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El fin del 'homo sovieticus': réquiem por el comunismo
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Svetlana Aleksiévich, una nobel contra la urss

El fin del 'homo sovieticus': réquiem por el comunismo

Svetlana Aleksiévich recibirá hoy el Nobel de Literatura en Estocolmo con un duro alegato contra el comunismo. En su último libro publicado en España firma un sombrío y espléndido epitafio de la URSS

Foto: 'El fin del Homo Sovieticus', de Svetlana Aleksiévich
'El fin del Homo Sovieticus', de Svetlana Aleksiévich

El comunismo soviético emprendió el más radical experimento de ingeniería social jamás ensayado en la historia de nuestra especie: transformar al viejo y marchito Adán en un tipo inédito de hombre nuevo. Y según Svetlana Aleksiévich (1948), la gran cronista biolurrusa que hoy recibe el nobel de literatura 2015 en el deslumbrante Salón Azul del Ayuntamiento de Estocolmo, "lo consiguió". Al menos durante "setenta y pocos años". Uno de los mejores documentos biográficos escritos sobre ese "homo sovieticus" inventado en el "insensato" laboratorio de la URSS lo escribió precisamente Aleksiévich en 2013 y su traducción aterriza estos días en las librería españolas.

Madres deportadas con sus hjos, estalinistas irredentos tras pasar por el gulag, suicidas... y resistentes, que los hubo. Porque siempre los hay.

En 'El fin del homo sovieticus' (Acantilado, 2015) Aleksiévich recupera la voz de cientos de damnificados, aquellos que entablaron, durante décadas de socialismo, "una particular relación con la muerte": humillados y ofendidos, madres deportadas con sus hjos, estalinistas irredentos que mantenían su fe incólume tras pasar por el gulag, entusiastas de la Perestroika incapaces de entender el triunfo arrasador del capitalismo, suicidas... y resistentes, que los hubo. Porque siempre los hay.

Svetlana Aleksiévich conoció bien a aquellos sovoks (pobres soviets anticuados) porque fue una de ellos: "nunca fuimos conscientes de la esclavitud en qué vivíamos; aquella esclavitud nos complacía. Habernos perdido los años de la Revolución y la guerra civil nos producía un dolor tan intenso que casi nos arrancaba las lágrimas. ¡No habíamos estado allí! Ahora una echa la vista atrás y se pregunta si de verdad aquellas personas éramos nosotros. ¿Así era yo? ¿En serio? Todos contábamos con una sola memoria, la memoria del comunismo. Compartimos una misma casa en la memoria".

El consuelo del apocalipsis

La primera parte de esta colección de microhistorias arrancadas a la tierra helada la titula Aleiksiévich 'El consuelo del apocalipsis' y pone el foco en esa reconstrucción de la nostalgia por el imperio a la que cedieron tantos tras la caída de la URSS. Microhistorias como la de Yelena Yúrevna, tercera secretaria de un comité regional del Partido que, ya en tiempos de Yeltsin, primero se reivindica comunista para después tachar de "bandidos" a Lenin y a Stalin y concluir finalmente: "somos todos criminales". O como la de Aleksander Porírievich, jubilado, que a sus 63 años se roció la cabeza con acetona y se quemó vivo en los arriates donde cultivaba pepinos. "¡Todo ardió!", exclama su vecina Marina al recordarlo, "toda nuestra vida fue arrasada por las llamas". O la del mariscal rojo Ajromeiev que saludó con alegría el fin de la dictadura para arrepentirse en cuanto el caos de la era Yeltsin asoló el país: "hemos vendido un gran país por un puñado de tejanos, cigarrillos Marlboro y unos chicles".

El mariscal rojo Ajromeiev: “hemos vendido un gran país por un puñado de tejanos, cigarrillos Marlboro y unos chicles“

La segunda y última parte de 'El fin del homo sovieticus' lleva por nombre 'El encanto del vacío' y abandona el autoengaño de los vivos para recuperar las esquirlas de la memoria deshonrada de los muertos. Baste con traer aquí una sólo historia de las que se cuentan, se cuentan solas y ninguna página dice mejor de un autor que aquella en la que desaparece tras sus personajes. Es la historia de Romeo y Julieta, sólo que esta vez se llaman Margarita y Abulfaz. Se enamoraron en la bulliciosa Bakú de los 80, entre el mar, las cigarras y los campos de petróleo. Pero llegó la guerra, el fanatismo, la división, ella era armenia y el azerí...

"El tiempo ha dado marcha atrás"

La cronista aterrizó el lunes en Estocolmo y, durante su lectura de aceptación del Nobel que recogerá hoy, criticó que Rusia "haya vuelto a los tiempos de la fuerza". Ante un auditorio lleno, Aleksiévich señaló que "los rusos hacen la guerra a los ucranianos. A sus hermanos. Mi padre es bielorruso y mi madre ucraniana.... El tiempo de la esperanza ha sido reemplazado por el tiempo del miedo. El tiempo ha dado marcha atrás....vivimos en una época de segunda mano".

En un discurso construido con retazos de los testimonios de los miles de personas con los que ha hablado durante cuarenta años para escribir sus libros, la bielorrusa trazó la historia del "hombre rojo", ese que sigue existiendo "aunque ya no exista el imperio rojo". Sobre este hecho, Aleksiévich, que leyó su discurso en ruso, dijo: "hemos dejado pasar la oportunidad que tuvimos en los años noventa. En respuesta a la pregunta: ¿Qué debemos ser, un país fuerte o bien un país digno donde se pueda tener una buena vida? Hemos elegido la primera opción: un país fuerte. Así hemos vuelto a los tiempos de la fuerza".

La periodista resaltó que tiene tres hogares: "Mi tierra bielorrusa, la patria de mi padre donde he vivido toda mi vida, Ucrania, la patria de mi madre donde nací, y la gran cultura rusa sin la que no me puedo imaginar. Las tres me son muy queridas".

"Pero en estos días, es difícil hablar de amor"

El comunismo soviético emprendió el más radical experimento de ingeniería social jamás ensayado en la historia de nuestra especie: transformar al viejo y marchito Adán en un tipo inédito de hombre nuevo. Y según Svetlana Aleksiévich (1948), la gran cronista biolurrusa que hoy recibe el nobel de literatura 2015 en el deslumbrante Salón Azul del Ayuntamiento de Estocolmo, "lo consiguió". Al menos durante "setenta y pocos años". Uno de los mejores documentos biográficos escritos sobre ese "homo sovieticus" inventado en el "insensato" laboratorio de la URSS lo escribió precisamente Aleksiévich en 2013 y su traducción aterriza estos días en las librería españolas.

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