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El último Baroja
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Los caprichos de la suerte

El último Baroja

No habrá nuevos rescates literarios del gran escritor donostiarra. La odisea de un periodista en los días de la guerra civil que se publicará en noviembre era la última novela que faltaba por publicar

Foto: Un rincón de la casa de Pío Baroja (Jesús G. Feria)
Un rincón de la casa de Pío Baroja (Jesús G. Feria)

Un sorpresivo furor bibliófilo sacudió a los hambrientos habitantes de Valencia la Roja en los aciagos días de la guerra. Con las tiendas vacías de vituallas y los bolsillos llenos de un dinero republicano que pronto perdería su valor, a la gente le dio por gastárselo en libros. Las señoras arrastraban por las calles las obras completas de Freud y las librerías reventaban sus cajas registradoras a razón de la increíble cifra de veinte mil pesetas diarias. Todos los estantes fueron arrasados menos los de una clase: los libros comunistas y anarquistas. Al parecer, “no interesaban a nadie”.

Estudiosos, eruditos y barojianos de toda condición acechaban el pase a imprenta de 'Los caprichos de la suerte' (Espasa) desde hacía años

Y así nos volvemos a encontrar con Pío Baroja, como con un viejo amigo, en la última novela inédita del escritor que aguardaba su momento en los cajones de la formidable casa familiar de Itzea, en Vera de Bidasoa, Navarra, a siete kilómetros de Guipúzcoa y a cinco de Francia. Estudiosos, eruditos y barojianos de toda condición acechaban el pase a imprenta de 'Los caprichos de la suerte' (Espasa) desde hacía años.

La existencia de este texto maltrecho dentro de una carpetilla gris de cintas rojas no era ningún secreto para los avisados. No habrá más. He aquí el último “Baroja”.

“Es cierto, se trata de su última novela inédita. Para el futuro ya sólo quedan escritos menores, textos memorialísticos y alguna semblanza ”. Pío Caro-Baroja acaba de recibir a los periodistas en Itzea, a la vera de la misma carretera por la que su tío abuelo se pasó a Francia el 19 de julio de 1936 después de que estuvieran a punto de fusilarle. Nos encontramos en el comedor que Marañón describió en su día como “el más bonito de España”. Arriba nos espera la biblioteca de más de 30.000 volúmenes.

Desde aquella huída, la versión que dió el escritor de su peripecia bélica fue, según la describe Andrés Trapiello en 'Las armas y las letras', “como una de aquellas novelas de contrabandistas y carlistas cruzando la muga”. 'Los caprichos de la suerte', tercera parte de 'Las saturnales', la errabunda trilogía barojiana inacabada sobre la guerra civil escrita entre 1949 y 1951, sirve con su botín de historias propias y ajenas la última palabra sobre el conflicto del gran escritor donostiarra.

Remendada con las historias del Madrid de la guerra o de la citada Valencia la Roja que a Baroja le contaron y con los recuerdos, estos sí propios, de su solitario apartadero parisino donde fue tan mal recibido por los exiliados españoles, la novela relata el periplo del singular periodista Luis Goyena, autor de “un libro en el que se mostró brusco e independiente, lo que no era grato para los lectores de la derecha ni los de la izquierda”. Goyena huye a pie desde el Puente de Vallecas camino de Levante. En Valencia tercia con chequistas y milicianos y logra finalmente embarcar a París. Allí amará a la fascinante y libertina Gloria y dudará si marchar a América.

Nos encontramos ante un mecanoscrito repleto de adiciones y tachaduras y en un estadio previo de escritura que necesitó ser puntillosamente revisado

La edición de 'Los caprichos de la suerte', a cargo de Ernesto Viamonte Lucientes, es el resultado de un largo proceso de trabajo con un mecanoscrito desbaratado repleto de adiciones y tachaduras y en un estadio previo de escritura que necesitó ser puntillosamente revisado y completado con otras páginas dispersas de la obra de Baroja. En su 'Nota preliminar', José Carlos Mainer señala que si bien se trata de una novela "falta de una última mano", reconocemos en ella al mejor Baroja "en la traza certera de un personaje secundario y efímero, en cualquier réplica apasionada o escéptica, en una ráfaga vivaz del paisaje o en la complacida evocación de un barrio de París".

¿Cuánto hay de Baroja en Luis Goyena, el protagonista de 'Los caprichos de la suerte'? "La principal aportación de la persona al personaje", responde Pío Carp-Baroja, "es la gran disquisición: ¿me voy a América o no? Porque Baroja estuvo a punto de embarcar a América pero al final no lo hizo. Si me meto en su piel entiendo sus dudas. Se sentía muy mayor, estaba muy apegado a su sobrino Julio y de alguna forma deseaba retomar su vida anterior. América no era buena para un viejo".

Pero perder el tiempo persiguiendo trasuntos en los personajes de Baroja podría despistarnos del mayor personaje de todos: él mismo.

Enero del 38. Baroja es invitado a Salamanca a renovar su juramento académico. El régimen lo detesta y el no le tiene simpatía pero ambos acaban por encontrarse. Los corrillos arden: ¿"Jurará" el autor de 'La busca' o, como compete a un ateo y comecuras como él, "prometerá"? La pregunta no era baladí en aquellos duros tiempos. Según relata en 'Los Baroja' su sobrino, y gran antropólogo, Julio Caro Baroja, la barojiana respuesta fue: "lo que sea costumbre". Otra versión del historiador Luis Sánchez Granjel, más exacta según Trapiello, no desluce menos la marca de la casa: "lo que manden".

Un sorpresivo furor bibliófilo sacudió a los hambrientos habitantes de Valencia la Roja en los aciagos días de la guerra. Con las tiendas vacías de vituallas y los bolsillos llenos de un dinero republicano que pronto perdería su valor, a la gente le dio por gastárselo en libros. Las señoras arrastraban por las calles las obras completas de Freud y las librerías reventaban sus cajas registradoras a razón de la increíble cifra de veinte mil pesetas diarias. Todos los estantes fueron arrasados menos los de una clase: los libros comunistas y anarquistas. Al parecer, “no interesaban a nadie”.

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