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Justin Bieber da en Madrid un gran espectáculo sin voz ni pasión
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GIRA PURPOSE WORLD TOUR

Justin Bieber da en Madrid un gran espectáculo sin voz ni pasión

Ante 15.000 personas, el cantante canadiense ha llevado al Palacio de Deportes de Madrid un gran show tecnológico marcado por el playback, la desgana y el éxtasis 'belieber'

Foto: Justin Bieber (Efe)
Justin Bieber (Efe)

"El espectáculo merece la pena. Él no". Palabra de 'belieber' masculino en el descanso. Quizás las fans femeninas, más del 80% del público de largo, que llevaban semanas y hasta más de un mes esperando para ver al cantante canadiense tengan otra conclusión del concierto a juzgar por sus aullidos, pero lo cierto es que lo de Justin Bieber es un gran espectáculo tecnológico pero no un concierto. El músico presentó anoche en Madrid su cuarto disco de estudio, 'Purpose', un álbum postrebeldía, con colaboradores como Diplo o Skrillex, en el que ha querido mostrar su madurez (sí, con 22 años) y que se le juzgue por su trabajo más que por sus excentricidades y su legión de fans. Que, dicho sea de paso, ya les gustaría tener a más de uno.

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Así que si juzgamos a Justin Bieber por su trabajo tendremos dos versiones. La de la 'belieber' que ha salido exhausta y pletórica de un concierto dedicado precisamente a eso: exhibición y orgasmo, y la de los cientos de acompañantes que anoche vimos a un joven desganado, que hace playback sin pudor y que sabe que da igual lo que haga porque va a conquistar a sus fans. El ídolo forracarpetas dio a sus seguidoras (la mayoría bordeando la mayoría de edad acompañadas de una buena cantidad de padres en los laterales de la pista y en las gradas cargando abrigos, haciendo vídeos y esperando estoicos a sus prole) lo que buscan: un espectáculo de grandes dimensiones. Hubo acrobacias aéreas, una cama elástica suspendida por encima del público, géisers, fuegos artificiales, neones y toda una colección de plataformas, jaulas y cubos que subían y bajaban. Hubo también pulmones de acero, llantos, desmayos y hubo, especialmente, muy poca voz y mucho karaoke. Rebajen un poco el parque temático tecnológico y tendrán un clásico fenómeno fan pop 'teen' de libro, eso sí adaptado al siglo XXI. Dos horas de hormonas disparadas y griterío incontrolable. Así es la 'biebermanía'.

'Where are Ü know', Justin Bieber en Barcelona

Una, que ya le pilla algo mayor el fenómeno, se quiso imbuir del espíritu preadolescente acompañada de una 'centennial'. Claudia, cuando apenas sabía hablar, se pasaba horas delante de la tele viendo contonearse a Michael Jackson. Lo adoraba. Se había convertido en fan, un concepto que ni conocía ni le preocupaba. Tanto que durante un tiempo sus padres (y todos) le ocultamos que había muerto. Años después lucía con orgullo una mini camiseta de AC/DC a la vez que hacía los cuernos. Así que imaginen mi cara cuando allá por julio suena el teléfono y me dice desde el otro lado: 'tita, me tienes que llevar a ver a Justin a Madrid'. ¡Horror! ¿Qué ha pasado aquí? Imagino que mi expresión fue la misma de mis padres cuando vieron mis carpetas de adolescente con Axl Rose por un lado y New Kids on the Block (los primeros) por el otro.

Justin Bieber apareció a las nueve de la noche con puntualidad británica. Descendió en un cubo de cristal con una camisa de cuadros, gafas vintage de lector de pega que, ojo, tuvo tiempo de limpiar como si del cáliz sagrado se tratara y cara de pocos amigos. "Se parece a Macaulay Culkin", decía Claudia ante el cachondeo de los adultos cercanos al ver que tenía toda la razón. Sieso e hierático, dentro de su palacio de cristal, entonó las primeras notas de 'Mark my Words' en una buena metáfora de lo que iba a ser la noche. Él en su mundo, moviendo la pelvis para fervor de sus chicas como un autómata pero sin mover ni un músculo de su cara (¿sonrío este chico anoche?) y consciente de que no necesita hacer mucho más para tenerlas contentas. Ni siquiera disimular acercando el micrófono a la boca cuando suena su voz. Esta es su parroquia y suyas son las normas. Con la misma actitud desgranó casi al completo su último disco: 'Where are ü know', 'Get used to in', 'I'll show you' y 'The feeling' iniciaron la velada.

'What do you mean?', Justin Bieber en Madrid

Lo mejor del show vino después cuando enlazó un par de temas en acústico, sentado en un sofá y, esta vez sí, cantando. 'Love yourself' y 'Cold water'. Después llegaron 'Home to Mama?' y 'Been you' y la locura de chillidos que convirtieron el Palacio de los Deportes de Madrid, recién bautizado WiZink Center, en un gran karaoke de jóvenes. 'No pressure' marcó el final de la primera parte del concierto porque inexplicablemente el canadiense ha decidido en esta gira hacer un descanso de 20 minutos.

Avituallamiento y a por la recta final que empezó, igual que la primera, con otra camisa de cuadros, sus gafas de quiero ser intelectual y su apatía. 'Children', que interpretó junto a cuatro niños españoles bailarines que pudieron abrazarle tras terminar el tema, 'Let you love me' y 'Life is worth living' terminaron por caldear a un recinto entregado y prepararlo para lo mejor: la sucesión de 'hitazos' del final. 'What do you mean', 'Baby' (el tema con el que empezó todo para Bieber) y 'Purpose' marcaban el cierre. "Quiero recordar a todo el mundo que importa quiénes seáis, de dónde vengáis o lo jóvenes que seáis. Todos tenemos un propósito", decía a su público en la que era su primera (y única) conexión sincera de la noche. Tarde. Ya solo quedaba 'Sorry', que cantó con una camiseta de Metallica y bajo una cortina de agua, para que sus 'beliebers' y las 15.000 personas que llenaron el Palacio de Deportes -habría que ser de otro planeta, y probablemente ni así, para no conocer el estribillo de esta canción- estallaran de gozo.

'Sorry', Justin Bieber en Madrid

¿Y para una fan como fue la noche? Un éxtasis envuelto en un vistoso lazo construido a base de un gran despliegue de luces, sonido (mérito de las bases y su banda), unos impresionantes bailarines y la tecnología que acompaña -y menos mal- a Bieber. Podríamos resumir el concierto de Claudia -el primero de su vida de esta magnitud- con una sucesión de 'alas', saltos nerviosos y 'Baby, baby, ohhh'. "Lo que más me ha gustado ha sido el agua y la colchoneta hinchable", concluía al final. Ya ven, el show es lo primero. O lo único. Aunque tampoco puede faltar en el resumen la larga lista de chillidos de sus jóvenes fans, que fue de lo poco en directo y de verdad que se escuchó anoche en Madrid. ¿El aguante del grito 'teenager' es inversamente proporcional a la sensibilidad del tímpano adulto? Les respondo: sí. Pero con eso no basta.

A Justin Bieber le falta algo fundamental que tienen las grandes estrellas de masas: entrega y empatía con un público tan rendido que ha movilizado a familias enteras, a razón de un mínimo de 90 euros la entrada, que ha llorado, saltado y le ha dicho de mil formas diferentes que le quiere. No debería olvidarse al subirse al escenario de que gracias a ellos ha vendido más de 100 millones de copias de sus cuatros discos en una época en la que vivir de la venta de discos es una ruina. Pero lo que más le falta es voz en directo, a pesar de que a sus 'beliebers' parezca no importarle porque, ya saben, esto es un espectáculo. Ahí es donde más se notó anoche el choque generacional. Al menos las adolescentes se llevaron lo que iban a buscar: una buena afonía y el recuerdo de un primer macroespectáculo repleto de gadgets por el que se paseaba Justin.

"El espectáculo merece la pena. Él no". Palabra de 'belieber' masculino en el descanso. Quizás las fans femeninas, más del 80% del público de largo, que llevaban semanas y hasta más de un mes esperando para ver al cantante canadiense tengan otra conclusión del concierto a juzgar por sus aullidos, pero lo cierto es que lo de Justin Bieber es un gran espectáculo tecnológico pero no un concierto. El músico presentó anoche en Madrid su cuarto disco de estudio, 'Purpose', un álbum postrebeldía, con colaboradores como Diplo o Skrillex, en el que ha querido mostrar su madurez (sí, con 22 años) y que se le juzgue por su trabajo más que por sus excentricidades y su legión de fans. Que, dicho sea de paso, ya les gustaría tener a más de uno.

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