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Magia visual para una película tan deslumbrante como innecesaria
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El desafío recupera la hazaña del funambulista Petit

Magia visual para una película tan deslumbrante como innecesaria

Robert Zemeckis ofrece un imponente espectáculo visual en los veinte minutos finaloes de 'El desafío' que no justifican, sin embargo, la sobreabundancia de defectos previos

Foto: 'El desafío'
'El desafío'

No hace falta ponerse muy estricto para comprender que esta película es mayormente innecesaria, por la sencilla razón de que se ocupa del mismo asunto que en su día ya tocó el estelar documental Man on Wire' (2008): el paseo que el acróbata francés Philippe Petit se dio a primera hora del 7 de agosto de 1974, alambre mediante, en el vacío que separaba las cumbres de los dos edificios gemelos que componían el World Trade Center neoyorquino.

Cierto que aquella oscarizada película no incluía imágenes en movimiento del momento preciso de la peligrosa caminata, más que nada porque no existen. Y es sin duda eso, la posibilidad de evocarlas, lo que convenció a Robert Zemeckis de que dirigir 'El desafío' era una buena idea. Zemeckis, no lo olvidemos, es algo parecido a un mago de lo visual. Incluso cuando sus películas no cuentan buenas historias, siempre incluyen un par de secuencias apabullantes, que evocan una experiencia extraordinaria de forma tan palpable que nos hacen sentir que estamos ahí, participando: el accidente aéreo de 'Náufrago' (2000), o los tránsitos a través de agujeros de gusano en 'Contact' (1997), ofrecen el tipo de experiencia visceral que también trata de proporcionarnos la última media hora de 'El desafío'.

Vértigo al salir del cine

En concreto, aquí Zemeckis intenta que el mero hecho de contemplar la pantalla nos provoque vértigo, e incluso que al salir del cine sintamos la imperiosa necesidad de abrazarnos a un inodoro. Lo curioso es que mientras emula el gozo y el miedo que Petit sentía al caminar sobre el alambre, y mientras recrea el crujido metálico del cable y el susurro del viento que roza su ropa y su pelo y el rumor del tráfico que curre 110 pisos más abajo, Zemeckis hace que aquel logro resulte menos milagroso. Lo transforma en algo a lo que cualquiera de nosotros los mortales podemos acceder. Es decir, lo banaliza.

Aunque el gran problema de ese clímax sin duda imponente es otro: que se ve, se oye y se percibe desconcertantemente artificial. Un ser humano se jugó la vida para caminar sobre el cielo, y la versión documental de esta historia nos hizo sentir un suspense y una tensión atosigantes a pesar de que sabíamos de antemano que su historia tenía un final feliz. 'El desafío', en cambio, elimina toda peligrosa conexión con la realidad. Pese a que técnicamente no tiene nada que ver con esas feísimas películas animadas que Zemeckis firmó la pasada década, es lo más irreal y 'cartoonesco' que ha dirigido desde '¿Quién engañó a Roger Rabbit?' (1988). Si esta versión de Petit perdiera el equilibrio y cayera del alambre, probablemente rebotaría en el asfalto y volvería a lo alto de las torres sin un rasguño.

Si esta versión de Petit perdiera el equilibrio y cayera del alambre, probablemente rebotaría en el asfalto y volvería a lo alto de las torres sin un rasguño

Quizá el clímax de 'El desafío' no tendría tanta textura de plástico si, antes de llegar a él, Zemeckis se hubiera preocupado por establecer ciertas conexiones emocionales. Para planear su llamativa gamberrada, Petit recluta a una banda cuyo objetivo dramático es funcionar como remedo de la de 'Ocean’s Eleven' (2001) pero cuyos miembros son meros estereotipos que solo existen para maravillarse ante la grandeza de su líder, y que nunca se plantean qué necesidad tendría nadie de jugarse la vida de esa manera. Tampoco la película lo hace, dicho sea de paso.

Vendedor de aspiradoras

Por lo que respecta al propio Petit, el tipo se pasa el metraje entero hablando directamente a cámara y asumiendo la tarea de narrador para explicarnos con insistencia propia de un vendedor de aspiradoras a domicilio lo importante que es tratar de cumplir tus sueños, y para verbalizar cosas que las imágenes de Zemeckis ya se encargan de mostrar. Es un ególatra insufrible, y a pesar de ello la película se empeña en que lo adoremos.

Las imágenes de 'El desafío' son tan imponentes que contemplarla habría sido una experiencia absorbente si Petit hubiera cerrado la boca al menos diez segundos

Es una pena, porque las imágenes de 'El desafío' son tan imponentes, y su técnica tan deslumbrante, que contemplarla podría haber sido una experiencia realmente absorbente si el tal Petit hubiera cerrado la boca durante al menos diez segundos. Y, por supuesto, si Zemeckis no hlubiera sentido la necesidad de pasar más de una hora de película hablándonos de la infancia de su héroe y de cómo adquirió sus habilidades acróbatas. Enfrentarse a esa primera mitad del relato, en la que el actor Joseph Gordon-Levitt se pasea por un París de cartón piedra sacando bolas de las orejas de los niños y haciendo gestos de mimo y provocándonos con un acento francés propio de Pierre Nodoyuna, resulta del todo inútil.

Más que nada, porque está claro que Zemeckis hizo esta película con el único fin de recrear el histórico paseo por el alambre. Todo lo demás sobra. ¿Para qué filmarlo, pues? ¿Para qué obligar a Gordon-Levitt a ponerse esa peluca digna de una comedia de los hermanos Farrelly? ¿Por qué no limitarse a recrear la hazaña, y ya? De haber sido concebida a modo de cortometraje, 'El desafío' sería un logro indudable. En formato largo, los 20 minutos finales apenas justifican la superabundancia de defectos previos. Por eso, quienes quieran conocer la historia de Philippe Petit deberían ahorrarse 'El desafío' y ver 'Man on Wire' en su lugar. Y quienes ya la hayan visto, deberían verla de nuevo.

No hace falta ponerse muy estricto para comprender que esta película es mayormente innecesaria, por la sencilla razón de que se ocupa del mismo asunto que en su día ya tocó el estelar documental Man on Wire' (2008): el paseo que el acróbata francés Philippe Petit se dio a primera hora del 7 de agosto de 1974, alambre mediante, en el vacío que separaba las cumbres de los dos edificios gemelos que componían el World Trade Center neoyorquino.

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