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Juan Soto Ivars: "Mi generación vive seducida por la Guerra Civil"
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publica 'un abuelo rojo y otro facha'

Juan Soto Ivars: "Mi generación vive seducida por la Guerra Civil"

El escritor y periodista publica un manifiesto biográfico para acabar de una vez por todas con el mito de las dos Españas

Foto: Juan Soto Ivars. Foto: Guillem Sartorio
Juan Soto Ivars. Foto: Guillem Sartorio

Vive rápido, no mueras con la misma idea con la que viniste al mundo y deja una hermosa columna. Juan Soto Ivars (Aguilas, 1985) fue un adolescente murciano cuajado de granos que quería ser escritor y que, de hecho, llegó a arrojar a la posteridad un par de novelas sin una gran respuesta por su parte. Ahora está encantado de ser periodista pero no por ello ha dejado de escribir libros. El último es un producto extraño y sospechoso, uno de esos volúmenes a los que echas mano en la librería mientras te preguntas si te están tomando el pelo. ¿Pero qué se cree este tío que quiere contarme su vida con sólo 30 tacos y, de regalo, arrancar de un manotazo las raíces endémicas de nuestro odio fratricida? Porque el libro se titula 'Un abuelo rojo y un abuelo facha: manifiesto contra el mito de las dos Españas' Círculo de Tiza, 2016).

Foto: Bob dylan, ganador del Nobel de Literatura 2016. Opinión
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Juan Soto Ivars

Soto Ivars ha dado más bandazos ideológicos que la veleta caminante del 'Alfanhuí' de Ferlosio. Incapaz de conciliar consigo mismo, ha alcanzado esa especie de zen que te brinda dejar de tener miedo a equivocarte, tanto cuando vas en contra de la corriente como a su favor. En este libro irrumpen en retorcida fila india sus filias y fobias, sus amigos, escritores, políticos, utopistas de lo digital y reaccionarios de lo real. Y su familia, esos abuelos que soportaron toda su vida el peso húmedo de la guerra civil para librar a sus descendientes de tan sucios grilletes. Y que comprueban ahora espantados como sus nietos no tienen otra cosa que hacer que suspirar como damiselas por lo que ocurrió entonces.

Conocí a Juan cuando era el aspirante a escritor noctámbulo con más morro de su generación. También era un tipo brillante. Hoy es periodista, columnista de este medio, se acaba de casar y tiene una ventanilla permanente de atención abierta en Facebook. Su muro es mejor que un café doble y un chute de Jiménez Losantos para cargar las pilas por las mañanas. Su libro, también. La idea era entrevistarle en Barcelona, donde vive, aprovechando un viaje de este periodista al premio Planeta pero una confusión con las fechas lo impide. Juan propone entonces que hagamos la entrevista a través del chat de Facebook. Dónde si no.

PREGUNTA. ¿Listo?

RESPUESTA. Espera que voy por el tabaco... ¡Ya!

P. Cuando tuve noticia de este libro tuyo, y dado su carácter de manifiesto, no le echaba más de 150 páginas. ¡Pero tiene casi 400! ¿De dónde has sacado el tiempo y los materiales? ¿diarios? ¿trabajo esclavo? ¿autoplagio?

R. La mitad del libro es un manifiesto donde hablo de mis abuelos y de mis cosas para declarar que estoy harto del mito de las dos Españas. Un manifiesto donde me declaro perro desraizado y le pregunto al lector si está cómodo con sus prejuicios ideológicos. La otra mitad recoge artículos, algunos publicados en prensa y otros inéditos, para ahondar en esta idea de que me parece mucho más sano permitirse los bandazos a ser coherente. Si un puñado de desgraciados leyeran todos mis artículos y luego les preguntasen en qué ideología me colocan, el desacuerdo sería tremendo.

P. O sea que tu propósito es básicamente seguir confundiendo al personal.

R. Es que siempre he estado muy incómodo con esto. Hice grandes esfuerzos por ser de izquierdas pero la gente de izquierdas me acababa diciendo que yo era más bien de derechas. Durante un tiempo me convencí de que era de derechas pero en seguida me dijeron los de derechas que no, que era más bien un rojo. Así que al final no me ha quedado más remedio que escribir un poco sobre esto, para ver si al menos yo estoy conmigo o contra mí. Y la verdad es que ni una cosa ni la otra. Lo que puedo decirte es que me aburre soberanamente el conmigo o contra mí, y parece que está muy de moda.

Me aburre soberanamente el conmigo o contra mí, y parece que está muy de moda

P. Tus idas y vueltas dejan con la lengua fuera. Alcantarilla, Tánger, Madrid, Barcelona. De la UCE a los 20, neoliberal a los 25, progresista moderado a los 30… Supongo que, como todos en aquellos años, en realidad no tenías ni puta idea de lo que hacías.

R.Claro que no tenía ni puta idea. Lo dejo bien claro: yo era comunista a los 15 porque me parecía que a los Reincidentes les gustaría mucho; luego me volví neoliberal porque estábamos en la España del pelotazo y mi vida, comparada con la de mis abuelos, me parecía la constatación de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Cuando la crisis demostró que el neoliberalismo necesita control porque no tiene moral ninguna, me dejé de etiquetas. Lo de progresista moderado no sé lo que significa. Me cae bien Borrell, ¿es eso?

P. Más o menos.

R. Borrell es un tío inteligente. Eso me pasa un poco también, cuando detecto a alguien inteligente me dejo convencer. Me da igual si le llaman rojo o facha.

P. Diría que la clave de bóveda de tu manifiesto es el individuo y las ideas sólo una excusa para perder el tiempo, discutir y, en un momento dado, matarnos. ¿El individualismo es el poso que queda en la copa cuando uno se bebe de un trago su juventud?

R. Podríamos decir que sí, aunque no creo que sea un poso sino la copa en sí. Hay gente que no se fía de beber de una copa si la han probado antes otros. El individualista bebe de la copa sin importarle quién la ha manchado de babas o de pintalabios. Es un concepto que hay que rescatar. Individualista se confunde con egoísta, y no creo que sea lo mismo para nada. Hay una usurpación de los conceptos del liberalismo por parte de un montón de tipos que se dedican a decir: "quien no es yo, es imbécil". Eso no es ser individualista, es ser sordo y gilipollas.

Hay quien no se fía de beber de una copa si no la han probado otros. El individualista bebe sin importarle quién la ha manchado de babas o pintalabios

P. Vamos con tus dos abuelos, el rojo y el facha. Ambos funcionan como encarnación sensible del mito de las dos Españas. Y es un mito porque en realidad no importa: da igual que tus abuelos fueran de aquí o de allá: eran unos abuelos cojonudos…

R. Sí. En este sentido, mi generación juega con ventaja. Somos nietos de niños de la guerra. A mis abuelos les pilló con menos de doce años. Nuestros abuelos no tuvieron responsabilidad en lo que pasó. Construyeron sus ideologías en base a quién puteó a sus padres. En el libro cuento que mi yaya Virginia y mi yayo Juan, los "fachas", son simplemente dos niños traumatizados. Pueden decir las barbaridades más grandes sobre los inmigrantes o los gays y siempre han tratado bien a todo el mundo, sin importarles de dónde venían o cómo eran. Sin embargo, mi generación parece totalmente seducida por las consignas del relato sentimental de la Guerra Civil. De nuevo, creo que mirar a los individuos es mucho más razonable que encuadrarlos en un tópico. El maniqueísmo del bueno y el malo no está cómodo en la Guerra Civil, que naturalmente tuvo buenos y malos desde un punto de vista político.

P. ¿Pero no crees que esa Tercera España, la de la moderación, la del escepticismo y la ironía, tan reclamada y luego siempre tan torpedeada tiene un problema de imagen? Lo digo porque los terceros españoles nunca logramos ser tan seductores y lujuriosos como los “radicales”.

R. Antes me preguntabas qué tal llevo lo de estar en medio y te he dicho que es incómodo. Es así. Recibir el "ok" de quienes forman parte de una tribu es maravilloso. Eliges bando y sabes que alguien va a defenderte de tus enemigos. La tercera España ni siquiera existe. Muchos de sus supuestos impulsores se llevaban fatal entre sí. Yo me considero más próximo a los postulados de la izquierda y la saña con la que me ataca gente de izquierdas es mucho más intensa (y duele más) que la de gente de derechas. Se considera que es una traición cualquier pensamiento que se salga del redil. Y a la traición se la castiga con más dureza que al enemigo. El problema aquí es que sigamos pensando en términos de bando, de traición.

Me considero más próximo a la izquierda y la saña con la que me ataca gente de izquierdas es mucho más intensa que la de gente de derechas

P. De hecho el otro día por ejemplo un tipo de IU se metía contigo en Twitter por algo algo así como nadar y guardar la ropa, según él.

R. Sí, es que es automático. Twitter ha favorecido mucho el ad hominem, esa red social es lo contrario del debate, lo contrario de la democracia en palabras de Jon Ronson. Dices algo, luego eres tal cosa. Sin más. Nadar y guardar la ropa es una expresión muy divertida viniendo de alguien que milita en un partido político.

P. En tu libro hay un muerto que hiede, un muerto apaleado y para el que incluso parece negada la ‘vida eterna’: la literatura. No es la primera vez que reniegas de ella pero sí parece definitiva.

R. Pero no reniego de la literatura, reniego de la profesión de la literatura.

P. Pero sin profesionales de la literatura, ¿quién va a leer nada?

R. Creo que esos dos hechos están invertidos. Si nadie lee nada, no tiene sentido que te paguen por publicar libros. Piensa en el Nobel a Dylan, con el que por cierto se veía muy bien esto del "conmigo o contra mí" que está haciendo imposible debatir nada. El Nobel a Dylan es, como dijo Olmos en estas páginas, la constatación de que la literatura no ocupa un lugar importante en la sociedad. Pero si decías algo en esa línea, los fans de Dylan interpretaban que te estabas metiendo con su ídolo, que estabas en contra de él. No es mi caso: Dylan me encanta, pero su premio me provoca tristeza, porque viene a constatar que el libro, esa cosa silenciosa, arisca y apacible, necesita efectos especiales para sobrevivir.

Foto: Discos de Bob Dylan. (EFE) Opinión

P. Yo por ejemplo he leído tu libro este fin de semana en el ave, entre tuits, estados de facebook y vídeos varios y entonces llegué a la páginas en la que adivinabas mi falta de atención. Parece que ves en la muerte de la atención malos tiempos para literatura pero potablemente buenos para el periodismo?

R. Sí. En el libro le pregunto al lector cuántas veces ha mirado whatsapp mientras lee para confesarle después que yo lo he hecho un montón mientras escribía. No creo que esto sea bueno para nadie, salvo para los dueños de las redes sociales. La prensa se lee más, la prueba es que yo gano el sueldo como columnista. Pero ni siquiera es bueno para los lectores de prensa. Antes de pensar en lo que has leído, Twitter te dice que leas esto otro, y luego aquello. Si al final del día nos preguntaran cuál es la noticia más importante que hemos leído, no sabríamos qué responder. Y si nos preguntaran al final de la semana, directamente pondríamos la caquita de Whatsapp como respuesta.

P. Mencionabas anteayer en Facebook una frase de una novela de Dolores Redondo, flamante ganadora del Planeta por su, digamos, ‘arriesgada’ sintaxis. La traductora Cristina Macía respondía desde otra esquina de Facebook que los que se metían con Redondo antes siquiera de leer su libro, tampoco es que hubieran demostrado gran cosa en su obra…

R. Lo único que me irrita de los fenómenos best-sellers es que muchos estén tan mal escritos. Mal escrito no significa pobre. Puede hacerse una gran novela, un texto apasionante, sin abandonar el lenguaje telegráfico. El estilo literario puede ser seco, periodístico, austero, o irse por greguerías y por alejandrinos internos, pero tiene que ser estilo. Pero aquí volvemos al "conmigo o contra mí". Dolores Redondo ¿a favor o en contra? Pues mire, ni me va ni me viene, es sólo que mire qué frase más fea hay aquí.

P. Es interesante porque abre por enésima vez la discusión de la crítica literaria. Antaño los críticos/prescriptores literarios, una minoría, no tenían por qué ser, y de hecho no solían ser, escritores. Hoy hay mucho críticos escritores pero ya da igual porque… todos somos críticos.

R. A ver, creo que da todo igual porque la literatura ha sido devorada por la posmodernidad. En las facultades de literatura y filología se sigue escribiendo sobre autores antiguos. Al crítico serio se le expulsa del medio porque aburre, tiene que ser un troll, tiene que divertir al personal. El crítico funciona en las redes sociales, pero la crítica literaria no sale de ahí, poca gente va después a comprar un libro independientemente de lo que haya visto en internet. No existe un canon. Todo es opinable. Se valora una novela cuantitativamente y no cualitativamente. Una novela que le guste a Gabilondo es una novela buena. Si le gusta a Dragó, seguramente no sea tan buena. Hay editoriales comerciales que preguntan cuántos seguidores tiene en Twitter el autor antes de contratarlo. En este momento, la crítica literaria está totalmente sometida al sistema de internet. Los auténticos lectores se recluyen en clubs de lectura o se fían de su librero. La literatura es totalmente marginal.

Hay editoriales que preguntan cuántos seguidores tiene en Twitter el autor antes de contratarlo. La literatura es totalmente marginal

P. Se suele decir que en Facebook tienes que soportar todo el santo día a aquellos tipos de la barra del bar que antaño sólo escuchabas un rato y convenientemente ebrio. Hay que decir que en ese sentido eres perfectamente consecuente. Rechazas virulentamente el fantasma de la censura que recorre las redes y aceptas absolutamente a todo el mundo en tu muro. Resultado: parece que has metido el bar en tu casa.

R. Paradójicamente, aprendo un montón de la gente que discute conmigo en mi Facebook, que está abierto a todo el mundo, incluso a los que se pasan para insultarme. Hay mucho ruido, se dicen muchas tonterías, la gente se enfada, pero si al final del día he cambiado de opinión respecto a algo sobre lo que estaba muy convencido considero que me ha hecho mucho bien

P. Pero confiesa, ¿lo haces por principios o porque sabes que en realidad los gritos, los insultos y esos tipos que escriben claramente desde el manicomio, nos ponen cachondos?

R. El único principio sobre el que estoy seguro ahora mismo es que todo el mundo tiene derecho a decir lo que le dé la gana. Incluso Donald Trump.

P. Lo hace, lo hace.

R. Y gracias a que lo hace los electores pueden saber con qué clase de tipo se juegan los cuartos. Es una bendición que Trump haya decidido no ser políticamente correcto. Un tipo como Trump, aludiendo a los negros como afroamericanos y declarando su respeto por las mujeres, es el doble de peligroso. Y hay muchos así.

Es una bendición que Trump haya decidido no ser políticamente correcto. Si fuese respetuoso con las mujeres sería el doble de peligroso

P. Una última cosa, en tu andanada a favor del humor cruel al final del libro haces un recuento de damnificados potenciales: judíos, negros, mujeres más o menos feminazis, paralíticos, catalanes, calvos... Y concluyes que los únicos seis o siete personas del país que no entran en ninguna de estas categorías son los tíos más aburridos y anodinos de España…

R. Vamos a ver: soy de Murcia y vivo en Cataluña. Yo sé lo que significa que hagan bromas sobre lo que podría considerarse mi "colectivo". Pero vuelvo al individualismo radical: a mí la broma que haga un catalán sobre un murciano no me ofende. Todos los colectivos tienen elementos risibles y otros elementos de dignidad. La broma sobre un colectivo sólo alude a un elemento superficial de los individuos, a un detalle. ¿Eres más mujer, negro, gay, calvo, gordo que individuo? Hay colectivos que sufren, otros que dominan. El mundo es injusto y hay cosas por las que luchar. Pero todos somo personas con un cerebro dentro de la cabeza que no pertenece a nadie más. Si uno se identifica completamente con el colectivo que le ha tocado en suertes, está despreciando su individualidad. Esto que digo es otra consecuencia de no estar cómodo en ningún bando. Si un murciano declara que un chiste de El Mundo Today ha ofendido a todos los murcianos, yo saldré inmediatamente a decir que a mí no.

P. Bueno creo que ya está… ¡ah, espera, se me olvidaba!

R. Dime.

P. Cataluña.

R. ¿Cómo?

P. Parece que hoy en día si entrevistas a alguien que sea de, o viva en, Cataluña por los motivos que sean y no le preguntas por el 'Procés', etc, salta una alarma.

R. Jajá.

P. Tú ríete.

R. Córtame la risa con una pregunta.

P. Buffff, está bien, ¿el 'Procés' ha acabado por aburrir a sus propios impulsores?

R. Hay hartazgo en todas partes, creo que más fuera de Cataluña que dentro, donde percibo más bien decepción por las promesas incumplidas, pero si el PP sigue encerrado en Numancia, es decir, alimentando el interés de los políticos independentistas, tendremos revival muy pronto. Cataluña me ha enseñado que hay un independentismo nacionalista y otro político, aunque a veces se confundan. Yo pensaba que todos los independentistas eran iguales, así los vende la prensa nacional, pero aquí, en los últimos años, he descubierto que hay mucho independentismo que no es antiespañol. Es otro de los terrenos grises sobre los que escribo en el libro.

P. Muy bien, Juan, ya está. Gracias y que vendas 'hondonadas' de libros.

R. A ver si la 'hondonada' es más de tres ejemplares, ¡pero qué más da!

Vive rápido, no mueras con la misma idea con la que viniste al mundo y deja una hermosa columna. Juan Soto Ivars (Aguilas, 1985) fue un adolescente murciano cuajado de granos que quería ser escritor y que, de hecho, llegó a arrojar a la posteridad un par de novelas sin una gran respuesta por su parte. Ahora está encantado de ser periodista pero no por ello ha dejado de escribir libros. El último es un producto extraño y sospechoso, uno de esos volúmenes a los que echas mano en la librería mientras te preguntas si te están tomando el pelo. ¿Pero qué se cree este tío que quiere contarme su vida con sólo 30 tacos y, de regalo, arrancar de un manotazo las raíces endémicas de nuestro odio fratricida? Porque el libro se titula 'Un abuelo rojo y un abuelo facha: manifiesto contra el mito de las dos Españas' Círculo de Tiza, 2016).

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