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Los Planetas, pesadilla en el patio de butacas
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La fiebre pop del auditorio

Los Planetas, pesadilla en el patio de butacas

El público de L'Auditori de Barcelona asistió inmovilizado a una larga sesión de narcosis psicodélica y no se liberó hasta la vibrante recta final

Foto: Los Planetas
Los Planetas

La leyenda del espacio

El 17 de julio de 1995 Luz Casal escupió en el centenario escenario del Palau de la Música. Aquel día, el templo modernista quedó definitivamente abierto al star system nacional. No solo eso, al grito de "el rock también es cultura" todos aquellos recintos embutacados pasaron a ser la ansiada meta de nuestros rockeros, el duodécimo dan del prestigio; como si el prestigio no procediera de su obra sino del espacio donde suena. Loquillo, Bunbury, Andrés Calamaro, Rosario, Rosendo... Todos han pisado tarde o temprano alguno de esos auditorios clónicos de nuestra geografía donde su eléctrica y rebelde persona se requetecontraconsagraba forever more. Mientras, el público apoquinaba el doble de lo previsto para asistir al concierto. ¿¡Cómo que concierto?! A-con-te-ci-mien-to.

Todos aquellos recintos embutacados pasaron a ser la ansiada meta de nuestros rockeros, como si su prestigio procediera del espacio donde suena

El ejercicio de asalto al recinto que aporta prestigio se ha transmitido de generación en generación. Hasta los indies que han crecido en los años 90, presuntamente a la contra del rockerío nacional precedente, han acabado ansiando ese mismo y extraño reconocimiento musical a través de la arquitectura. Y así llegamos, veinte años después del escupitajo de Luz Casal, al 29 de octubre de 2015, fecha en que el quinteto granadino asalta L'Auditori. "Un concierto de prestigio", titula y certifica ya algún medio.

Los Planetas ya actuaron en el Palau de la Música en 2010, dentro del festival De Cajón, en su etapa de inmersión en el flamenco psicodélico. Y en esa línea empezaron esta vez. La voz pregrabada del muecín llamó a la oración y sus versos coránicos se mezclaron con 'Los poetas'. Después, 'Virgen de la soledad'. En platea, miradas fijas y oídos atentos. Apenas se movía un alma. Sí, sí, se levanta una persona y abandona su butaca. Ah, no, que va al lavabo. Suena 'Señora de las alturas'. La contención del público es prácticamente absoluta. Pero un tipo se levanta y, él sí, decide seguir el concierto desde el lateral izquierdo de la platea. Al fondo, para no molestar.

Suena 'Ya no me asomo a la reja' y alguien del primer piso exterioriza su excitación alzando el puño para marcar el compás de la batería. Aleluya. Hay vida en el primer piso. Ha pasado más de media hora de concierto y es hora de preguntarse qué sentido tiene celebrar un concierto de rock en un recinto con butacas. En qué beneficia la experiencia o la escucha. Llorenç Barber, figura de renombre mundial en la música contemporánea, maestro campanero y autor del libro 'El placer de la escucha' ya no se muerde la lengua: "Escuchamos con toda la piel, que no es sino una oreja expandida. Y si partimos de ahí, del escuchar en los contextos del vivir, un auditorio es un cementerio faraónico de contextos, un allanar las escuchas".

La leyenda del concierto

La hipnosis sinfónica sigue amuermando el pulso del patio de butacas cuando 'Corrientes circulares en el tiempo' anima a un centenar de espectadores a marcar el ritmo de la canción batiendo palmas. Sólo los primeros compases. Luego, vuelve a reinar una cortesía sepulcral. ¡Ah, no, se levantan cuatro personas! Falsa alarma: todas al lavabo. Nunca me entero de nada. Otros seis que enfilan el pasillo hacia la puerta. Parece como si en esta experiencia tan físicamente represora que es escuchar un concierto de rock sentado la única vía de escape sea el esfínter. Suena la apoteósica 'Toxicosmos' y en sus ya famosos cortes y subidas de intensidad ya son ochenta puños los que se alzan para liberar la tensión marcando el compás. Abundan los aplausos cuando la canción llega al valle. No es nada comparado con la reacción que ha generado esa misma pieza otras noches.

Esto es un sinsentido. Esto es una tortura. El propio edificio, las butacas, el hecho de no conocer a la persona que se ha sentado a tu lado, te impide gritar

Esto es un sinsentido. Esto es una tortura. El propio edificio, las butacas, el hecho de no conocer a la persona que se ha sentado a tu lado, te impide gritar eso de "a veces pienso en lo estúpido que fui / las fuerzas que gasté, el tiempo que perdí" en 'Parte de lo que me debes'. Como mucho, lo susurras con los labios pegados. Y cualquiera que grite será atravesada con una mirada que dice: 'perdona, guapa, yo he venido a escuchar al grupo'. Dice el ensayista y estudioso de la música Ramón Andrés: "Todo forma parte de este espacio privado que nos hemos constituido y en el cual nos hemos diluido. Somos un espacio privado absolutamente cerrado con baldones para que no entre nada. La paradoja es que queremos participar de cosas colectivas siendo nosotros unidades cerradas y autorreferenciales".

'Deberes y privilegios'... y más viajes al lavabo. Con 'db' el público parece que prende, pero no acaba de conseguirlo. 'Santos que yo te pinté' debería ser la señal que invita a romper definitivamente las convenciones. Y casi, pero tampoco. Tres chicas se hacen un selfie simulando con la mano unos cuernos en la cabeza mientras Jota canta "demonios se tienen que volver". Acaba la canción y se levantan quince, treinta, ochenta, doscientas personas. Florent alza los brazos en señal de agradecimiento y victoria. 'San Juan de la Cruz' sienta a la gente otra vez. En el lateral derecho de la platea un tipo con pinta de alumno de Esade se revuelve: "¿Pero dónde vais? Yo no puedo estar sentado. Esto del auditorio no lo entiendo". Su butaca está ahí enfrente, vacía. Él ya no volverá a sentarse.

Una mujer exclama: "¡Te amo Juan Ramón!". ¡También hay vida en las primeras filas! Pero Jota no reacciona y ni siquiera el público celebra que alguien haya roto el silencio. ¿Estamos por la ceremonia o estamos a lo tonto? Hay que mantener las formas hasta en el indie. Suena 'Rey sombra', suena 'Si me diste la espalda'... Entran cinco, salen ocho... En 'Devuélveme la pasta que me debes' una mujer consigue bailar con la parte superior del cuerpo y dar palmas sentada en su butaca con las piernas cruzadas. En la fila siete se levanta una chica a bailar desafiando las normas de conducta y tapando al de atrás. Aguanta veinte segundos. Dos mujeres más, en primera fila se levantan y bailan desacomplejadamente. Otras cuatro de la fila cuatro las imitan. Sí, solo mujeres. Es una heroica victoria en un contexto tan castrador como este en el que hoy toca escuchar a Los Planetas.

Y entonces llega 'David y Claudia'. Aquí sí que ya todo el auditorio se pone en pie. Ha sido la magia de David Copperfield y Claudia Schiffer. El público del segundo piso, que tienen que ver a Los Planetas a una inmensa distancia, da señales de vida. Espectadoras del primer piso bajan a platea. Los pasillos quedan educadamente colapsados y la acomodadora no hace nada por evitarlo. De hecho, la acomodadora tararea 'Un buen día'. Hay parejas que, ya de pie, se abrazan cuando suenan 'Alegrías del incendio'. ¿Por qué ahora? Porque es imposible abrazarse sentados en las butacas.

Acaba el concierto. Una pausa y nos ponemos con los bises.

La leyenda del sonido

Ferran Conangla es profesor del sonorización de directos en el departamento de Sonología de la Esmuc. También trabaja amplificando orquestas y coros en el Liceu, el Palau Sant Jordi y la Sagrada Familia. Por cierto, él sonorizó la gira de Astrud con el Col.lectiu Brossa. No cree que L'Auditori sea es un buen espacio para la música amplificada. La considera la sala más complicada de sonorizar de Barcelona. Es "muy viva", apunta. Con eso quiere decir que las paredes de madera de los laterales rebotan el sonido, que hay que ser muy hábil para que el volumen del escenario no invada la platea y que si el técnico quiere taparlo dando más volumen en la sala puede provocar un serio desastre. De hecho, confiesa, la platea es el peor lugar para escuchar conciertos de música amplificada. El mejor es el primer piso porque ahí hubo que instalar unas cortinas gigantes en los laterales para corregir la acústica y absorber el volumen y ahí arriba sí dan resultado. En el segundo piso, también, pero, claro, allí el público está rematadamente lejos del grupo.

Se supone que los conciertos en un auditorio aseguran una mayor calidad acústica, pero Conangla dice que nadie puede garantizarlo. Todo está en manos del técnico y de su experiencia; y sabido es que los grupos de rock pisan auditorios muy de vez en cuando. Hoy Los Planetas suenan como suenan habitualmente. Quizás más apagados al principio y no mucho más imponentes en la recta final. Los problemas de sonido llegan, si acaso, al final, cuando la voz de Jota no aparece al principio de 'Segundo premio' y cuando poco después sí aparecen algunos acoples imprevistos. Pero, desde luego, lo innegable es que la presión del sonido en platea es mucho mayor.

La aplicación Soundmeter Plus calcula la cantidad de música que puedes escuchar a un volumen determinado. La de Conangla dice que no es aconsejable recibir más de 15 minutos al día la cantidad de decibelios que absorbe hoy la platea. Pero, claro, explícaselo a chica que le está gritando los versos más vengativos de 'Segundo premio' a su pareja. O a los que recitan de memoria 'Pesadilla en el parque de atracciones', otro de esos hits planetarios sin género que pueden ser disparados por y contra hombres y mujeres. O explícaselo a esa pareja de la fila diez que canta abrazada y que ha motivado que la pareja de la fila once también se levante y cante abrazada. El efecto contagio, tan automático en una sala de conciertos, se manifiesta al fin en L'Auditori. Se han roto las normas y cada cual disfruta como quiere. Ya nadie se pregunta qué pasaría si se levantase de la butaca. Pero, claro, estamos ya al final del primer bis. Esto ya se acaba...

Suena 'De viaje' y Los Planetas vuelven a ser el excitado e impreciso grupete granadino que empezaba a caminar cuando Luz Casal ya escupía en el suelo del Palau de la Música. Suenan atropellados, sí, pero mil veces más vivos que hace una hora. Y cuando rematan la noche con 'La Copa de Europa' se genera la falsa sensación de que están rematando un concierto histórico cuando solo ha sido un concierto más. Hasta hace poco, en los planes revolucionarios de Jota estaba montar raves ilegales, tocar en iglesias y dar conciertos-escraches frente a la casa de políticos del Partido Popular. La cosa se ha quedado en solemnes ceremonias de noise-rock de auditorio. "Ahora pienso que no merece la pena / Arriesgarme traerá más problemas / Así que elijo lo que tengo más cerca", dice esta ultima canción.

A la salida, dos amigas comentan convencidísimas: "Ha sonado de puta madre. Esas mierdas asonantes que hacen a veces se oían perfectas".

La leyenda del espacio

El 17 de julio de 1995 Luz Casal escupió en el centenario escenario del Palau de la Música. Aquel día, el templo modernista quedó definitivamente abierto al star system nacional. No solo eso, al grito de "el rock también es cultura" todos aquellos recintos embutacados pasaron a ser la ansiada meta de nuestros rockeros, el duodécimo dan del prestigio; como si el prestigio no procediera de su obra sino del espacio donde suena. Loquillo, Bunbury, Andrés Calamaro, Rosario, Rosendo... Todos han pisado tarde o temprano alguno de esos auditorios clónicos de nuestra geografía donde su eléctrica y rebelde persona se requetecontraconsagraba forever more. Mientras, el público apoquinaba el doble de lo previsto para asistir al concierto. ¿¡Cómo que concierto?! A-con-te-ci-mien-to.

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