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Desnudos, patadas y mesas vip a 600 euros
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follón en el shôko

Desnudos, patadas y mesas vip a 600 euros

El rapero angelino Ty Dolla $ign actuó durante solo 29 minutos en una exclusiva discoteca frente a la playa de Barcelona

Foto: Foto: Quimantú Segura
Foto: Quimantú Segura

La entrada de la discoteca Shôko, en el Paseo Marítimo de Barcelona, bajo el lujoso Hotel Arts y junto a la franquicia de Pachá, parece el plató de uno de esos videoclips de r&b rodados una discoteca neoyorquina de moda. Porteros negros con pinganillo, guaperío de todas las nacionalidades con su entrada de 15 euros en la mano, chaquetones de cuero hasta las rodillas, alta tensión entre los más de diez responsables de gestionar la puerta, un cordón de seguridad rojo para dar prioridad a los que paguen por ello... Entre estos últimos, un hombre calvo de unos cuarenta y tantos que acaba de gestionar un cómodo reservado para sus seis amigos. Seiscientos euros va a desembolsar por una mesa vip, botellas de ginebra y complementos.

Todo este revuelo, entrada ya la madrugada del viernes, responde a la primera visita a España de Ty Dolla $ign. A sus 30 años, y tras haber firmado 'hits' como 'Or nah', 'Paranoid' y especialmente 'Blasé', es otro de esos raperos de aspecto intimidante cuyas canciones estilo doble efe (fumar y follar) con un pie en el r&b contemporáneo le están abriendo las puertas del hip-hop de club. El Shôko se va a llenar. La empresa que organiza el concierto, Xclusivo, ha pegado carteles anunciando el concierto del rapero angelino en casi cada esquina del Eixample, pero es prácticamente imposible escuchar a alguien hablar en catalán o castellano.

La versión 'clubber' de un paraíso fiscal

Bajando las escaleras de la discoteca, retumban las bases de 'Work remix', uno de los temas estrella de A$ap Rocky, otro de esos raperos que llevan el dólar tatuado en su alias. En la pista, más del 90% del público es extranjero, pero muchos parecen conocerse. Se saludan y se abrazan cuando se cruzan por los pasillos. Suena 'Hotline bling', de Drake, y todos se sienten como en casa. Aunque estén en Barcelona, no parece Barcelona. Están en la versión 'clubber' de un paraíso fiscal. La antítesis de un CIE.

Un rubiete pelicorto de 1'90 recorre la pista con una camiseta de baloncesto que dice 'Posture 23'. Varios yanquis más, van en pantalón corto. Decenas de veinteañeras con tacones largos, vestidos cortos, bolsito y trabajado maquillaje buscan un hueco donde bailar. Una de ellas luce un pendiente dorado del tamaño de un paquete de cigarros con la palabra FLY. Hay negratas de cine, negratas de miedo, varones adultos con traje largo y bufanda. En guardarropía, hacerse cargo de tu bolso cuesta cuatro euros.

Hay negratas de cine, negratas de miedo, varones adultos con traje largo y bufanda. En guardarropía, hacerse cargo de tu bolso cuesta 4 euros

Suena Major Lazer. Suena Beyoncé. Suena más A$ap Rocky. Las zonas privadas, elevadas sobre la pista para tener mejor visibilidad, parecen copiadas de alguna película de James Bond. O de 'Zoolander'. Un camarero cruza la sala con dos bengalas encendidas. Trae una cubitera Cîroc azul en la que enfriar el 'vodka premium' y el 'champagne'. Un gordo calvo cuarentón con pinta de ruso manosea las piernas de una joven falsa-rubia del este. En la mesa de atrás, dos jóvenes fuman 'shisha. Desde la baranda, un tipo bajito de rasgos orientales domina la discoteca con su mirada. Parece El Malo.

¿Pezones? Depende

Ty Dolla $ign ha aterrizado en Barcelona a las siete y media de la tarde, ha cenado y no saldrá a escena hasta las tres de la madrugada. Mientras tanto, varios discjockeys y raperos entretienen al personal. Cuando sale Lugo con sus rimas latinas, sin mediar aviso se le plantan en el escenario tres mujeres en tanga y con dos esparadrapos en cruz tapándoles los pezones. Esto ya no parece un vídeoclip en un club pijo de Nueva York sino el Bada Bing de Los Soprano. El ambiente es tan permisivo que unos metros más atrás, otro yanqui cachas se descamisa y sube a un podio a bailar. Error. Dos seguratas lo bajan y lo echan a la calle a empujones. Doble rasero, para qué te quiero.

Aquí nadie parece tener que trabajar mañana. Ni esos pipiolos con pinta de informáticos fans de 'The Big Bang Theory', ni los californianos anabolizados, ni ese yanqui que trabaja de médico en un hospital alemán y se ha escapado unos días a España para darlo todo, ni estos ocho que han formado un corrillo para comprobar quien puede bailar más negrata, ni ese latino que lleva un pañuelo negro para secarse el sudor mientras baila... El matrimonio adulto aparentemente escandinavo sí decide batirse en retirada.

Tampoco es mala idea salir un rato a tomar el aire. Aún son las 2.30.

Una frontera en la arena

Una de las puertas de la discoteca conecta con una terraza cubierta para fumadores. Y ahí, otra puerta da salida a la calle, que es la trastienda del paseo marítimo; o sea, la playa. En cinco segunda pasas del éxtasis 'clubber' a la paz de una noche primaveral sobre la arena de Barcelona. La playa está prácticamente vacía, pero a unos cincuenta metros hay formada una extraña concentración de gente. Conforme nos acercamos vemos que es una decena de lateros paquistaníes. Y que están dispuestos en fila. De hecho, en la arena hay marcada una línea que los vendedores ambulantes no osan cruzar.

La playa está prácticamente vacía, pero a unos 50 metros hay una extraña concentración de gente. Es una decena de lateros paquistanís

Hassan, el que habla un castellano más fluido, explica que los dueños de los clubs marcan en la arena esta línea infranqueable. "Ellos venden la cerveza a siete euros. Nosotros las vendemos a uno", compara. No es una buena noche para el negocio, dice Hassan, pero en 15 días, cuando mejore el clima, la playa se llenará y las discotecas harán tanta caja que sus dueños ya ni bajarán para trazar esa línea que separa a unos ciudadanos de otros.

Canuto y Bombay

A las 3.20 horas aparece por fin Ty Dolla $ign. Su aspecto es el de un tipo que tal vez tiempo atrás se sintió excluido socialmente, pero que hoy es la viva estampa del delincuente 'cool' que vive entre lujo y excesos. Luce una inmensa chaqueta de camuflaje y gorro de lana. En la mano izquierda, un gran canuto. En la derecha, una botella de Bombay de la que se atiza un laaaaargo trago a morro.

En apenas diez minutos, el rapero angelino despacha fragmentos de media docena de sus hits. Sobre el escenario, que es una tarima de unos tres metros por doce instalada enfrente de la cabina del 'discjockey', hay cinco miembros del equipo de seguridad, tres fotógrafos, dos colegas y las tres bailarinas semidesnudas que no saben si quedarse o marcharse. El pobre Ty Dolla apenas tiene espacio para moverse. Tres pasos hacia la izquierda, dos hacia la derecha y ya.

Son las 3.30 cuando Ty Dolla cede el micro a uno de sus gregarios, que lo coge con la derecha mientras con la izquierda se atiza otro laaaargo trago a morro; en su caso, de 'champagne'. En esos tres minutos que Ty Dolla se toma de pausa se libra de su pesada chaqueta y de la camiseta. Reaparece a pecho descubierto, mostrando los tatuajes que cubren su torso, sus brazos y su cuello. También ha liberado sus características trenzas. La marca de sus calzoncillos se puede desde el fondo de la sala: Supreme.

Ty Dolla descarga sus ases: 'Paranoid', 'Or nah?' ("¿puedes lamerme la punta y luego tragarte la polla o no? ¿me vas dejar dilatarte ese coño o no?")

Aunque apenas han pasado 13 minutos desde que entró en acción, el lanzador de confeti no para de disparar cañonazos. Hay que llegar al clímax como sea y cuanto antes. Ty Dolla sigue descargando sus ases: 'Paranoid', 'Or nah?' (esa que dice "¿te gusta cómo serpentea mi lengua o no? ¿puedes lamerme la punta y luego tragarte la polla o no? ¿me vas dejar dilatarte ese coño o no?") y, por supuesto, 'Blasé'. Antes de ir a por esta última, y solo son las 3.41, el rapero pide al público que use todo lo que tenga (Snapchat, Instagram, Facebook o Twiter) para inmortalizar la escena que se avecina.

Del 'lounge club' al antro punk

Ty Dolla se quita una pulsera y se la da al segurata de confianza. Se va a abalanzar sobre el público, pero la gente aún no lo sabe. Se va a lanzar sobre el público porque eso mismo hizo Enrique Bunbury en la última gira de Héroes del Silencio a su paso por Barcelona: quitarse uno tras uno todos los anillos, pulseras y collares que llevaba antes de nadar sobre sus fieles. Una cosa es dejarte sobar y otra muy distinta permitir que te roben las sortijas. Y, en efecto, a las 3.43, mientras suena 'Blasé', Ty Dolla salta.

Hace rato que la sala es una olla a presión. Hay chicas que llevan rato buscando un rincón donde, simplemente, poder respirar. Se percibe la angustia en sus ojos. De repente, la discoteca se ha convertido en un lugar tan peligroso como el aspecto del protagonista. El rapero vuelve al escenario y vuelve a saltar sobre el público, una y otra vez, generando una descontrolada marea humana. Hay empujones, gritos y alguna caída. Un miembro de seguridad se emplea a fondo para sacar del suelo a dos mujeres negras que han caído noqueadas. El Shôko pasado de lounge club a antro punk en apenas segundos.

El rapero vuelve al escenario y vuelve a saltar sobre el público, una y otra vez, generando una descontrolada marea humana. Hay empujones, gritos y caídas

Son las 3.46 y el más voluminoso de los seguratas da una señal a los otros tres, que bajan de la tarima y forman un pasillo. Ty Dolla $ign ya se ha pulido su repertorio. Pregunta si hemos escuchado 'The life of Pablo' y canta un fragmento de 'Fade', el corte que cierra el nuevo disco de Kanye West. Al minuto suena 'Real friends', también del disco de Kanye, y Ty Dolla se marcha por donde ha venido. Si el trato era que estuviese media hora en el escenario, ni siquiera eso ha cumplido.

La 'espantá' ha sido tan repentina que ni el 'discjockey' ha tenido tiempo de prepararse un set de continuidad. Ahora suena 'Famous', otra del mismo disco de Kanye West. Buena parte del público da la noche por amortizada y sale a la calle a respirar. Lo primero que verán es a un chaval con un 'rickshaw' que se ofrece a llevarles a casa en su vehículo a pedales de tracción humana. Unos metros más allá, en la mismísima puerta del Casino de Barcelona, un indigente duerme sobre un banco metido dentro un saco.

La entrada de la discoteca Shôko, en el Paseo Marítimo de Barcelona, bajo el lujoso Hotel Arts y junto a la franquicia de Pachá, parece el plató de uno de esos videoclips de r&b rodados una discoteca neoyorquina de moda. Porteros negros con pinganillo, guaperío de todas las nacionalidades con su entrada de 15 euros en la mano, chaquetones de cuero hasta las rodillas, alta tensión entre los más de diez responsables de gestionar la puerta, un cordón de seguridad rojo para dar prioridad a los que paguen por ello... Entre estos últimos, un hombre calvo de unos cuarenta y tantos que acaba de gestionar un cómodo reservado para sus seis amigos. Seiscientos euros va a desembolsar por una mesa vip, botellas de ginebra y complementos.

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