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"Le estoy muy agradecida al hombre que me violó con 5 años. Él me hizo artista"
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Laurie Lipton cuenta su historia

"Le estoy muy agradecida al hombre que me violó con 5 años. Él me hizo artista"

Dibujar los abusos que sufrió empezó siendo una terapia, pero hoy sus escenas perturbadoras son objeto de culto. Lo cuenta ahora en el documental 'Love bites', que estrena en España Movistar+

Foto: Laurie Lipton.
Laurie Lipton.

Al verla dibujar en su estudio de Los Ángeles, nadie podría imaginar que esta señora tímida de 63 años con aspecto de monja es un referente para los amantes del arte más tétrico y violento. Pero cuando crees que está a punto de ofrecerte un té con pastitas, de pronto te das cuenta de lo que está dibujando y lo entiendes todo.

Laurie Lipton creció traumatizada. Un hombre abusó sexualmente de ella cuando solo tenía cinco años. El violador había escapado de un hospital psiquiátrico y no tuvo problemas en asaltarla mientras sus amigas miraban sin hacer nada. “Ese momento cambió toda mi vida”, confiesa Lipton. “De repente, la realidad se transformó, me empujó hacia afuera. La gente se volvió peligrosa, las cosas incomprensibles. Después de eso era impura”.

La única manera que encontró la pequeña para aliviar su angustia fue dibujando. Y lo que salía de su cabeza no eran precisamente escenas felices: hombres ahorcados, cuerpos mutilados o cadáveres con penes gigantescos que se transforman en serpientes. Por alguna razón, sus padres ni se alarmaron, ni la llevaron al médico. Eran los años cincuenta y la psicología infantil algo casi de ciencia ficción para una familia obrera estadounidense. Simplemente le dieron una palmada en la espalda y la animaron a seguir dibujando.

Foto: Lita Cabellut

Un lápiz para autoflagelarse

Y así lo hizo. Se llevó su trauma a la edad adulta y se convirtió en artista a base de dibujar a lápiz una y otra vez sus obsesiones: niñas manoseadas, vaginas que gritan de dolor, violadores escondidos tras las esquinas, cuchillos que acechan. Las protagonistas de sus cuadros son mujeres frágiles que habitan un mundo hostil, plagado de hombres pervertidos y violentos. Una habitación oscura donde conviven los traumas sexuales de Dalí, el surrealismo inquietante de Magritte y las pesadillas de Max Ernst. Pánico puesto negro sobre blanco.

Se convirtió en artista a base de dibujar a lápiz una y otra vez sus obsesiones: niñas manoseadas, vaginas que gritan de dolor, violadores escondidos...

Lipton, que durante mucho tiempo ha evitado hablar de los abusos que sufrió, decidió contarlo abiertamente hace unos meses en un documental, ‘Love bite’, que estrena en España Movistar+ este lunes 5 de septiembre. En él comprobamos que si los temas de sus cuadros parecen crueles, más aún es la técnica con que los ejecuta. En un acto casi de autoflagelación, Lipton ha desarrollado una peculiar forma de dibujar: crea únicamente a base de finísimas líneas de lápiz. Cada sombra son miles de rayas, tan juntas y delgadas que solo puede hacerlas con lupa, emulando a los maestros flamencos que tanto admira. Tarda seis meses en terminar cada cuadro, pero a cambio consigue un mimetismo hipnótico que contrasta con sus temas perturbadores. Y ese es su secreto: horror hiperrealista. Repugnancia y atracción al mismo tiempo. “Es una forma loca de dibujar”, admite, “pero el detalle y luminosidad resultantes compensan el enorme esfuerzo”.

Comprarlo para esconderlo

Sean Sorenson, productor de cine y uno de los mejores clientes de Lipton, sabe bien lo difícil que es enfrentarse a sus obras. Compró hace tiempo uno de sus cuadros icónicos, un homenaje a Goya en el que una mujer devora a mordiscos a un bebé. Aunque se empeña en tenerlo en su despacho, debe esconderlo cada vez que llega una visita. El dibujo asusta a sus clientes.

Aunque el empresario se empeña en tenerlo en su despacho, debe esconderlo cada vez que llega una visita. El dibujo asusta a sus clientes

Pero Lipton tampoco pretende ser una artista de masas. Más bien parece que se esfuerza por evitarlo haciendo todo lo contrario a lo que dicta el mercado del arte. Si los compradores demandan cuadros de tamaño pequeño que quepan en la habitación de casa, ella hace lienzos gigantescos. Cuando las galerías piden obras hechas rápido y en serie para poder venderlas a precios competitivos, Laurie se tira medio año con cada una. Y, además, a lápiz y en blanco y negro. Todo un manifiesto anticomercial: “Ojalá no me sintiera atraída por el blanco y negro, ojalá no me gustara el dibujo… pero es todo lo que sé hacer. Dibujar es todo lo que he hecho en mi vida. No he cocinado, no he tenido hijos… Solo hago esto”.

El trauma sexual no es lo único que mueve la pintura de Lipton. Como buena estadounidense criada en los cincuenta y sesenta, fue educada en el miedo al comunismo y la guerra nuclear. Justo lo que una niña obsesionada con el peligro necesita. Su miedo a la muerte está por todas partes. La escena más hogareña y dulce esconde una fatalidad inminente: “Tenía la sensación de que la realidad era muy muy fina y que en cualquier momento se podía resquebrajar y caería por el agujero”.

Enfadada con el mundo, agradecida a su violador

Y como suele pasar, el miedo genera odio y Lipton se convierte en una artista resentida con la sociedad. Su arte critica la opulencia del mundo occidental, habitado por seres superficiales que disfrutan ajenos a la podredumbre que les rodea. Sin embargo, más que una verdadera crítica política, tras esos ataques hay sobre todo rabia y frustración por su propia injusticia personal. Y es que un trauma infantil lo corrompe todo.

¿Hay lugar para el perdón en esa mente en perpetua agitación? Pues sí. E incluso algo más que eso. Lipton reivindica su desgracia y siente gratitud hacia el hombre que la violó de niña marcando su vida para siempre: “Él me hizo artista. Sé que suena muy raro, pero le estoy agradecida. Sufrí, pero ahora estoy muy agradecida. Nunca sabes qué regalo puede venir del sufrimiento. Nunca lo sabes”.

Al verla dibujar en su estudio de Los Ángeles, nadie podría imaginar que esta señora tímida de 63 años con aspecto de monja es un referente para los amantes del arte más tétrico y violento. Pero cuando crees que está a punto de ofrecerte un té con pastitas, de pronto te das cuenta de lo que está dibujando y lo entiendes todo.

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