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La maldición Ingres: cuando lo que más odias te da de comer
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gran EXPOSICIÓN EN EL PRADO

La maldición Ingres: cuando lo que más odias te da de comer

Detestaba a los aristócratas, pero eran sus mejores clientes. Y ahora el Museo del Prado le dedica una exposición centrada en sus retratos, el género que mejor se le daba pero que él más despreciaba

Foto: 'El baño turco', 1862. Museo del Louvre
'El baño turco', 1862. Museo del Louvre

No todo el mundo es bueno en lo que le gusta, ni siquiera los grandes genios. Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867) soñaba con pintar grandes escenas históricas, la categoría más alta para un artista. Pero para su desgracia, en lo que de verdad tenía talento era haciendo retratos.

Aunque lo intentó, no hubo manera. La exposición de El Prado se abre con su primera obra importante: un espectacular cuadro de Napoleón, el mandamás del momento, con el que pretendía ganarse ya desde el principio esa ansiada fama de artista de Historia. Sin embargo, a pesar de que hoy el lienzo es considerado una obra maestra, a los críticos de la época les pareció horrible. Se mofaron de la cara extremadamente pálida y de la rigidez del retratado, que casi parece una escultura gótica.

Ingres se lo tomó como un gran fracaso y, furioso, se marchó a vivir a Italia. Pero allí tampoco le fue bien: se quedó sin dinero y tuvo que sobrevivir vendiendo a los turistas británicos pequeños retratos dibujados a lápiz. Él, que aspiraba a lo más grande, se sentía humillado. Así lo demuestra el encontronazo que tuvo con un cliente que llamó a su puerta: “¿Es aquí donde vive el hombre que dibuja pequeños retratos?”, le preguntó el visitante. Él contestó airado: “¡No! ¡El hombre que vive aquí es un pintor!”.

Detestaba sus dibujos, su mejor obra

Para su desgracia, esos dibujos a lápiz tuvieron un enorme éxito y llegó a rechazar ofertas para irse a Inglaterra, donde habría ganado una fortuna con ellos. Aunque luego se recuperó económicamente y pudo hacer por fin sus ansiadas escenas de historia, el público siempre prefirió sus dibujos y retratos. Se hizo rico con ellos y son un hito en la historia del arte, pero los despreciaba y vivió toda la vida con la frustración de un sueño incumplido.

Ese “insaciable deseo de gloria” que él mismo decía tener, le creó un gran resentimiento y envidia hacia los millonarios, que se podían permitir todo lo que a él le faltaba. Es un nuevo problema porque todos sus clientes eran burgueses o aristócratas y no sólo debía aguantar sus caprichos, sino que además tenía que pintarles guapos e imponentes.

Pero sin darse cuenta, esa mezcla de odio y fascinación por el lujo hizo que sus retratos fueran diferentes a los de todos los demás artistas y alcanzaran una calidad casi imposible de igualar. Se recrea casi con lujuria en representar al detalle las joyas y accesorios, le da a los vestidos una delicadeza sensual y llena cada retrato de una elegancia que sólo alguien completamente obnubilado por la opulencia podía conseguir. El mejor ejemplo lo encontramos en el retrato de la Condesa de Haussonville, que la colección Frick de Nueva York ha prestado a El Prado para esta exposición. Basta mirar con qué pasión representa Ingres los anillos, pulseras, jarrones, telas y hasta el peinado de la protagonista para hacernos una idea de lo mucho que envidiaba ese lujo.

Periodistas: “piratas irresponsables sin talento”.

Así describía Ingres a la prensa, los que sin duda ocupaban el lugar más alto de su lista de odios. Los durísimos ataques que le dedicaron al principio de su carrera le marcaron para siempre y se pasó toda su vida huyendo de ellos, como señala el historiador Andrew Carrington: “Cuando la prensa criticó sus primeros cuadros, se exilió voluntariamente en Italia. En el momento en que las opiniones empezaron a ser favorables, volvió a París. Pero diez años después, cuando volvieron a serle hostiles, anunció su retirada de la vida pública y regresó a Italia”.

Sin embargo, una vez más sus aversiones acabaron conduciéndole sin querer al éxito porque gracias a esa huida a Roma conoció la pintura de Rafael, genio del Renacimiento. Eso le convirtió en un gran dibujante primero y en maestro del retrato después, justo las dos cosas que le hicieron famoso.

Quien quiera ver plasmado sobre el lienzo todo el desprecio de Ingres hacia los informadores, sólo tiene que acercarse al impresionante retrato del periodista Louis Françoise Bertin, que ha viajado desde el Louvre para esta exposición. Cuando la hija de este respetado magnate de la prensa vio el cuadro se quedó espantada: “Mi padre era un gran señor, Ingres lo ha convertido en un granjero gordo”. Para Edouard Manet se trata de la representación más cruda de un burgués presumido.

Delacroix, su archienemigo

Aunque nunca triunfó en el género que él quería, Ingres acabó ganando mucho dinero y logró ser considerado el gran maestro del Neoclasicismo del siglo XIX. Sin embargo, había un hombre que amenazaba su trono: Delacroix y su Romanticismo, cada vez más de moda.

Ingres defendía la pintura inspirada en la Antigua Roma, en la que todo era calma, sensualidad y colores suaves. Por contra, Delacroix representaba todo lo que él odiaba: escenas trágicas, llenas de violencia y tonos impactantes. Sin embargo su rivalidad a cara de perro con los románticos obligó a Ingres a adaptar el Neoclasicismo a los nuevos tiempos para no quedarse atrás.

Delacroix representaba todo lo que él odiaba: escenas trágicas, llenas de violencia y tonos impactantes

Como demuestra la exposición de El Prado, tomó prestadas de ellos tres cosas que mejorarán su pintura: representar a las mujeres en posturas más retorcidas (de ahí sus famosos retratos de espalda), saltarse las rígidas normas de proporción (‘La Gran Odalisca’, otra de las joyas de la muestra, tiene la columna vertebral demasiado alargada, para darle más sensualidad) y llenar sus cuadros de exotismo oriental (como se ve en ‘El Baño Turco’, también presente temporalmente en Madrid). De nuevo, la historia de Ingres nos demuestra que aquello que detestamos puede acabar obligándonos a mejorar. En su caso le ayudó a convertirse en uno de los más grandes de todos los tiempos.

No todo el mundo es bueno en lo que le gusta, ni siquiera los grandes genios. Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867) soñaba con pintar grandes escenas históricas, la categoría más alta para un artista. Pero para su desgracia, en lo que de verdad tenía talento era haciendo retratos.

Sin censura Pintura Museo del Prado Napoleón
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