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Adiós a Maureen O'Hara, reina del Technicolor y odalisca pelirroja de Ford
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Ha Muerto a los 95 años

Adiós a Maureen O'Hara, reina del Technicolor y odalisca pelirroja de Ford

"Espero que sea de plata o de oro y no algo sacado de la cocina", exclamó ante Liam Neeson y Clint Eastwood cuando recogió la estatuilla en noviembre del año pasado

Foto: Imagen de archivo de la actriz Maureen O'hara
Imagen de archivo de la actriz Maureen O'hara

Guerrera hasta el final. Si hace unos meses Maureen O'Hara cruzaba en silla de ruedas la alfombra roja de los Premios Governor's Ball con cara de pocos amigos y su pelo rojo perfectamente ordenado para recibir ese Óscar (honorífico, eso sí) que Hollywood siempre le negó, este sábado se iba de este mundo a los 95 años con la misma energía que enamoró al mismísimo John Ford y a otros directores que supieron sacar provecho de esta pelirroja indómita que tan pronto era una madre estricta en 'De ilusión también se vive' (1947) como una explosiva tentación para el pirata encarnado por Tyrone Power en 'El cisne negro' (1942). "Espero que sea de plata o de oro y no algo sacado de la cocina", exclamó ante Liam Neeson y Clint Eastwood cuando recogió la estatuilla en noviembre del año pasado. Quizá los más jóvenes ignoraban que esa anciana que vistió su rostro de mal humor cuando a los organizadores del evento se les ocurrió interrumpir su discurso de agradecimiento fue y será un emblema de esa belleza ad eternum de un Hollywood ya irrepetible.

Nacida en Irlanda en los años 20, la Maureen joven era lo que los anglosajones llamaban un auténtico 'tomboy', una chica de pelo rojo aficionada a los deportes que también tenía tiempo para cantar ópera, afición que le venía de familia porque fue esa la profesión de su madre. Su gran oportunidad en la gran pantalla llegó de la mano del orondo Charles Laughton. El actor más odiado por Hitchcock (aquello de no trabajar con perros ni con niños ni con él pasaría al largo y rico historial de maldades del 'mago del suspense') la impuso en el reparto de 'La Posada Jamaica' (1939). Tras verla en aquel film británico, la llamada de Hollywood no se hizo esperar. Una adaptación del 'jorobado de Notre Dame' de Víctor Hugo, bajo el nombre (sólo en España) de 'Esmeralda la zíngara', la condujo a la meca del cine junto a Laughton, cuyo maquillaje como Quasimodo aún sigue siendo una obra maestra.

Pese al éxito de la película de William Dieterle, a Hollywood le costó creer en ella como actriz. La apodaron la 'reina del Technicolor' y a los gerifaltes les suponía un trabajo añadido ver en ella algo más que una belleza irlandesa de enormes ojos y escasas cualidades interpretativas. No pensó lo mismo John Ford, que la convirtió en la hermana mayor y triste a la par que rebelde de aquel adorable niño que fue Roddy McDowall en '¡Qué verde era mi valle!'. La película tuvo tanto éxito, refrendado por el Oscar a la mejor película de 1941, que la Fox compró el contrato que la actriz tenía con la RKO. Cuentan los apasionados de las leyendas hollywoodienses que la actriz se encontró por primera vez con el que sería su media naranja profesional, John Wayne, durante una de las peores borracheras de este. Maureen acompañó al legendario vaquero de 'La diligencia' (1939) a su casa mientras él iba dando tumbos. Él nunca olvidó aquel detalle que forjó una camaradería especial entre ambos, como si se tratase de dos borrachines de 'saloon' del Far West por más que fuesen un hombre y una mujer. La misma química la mostraron en dos perlas de Ford: 'Río Grande' (1950) y 'El Hombre Tranquilo' (1952).

Voraz en su apetito por los buenos papeles, demostraba su desacuerdo con los personajes florero que Hollywood le imponía por más que, lejos del cine de Ford, se la pueda encontrar en joyas como ese 'De ilusión también se vive' (1947) que sigue siendo uno de los grandes clásicos de la televisión norteamericana en fechas navideñas. Ya que no abundaban los caracteres de difícil registro dramático, qué menos que colocarla en aquellos clásicos en los que el Technicolor le confería una belleza irreal que parecía de otro mundo.

John Ford la convirtió en la hermana mayor y triste a la par que rebelde de aquel adorable niño que fue Roddy McDowall en '¡Qué verde era mi valle!'

En la esfera más personal, Maureen también fue indómita. En 1957, una revista sensacionalista aseguró que había sido vista con un amante en el teatro y en una situación embarazosa. La mera insinuación de que habían hecho el amor públicamente bastó para que pusiese una demanda a la publicación y probase que, ese día, ella se encontraba en la España de Franco. Ni que decir tiene que ganó la batalla contra el medio y lo habría hecho también en esta época de sensacionalismos variados y omnipresentes.

En los 60, tras el éxito de 'Tú a Boston y yo a California' su estrella se fue apagando en mitad de un cine necesitado de aires renovadores y de unas nuevas generaciones que ya no aceptaban las alucinaciones del Hollywood dorado. De todos aquellos que la definieron, el más acertado fue Terenci Moix cuando la llamó la 'odalisca de Ford', otorgándole unas connotaciones mitológicas muy certeras en el contexto de un cine que sabía hacer de la mentira una virtud; una necesidad en unos tiempos en los que el público no asistía a las salas para buscar la verdad. Y de entre aquel Olimpo de grandes mentirosos partícipes de un cine soñado, este pelirroja tendrá siempre, y más desde ahora, un lugar especial en nuestra memoria.

Guerrera hasta el final. Si hace unos meses Maureen O'Hara cruzaba en silla de ruedas la alfombra roja de los Premios Governor's Ball con cara de pocos amigos y su pelo rojo perfectamente ordenado para recibir ese Óscar (honorífico, eso sí) que Hollywood siempre le negó, este sábado se iba de este mundo a los 95 años con la misma energía que enamoró al mismísimo John Ford y a otros directores que supieron sacar provecho de esta pelirroja indómita que tan pronto era una madre estricta en 'De ilusión también se vive' (1947) como una explosiva tentación para el pirata encarnado por Tyrone Power en 'El cisne negro' (1942). "Espero que sea de plata o de oro y no algo sacado de la cocina", exclamó ante Liam Neeson y Clint Eastwood cuando recogió la estatuilla en noviembre del año pasado. Quizá los más jóvenes ignoraban que esa anciana que vistió su rostro de mal humor cuando a los organizadores del evento se les ocurrió interrumpir su discurso de agradecimiento fue y será un emblema de esa belleza ad eternum de un Hollywood ya irrepetible.

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