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Historia oculta del desplome de Calatrava
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LUCES Y SOMBRAS DEL arquitecto estrella

Historia oculta del desplome de Calatrava

Llátzer Moix analiza las claves de su libro sobre la caída en desgracia del exartista favorito de las administraciones públicas españolas

Foto: Calatrava, visitando una de sus obras en 2008. (EFE)
Calatrava, visitando una de sus obras en 2008. (EFE)

El universo de Santiago Calatrava es tan exagerado —obras faraónicas, presupuestos multimillonarios— que a veces no es sencillo de entender. Del mismo modo que nos escandaliza más que alguien se compre un metrobús con la tarjeta 'black' que un rescate bancario de 50.000 millones, al 'calatravismo' hay que bajarlo de escala para comprender mejor su significado profundo. Por eso resultan tan reveladores tres testimonios de andar por casa recogidos en 'Queríamos un Calatrava', notable ensayo de Llàtzer Moix (Sabadell, 1955) sobre la relación bipolar entre Calatrava y las administraciones públicas españolas: del amor al repudio.

Foto: Calatrava Opinión

El valor del libro de Moix, de hecho, se sostiene sobre los testimonios de aquellos que han trabajado a pie de obra con Calatrava las últimas décadas. Moix habla con arquitectos, ingenieros y políticos para contar lo que nadie había contado hasta ahora con tanto detalle: la agitada trastienda de los trabajos del arquitecto valenciano.

1. El muro

El primer testimonio es el del arquitecto Josep Acebillo, ex alto cargo del urbanismo barcelonés, que en 1984 encargó a Calatrava una de sus primeras obras con repercusión internacional: el puente de Bac de Roda (Barcelona).

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“Ya advertí entonces que la arquitectura de Calatrava tenía gran fuerza icónica. Y también que podía causar problemas no relativos a la estabilidad del puente, sino a su coste final. Con aquel primer diseño, Calatrava me descubrió alguno de sus rasgos más preocupantes. Lo suyo no cuadra con el 'menos es más' propugnado por Mies van der Rohe. Le gusta moverse en un régimen de abundancia, que organiza él sin dar mucha opción al cliente. Voy a intentar explicarlo con una imagen doméstica. Si ahora le invitásemos a almorzar a casa, es muy posible que echara un vistazo a este comedor y nos dijera: 'Deberíamos mover la mesa, cambiarla de posición y ponerla donde está la pared; así nos sentiríamos más cómodos'. 'Seguro que sí', le responderíamos, 'pero para eso habría que desplazar la pared'. 'Pues se tira', replicaría Calatrava. 'No podemos, es de carga', contraatacaríamos. '¿Cómo que no? Yo te hago, gratis, un proyecto para tirar el muro, aunque sea de carga', respondería él. Y si le hiciéramos caso, lo más probable sería que, al final, para realizar el proyecto hubiera que comprarle medio piso al vecino, con lo que la operación no saldría ni gratis ni barata”, explica Acebillo en el libro.

Y en efecto, las administraciones españolas hicieron caso a Calatrava, tiraron todos los muros pedidos por el arquitecto y el asunto no salió ni gratis ni barato. ¿Qué ocurrió entonces para que un buen día pidiéramos a Calatrava que dejara de tirar muros sin ton ni son? ¿Cómo pasamos de la barra libre al repudio? "Lo que ha pasado es un cambio en la coyuntura económica: de las vacas gordas a las vacas flacas, de una época en la que los políticos consideraban que este tipo de obras llamativas eran un talismán para su ciudad o su comunidad, a otra en la que la escasez de recursos para la inversión pública es notoria. Por otro lado, los clientes públicos han ido siendo conscientes de los efectos secundarios reiterativos en los trabajos de Calatrava —por ejemplo, los desvíos presupuestarios—, que han acabado por desincentivar su contratación", cuenta Moix a este periódico.

2. La amenaza

El segundo testimonio es el de Rafael Fernández Sánchez, director general de carreteras del Ministerio de Obras Públicas (actual Fomento) entre 1989 y 1991. Calatrava construyó el puente del Alamillo en Sevilla de cara a la Expo 92, pero su proyecto original incluía la construcción de dos puentes, idea abortada por el ministerio. Habla Fernández Sánchez:

"Calatrava fue en general muy amable conmigo, seductor incluso, especialmente en las primeras charlas. Luego la cosa se torció un poquito. Un día circulábamos en coche por Sevilla. Empezaba a estar ya bastante claro que Calatrava solo haría un puente, no dos. Entonces me vino a decir que si, en lugar de su segunda pieza, construíamos un adefesio, los medios de comunicación se nos iban a echar encima. Y a continuación adoptó un tono que no me pareció de recibo. 'Mi mujer maneja muy bien la prensa', me dijo. 'Si no hacemos también ese puente, se va a enfadar mucho y montará tal escandalera en los periódicos que usted se va a arrepentir de su decisión…'. Bueno, yo quizá también estuve un poco desagradable. A Calatrava no le contesté nada. Pero al chófer del ministerio que nos llevaba le dije lo siguiente: '¡Orencio, por favor, pare usted que el señor Calatrava ya se baja'. Así es, en mi recuerdo, cómo Calatrava se apeó del coche y, de paso, de la parte del proyecto auspiciada por el ministerio".

Los clientes públicos del arquitecto no han sido capaces de ejercer un control más estricto sobre unas obras que a menudo se han salido de madre

Ocurre que la actitud firme del alto cargo Fernández Sánchez ha sido la excepción que confirma la regla. En su momento de máximo esplendor, Calatrava trataba directamente con los presidentes autonómicos (véase Francisco Camps en Valencia) cuando las cosas no estaban a su gusto; es decir, que no era fácil pararle los pies.

Criticar a Calatrava —rasgarnos las vestiduras por los sobrecostes de unas obras de dudosa utilidad pública— es ahora 'mainstream'. Ahora bien: ¿está pagando Calatrava todos los platos rotos de una era de euforia económica y derroche? ¿Qué responsabilidad tienen los gestores públicos que le dieron un cheque en blanco? "Aquí se han juntado dos agentes imprescindibles para que pasara lo que pasara: arquitecto y cliente. Uno porque diseñaba obras sofisticadas ajenas a cualquier estándar constructivo, y por tanto más onerosas. Y el otro, el cliente, porque no era capaz de ejercer un control más estricto sobre unas obras que a menudo se han salido de madre", razona Moix.


Foto: Ágora en la Ciudad de las Ciencias de Valencia (Foto: Diego Delso / Poco a poco / CC)

3. El asiento ciego

El tercer testimonio es el de un colaborador de Calatrava durante la construcción de la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia. “Mientras proyectábamos el Palacio de las Artes, le reiteramos una y otra vez que el diseño de la sala cegaba muchas localidades, las dejaba sin visibilidad sobre el escenario. Los miembros de su equipo intentábamos resolver este tipo de problemas. Pero la opinión que prevalecía era la suya. Y lo que opinó Calatrava entonces fue: 'También en la Scala de Milán hay butacas sin vista, y eso no importa porque la gente va a escuchar y a aprender, antes que a ver'. Un compañero se atrevió a dibujar una solución alternativa, con líneas quebradas en los antepechos de los distintos pisos, para reducir el número de butacas ciegas. Al verla, Santiago se puso furioso. 'Despedid al que ha propuesto eso', ordenó. Sin embargo, cuando se inauguró el teatro y hubo una reacción popular muy negativa ante esas localidades ciegas, no quedó más remedio que eliminarlas”.

Cuando te diriges al 'star system' de la arquitectura ya conoces las consecuencias sobre tu cartera

Anécdota que da una imagen de un creador cuyos caprichos artísticos le acercan más a una estrella del rock que a un arquitecto al uso. ¿Qué factor ha jugado el ego en toda esta historia? “La comparación con las estrellas del rock no es errónea, porque a esta constelación de arquitectos de fama internacional se la ha conocido como el 'star system'. Todos ellos son proveedores de formas singulares, sinónimos de distinción y singularidad, como un Cartier o un Tiffany si hablamos de joyería. Cuando te diriges a ellos, ya conoces las consecuencias sobre tu cartera. Ser perseguido por los clientes tiene que alimentar tu ego inevitablemente, algo no exclusivo de Calatrava”, observa Moix.

Si hablamos de egos, es inevitable referirse a la histórica competencia/competición entre Santiago Calatrava y Norman Foster, como si por debajo del proceso técnico de la arquitectura operara una trama de envidias y debilidades humanas, cual duelo de divos de la ópera.

"Me extrañaría que Calatrava volviera a construir en España con la holgura de antaño"

"Estar encumbrado puede dotarte de un ego poderoso, sí, pero cuando se compite en primera división de la arquitectura internacional las facturas son importantes. Los grandes despachos emplean a decenas o cientos de trabajadores. Cuando un despacho pierde un concurso, la decisión no suele caer bien, no es una buena noticia a nivel económico, y puede que tampoco lo sea a nivel de ego para el director del despacho. Si encima se da la circunstancia de que los despachos de Calatrava y Foster compiten por las mismas obras, como el Reichstag berlinés, la rivalidad se asienta y da lugar a reacciones como la de Calatrava tras perder dicho concurso: durante un tiempo estuvo quejándose en público y calificando a su rival de un modo que quizá no sea ajustado a la realidad. Dicho esto: es un hecho que el proyecto desechado de Calatrava para el Reichstag se parecía mucho al que finalmente realizó Foster. ¿Quiere esto decir que Foster simple y llanamente le copió? No lo creo. Quizás en una segunda fase del concurso el jurado orientó a Foster hacia esa configuración del proyecto. Lo otro es como pretender que Calatrava se había inventado la cúpula, un recurso arquitectónico inventado hace ya unos siglos", explica Moix.

La pregunta del millón es ahora la siguiente. ¿Volverá España a tener otro brusco cambio de humor para caer rendida de nuevo a los encantos de Calatrava y la arquitectura estrella? "Me extrañaría que volviera a construir aquí con la holgura de antaño, visto que la situación económica es la que es. Hemos descubierto tanto los límites presupuestarios como los utilitarios de la arquitectura estrella. La idea, por ejemplo, de que hacía falta un museo de arte contemporáneo casi en cada provincia. Son creencias que entraron en crisis con la crisis económica y siguen en crisis", zanja Moix.

El universo de Santiago Calatrava es tan exagerado —obras faraónicas, presupuestos multimillonarios— que a veces no es sencillo de entender. Del mismo modo que nos escandaliza más que alguien se compre un metrobús con la tarjeta 'black' que un rescate bancario de 50.000 millones, al 'calatravismo' hay que bajarlo de escala para comprender mejor su significado profundo. Por eso resultan tan reveladores tres testimonios de andar por casa recogidos en 'Queríamos un Calatrava', notable ensayo de Llàtzer Moix (Sabadell, 1955) sobre la relación bipolar entre Calatrava y las administraciones públicas españolas: del amor al repudio.