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El melancólico adiós del padre de 'Heidi'
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Estreno de 'La princesa Kaguya'

El melancólico adiós del padre de 'Heidi'

Takahata ha parido lo más cercano a una obra maestra animada. La vida nunca está a la altura del entusiasmo intantil, parece decirnos el nipón en esta poesía contemplativa

Foto: 'La princesa Kaguya'.
'La princesa Kaguya'.

Un tren de vapor recorre los Alpes camino de Fráncfort. Las mustias luces del atardecer inundan los verdes prados suizos. En la parte trasera de la locomotora, una niña mira con lágrimas en los ojos cómo una montaña se aleja en el horizonte. Unos desatados violines sirven de acompañamiento musical a su muda y sentida despedida de esas cordilleras. La escena, que perfectamente podría hermanarse con el final o con muchas de las que componen 'El cuento de la princesa Kaguya', pertenece a una de las obras primigenias de su director, Isao Takahata; a aquella 'Heidi' que paralizó a la España del tardofranquismo e introdujo el 'anime' televisivo en la cultura europea.

[El 5 de abril de 2018 muere Takahata]

Aquel esbozo de tristeza animada podría servir como mantra del otro fundador (junto a Miyazaki) de los estudios Ghibli, un Takahata que ya por entonces definía la que ha sido su temática cinematográfica, la de esos niños tristes que tienen que superar la aspereza de un mundo rocoso en el que no es fácil encontrar hendidura en la que refugiarse.

Sirviéndose de una leyenda del Japón medieval, 'El cuento del cortador de bambú', Takahata vuelve a sus infantes desgraciados, a una niña que, aun con origen místico (nace del tallo de un bambú, nada menos), también sufre la dicotomía entre naturaleza y ciudad, entre gozo infantil y represión instructora; una princesa triste que, como aquella Heidi de mejillas sonrosadas, también tiene que padecer varios adioses a lo largo del abultado metraje. Como si quisiese capturar la esencia misma de la animación, Takahata dota a su obra de una maestría técnica al alcance de muy pocos.

El carboncillo y la acuarela se hacen palpables en pantalla, tanto en las secuencias más contemplativas como en las más enérgicas; tanto en ese canto panteísta a la naturaleza digno del mejor Mallick como en las expresionistas muestras de rebeldía de la protagonista contra el imperativo de ser de noble cuna, en las que los trazos parecen querer salirse de los estrechos márgenes del encuadre para reflejar el estado de ánimo de la princesa.

El carboncillo y la acuarela se hacen palpables en pantalla, tanto en las secuencias más contemplativas como en las más enérgicas

Y en la trastienda de este poema visual sin aditivos, también se adivina un tratado de rebeldía femenina digno del mejor Mizoguchi. Takahata dibuja la nostalgia y la melancolía como solo el creador de aquel drama infantil llamado 'La tumba de las luciérnagas' podría hacer. Su princesa Kaguya se rebela contra el destino, contra una despedida que parece inevitable, como también lo parece la del propio director, cuya quinta película se ha anunciado como la última en muchos medios; como un premeditado canto del cisne que no ha tenido tanta repercusión como el de su compañero Miyazaki. El fracaso en la taquilla japonesa de esta obra de exquisita orfebrería, sumado a su abultado presupuesto, puede haber contribuido a frenar algunas obras de los estudios Ghibli, a paralizar este tipo de animación artesana que parece no encontrar hueco entre la tridimensionalidad de Pixar y el humor 'mainstream' de Disney.

placeholder 'El cuento de la princesa Kaguya'
'El cuento de la princesa Kaguya'

Pese a que el metraje sea excesivo y personajes como el del cortador de bambú no pasen de la pura y dura caricatura (todo lo contrario que una princesa cuyo arco dramático es de una tristeza desoladora), Takahata ha parido lo más cercano a una obra maestra animada. La vida nunca está a la altura de nuestro entusiasmo intantil, parece decirnos el nipón, que rescata con esta, la que parece será su última película, la poesía contemplativa de la animación primigenia; esa quietud de la belleza solo al alcance del Disney de 'Bambi' o de genios como él; esa delicadeza de los lienzos de ayer y esa explosión visual agridulce que, como la famosa niña de los Alpes (que ha sufrido un infumable 'remake' desdramatizado), parecen no encontrar su lugar en la uniformidad de sabores de hoy.

Un tren de vapor recorre los Alpes camino de Fráncfort. Las mustias luces del atardecer inundan los verdes prados suizos. En la parte trasera de la locomotora, una niña mira con lágrimas en los ojos cómo una montaña se aleja en el horizonte. Unos desatados violines sirven de acompañamiento musical a su muda y sentida despedida de esas cordilleras. La escena, que perfectamente podría hermanarse con el final o con muchas de las que componen 'El cuento de la princesa Kaguya', pertenece a una de las obras primigenias de su director, Isao Takahata; a aquella 'Heidi' que paralizó a la España del tardofranquismo e introdujo el 'anime' televisivo en la cultura europea.

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