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Johnny Depp resucita a medias en otra de gánsters
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estreno de 'black mass'

Johnny Depp resucita a medias en otra de gánsters

El actor vuelve a ponerse en forma en un drama criminal que mira demasiado a sus referentes

Foto: Fotograma de 'Black Mass'
Fotograma de 'Black Mass'

Queda tan lejos que al recordarlo uno siente la necesidad de hacerse un chequeo de próstata: hubo un tiempo en el que cada nueva película de Johnny Depp era un motivo de celebración; en el que el actor parecía escuchar ofertas de trabajo basándose en la calidad de sus colaboradores y en la promesa de desafíos interpretativos. Con el tiempo Depp se dejó cegar por la posibilidad de esconderse bajo autopistas de rímel y matas de pelo acrílico, y ahí están títulos como 'Alicia en el país de las maravilla's, 'El llanero solitario' o 'Mortdecai' para demostrarlo. La nariz que lucía en 'Tusk' era prácticamente un pene.

Ahora, 'Black Mass' supone para él la oportunidad de situarse a medio camino entre estos últimos ejercicios de travestismo y sus personajes en títulos previos como, por ejemplo, Donnie Brasco o Enemigos públicos. Igual que en ellos Depp vuelve aquí a dar vida a un gánster –en concreto James Whitey Bulger, uno de los mangantes más famosos de la historia de Estados Unidos-- aunque, eso sí, lo hace maquillado hasta en el DNI.

Afortunadamente, no deja que el disfraz haga todo el trabajo, y tanto es así que muchos ya han catalogado su interpretación de renacer artístico a pesar de que, en realidad, no es para tanto: hay algo calculado en la parca fiereza que imprime a Bulger, en el modo en que deja que las amenazantes palabras se le escapen de un extremo de la boca como un hilillo de baba durante la siesta. Y eso, en todo caso, no impide que su personaje resulte aterradoramente carismático, no solo su mejor trabajo en mucho tiempo sino también cuanto distingue 'Black Mass' de otros, mejores relatos sobre mafiosos.

Una alianza contra natura

En concreto, la película se centra en la improbable alianza que a mediados de los 70 tuvo lugar entre Bulger y el FBI. A propuesta del detective John Connolly (Joel Edgerton), que había crecido con él en las calles de Boston, Whitey se convirtió en informador de la agencia y durante las siguientes dos décadas sacó partido de esa posición para aumentar exponencialmente el alcance de sus actividades ilegales con impunidad.

Varios de los problemas de 'Black Mass' a la hora de explicarnos eso pueden resumirse en uno: falta de decisión. El director Scott Cooper, por ejemplo, no parece estar seguro de cuál es el personaje que más le importa: a ratos parece ser consciente de que es Connolly el personaje que debería ocupar el centro desde el principio, pero se derrite como un flan cada vez que Depp le hace ojitos.

Es quizá también por eso que sus esfuerzos por sacar punta a la mitología de Bulger se quedan en pura pose. Según Cooper lo retrata, el tipo no resulta ser más que otro chorizo que ganó dinero trapicheando con drogas y armas. No logra darnos a entender qué hacía de él un tipo tan fascinante a pesar de que esa calva protuberante, esa mirada imposiblemente azul y esos piños derruidos lo asemejen al tipo de villano que no desentonaría en la secuela de 'Guardianes de la Galaxia'.

Como resultado, 'Black Mass' nunca logra hacer gala de verdadera personalidad propia. Funciona más bien a modo de compendio, decíamos, de elementos ya vistos en muchas ficciones criminales previas, de esas habitadas por personajes con caras tan marcadas que servirían como campos de golf, y en particular de las dirigidas por Martin Scorsese. Todos recordamos la escena de 'Uno los nuestros' en la que Joe Pesci le pregunta “¿qué tengo yo de gracioso?” a Ray Liotta. Pues bien, 'Black Mass' no la homenajea no una sino dos veces.

La película nunca logra hacer gala de verdadera personalidad propia. Funciona más bien a modo de compendio de ficciones criminales previas

Tampoco olvidemos que el caso de Bulger ya inspiró una historia que Scorsese y Jack Nicholson contaron hace menos de una década –probablemente ha oído usted hablar de ella, se llama 'Infiltrados'. Ganó unos cuantos Oscar--. La osadía de Cooper –hay que tenerlos cuadrados para pensar que se puede hacer mejor usando al pirata Jack Sparrow—resulta casi admirable. Pero la evidencia es que Cooper no es Scorsese, por muchos diálogos sobre el honor y la lealtad, o canciones de los Rolling Stones en la banda sonora, o montajes de tiros en la cabeza o máquinas que cuentan billetes que maneje.

Cierto que, a diferencia de su modelo no confeso, 'Black Mass' no glamoriza el submundo gansteril. Y eso, por supuesto, no tendría nada de malo de no ser porque el rutinario enfoque que la película favorece a cambio hace que las acciones y motivaciones de los personajes sean no solo impenetrables sin también irrelevantes. Cooper podría haber conseguido cantidades industriales de comedia negra sacando punta a la ineptitud del FBI, o haber explorado el impacto que el crimen organizado tuvo sobre una ciudad y su gente, pero en lugar de eso la película salta de un narrador y de un año al siguiente sin una perspectiva concreta que ofrecer. Ahora bien, dado que de momento Scorsese no parece tener pensado hacer otra película sobre la mafia, como parche de nicotina puede servir.

Queda tan lejos que al recordarlo uno siente la necesidad de hacerse un chequeo de próstata: hubo un tiempo en el que cada nueva película de Johnny Depp era un motivo de celebración; en el que el actor parecía escuchar ofertas de trabajo basándose en la calidad de sus colaboradores y en la promesa de desafíos interpretativos. Con el tiempo Depp se dejó cegar por la posibilidad de esconderse bajo autopistas de rímel y matas de pelo acrílico, y ahí están títulos como 'Alicia en el país de las maravilla's, 'El llanero solitario' o 'Mortdecai' para demostrarlo. La nariz que lucía en 'Tusk' era prácticamente un pene.

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