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La información que los dueños de Uber y Airbnb no quieren que sepas
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'lo tuyo es mío'

La información que los dueños de Uber y Airbnb no quieren que sepas

El ensayista Tom Slee analiza el lado oscuro de la economía colaborativa en internet

Foto: Manifestación contra Airbnb en Nueva York en 2015 (Reuters)
Manifestación contra Airbnb en Nueva York en 2015 (Reuters)

A medida que nos acercamos al mundo feliz prometido por los gigantes de la economía colaborativa -ese mundo desregulado donde uno salta de Uber a Airbnb sin toparse con engorrosos intermediarios y donde siempre brilla un cálido sol californiano- surgen más sombras y dudas sobre la sostenibilidad y la conveniencia política de este modelo. El último en entrar al trapo es el ensayista canadiense Tom Slee, que publica ahora 'Lo tuyo es mío. Contra la economía colaborativa'(Taurus, 2016).

Cuando hablamos de “economía colaborativa” nos referimos a nuevos negocios en internet que interconectan clientes y proveedores para los servicios más variopintos: desde alquilar tu casa a unos japoneses por dos semanas (Airbnb) a viajar en un taxi privado que se pide con el móvil (Uber). Servicios de una utilidad costumbrista evidente a primera vista: nos facilitan la vida. Y cuya narrativa -la denominada 'ideología californiana'- es vista como algo 'cool' y hasta un poco hippie. Porque la economía colaborativa no solo sería útil, sino poco menos que revolucionaria. “Al tiempo que Silicon Valley ha ido acumulando riqueza y poder, la convicción de que puede irte bien haciendo el bien y de que los mercados pueden de hecho utilizarse para 'aumentar la escala' de los esfuerzos en favor del cambio social ha pasado a ser una tendencia dominante en la cultura de internet. Este punto de vista se denomina a veces 'ideología californiana'. Desde la pobreza a escala mundial hasta las libertades civiles, pasando por la educación y la atención médica, la cultura de internet ve la combinación de la tecnología y la actitud empresarial como la clave para resolver nuestros mayores problemas”, escribe Slee.

El ensayista asegura que “la economía colaborativa hace promesas que atraen a mucha gente, desde luego, a mí me atraen”, y resume las aparentes bondades del asunto: colaboración, emprendimiento, autogestión y lucha no jerárquica contra los abusos comerciales del poder. Vayamos por partes.

-Colaboración: “Nosotros, como individuos, podamos contar más con el prójimo y menos con corporaciones anónimas y distantes. Cada transacción ayuda a alguien a ganar un dinerillo y a algún otro a ahorrar un poco de tiempo. ¿Por qué no habría de gustarnos?”.

-Emprendimiento y autogestión: “La economía colaborativa promete ayudar a individuos, hasta entonces sin poder alguno, a tener un mayor control sobre sus vidas convirtiéndose en 'microempresarios'. Podemos autogestionarnos, entrar y salir de esta nueva dinámica de trabajo flexible, montar nuestro propio negocio”.

-Alternativas no jerárquicas al poder: “El movimiento parece amenazar a los que ya son poderosos, las grandes cadenas hoteleras, las cadenas de comida rápida y los bancos. Es una visión igualitaria que se basa en transacciones entre iguales en lugar de en organizaciones jerárquicas… La economía colaborativa promete propiciar que los estadounidenses [y otros] confíen en el prójimo… y también promete ser una alternativa sostenible al comercio dominante, ayudándonos a hacer un mejor uso de recursos infrautilizados; ¿por qué tiene que tener todo el mundo un taladro en un estante del sótano cuando lo podemos compartir? Podemos comprar menos y de ese modo reducir nuestra huella ecológica... Podemos optar por el acceso en lugar de la propiedad y alejarnos de un consumismo en el que muchos nos sentimos atrapados”, resume Slee.

Las malas noticias

Dicho lo cual: vamos con las malas noticias sobre la economía colaborativa y la ideología californiana, que estaría impulsando un “libre mercado despiadado y desregulado en ámbitos de nuestras vidas anteriormente protegidos”. Donde antes había empresas alternativas, ahora hay “monstruos corporativos” que desempeñan “un papel cada vez más intrusivo en las transacciones que fomentan para ganar dinero” y están “reorganizando las ciudades sin mostrar ningún respeto por aquello que las hace habitables”. ¿Los ejemplos más evidentes de estas malas prácticas? Uber y Airbnb.

Estas empresas están reorganizando las ciudades sin mostrar ningún respeto por aquello que las hace habitables

En efecto, si hablamos de economía colaborativa, es inevitable referirse a los dos gigantes económicos y simbólicos del sector: Uber Y Airbnb, fundadas casi a la vez, y que en poco tiempo saltaron de San Francisco al mundo, compitieron de tú a tú contra los gigantes tradicionales de sus sectores (transporte y hoteles) y enriquecieron a lo bestia a sus fundadores.

La imagen de marca de ambas empresas es muy diferente. Si Airbnb vende “colaboración”, Uber “no está muy interesada en nada tan tierno y difuso como la comunidad; proyecta una imagen de estatus con aspiraciones ('El chófer personal de todos') y su agresivo director general, Travis Kalanick, es un admirador de Ayn Rand y su ideología de individualismo a ultranza”.

Pero más allá de la narrativa que vende cada cual, ambas empresas coinciden en “suscitar controversia en muchas de las ciudades donde operan, indisponiéndose con las regulaciones y leyes municipales, y ambas han adoptado el enfoque de buscar el crecimiento a toda costa, aspirando a presentarse como un hecho consumado ante Gobiernos municipales lentos y a menudo faltos de personal. Las dos creen que sus innovaciones dejan obsoletas las normativas existentes y que su tecnología puede resolver los problemas que las regulaciones municipales deberían haber resuelto, solo que mejor y con un aire más informal”, resume Slee.

Gentrificaciónpor un tubo

La paradoja que resume el lado oscuro de Airbnb es la siguiente: la empresa la fundaron dos jóvenes diseñadores que necesitaban dinero para pagar el exagerado alquiler de una casa en San Francisco… y ahora se ha convertido en una herramienta que “contribuye al desplazamiento de los inquilinos a largo plazo en San Francisco”, según el testimonio de un usuario sacado del 'San Francisco Chronicle'. O de negocio para burlar la gentrificación a detonante de la misma, como ejemplifica otro testimonio recogido en el libro: “Ken es propietario de unos edificios en Nolita (Nueva York). Se ocupa de una organización sin ánimo de lucro que enseña a la gente a montar en bici. Ahora contrata a detectives privados para ver lo que hacen sus inquilinos. A Ken no le gusta hacerlo. 'No es propio de mí en absoluto. A veces me pregunto cómo me he convertido en un tipo así'. Pero el apartamento 3 se ha convertido en una especie de hotel que cobra 250 dólares por noche y él sospecha que la inquilina ganó medio millón de dólares antes de que la desahuciara”.

Hay inquilinos que aseguran haber sido desahuciados para que su casero pueda ganar más dinero, alquilándolo a precios más elevados por breves periodos, pero Airbnb no da ninguna respuesta útil al respecto

Como es lógico, Airbnb incluye testimonios más benévolos en su página web, como el de una neoyorquina llamada Shell: “Cuandouno de los peores huracanesde la historia azotó la Nueva York, Shell, que llevaba tiempo siendo anfitriona de Airbnb, vio que algunas personas habían sufridopérdidas devastadoras. Tras subir el nivel de las aguas y tener que evacuar sus casas, muchos no pudieron volver durante días, si es que pudieron hacerlo. Shell decidió conectarte a la Red y ofrecer gratis su espacio a quienes estuvieran necesitados”. Una historia preciosa, sí, algo así como“la anfitriona de Airbnb que emocionó aSpielberg”. Pero, ¡ay!, poco después se supo que Shell era una buena samaritana un tanto listilla: había estado “realquilando varias propiedades 'contraviniendo claramente su contrato de alquiler'. Su casero dijo que 'tener amigos [invitados a pasar unas noches] es una cosa. Los grupos de desconocidos organizados a través de unared socialson harina de otro costal', y que Airbnb se lavó las manos del problema diciendo: 'Airbnb es una plataforma online y no posee, opera, gestiona ni controla alojamientos, como tampoco verifica los términos de contratos privados ni arbitra en quejas de terceras partes'”.

Lavada de manos habitual cada vez que alguien denuncia los efectos secundarios perniciosos del modelo Airbnb: “Hay inquilinos que aseguran haber sido desahuciados de su apartamento para que su casero pueda ganar más dinero, alquilándolo a precios más elevados por breves periodos, pero Airbnb no da ninguna respuesta útil al respecto salvo para segurar que no ocurre muy a menudo”, concluye Slee.

La guerra de las ciudades

Otro tema conflictivo es la tensa relación de Airbnb con las alcaldías de ciudades saturadas de turistas, como Barcelona, Nueva York y París, ya que “ha demostrado ser un socio poco de fiar a la hora de construir ciudades habitables”.

“El impacto de Airbnb en Barcelona tiene múltiples aspectos, pero al menos en parte resulta destructivo: merma la calidad de vida de quienes residen en barrios donde hay una intensa actividad turística, evita que la ciudad pueda equilibrar el turismo con otros aspectos de la vida urbana y dificulta que establezca garantías de seguridad y otras normas”, razona el autor.

El impacto de Airbnb en Barcelona tiene múltiples aspectos, pero al menos en parte resulta destructivo: merma la calidad de vida de quienes residen en barrios turísticos

¿Y en París? Tres cuartos de lo mismo, según el director municipal de vivienda, Ian Brossat. “Ya hay una grave escasez de pisos en París, sobre todo de estudios y apartamentos de dos habitaciones donde una pareja pueda emprender una vida en común. Ahora tenemos este problema creciente de los alquileres vacacionales, con inversores que llegan y compran tantas propiedades como pueden. Se ha convertido en un negocio, y en consecuencia hay menos propiedades en el mercado para los parisinos de a pie, y las que están disponibles tienen precios más elevados”.

A principios de 2015, Airbnb firmó un acuerdo con París para cumplir las normativas, pero tres meses después saltó por los aires tras una inspección municipal de 2.000 viviendas. “El centro de nuestra ciudad se está quedando vacío. Hay cada vez más turistas”, denunció el Ayuntamiento. “La afirmación de la empresa sobre que te permite 'vivir como un vecino más' pierde su significado cuando ya no hay vecinos”, zanja Slee.

Uberquiere pasta

El autor también tiene duras palabras para los taxis privados de Uber. Como todas las empresas de la economía colaborativa, Uber tuvo bastante buena prensa al principio, por aquello de la novedad y del aroma'cool' de todo lo que surgeeninternet. Hasta el punto de colocar su mensajes en los periódicos con facilidad... independientemente de su veracidad...

En mayo de 1994, por ejemplo, Uber aseguró que los ingresos anuales de sus conductores neoyorquinos ascendía a 90.766 dólares anuales, lo que a bote pronto sonaba a revolución cultural: la economía colaborativa iba a convertir a los taxistas del mundo en individuos de clase alta. La pera, sí. El 'Washington Post'tituló triunfal que era el “fin de la era de los taxistas mal pagados”, y algunos medios elevaron los sueldoshasta los 100.000 euros. Estábamos ante la realización de toda una utopía liberal: bastaba con desregularizar el sector, eliminar a los intermediarios parásitos (los dueños de las licencias de taxis) y mejorar la relación cliente/usuario para que lloviera la pasta a chorros y los taxistas pasaran a cobrar como directivos de multinacional.

La letra pequeña de los fabulosos sueldos pagados por Uber era la siguiente. 1) La empresa cobra tanto a sus conductores como los taxistas a los dueños de las licencias de taxis. 2) “Los costes en gasolina, mantenimiento, seguro y por depreciación del vehículo, además de otros gastos adicionales (peajes, aparcamiento), se llevaban casi la mitad de cada dólar de la tarifa de cada carrera, lo que reduciría el sueldo” de los taxistas neoyorquinos “a una cifra más ajustada de 45.000 euros”. 3) Uber no escogió al azar la ciudad de Nueva York para sacar músculo: ahí es donde ganan más sus conductores: en la mayoría de las ciudades los sueldos rondaban los 30.000 euros, tres veces menos de lo cacareado.

Los mercados de la economía colaborativa están generando nuevas formas de consumo más abusivas que nunca

El salto de los conductores deUberde la clase baja a la clase alta había durado trestelediarios. “Desde queUberafirmó lo de los 90.000 dólares, ha ido perdiendo verosimilitud. Los periodistas que buscaron conductores que ganaran dicha cantidadtildaronsus esfuerzos de 'búsqueda del unicornio deUber' y volvieron con las manos vacías… En 2014 los conductores deUberse manifestaron en protesta por sus bajos ingresos: enSeattlelo hicieron en abril y agosto, en San Francisco en mayo y octubre, en Los Ángeles en septiembre, en Nueva York en septiembre y octubre, y en Londres en octubre;un acontecimiento muy poco probablesi estuvieran ganando tanto como sugería la empresa”, zanja el autor.

De la utopía autogestionada al abuso laboral en tiempo récord: “Los mercados de la economía colaborativa están generando nuevas formas de consumo más abusivas que nunca... En lugar de liberar a los individuos para que tomen el control sobre sus propias vidas, muchas empresas de la economía colaborativa están ganando pasta gansa para sus inversores y ejecutivos y creando buenos empleos para sus ingenieros informáticos y expertos en marketing, gracias a la eliminación de protecciones y garantías alcanzadas tras décadas de esfuerzos y a la creación de formas más arriesgadas y precarias de trabajo mal remunerado para quienes de verdad trabajan en la economía colaborativa”, resume el autor sobre la deriva de la ideología californiana.

El éxito de Uber se deriva de su funcionamiento parásito en las ciudades donde opera

Slee sostiene que “el éxito de Uber se deriva de su funcionamiento parásito en las ciudades donde opera”. Ejemplo de este parasitarismo: la laxitud fiscal que rodea a la empresa. “Desde el punto de vista tributario, Uber es parasitaria de las economías locales. Cuando se paga a un taxista, parte del dinero va a la compañía de taxis para la que trabaja y esa empresa paga impuestos en la ciudad, de modo que el dinero vuelvea alimentar a la economía local. Cuando se le paga a un conductor de Uber, la situación es distinta… Al margen de lo que ocurra con la parte de la tarifa del conductor, la compañía se lleva su tajada exenta de impuestos. Como muchas compañías digitales, Uber ha establecido filiales por todo el mundo. Si uno toma un coche de Uber en Canadá, el pago de la tarjeta de crédito va a Uber BV, constituida en Holanda por razones fiscales”.

Conclusión sin moralina

Pese a sus afiladas críticas, Slee no cae en la tentación de culpar al cliente. “Igual has sido anfitrión o huésped de Airbnb; igual has ofrecido o aceptado un trayecto con Uber; igual has pedido una comida, o la has llevado a domicilio con Postmates. Este libro es crítico con las empresas y con el movimiento de la economía colaborativa en general, pero no tengo intención alguna de hacer que el lector se sienta culpable o se ponga a la defensiva... Los problemas de la economía colaborativa no estriban en el participante individual que busca unas vacaciones novedosas o un desplazamiento rápido a la otra punta de la ciudad, como tampoco lo hacen los problemas generales del consumismo en el individuo que llena de gasolina el depósito de un coche o compra un par de zapatos nuevos. Los problemas estriban en las propias empresas y en los intereses financieros que se sirven de esas empresas para perseguir unos objetivos de desregulación en aras de la riqueza privada”.

Todo ello le lleva a concluir que la economía colaborativa no se merece el prestigio progresista que tiene. “Escribí este libro porque los objetivos de la economía colaborativa apelan a ideales con los que se identifican muchas personas, incluido yo; ideales como la igualdad, la sostenibilidad y la comunidad. La economía colaborativa sigue contando con el apoyo y la lealtad de muchas personas progresistas —en particular de jóvenes que se identifican claramente con las tecnologías que utilizan— cuyos instintos bondadosos están siendo manipulados y que acabarán por sentirse traicionadas. La economía colaborativa invoca esos ideales para amasar inmensas fortunas privadas, para ir en contra de comunidades reales, para fomentar una forma de consumismo más opresiva y para crear un futuro más precario y con más desigualdades que nunca”.

A medida que nos acercamos al mundo feliz prometido por los gigantes de la economía colaborativa -ese mundo desregulado donde uno salta de Uber a Airbnb sin toparse con engorrosos intermediarios y donde siempre brilla un cálido sol californiano- surgen más sombras y dudas sobre la sostenibilidad y la conveniencia política de este modelo. El último en entrar al trapo es el ensayista canadiense Tom Slee, que publica ahora 'Lo tuyo es mío. Contra la economía colaborativa'(Taurus, 2016).

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