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Una promo insufrible del Canal Energy
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estreno de 'point break: sin límites'

Una promo insufrible del Canal Energy

Tan desesperado está Ericson Core por lanzarnos adrenalina a manguerazos en este remake bastardo de 'Le llaman Bodhi' que se les va la mano

Foto: Fotograma de la nueva versión de 'Point Break'
Fotograma de la nueva versión de 'Point Break'

Con el paso del tiempo, sobre todo a lo largo de su estancia en estantes de videoclub, 'Le llaman Bodhi' (1991) desarrolló un incontestable estatus de obra de culto. Quizá fuera por el músculo y la capacidad de asombro de que Kathryn Bigelow dotó a las escenas de acción, o porque hace 25 años el tipo de tensión homoerótica que mantenían el detective Johnny Utah (Keanu Reeves) y el surfista zen al que llaman Bodhi (Patrick Swayze) era aún tema tabú y los deportes de riesgo todavía no se habían convertido en sinónimos de bebida energética. Por el motivo que fuera, resultaba fácil pasar por alto que, se mire como se mire, era una película agresivamente ridícula, y la gran virtud del remake que ahora se estrena es su capacidad para corregir ese defecto: comparada con 'Sin límites', cualquier película parece inteligente.

Dirigida por Ericson Core –conocido principalmente como director de fotografía de 'A todo gas' (2001), que en realidad ya era un remake bastardo de 'Le llaman Bodhi'—, la nueva película sustituye a un grupo de atracadores por uno de ecoactivistas con ínfulas de Robin Hood y la cultura surfera californiana por una adicción trotamundos a los deportes extremos. También aumenta el tamaño. Porque otra baza indudable de la película original era la simplicidad de su premisa: los expresidentes robaban bancos para financiarse un perenne verano de olas y fiestas, ni más ni menos. Ahora, en cambio, Bodhi y sus muchachos tienen una causa mayor en mente. Ellos no quieren el dinero; quieren alcanzar el Nirvana, y así se encarga de recodárnoslo el propio Bodhi cada vez que habla acerca de fusionarse con la naturaleza y escoger tu propio destino, y escupe sin cesar perlas de sabiduría propia de galleta de la suerte como “quien empuja sus límites acaba encontrándolos”, o algo así.

Tráiler de 'Point Break: Sin límites'

La película se empeña en intentar encandilarnos con toda la tontería New Age quizá para que no nos demos cuenta de que en realidad nada de lo que concierne a este insufrible grupo de delincuentes/hipsters tiene el menor sentido: insisten en que roban a los ricos para ayudar a los pobres, pero entre golpe y golpe celebran fiestas en un yate más grande que algunos municipios. La película en todo caso no repara en esa hipocresía, quizá porque se cree toda la palabrería que sale de la boca de Bodhi. A eso al menos apunta el modo en que usa la idea central del filme original como quien usa el bidé para limpiarse los pies. En última instancia, 'Le llaman Bodhi' nos decía que cuando un grupo de chicarrones hacen corrillo para ver quién la tiene más larga no hacen sino estimularse mutuamente sus peores impulsos. Pero en 'Sin límites' no hay subtexto crítico. En cambio, la película parece admirar lo atrevidas e ingeniosas que son las misiones suicidas que estos individuos llevan a cabo.

Después de todo, esas machadas son la única razón de ser de la 'Sin límites', y tan desesperados están Core y el guionista Kurt Wimmer por lanzarnos adrenalina a manguerazos que se les va la mano. Asistimos a escenas de motocross, de surf, de alpinismo, de snowboarding, de paracaidismo y caída libre, rodadas y editadas con el fin aparente de que solo de vez en cuando sepamos realmente qué está pasando. Más o menos cada 15 minutos de metraje Bodhi y sus chicos arriesgan sus vidas, y la sucesión de secuencias de acción extrema resulta extenuante no solo por una cuestión de exceso, sino también por una de monotonía: contemplarlos superar desafíos es como ver a tu sobrino pasar pantallas de un videojuego. En 'Le llaman Bodhi', la secuencia de paracaidismo funcionaba porque, para cuando sucedía, ya habíamos establecido una conexión emocional con los personajes. Con los personajes de 'Sin límites' establecemos tanta conexión como con los actores de un anuncio de Red Bull.

En otras palabras, por último, aquí no hay ni rastro de la bizarra conexión entre perseguidor y perseguido que daba fuelle a la película original porque tampoco lo hay de la química que Keanu Reeves y Patrick Swayze lograron insuflarle, y que Bigelow supo poner al mismo nivel que el espectáculo visual. Por un lado, aquí a Johnny Utah lo encarna Luke Bradley, un trozo de leña con peluca rubia y una cara pintada en su centro. Y aunque Édgar Ramírez en realidad es un actor muy capaz, el papel de Bodhi que han escrito para él es tan blando que resulta incomprensible que lograra convencer a nadie ya no para lanzarse al vacío desde un acantilado, sino ni siquiera para bajar a la gasolinera a por hielo. Al final, todo cuanto Core logra es capturar la impresionante belleza de escenarios naturales como los nevados Alpes o los bosques tropicales de Venezuela. Si 'Sin límites' fuera una promo de 40 segundos para el canal Energy resultaría francamente espectacular.

Con el paso del tiempo, sobre todo a lo largo de su estancia en estantes de videoclub, 'Le llaman Bodhi' (1991) desarrolló un incontestable estatus de obra de culto. Quizá fuera por el músculo y la capacidad de asombro de que Kathryn Bigelow dotó a las escenas de acción, o porque hace 25 años el tipo de tensión homoerótica que mantenían el detective Johnny Utah (Keanu Reeves) y el surfista zen al que llaman Bodhi (Patrick Swayze) era aún tema tabú y los deportes de riesgo todavía no se habían convertido en sinónimos de bebida energética. Por el motivo que fuera, resultaba fácil pasar por alto que, se mire como se mire, era una película agresivamente ridícula, y la gran virtud del remake que ahora se estrena es su capacidad para corregir ese defecto: comparada con 'Sin límites', cualquier película parece inteligente.

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