a su secretario privado con una bomba.

Es entonces cuando da con sus huesos en el penal de Ushuaia, tras intentar suicidarse sin éxito. 22 años de vejaciones, malos tratos, cortes, palizas, violaciones, aislamiento y condiciones inhumanas que tuvieron su fin gracias a un indulto que llegó tras convertirse en un reclamo nacional e internacional y un héroe de la lucha sindical. Beligerante con los guardias de la cárcel y el trato que daban a los presos, apoyado desde fuera por sus compañeros y, especialmente, Salvadora Medina Onrubia (quien luego fue esposa de Natalio Botana, creador del diario 'Crítica'), intentó fugarse en dos ocasiones. En la segunda lo logró disfrazado de guardia pero le capturaron en aguas chilenas. Es entonces cuando la campaña para liberarle cobró mucha más fuerza. Los medios de comunicación, innumerables requerimientos de indulto y la presión popular hicieron que el presidente Hipólito Yrigoren se lo otorgase el 13 de abril de 1930. Sin embargo, llevaba un subtítulo. El presidente decidió que, para calmar los ánimos y las críticas, debía ser expulsado del país.

“Radowitzky puede considerarse como un continuador de las revoluciones que tenían la acción directa como norma de conducta: decembristas, nihilistas y anarquistas de la época heroica, de cuando la vida se ponía a trueque por acabar con un tirano. Puede figurar al lado de Vera Figner, de la Petrovkaia, de Gailebov, de Kibalchik; de Ossendovski, de tantos y tantos luchadores que sacrificaron sus vidas por la libertad del pueblo ruso”, escribe en este libro Augustin Souchy, amigo personal de Simón en su etapa mexicana. Ambos iban a escribir su biografía, pero Simón murió y el proyecto no se llevó a cabo, aunque Souchy recogió parte del testimonio.

“Para mí [lo que hizo Simón] fue un acto ejemplar, haber matado a un asesino. Siempre, cuando me preguntan por mi apellido: '¿Qué era suyo Radowitzky?', yo decía 'primo hermano' con orgullo. Nunca me negué, al contrario, hoy día, estoy orgullosa de lo que hizo”, asegura Emilia, tal y como recoge Comotto en el libro.

Argentina, Uruguay y la Guerra Civil Española

Indultado y con una vida entre rejas a la espalda, parecería que el indulto y su salida a Uruguay iban a suponer la calma para Radowtizky pero ni mucho menos. En una nueva pirueta vital, tras salir de Argentina, empieza entonces el tercer periplo de su convulsa biografía. Se exilia en Montevideo, donde se pone a trabajar como mecánico pero la dictadura ordena su arresto y vuelve a la cárcel tres años más en la isla de Flores y en la capital. Un nuevo viaje y un nuevo episodio político acompañan su incesante biografía. De Uruguay viaja a España en 1936 a luchar en el frente de Aragón en la Guerra Civil española junto a la Brigadas Internacionales y en Valencia como encargado del área cultural de la CNT. Cuando se impone el franquismo, se ve obligado a huir por Barcelona hasta Francia y de ahí se embarca a México, país en el que terminó trabajando en una fábrica de juguetes, pero sin dejar de ser una referencia del movimiento anarquista, hasta su muerte.

Comotto se sirve del relato de Souchy, titulado 'La vida por un ideal', para construir su relato. Explica que el 90% de los datos que aparecen son veraces. “El 10% restante es especulación, fantasía, intuición y sentido común ante el abismo”, añade, ya que, tras seis años de investigación, no ha podido documentar algunos episodios de su vida como las mujeres que le marcaron, que en el cómic tienen una poderosa impronta en Simón y le sirven de asidero y evasión en la cruda prisión del sur de Argentina.

“Conocí su historia a través de la nebulosa narración de mi padre cuando tenía 13 años aproximadamente. Nebulosa, digo, porque como marxista que era mi padre, él renegaba de los seguidores de Kropótkin. De niño, Simón siempre me daba temor, con esa cara desafiante que exhibe en la foto del prontuario policial. Y, también, respeto por lo que hizo. Porque la justicia ante la injusticia estatal y prolongada, la justicia como vómito incontrolable ante el tirano, me parece una frontera misteriosa y loable”, asegura Agustín Comotto en este libro dibujado con tino en blancos, negros y rojos y que se sirve de los saltos temporales para recrear el errante periplo vital del ángel de Ushuaia.

Aunque en realidad, prosigue este argentino exiliado a España en 1976 huyendo de la represión argentina, lo que le cautivó fue la construcción del mito en el que se convirtió. “Nunca hubo un esfuerzo colectivo tan masivo en la clase popular argentina como la campaña para la liberación de Radowitzky. Tanto que traspasó las fronteras de la república, convirtiéndose en reclamo internacional”, afirma. “La construcción del mito que, en Argentina, por ser un país joven y de gente llena de países lejanos, es un hecho digno de estudio. Porque Argentina es un país de mitos. Basta pensar en Eva, el Che, Gardel o Maradona (…) Me atrajo la idea de trabajar con un mito argentino que siempre luchó por no ser un mito, por desaparecer de la memoria colectiva y ser uno más. Un mito que peleó por erradicar el mito como uno de los grandes males de la humanidad”. Un mito que ahora Comotto recupera y convierte en hombre.

Ushuaia, Tierra de Fuego (Argentina). El fin del mundo. La ciudad más austral de la tierra. Y el lugar donde estuvo uno de los peores presidios. Se decía que ir a esta cárcel, construida a principios del siglo pasado y que ejerció como tal hasta que la clausuró Perón en 1947, era como la muerte en vida. Hoy alberga un museo. Entonces, convivían en el penal delincuentes comunes junto a los más sanguinarios y todos, rateros, carteristas, asesinos o violadores, recibían el mismo trato. Entre ellos, nombres como Ladrón de Guevara, el descuartizador Serruchito, mafiosos como Juan Vinti o, el más célebre de todos, el número 155: Simón Radowitzky.

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