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Broodthaers, el hombre que tocó los 'huevos' a los museos
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hasta el 9 de enero

Broodthaers, el hombre que tocó los 'huevos' a los museos

El Museo Reina Sofía acoge una singular retrospectiva sobre el artista belga, con más de 300 piezas, que disparó contra la mercantilización del arte

Foto: Retrospectiva de Marcel Broodthaers (Efe)
Retrospectiva de Marcel Broodthaers (Efe)

“Yo también me he preguntado si no podría vender algo y triunfar en la vida. Hace ya un tiempo que nada se me da bien. Tengo 40 años... / Finalmente se me pasó por la cabeza la idea de inventar algo insincero y me puse manos a la obra. Al cabo de tres meses, mostré el resultado a Ph. Édouard Toussaint, propietario de la Galerie Saint-Laurent./ Pero si es arte dijo, y lo expondré todo encantado./ De acuerdo, le contesté. Si vendo algo se quedará con el 30%. Por lo visto son las condiciones normales. Algunas galerías se llevan hasta el 75%. ¿Y qué es todo esto? En realidad, objetos”.

Este texto introdujo la primera exposición de Marcel Broodthaers en 1964. Hasta entonces había sido (sin éxito) poeta, pero ese año decidió que ya se había dedicado suficiente a la poesía y que ahora iba a ser artista. O más bien que iba a vender 'arte'. Pero en realidad nunca pudo ni quiso dejar la poesía. El artista belga es una de las figuras más importantes del arte de la segunda mitad del siglo XX y, como le denomina Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía y cocomisario de la retrospectiva que desde hoy y hasta el 9 de enero recorre su obra tras pasar por el MoMA de Nueva York, un “artista de artistas”.

Broodthaers cogió 50 cuadernitos con su poesía y los incrustó en yeso junto a dos cáscaras de huevo. Así empezó su carrera de artista total, que abrazó la pintura, la escultura, el cine, la fotografía y uno de los impulsores del arte performativo. Se convirtió en un artista osado y contestatario, con un poso siempre irónico y pesimista, que cuestionaba la relación del arte y el comercio. Porque, en el fondo, como dejó escrito en esa introducción, sus obras en realidad solo eran objetos. Y a través de ellos: huevos, conchas de mejillones (molusco símbolo de su país y que en francés, 'moule', significa tanto mejillón como molde), ladrillos o carbón, pero también armarios, ollas o sillas, convirtió lo común en obra y transacción y llevó la crítica más allá.

Objeto y lenguaje fundidos y convertidos en dardos artísticos contra ese irónico mundo del mercado del arte que avanzaba hacia la sociedad del espectáculo y que él cuestionaba con la paradoja de criticar las instituciones museísticas desde los museos. En esa primera exposición, a sus libros se unieron unos huevos negros sobre un ejemplar de 'Le Soir' con una noticia de la guerra del Congo que cuestionaba el pasado colonial de su país y una tercera pieza en la que mostraba la portada de un panfleto anti 'pop art' atornillado a un trozo de madera. Arte, política y economía. Un tridente hecho de materiales comunes que escupía el fracaso -de su país, el arte y del propio artista-. "Dudo que sea posible dar una definición seria de arte, a menos que examinemos la cuestión en términos de una constante, la de la transformación del arte en mercancía", dijo Broodthaers poco antes de su muerte prematura.

Es imposible encasillar a Broodthaers. Aunque no se le puede considerar un artista conceptual, es el lugar donde mejor se le enclava a pesar de ser tremendamente crítico con ellos. Pero también lo fue con los minimalistas, con el 'pop art' y con el nuevo realismo, corrientes que entendía como meros receptáculos para el convencionalismo de la vanguardia y que eran absorbidas con facilidad por el mercado del arte. Pero, por encima de todo, Broodthaers fue y será siempre poeta. La palabra de sus poemarios metida en yeso, la palabra proyectada en sus obras cinematográficas, la palabra que se cuestiona el propio arte... porque el belga continuamente se está cuestionando. "Su obra se va reinventando continuamente. Es la propia obra la que nos da las claves para entenderle", asegura Borja-Villel. "Creó un tipo de obra que está 'in between', en los intersticios".

Influido por Magritte y el surrealismo, Broodthaers decide otorgar una nueva vida a los objetos que rondan por su casa. Esos huevos "que son El Bosco, Brueghel y la pintura al huevo" sobre una banqueta o en un enorme lienzo ('Cuadro y taburete con huevos', 1966) o dos fémures de hombre y mujer que cubre con pintura con la bandera belga y francesa para reunir a la muerte, el arte y la política. Arte frágil, táctil, orgánico y profundamente crítico. Con esas cáscaras de huevos empezó a cuestionar la idea del museo como espacio neutro, como institución que acoge el arte, para convertirlo en una ficción itinerante y en la diana de sus críticas. Y así fue como, cuatro años después de decidir ser poeta, decidió ser director de museo y creó su antimuseo.

El 'Musée d'Art Moderne. Départame des Aigles' señalaba a ese mundo que se estaba rindiendo al mercado y en el que el éxito se medía en dinero. Una declaración de amor y odio a esas instituciones museísticas de las que se aprovechaba para atornillar, desde dentro, la tapa de su reluciente ataud. Ese museo-ficción de Broodthaers se articuló en torno a 12 exposiciones temporales, entre 1968 y 1972, para las que creó departamentos de publicidad, embalaje, prensa, letreros y hasta una (obviamente) quebrada área financiera. Además de ser las creaciones más celebradas por sus contemporáneos, su 'Museo de Arte Moderno' sirvió para redefinir su papel como artista y convertirle en un comisario que abordaba el estatus del arte en la sociedad. "Más que un estratega, es alguien que conoce cuál es el papel del artista", resume Borja-Villel.

Al mismo tiempo, Broodthaers puso los cimientos de lo que después serían sus 'décors' o decorados, precedente de lo que hoy conocemos como instalaciones (un término que, por cierto, él odiaba). Entre todas, destacan 'Un jardin d'hiver' (1974) y 'Décor: A Conquest by Marcel Broodthaers' (1975), una playa dolorosa y acomodadamente bélica. A través de estos dos decorados la política entra de una forma más beligerante en su arte. Contrapone la relación de la guerra con el confort burgués: el espectáculo de la guerra, con enormes bayonetas y carros, frente al espectador del siglo XIX y la banalidad del ocio (representado por una mesa con sombrillas y un puzzle) frente al conflicto armado (presente en decenas de pistolas y metralletas) del XX.

A pocos metros, entre las 300 piezas que alberga esta exposición que amplía la de Nueva York y la próxima primavera viajará a Düsseldorf, se puede ver la 'Salle blancha' ('Sala Blanca', 1975), su última obra hecha en vida en la que reconstruye su casa de Bruselas, donde creo por primera vez su museo ficticio. "Es una perfecta planta baja pequeño burguesa donde las palabras flotan", dijo. Porque, como decíamos, Broodthaers durante sus escasos 12 años de carrera como artista visual fue siempre palabra. Palabras que al principio se inyectan en yeso y después flotan en esa casa blanca, sobre lienzos imprimados en las impresionantes 'Peintures littéraires' (1972), salen de La Fontaine, Wilde o Mallarmé o adquieren sentido junto a una quebradiza cáscara de huevo, porque además de poesía, como dijo, “todo son huevos. El mundo es un huevo. El mundo nació de una gran yema, el sol”.

“Yo también me he preguntado si no podría vender algo y triunfar en la vida. Hace ya un tiempo que nada se me da bien. Tengo 40 años... / Finalmente se me pasó por la cabeza la idea de inventar algo insincero y me puse manos a la obra. Al cabo de tres meses, mostré el resultado a Ph. Édouard Toussaint, propietario de la Galerie Saint-Laurent./ Pero si es arte dijo, y lo expondré todo encantado./ De acuerdo, le contesté. Si vendo algo se quedará con el 30%. Por lo visto son las condiciones normales. Algunas galerías se llevan hasta el 75%. ¿Y qué es todo esto? En realidad, objetos”.

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