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Renoir más allá del impresionismo, las cinco caras del rey de los sentidos
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del 18 de octubre al 22 de enero

Renoir más allá del impresionismo, las cinco caras del rey de los sentidos

El Museo Thyssen vuelve al impresionismo con una retrospectiva de Renoir que se detiene en facetas menos conocidas del pintor como sus retratos o sus voluptuosos desnudos

"Me gustan los cuadros que me dan ganas de pasearme por ellos, cuando es un paisaje, o bien de pasar la mano sobre un pecho o una espalda, si es una figura de mujer", aseguró Auguste Renoir. Si el impresionismo siempre ha sido definido como un espectáculo visual, Renoir fue más allá y convirtió el placer visual en un placer completamente sensorial. El hedonismo y la celebración de los sentidos, junto a una empatía que envolvía a sus personajes y que mete al espectador en sus obras, es el argumento de 'Renoir. Intimidad', la exposición que el Museo Thyssen de Madrid (del 18 de octubre al 22 de enero) dedica al pintor francés para, a través de 78 cuadros, mostrar las facetas más desconocidas del padre del impresionismo.

Renoir, dice Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la exposición, es "el impresionista más desconocido e incomprendido". "Aparte de cuatro o cinco cuadros icónicos, es un pintor que no ha terminado de llegar al público. Es el más difícil de los impresionistas" al contrario de la opinión generalizada que señala al impresionismo como un arte puramente contemplativo, idílico e incluso dulcificado y, sobre todo, fácil de ver y comprender. El Thyssen vuelve con otra exposición dedicada al género que más éxito le ha reportado (y no será la última, según advierte su director), pero esta vez se detiene en un pintor complejo y que, a pesar de ser uno de los fundadores del impresionismo, se alejó de él en esa celebración sensorial y de la alegría de vivir que quería que dominaran sus cuadros.

Esa felicidad perpetua en sus obras, siempre presente a pesar de sus estrecheces económicas o su dolorosa artritis reumatoide, es una constante en la producción Renoir. Algo que le ha valido la etiqueta de edulcorado y que, añade Solana, "le ha costado que dijeran que era conformista o poco crítico, pero como él decía la pintura de la felicidad tiene poco prestigio. La pintura trágica tiene más prestigio, al menos intelectual. Y ahora más que nunca. Tendemos a celebrar la pintura trágica como la más heroica. Por eso la pintura gozosa no es tan popular, pero puede haber más heroísmo en mantener ese espíritu celebratorio y ese himno a la vida, considerando que Renoir no siempre lo pasó bien". No es extraño, agrega, que el pintor desdeñara a los intelectuales al considerar que "no les funcionaban los sentidos" y rindiera todo al gusto estético y sensorial.

Por eso, esta exposición va más allá de sus iconos impresionistas -que también están- y descubre las otras caras de un poliedro hedonista como era este pintor obsesionado con la figura -Zola aseguró que "Renoir es un pintor especializado en la figura humana. Podríamos decir que es un Rubens iluminado por la brillante luz de Velázquez"-, con la comunicación sensorial de sus cuadros y una cercanía muy sensual que invita casi al espectador a sentarse en la mesa tras ese bucólico almuerzo impresionista. "Si hay un personaje al que pueda aplicársele el término intimidad, es sin duda mi padre. Las relaciones humanas no valen nada hasta que se llega al punto en que caen los muros que se levantan entre las personas", declaró su hijo, el cineasta Jean Renoir.

Renoir, el impresionista

'La Moulin de la Galette' es probablemente uno de los cuadros más icónicos del impresionismo. Y el 'cuadro histórico' de Renoir, pero sobre todo es la obra en la que declara la distancia de su mentor, Monet. El Thyssen exhibe un estudio de este lienzo (el original está en la exposición que también se puede ver ahora en la Fundación Mapfre en Barcelona, dedicada a Renoir y las mujeres) junto a otras obras tan conocidas como 'El paseo', 'Después del almuerzo', 'Baños en el Sena' o 'Mujer con sombrilla en un jardín'. Aquí está el Renoir más conocido: el pintor que entre 1869 y 1880 da forma a esa oda al placer estético y al placer de pintar que son sus composiciones impresionistas. Y lo hace, como quiere dejar patente esta exposición, a través de unas figuras que se tocan, cercanas y presentes que viven el idilio pequeño burgués en pleno disfrute de sus días de fiesta y su vida alegre y despreocupada.

Renoir, el retratista

Sin dejar de lado del todo su estilo impresionista, Renoir comienza a mirar a la tradición clásica y se convierte en un reputado retratista por encargo. Fue en esta faceta con la que alcanzó el reconocimiento social y, sobre todo, económico tras estar en la ruina más absoluta. No vendía apenas y esos retratos, sobre todo de mujeres y niños, le convierten a partir de 1870 y durante la siguiente década en uno de los retratistas más reputados y solicitados de la sociedad parisina. Además, gracias a esta nueva faceta no solo alivia su delicada situación económica sino que puede centrarse en otros proyectos personales, como fue 'El almuerzo de los remeros', que describió como "ese maldito cuadro, el último tan grande que voy a pintar en mi vida".

La sensualidad, la cercanía y, especialmente, esa visión del observador presente e implicado con sus retratados marcan una producción tan variada como esta Madonna moderna que es 'La Sra. Thyrneyssen y su hija' (arriba), la serie dedicada a la familia Durand-Ruel o los retratos de las señoras de Bonnières, Berthier o Paulin.

Renoir, en la intimidad

Esa intimidad del 'voyeur' que no es un simple observador es la que también imprime Renoir a sus pinturas de la vida cotidiana. Escenas familiares y domésticas, interiores y placeres mundanos que van desde mujeres leyendo, cosiendo o peinándose hasta los cuadros de sus hijos o su mujer Aline amamantando a Pierre en una especie de diario de la intimidad de su familia en el que aparece su hijo Coco toma sopa, Jean retratado como cazador... Renoir dedicó más de dos décadas a estas escenas hogareñas en las que sigue trazando sus lienzos con ese estilo suave y ligero que envuelve a su familia y a las jóvenes de clase media-alta en plena contemplación de la vida, pero paralelamente comenzará a adentrarse en sus desconocidos y celebrados desnudos tardíos.

Renoir, el paisajista

El paisaje siempre fue un interludio en al carrera de Renoir. Era el género al que siempre volvía, entre encargo y encargo, por placer. La exposición incluye desde vistas de la costa de Normandía hasta la Provenza. Es en esta sección donde más puntos en común se pueden apreciar entre la obra de Renoir y sus colegas impresionistas. Tanto que comparten motivos como 'La montaña de Sainte-Victoire' que también inmortalizó Cezanne o los paisajes de Salerno.

Renoir y los desnudos

"La supresión del desnudo es la afirmación inconsciente de un acuerdo involuntario entre todos los artistas modernos. Y mientras el viejo Renoir, el más grande pintor de nuestra época y uno de los más grandes de todos los tiempos, dedica sus últimos días a pintar desnudos admirables y voluptuosos que provocarán admiración en el futuro". Apollinaire describe de este modo la vuelta de Renoir al canon clásico y las líneas renacentistas a través de sus desnudos, una de las facetas más desconocidas de su obra. Tiziano, Rubens o Ingres, pero también Rafael y Miguel Ángel, están en estos desnudos de bañistas que pintó en sus últimos años antes de morir. Si Renoir siempre se ha visto como un pintor edulcorado y fácil, aquí se aleja de los pasteles y los rosados, rebosa sensualidad y demuestra el dominio de la forma y la composición con la que quería reconciliarse con la tradición y medirse a los grandes maestros.

"No creo que pueda mejorar estas últimas obras, tan clamas, tan serenas, tan maduras", añadía Apollinaire. No fue el único que se rindió a sus desnudos. Matisse dijo que sus 'Bañistas' es "uno de los cuadros más hermosos que se han pintado nunca", Maillol que sus desnudos eran "escultura" y Picasso fue otro de sus grandes admiradores. En sus últimos años le compró siete cuadros, entre ellos dos desnudos -'Retrato de una modelo' (1916) y 'Bañista sentada en un paisaje, llamada Eurídice' (1895-1900)- atraído por esas formas contundentes, curvilíneas y rotundas que recuerdan a las venus de Rubens y Tiziano, esas de las que Renoir decía que le daban ganas de acariciarlas.

"Me gustan los cuadros que me dan ganas de pasearme por ellos, cuando es un paisaje, o bien de pasar la mano sobre un pecho o una espalda, si es una figura de mujer", aseguró Auguste Renoir. Si el impresionismo siempre ha sido definido como un espectáculo visual, Renoir fue más allá y convirtió el placer visual en un placer completamente sensorial. El hedonismo y la celebración de los sentidos, junto a una empatía que envolvía a sus personajes y que mete al espectador en sus obras, es el argumento de 'Renoir. Intimidad', la exposición que el Museo Thyssen de Madrid (del 18 de octubre al 22 de enero) dedica al pintor francés para, a través de 78 cuadros, mostrar las facetas más desconocidas del padre del impresionismo.

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