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Rodolfo Valentino: desmayos, suicidios y una corona "de parte de Benito Mussolini"
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90 aniversario de su muerte

Rodolfo Valentino: desmayos, suicidios y una corona "de parte de Benito Mussolini"

"Murió galantemente, como había vivido". Se cumplen 90 años de la muerte del primer 'sex symbol' latino del Hollywood mudo

Foto: Alice Terry y rodolfo Valentino en 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis' (1921)
Alice Terry y rodolfo Valentino en 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis' (1921)

Empezaba a amanecer y el sol ya se elevaba levemente en el cielo. George Ullman, su 'manager', su amigo, se levantó a echar las cortinas. "¡No las cierres! Me encuentro bien. Quiero que la luz del sol me dé la bienvenida", dijo el enfermo. Ullman tuvo la sensación de que esa luz a la que se refería era, en verdad, la otra luz. La luz final. Así que corrió en busca de un cura italiano, para que, en sus últimos momentos, pudiese confesarse en su lengua materna. Cuando volvió con el cura, ya no había posibilidad de respuesta; tan sólo una última palabra murmurada en italiano que ninguno de los presentes en aquella habitación logró entender.

A los 31 años de edad, el 23 de agosto de 1926, hace 90 años, la estrella de cine más famosa del momento moría de una peritonitis en el Hospital Policlínico de Nueva York a causa de una complicación de una úlcera perforada. "Así murió Rodolfo Valentino. Galantemente, como había vivido", reflexionaba el propio Ullman en 'Valentino, tal y como lo conocí', su libro de memorias sobre el primer 'sex symbol' latino del Hollywood mudo, publicado tan sólo un mes después de la muerte del actor.

'El hijo del caíd' (1926) fue la última película de Valentino

Rudy -como le conocían sus amigos- le había prometido a la productora de 'El hijo del caíd', su última película, que iría a presentarla a un cine en Filadelfia el 16 de agosto. El día anterior, Ullman ya notó un color extraño en la tez de Valentino. Faltarían tan sólo unas horas para que le tuviesen que intervenir de urgencia en una operación de apenas una hora. Unos días antes, el intérprete había presentado la película en el Teatro Virginia de Atlantic City. Las hordas de fans casi habían impedido que la estrella llegase a la proyección de su película. Ni siquiera la policía pudo abrir paso al coche en el que Valentino y Ullman intentaban acceder al recinto. "Multitudes de hombres y mujeres saltaban a los laterales del coche y metían las manos por las ventanillas abiertas", recordaba Ullman en las memorias. "Fue la experiencia más tumultuosa de mi vida".

"Multitudes de hombres y mujeres saltaban a los laterales del coche y metían las manos por las ventanillas abiertas", recordaba Ullman

Como recordaba la revista 'Life' en su edición del 20 de junio de 1938, cuando el coche fúnebre del actor salió de la iglesia Campbell's Funeral Church de Broadway donde había tenido lugar la misa, más de 50.000 personas "se agolparon bajo la lluvia para ver pasar su cuerpo". Hubo 100 heridos. Más de 10.000 personas habían hecho cola la noche entera. Hubo avisos de decenas de intentos de suicidio por parte de sus fans. Los más fanáticos robaron algunas piezas de su ataúd. Pola Negri, su última pareja, se desmayó "dramáticamente" sobre el cuerpo del actor, donde además descansaba una corona de flores con la inscripción "De parte de Benito Mussolini".

En ese mismo año 1926, sus ganancias habían sido de un millón de dólares. 12 años antes el actor recién iniciado cobraba siete dólares y medio diarios por su trabajo como extra. Sin duda, Rodolfo Valentino, el chico de Castellaneta -una ciudad del sur de Italia a 37 kilómetros del puerto de Taranto-, al que su familia había embarcado hacia América por sus problemas de comportamiento -"si se va a convertir en un criminal, será mejor para él que se vaya a la lejana América, donde la desgracia no pueda tocarnos", había recomendado uno de sus tíos-, se había convertido en una de las más grandes estrellas del todavía joven séptimo arte.

Pola Negri se desmayó sobre el cuerpo del actor, donde descansaba una corona de flores con la inscripción "De parte de Benito Mussolini"

June y Julio

Como actor, estuvo a punto de tirar la toalla varias veces. Su permanencia en la cresta de la ola fue de tan sólo 5 años, desde que la guionista June Marthis se empeñó en convertirle en una estrella y le recomendó fervientemente para el papel de Julio Desnoyers en la película 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis' -basada en la novela de Vicente Blasco Ibáñez-, una interpretación menor en un principio pero que acabó eclipsando al resto del reparto y lanzándole al 'stardom' estadounidense. "Decir que Rodolfo Valentino nació con 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis' es quedarse corto", decía O. O. McIntyre, uno de los columnistas más prestigiosos de los años 20 y 30 en Estados Unidos.

Ese mismo 1921, con 'El caíd', se consagró totalmente como un ídolo de masas de una forma que hasta entonces no tenía precedente: el fenómeno fan. Valentino se convirtió en el primer 'latin lover' de la industria cinematográfica americana, el objeto de rumores, de 'affaires', de rumores de 'affaires' con hombres y mujeres. En una máquina de hacer dinero que más de una década después de su muerte pudo 'presumir' de un reestreno en más de 5.000 salas de cine.

Valentino llegó a Nueva York en un barco zarpado de Hamburgo dos días antes de la Navidad de 1913

Valentino llegó a Nueva York en un barco zarpado de Hamburgo dos días antes de la Navidad de 1913. De familia bien -madre, Gabrielle, profesora de francés; padre, Giovanni,Guglielmi, capitán de caballería, heredero de la fortuna familiar-, Valentino era el segundo de cuatro hermanos y a los 10 años, quizás por esa necesidad de atención de los hermanos medianos, que ni tienen el reconocimiento de los mayores ni la permisividad de los pequeños, ya se había convertido en el líder de una banda de matones. Cuando lo embarcaron hacia Estados Unidos, Valentino no hablaba ni una palabra de inglés. Así que, al principio, sólo pudo ejercer trabajos poco cualificados de manitas, de jardinero, de bailarín.

Sin embargo, con sus dotes para el tango, poco a poco se fue abriendo paso desde los restaurantes hasta las salas de vodevil, donde la bailarina Bonnie Glass, que tenía cierta fama en la época, le empezó a pagar 50 dólares semanales por convertirle en su pareja escénica y que le permitió, poco a poco, plantearse un traslado a la meca del cine, donde había perspectivas de probar suerte y abrirse un hueco en una industria floreciente donde podía llegar mucho más lejos que en una sala de fiestas, un teatro o un cabaré.

De extra a estrella

En su primer trabajo le pagaron cinco dólares. Era un extra, pero gracias a su aspecto varonil -desde unas pruebas para entrar a la marina italiana unos años antes Valentino trabajaba mucho su cuerpo-, consiguió el papel protagonista en una producción de Hayden Talbot, 'La virgen casada' (1918), una película que el italiano preveía como su pasaporte a la cima cinematográfica. Pero una pelea entre los técnicos de cámara y la productora por motivo de impagos y el consecuente secuestro de la película frustró su primera gran oportunidad. Tras esta intentona, se olvidó del cine por una temporada.

Escena de 'La virgen casada' (1918)

En su segunda intentona, le volvieron a contratar como extra. Después de un protagonista suponía un paso atrás, pero menos era nada. Y de nuevo, el mal fario que le acompañaría en su vida hizo acto de presencia. Cuando parecía que remontaba explotó una epidemia de "gripe española", los estudios cerraron y Valentino, además, se contagió. Y decidió que ni médicos ni pastillas, que no creía en ninguna de las dos cosas.

Sin embargo, el primer golpe de suerte le vino de mano de D. W. Griffith -sí, el autor de 'El nacimiento de una nación' (1915)-; tenía que actuar en el prólogo de 'Lo más grande en la vida' (1918) y consiguió ser el centro de atención de todos y cada uno de los pases. Y ahí le empezaron a invitar a fiestas. A las fiestas. Las que importan. Y a través de la actriz Pauline Frederick conoció a Jean Acker, la que sería su primera esposa. Su matrimonio no duró demasiado, lo que no ayudó a acallar los rumores sobre su sexualidad. Después de Acker, se casó con la guionista, directora, actriz y egiptóloga Natacha Rambova, de quien también acabaría divorciado.

Si algo califica la vida de Valentino son los adjetivos efímera y turbulenta

Si algo califica la vida de Valentino son los adjetivos efímera y turbulenta. Si en 1921 alcanzaba la fama con dos de sus grandes películas, en 1922 caía en desgracia con la compañía Famous Players -la actual Paramount Company- con la que debido a desavenencias salariales rompía su contrato. Una vez el contrato estaba roto, Valentino no podría trabajar de actor en ninguna película, así que tuvo que abandonar el mundo del cine y volver a buscarse el sustento como bailarín. Por los mentideros se decía. "¡Valentino está acabado!".

Hasta 1924, dos años antes de su muerte, el actor no volvería a protagonizar ninguna película: 'Monsieur Beaucaire', que fue un fracaso de taquilla. El público esperaba al 'latin lover' de años antes y a cambio tenían un afrancesado hasta las cejas de maquillaje, amanerado y con una ropa demasiado femenina, por muy Luis XV que se tratase. Después de varias producciones de éxito de público y de crítica bastante tibio, Valentino confió de nuevo en el papel que más fama le había dado para conseguir un regreso espectacular: 'El hijo del caíd'.

'Monsieur Beaucaire' fue un fracaso de taquilla: el público esperaba al 'latin lover' y a cambio tenían un afrancesado maquillado, amanerado y femenino

Fueron ocho años de -lo que se puede llamar propiamente- carrera. Catorce largometrajes -más producciones fuera de créditos- y menos de un lustro de estrellato. Para la posteridad, quizá, su muerte prematura no fue tan desafortunada, aunque ya en la época hablaban de su genio interpretativo dentro de la pantalla. También de su humildad y su timidez fuera de ella. "Más de una vez me senté junto a él en la cabina cortinada de un teatro mientras el estreno de sus películas provocaban risas y lágrimas. Él siempre se sentaba estático, con los ojos empañados y muy pálido", contaba McIntyre. "Valentino nunca estuvo seguro de sí mismo. Un verdadero genio nunca lo está. Y él siempre miraba hacia lo más alto".

Empezaba a amanecer y el sol ya se elevaba levemente en el cielo. George Ullman, su 'manager', su amigo, se levantó a echar las cortinas. "¡No las cierres! Me encuentro bien. Quiero que la luz del sol me dé la bienvenida", dijo el enfermo. Ullman tuvo la sensación de que esa luz a la que se refería era, en verdad, la otra luz. La luz final. Así que corrió en busca de un cura italiano, para que, en sus últimos momentos, pudiese confesarse en su lengua materna. Cuando volvió con el cura, ya no había posibilidad de respuesta; tan sólo una última palabra murmurada en italiano que ninguno de los presentes en aquella habitación logró entender.

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