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'Un monstruo viene a verme': exhibicionismo sentimental
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'Un monstruo viene a verme': exhibicionismo sentimental

Juan Antonio Bayona adapta la novela homónima de Patrick Ness, a su vez inspirada en una idea original de Siobhan Dowd

Foto: Fotograma de 'Un monstruo viene a verme'.
Fotograma de 'Un monstruo viene a verme'.

Estaremos de acuerdo en que llorar no tiene nada de malo, pero estémoslo también en que se trata de una de esas actividades que mejor llevar a cabo en la intimidad. Hacerlo de cara al público no solo resulta estéticamente feo —los ojos ensangrentados, la cara hinchada, la nariz moqueante—, también es una forma coercitiva de apelar a la empatía del prójimo, impúdico exhibicionismo sentimental y, en suma, pura falta de modestia.

A estas alturas, tras su paso por los festivales de Toronto y San Sebastián, 'Un monstruo viene a verme' ya es conocida como la película que hace llorar. Y con todo motivo, además. El arriba firmante estuvo presente en una de esas presentaciones y puede dar fe de que allí lloró todo Cristo. Y al salir de la sala los espectadores, lejos de secarse las lágrimas, se las enseñaban entre sí como quien enseña las diapositivas de las vacaciones y, peor aún, alardeaban de ellas como quien saca músculo o quien marca paquete, para demostrarle al de al lado y hasta al mundo entero —más de un fulano se hizo un selfi entre gimoteos y lo colgó en Twitter— qué plena había sido su experiencia de la película. Más sobre el tema en próximos párrafos.

Tráiler de 'Un monstruo viene a verme'

'Un monstruo viene a verme' adapta la novela homónima de Patrick Ness, a su vez inspirada en una idea original de Siobhan Dowd -la escritora ya estaba enferma de cáncer cuando la tuvo, y falleció antes de poder desarrollarla-. Cuenta la historia de un niño, Connor (Lewis MacDougall), atrapado en el momento más difícil de su vida. Su madre se apaga día a día por culpa de un cáncer terminal, su padre tiene una nueva vida en la que él no parece estar incluido y en el colegio es víctima de 'bullying'. Y su abuela, con quien se ve obligado a pasar cada vez más tiempo, no parece tenerle especial simpatía.

El árbol es una masa descomunal de raíces y ramas que resultaría increíblemente amenazante de no ser porque sus intenciones son obvias desde el principio

Para lidiar con tanta desgracia, el chaval se refugia en sus dibujos. Una noche esboza sobre el papel un magnífico árbol que cobra vida y, unos instantes más tarde, del patio trasero emerge una masa descomunal de raíces y ramas que resultaría increíblemente amenazante de no ser porque sus intenciones son obvias desde el principio: ayudar al niño a superar la pérdida. Que el bicho es un símbolo del coraje que todos llevamos dentro no habría quedado más claro ni si el director J. A. Bayona hubiera escrito la palabra 'metáfora' en la corteza con una navaja.

El monstruo insiste en contarle al muchacho historias sobre reyes y brujas y princesas que aparecen plasmadas en pantalla en forma de sucesivos segmentos de -deslumbrante- animación. Por si la moraleja de esos cuentos -la vida es complicada, o algo así- no quedara suficientemente clara con los dibujos, después de contar cada uno de ellos el árbol mira al niño y le dice: "La vida es complicada". O algo así.

Es una mezcla de fantasía infantil y melodrama con ínfulas o, en otras palabras, el tipo de historia que Guillermo del Toro contaría si de repente le entraran las prisas por ganar un Oscar

Así pues, 'Un monstruo viene a verme' es una mezcla de fantasía infantil y melodrama con ínfulas o, en otras palabras, el tipo de historia que Guillermo del Toro contaría si de repente le entraran las prisas por ganar un Oscar. La referencia al mexicano es pertinente no solo porque Bayona ha sido comparado con él desde que dirigió 'El orfanato' (2007), sino también porque la nueva película conecta con 'El laberinto del fauno' (2006), en tanto que ambas reflexionan sobre cómo la ficción puede ayudarnos a aliviar el sufrimiento. La diferencia es que mientras que la protagonista de aquella vivía una auténtica aventura, el de esta se dedica a hacer terapia con un árbol.

El exceso de conversación en realidad no sería especialmente problemático si lo que se habla, las historias que el monstruo cuenta, estuviera integrado de forma orgánica en el drama real del niño. En cambio, las secuencias de animación no generan emoción alguna porque son del todo superfluas: la tragedia familiar no las necesita. En lugar de funcionar a modo de complemento, se convierten en un estorbo, en el intento fallido de dotar de complejidad un relato que, en el fondo, resulta flagrantemente obvio.

La falta de misericordia de Bayona a la hora de manipular nuestros sentimientos no sorprenderá a nadie que ya fuera testigo de ella en 'Lo imposible'

La sutileza y la sofisticación narrativas, después de todo, nunca han sido el fuerte de Bayona. Su fuerte, decíamos, es pisotearnos el corazón sin miramientos. 'Un monstruo viene a verme' no es sino la historia de un niño triste cuya adorable madre sucumbe de forma lenta e inexorable al cáncer. Cada una de sus escenas nos ahoga en las profundidades de la desesperación. La falta de misericordia de Bayona a la hora de manipular nuestros sentimientos no sorprenderá a nadie que ya fuera testigo de ella en 'Lo imposible' (2012), pero eso no hace que su eficacia resulte menos notoria.

Aunque la habilidad de Bayona es particularmente destacable -admirable, incluso- en otro sentido. Las lágrimas que 'Un monstruo viene a verme' provoca son reacciones pavlovianas derivadas de contemplar una situación de tristeza universalmente reconocible: lloramos al ver que una madre se despide para siempre de su hijo del mismo modo que bostezamos al ver bostezar, es automático.

Y Bayona se las arregla para que confundamos eso con una verdadera conexión emocional, e incluso para que algunos estén tan encantados de caer en el engaño que se dediquen a exhibir sus lágrimas y hasta a tuitearlas. Solo los grandes -los grandes tramposos, en concreto- son capaces de algo así.

Foto: Fotograma de 'La fiesta de las salchichas'.
Foto: Fotograma de 'Historia de una pasión'.

Estaremos de acuerdo en que llorar no tiene nada de malo, pero estémoslo también en que se trata de una de esas actividades que mejor llevar a cabo en la intimidad. Hacerlo de cara al público no solo resulta estéticamente feo —los ojos ensangrentados, la cara hinchada, la nariz moqueante—, también es una forma coercitiva de apelar a la empatía del prójimo, impúdico exhibicionismo sentimental y, en suma, pura falta de modestia.

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