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Montgomery Clift, el suicidio más largo de la historia de Hollywood
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50 años sin el actor

Montgomery Clift, el suicidio más largo de la historia de Hollywood

El actor encarnó un nuevo tipo de galán, sensible y atribulado. Tuvo una relación difícil con el éxito y su sexualidad. El alcohol y las drogas le llevaron a la tumba con 45 años

Foto: Montgomery Clift en una escena de 'Yo confieso'
Montgomery Clift en una escena de 'Yo confieso'

Cuando Elizabeth Taylor encontró a Montgomery Clift justo después del accidente, la cara del actor se había convertido una masa sanguinolenta. Cuentan los mentideros que Rock Hudson le sacó del amasijo de hierros en el que había quedado el coche y que Taylor lo había intentado llevar en brazos hasta que se dio cuenta de que el actor se estaba asfixiando. La actriz le abrió la boca, le metió los dedos y le sacó dos dientes que se le habían quedado incrustados en la garganta. Los médicos pensaron que era un milagro que hubiese sobrevivido. Pero después de esto comenzó lo que Robert Lewis, el profesor de Clift en el Actors Studio, acabó definiendo como “el suicidio más largo de la historia de Hollywood”.

Era el año 1956 y el actor se encontraba en medio del rodaje de 'El árbol de la vida', donde compartía protagonismo con la estrella de 'Cleopatra' (1963). Una década después, el 23 de julio de 1966, hace 50 años, Clift aparecía muerto en su piso de Nueva York, según la autopsia, a causa de una "oclusión de la arteria coronaria". Según su círculo de amistades, a causa de un abuso continuado de alcohol y drogas. Al final, la espiral autodestructiva se había consumado. Tenía 45 años.

Escena de 'El árbol de la vida' (1957)

En la época del Hollywood dorado, Clift no fue una estrella al uso. No era un habitual de las fiestas pantagruélicas; prefería la lectura nocturna y en soledad. Sus relaciones amorosas no abrían las portadas de la prensa rosa, que le llegó a considerar "asexual". No daba demasiada importancia a las apariencias; al parecer, sólo tenía un traje de gala. Conducía un coche antiguo y destartalado. Llevaba una dieta ascética de dos comidas diarias. Procuraba pasar el menor tiempo posible en la meca del cine y sus amigos más cercanos no pertenecían al mundo del espectáculo. Y eso le granjeó fama, según él mismo inmerecida, de desagradable y poco aseado. "He aprendido que la mayor parte de periodistas no necesitan entrevistarme para escribir sobre mí. Parece que tienen todas sus historias escritas de antemano", se quejó en una ocasión.

"He aprendido que la mayor parte de periodistas no necesitan entrevistarme para escribir sobre mí. Parece que tienen sus historias escritas de antemano"

Además, aunque afirmó que uno de sus "hobbies" eran "las mujeres", su discreta vida privada levantó suspicacias y alentó los rumores sobre su homosexualidad, que en los años setenta, cuando Clift ya había muerto, fueron confirmados por dos biógrafos que dijeron contar con fuentes cercanas al actor. En vida, Clift había respondido a las preguntas sobre su soltería con un "¡Prefiero estar solo!". Y punto.

Una huella imborrable

Simple ruido comparado con la huella que dejó a lo largo de casi dos décadas de carrera cinematográfica, interrumpidas por varios retiros y semi retiros, muestras elocuentes de una personalidad atribulada, llena de conflictos internos y contradicciones. El cóctel perfecto para representar en pantalla ese nuevo modelo de galán 'hollywoodiense' que se alejaba del tipo duro, cínico, de fuerte personalidad e irresistible encanto canalla para las mujeres representado por los Bogarts y los Gables.

Clift representaba el protagonista afligido, melancólico y sensible que le convirtió en un icono del cine clásico estadounidense de los años cincuenta y sesenta. La guinda a un trabajado pastel que se cocinó durante más de una década sobre las tablas de Broadway hasta debutar en 1948 con 'Los ángeles perdidos', primero, y el 'Río Rojo' después; el halcón Howard Hawks supo entonces captar su talento y lo colocó frente a la cámara para dar la réplica a un John Wayne ya consagrado, en un papel que le abriría las puertas del estrellato del que tanto huía.

Sumario

Las pausas en su carrera hicieron que su carrera no fuese excesivamente prolífica -tan sólo cuenta con 18 títulos como actor-, pero sí escogida: en esa docena y media de películas consiguió trabajar junto a Hitchcock, Mankiewicz, Wyler o Huston y que le otorgaron el reconocimiento de la Academia con hasta cuatro nominaciones, aunque nunca consiguió llevarse la estatuilla a casa.

La espiral autodestructiva

Cuando ocurrió el fatídico accidente, Clift se había pasado cuatro años alejado del set de rodaje; con 'De aquí a la eternidad' (1953) había conseguido el aplauso de la crítica, una candidatura a los Oscar a mejor actor y una estrecha amistad con Frank Sinatra y el escritor James Jones -autor de la novela original-, cultivada a base de copazos y borracheras monumentales. Atrás quedaban 'Un lugar en el sol' (1951) -donde había coincidido por primera vez con Elizabeth Taylor y por la que también fue candidato al Oscar- o 'Yo confieso', que optó a la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1953.

Tráiler de 'Un lugar en el sol' (1951)

Tras meses de operaciones estéticas y reconstrucciones, alejado del ojo público, Clift volvió al rodaje de 'El árbol de la vida', seguro de el éxito de la película, aunque sólo fuese por el morbo que iba a despertar en el público la comparación de su cara pre y post accidente. Esos meses también sirvieron para agravar la dependencia del alcohol y añadirle el abuso de los analgésicos, el cóctel que acabaría llevándole a la tumba una década después.

A 'El árbol de la vida' le siguieron ocho producciones más, críticas de "estar bebiéndose la carrera" y una gran dificultad a la hora de aprenderse los diálogos. Aun así, en 1961 John Huston se embarcó en la locura de dirigirle junto a Marilyn Monroe -que tampoco tenía fama ni de abstemia ni de conservar una memoria prodigiosa- y Clark Gable, en la última película protagonizada por ambas estrellas antes de morir.

Tráiler de 'Vidas rebeldes' (1961)

Un año después, en 'Freud, la pasión secreta', su decadencia se hizo tan evidente que los estudios Universal acabaron demandándolo por su comportamiento en los rodajes. A la película le siguió otra de sus desapariciones, para reaparecer por última vez en el 'thriller' de espionaje 'El delator' (1966), que finalmente nunca pudo ver estrenada, después de conseguir consumar ese "suicidio más largo de la historia de Hollywood".

Cuando Elizabeth Taylor encontró a Montgomery Clift justo después del accidente, la cara del actor se había convertido una masa sanguinolenta. Cuentan los mentideros que Rock Hudson le sacó del amasijo de hierros en el que había quedado el coche y que Taylor lo había intentado llevar en brazos hasta que se dio cuenta de que el actor se estaba asfixiando. La actriz le abrió la boca, le metió los dedos y le sacó dos dientes que se le habían quedado incrustados en la garganta. Los médicos pensaron que era un milagro que hubiese sobrevivido. Pero después de esto comenzó lo que Robert Lewis, el profesor de Clift en el Actors Studio, acabó definiendo como “el suicidio más largo de la historia de Hollywood”.

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