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"Balzac escribía fatal" y otros saberes inútiles (no solo literarios) del gran Simon Leys
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el testamento de uno de los grandes

"Balzac escribía fatal" y otros saberes inútiles (no solo literarios) del gran Simon Leys

El desaparecido escritor belga, en guerra permanente contra la estupidez, acumuló en su vida un sinfín de conocimientos innecesarios reunidos en un libro genial que ahora llega al lector español

Foto: Pierre Ryckmans, alias Simon Leys.
Pierre Ryckmans, alias Simon Leys.

En aquella miserable barriada de Hong Kong no había aún luz en los años cincuenta. Tampoco calles. Tras recorrer un tétrico laberinto de senderos enroscados como serpientes, un caos de infraviviendas de lata y contrachapado alfombrado de enormes ratas que correteaban a sus pies, el visitante tenía al fin el honor de conocer la célebre 'Escuela de la Inutilidad', como rezaba un cartel de soberbia caligrafía colgado en la pared que aludía al 'I Ching'. En aquel inédito centro educativo, un aprendiz de escritor belga -y sinólogo en ciernes-, un calígrafo, un filólogo y un historiador impartían clases heterodoxas y gozosas en las que "aprender y vivir" eran lo mismo. ¿Sus materias? No solo literarias. ¿Sus alumnos? Ellos mismos. ¿Su utilidad? Completamente inútil. Ya lo dijo Zhuang Zi: "Todo el mundo conoce la utilidad de lo que es útil, pero pocos conocen la utilidad de lo inútil".

Simon Leys (Bruselas, 1935 - Camberra, 2014) era aquel aprendiz de escritor belga -y sinólogo en ciernes- que disfrutó dos intensos años en una Escuela de la Inutilidad, que era también el menesteroso piso de estudiantes compartido en el que malvivía. Muchos años después, quiso rendirle homenaje en el que a la sazón se convertiría en el testamento literario de uno de los esenciales e indefinibles intelectuales de la pasada centuria que, con el título de 'Breviario de saberes inútiles' (Acantilado, 2016), llega estos días a las librerías españolas. Un libro que funciona como un delicado catálogo de maravillas, un racimo de ensayos alborozados sobre literatura y China -las dos alas de Leys-, pero también sobre el mar o la universidad. No hay ninguno de ellos que no ofrezca al menos, como reclamaba Borges, un instante de felicidad.

Pierre Ryckmans, alias Simon Leys, enfureció en 1970 al quejumbroso Occidente que rendía pleitesía a uno de los regímenes más abyectos -e indudablemente el más homicida- que ha conocido la humanidad con un librito indiscutible y hoy inencontrable titulado 'Los trajes nuevos del presidente Mao'. En sus páginas, descubría a los apesadumbrados lectores que hasta entonces habían admirado el exotismo revolucionario del Gran Timonel que tras las cortinas de seda de la ideología aullaba un régimen totalitario, una satrapía criminal que acababa de eliminar a todos sus opositores (y a los que no lo eran) durante la celebrada Revolución Cultural. Aquel libro, clave en su tiempo, tal vez opacó algo la estatura intelectural del Leys escritor, traductor y bien divertido crítico literario que ahora descubrimos en los textos -tan inútiles como indispensables- de su última obra.

A continuación, algunas pruebas.

El negligente Balzac

"La prosa de Balzac está plagada de ocurrencias absurdas, metáforas heterogénas, lugares comunes y diversas muestras de ingenuidad y mal gusto. La simple precipitación y la negligencia no pueden justificar por sí solas tanta torpeza; aunque muchas veces escribía los primeros borradores a una velocidad asombrosa y en enormes arrebatos creadores, Balzac era también un re-escritor laborioso, obsesivo... y notorio. Es bien sabido que sus revisiones, correcciones, recorrecciones y correcciones de recorrecciones, que inundaban los márgenes de las galeradas ahogando el texto impreso con su proliferación exuberante, enfurecían y desesperaban a los tipógrafos".

"La prosa de Balzac está plagada de ocurrencias absurdas, metáforas heterogénas, lugares comunes y diversas muestras de ingenuidad y mal gusto"

"Que un escritor tan grande como él escribiese tan mal fue motivo de desconcierto para algunos de los mejores expertos (que eran también sus más fervientes admiradores), desde Baudelaire a Flaubert. El propio Flaubert resumió a la perfección esta paradoja: '¡Qué hombre habría sido Balzac si hubiera sabido escribir! Pero eso era lo único que le faltaba. Después de todo, nunca había logrado tanto un artista, ni había llegado a tener tan largo alcance".

El práctico Cervantes

"El concepto de 'clásico literario' tiene un tono solemne. Pero 'Don Quijote', que es el clásico por excelencia, se escribió con un propósito decididamente práctico: divertir al mayor número posible de lectores con el fin de proporcionar gran cantidad de dinero a su autor (que lo necesitaba muchísimo). Además, el propio Cervantes no se correspondía exactamente con la imagen sublime que la mayoría de la gente asocia con los escritores inspirados que crean obras maestras inmortales: soldado de fortuna al principio, resultó herido en combate y quedó manco; capturado por piratas, lo vendieron como esclavo en el norte de África; y cuando, tras largos años de cautiverio, pudo al fin regresar a España, fue solo para caer en una pobreza atroz; estuvo varias veces en la cárcel; su vida fue una lucha terrible por la supervivencia. Intentó en repetidas ocasiones -siempre sin éxito- ganar dinero con la pluma: obras de teatro, novelas pastoriles. La mayoría de estas obras han desaparecido y las pocas que quedan no son especialmente admirables".

"El 'Quijote' fue una obra inventada para ganar dinero por un escritorzuelo viejo y desesperado que estaba ya en el límite de sus fuerzas"

"Solo al final de su carrera -tenía ya 58 años- con 'Don Quijote', en 1605, consiguió dar en el blanco: el libro fue un éxito de ventas extraordinario. Y Cervantes murió un año después de publicar la segunda y última parte de su libro (1615). Dado que 'Don Quijote' fue aclamada como una de las obras de ficción más grandes de todos los tiempos y en todos los idiomas, conviene indicar que también fue (literalmente) una obra inventada para ganar dinero por un escritorzuelo viejo y desesperado que estaba ya en el límite de sus fuerzas".

La pesadilla de Chesterton

"Uno de los muchos malentendidos en que incurrimos a menudo en el caso de Chesterton es imaginarle como un tipo grande, bonachón, alegre, inagotablemente poseído por una risa inocente; un hombre que parece haber pasado toda la vida beatíficamente inconsciente del lado nocturno de la naturaleza humana; un hombre anclado de una forma serena y segura en certezas risueñas; un hombre que pareció verse libre de nuestras comunes angustias, dudas y temores; un hombre de otro tiempo quizá, y que difícilmente podría haber vislumbrado los errores y horrores que habían de caracterizar nuestra época. Al final de este horroroso siglo XX (del que podría afirmarse que ha sido el periodo más salvaje e inhumano de toda la historia) bien podemos preguntarnos: Chesterton, con su buen humor permanente e imperturbable, ¿no es una especie de monumento de otra civilización? ¿No debería parecerle al lector moderno un anacronismo encantador pero irrelevante? Porque, después de todo, somos los hijos de Kafka: ¿cómo podría Chesterton entender nuestra angustia?".

"Chesterton, con su buen humor permanente e imperturbable, ¿no debería parecerle al lector moderno un anacronismo encantador?"

"Sin embargo, el hecho es que el propio Kafka halló en Chesterton un espejo de su propia angustia. Sabemos, por el testimonio de un joven amigo y admirador, Gustav Janouch, que Kafka admiraba particularmente 'El hombre que fue jueves' (la obra de ficción más lograda y fascinante de Chesterton). Sobre el tema de este libro debería tenerse en cuenta que el propio Chesterton se quejó una vez de que la mayoría de los lectores no parecían retener nunca el título completo: 'El hombre que fue jueves. Una pesadilla'. Pero, desde luego, a Kafka no se le escaparon esas dos últimas palabras".

La cabaña de Orwell

"Los extremos excepcionales a los que llegaría Orwell en sus vanos intentos de convertirse en un hombre corriente están bien ilustrados por el episodio de la tienda de Wallington. En abril de 1936, alquiló y puso en marcha una pequeña tienda de pueblo en una cabaña diminuta, oscura y vieja, insalubre y carente de todas las necesidades básicas (no había retrete interior, ni cocina, ni electricidad, solo candiles para iluminación). Cuando llovía, el suelo de la cocina se inundaba y los desagües atascados convertían el lugar en una sentina hedionda. Davison comenta: 'Uno puede decir sin jocosidad inoportuna que era terreno abonado para Orwell'. Y lo era especialmente para Eileen, su esposa maravillosamente orwelliana".

"Los extremos a los que llegaría Orwell en sus vanos intentos de convertirse en un hombre corriente los ilustra el episodio de la tienda de Wallington"

"Ella se trasladó allí el día de la boda, y la forma que tuvo de manejar aquel lugar inverosímil atestigua tanto su heroísmo como su excéntrico sentido del humor. Los ingresos de la tienda escasamente llegaron a cubrir el alquiler de la cabaña. Los principales clientes eran un pequeño grupo de niños de la localidad que solían comprar caramelos por unos cuantos peniques después de la escuela. Al final del año, la tienda cerró, pero por entonces había cumplido ya con su verdadero propósito: Orwell estaba en Barcelona, adonde había acudido como voluntario para combatir contra el fascismo, y cuando se alistó en la milicia anarquista pudo firmar orgullosamente: 'Eric Blair, tendero".

En aquella miserable barriada de Hong Kong no había aún luz en los años cincuenta. Tampoco calles. Tras recorrer un tétrico laberinto de senderos enroscados como serpientes, un caos de infraviviendas de lata y contrachapado alfombrado de enormes ratas que correteaban a sus pies, el visitante tenía al fin el honor de conocer la célebre 'Escuela de la Inutilidad', como rezaba un cartel de soberbia caligrafía colgado en la pared que aludía al 'I Ching'. En aquel inédito centro educativo, un aprendiz de escritor belga -y sinólogo en ciernes-, un calígrafo, un filólogo y un historiador impartían clases heterodoxas y gozosas en las que "aprender y vivir" eran lo mismo. ¿Sus materias? No solo literarias. ¿Sus alumnos? Ellos mismos. ¿Su utilidad? Completamente inútil. Ya lo dijo Zhuang Zi: "Todo el mundo conoce la utilidad de lo que es útil, pero pocos conocen la utilidad de lo inútil".

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