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Serrat se da un homenaje, entre Marx y Ana Belén
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Serrat se da un homenaje, entre Marx y Ana Belén

El veterano cantautor, tótem de la cultura 'progre', repasó cincuenta años de éxitos en el Palacio de los Deportes de Madrid

Foto: El cantante Joan Manuel Serrat, durante el concierto que ha ofrecido hoy en el Palacio de Deportes de Madrid
El cantante Joan Manuel Serrat, durante el concierto que ha ofrecido hoy en el Palacio de Deportes de Madrid

Serrat llegó a Madrid con el triunfo en del bolsillo, mucho antes del pisar el escenario. Para empezar, había agotado dos días en el Palacio de los Deportes, toda una hazaña en tiempos de crisis. Durante medio siglo ha acumulado tal cantidad de himnos clásicos que le basta el hecho de tocarlos (bien, mal o regular) para activar la memoria sentimental de sus seguidores. Fue la figura musical pujante en la Transición y dominante en la etapa socialista, desde el rodillo de 1982 hasta los años triunfales de Zapatero (no faltó, por supuesto, en el "clan de la ceja"). Su carisma es tan brutal que el público le perdona su voz cada vez más frágil. Estos dos conciertos en Madrid estaban previstos para mayo, pero fueron suspendidos por problemas de afonía.

Hace años que tiene la garganta justa y sus fans han de poner voluntad para contagiarse con sus melodías. Anoche empezó con temple, pero su concierto es una vela en el viento, a veces luciendo casi entera, otras a punto de apagarse. Más que recitales, el Serrat de 71 años ofrece autohomenajes, donde el artista recuerda lo bueno que era hace veinticinco, treinta o cuarenta años y el público recibe a cambio un viaje de dos horas y media hasta su juventud. La media de edad era alta, diría que unos cincuenta años. Queda la duda de si Serrat no ha renovado su público o si las entradas eran tan caras (de 38 a 71 euros) que los menores de treinta y cinco no se las pueden permitir.

Ripios verdes con Sabina

¿Los mejores momentos de la noche? Como era de esperar, clásicos como Mediterráneo, Hoy puede ser un gran día y Caminante no hay camino, celebraciones de la vida que conservan toda su frescura. ¿Los minutos más flojos? Serrat siempre ha bordeado la cursilería, cruzándola en ocasiones, por ejemplo en Esos locos bajitos, Aquellas pequeñas cosas y No hago otra cosa que pensar en ti (esta última perfectamente encajable en el canon de Paloma San Basilio). Funcionó muy bien la idea de contar con invitados, una decisión lógica ya que presentaba Antología desordenada, selección personal de sus éxitos, en formato dueto con diversos compañeros. Anoche contó con Dani Martin, de El Canto del Loco, que inyectó adrenalina en Señora, aunque también la vulgarizó al insistir al púbico a que diera palmas, que ahogaron parte de la melodía. Joaquín Sabina salió para Cuenta conmigo, una especie de versión chusca del I'm Your Man de Leonard Cohen.

Atentos a los ripios, sobre todo el segundo: "Si buscas alguien que te trate mal, cuenta conmigo/Si quieres guerra guardo un arsenal, bajo el ombligo/ Y si se trata de tratarte bien, mejor que un millonario sin dinero/ Olvídate de chulos todo a cien, por ti seré un perfecto caballero". Pasión Vega se volcó, pero no transmitió frío ni calor, quizá porque le tocó lidiar con Caprichoso es el azar, un canción regulera. Mucho mejor estuvo el argentino Abel Pintos, de voz arrolladora, que brilló con Lucía, eclipsando por completo a Serrat. Lo mejor llegó con Paraules d' amor, dueto con Ana Belén donde realmente hubo química. El concierto tocó techo con los cinco invitados animando La fiesta, la pieza más ligera y alegre del cantautor catalán.

Momento Marx

No faltó tampoco el discurso político: "Hoy cien millones de niños viven en la calle. Ochenta mil mueren cada día de enfermedades como el sarampión o la diarrea, que no afectan al llamado primer mundo. Los niños sufren explotación laboral, sexual y militar. Más de cien mil vagan por esta Europa vieja, avara y miserable". Era la introducción para Niño silvestre, un pieza con mejores intenciones que resultados.La máxima potencia política la trajo Disculpe el señor, un canción desarmante, digna del mejor Víctor Jara.

Ojo a la letra demoledora: "Disculpe el señor si le interrumpo, pero en el recibidor / hay un par de pobres que preguntan insistentemente por usted/ No piden limosnas, ni venden alfombras de lana/ tampoco elefantes de ébano, son pobres que no tienen nada de nada/ No entendí muy bien, si nada que vender o nada que perder/ pero por lo que parece, tiene usted alguna cosa que les pertenece". La canción se grabó para el disco Utopía (1992), donde Serrat saca su orgullo de viejo rojo tras la caída del muro de Berlín.

El final de la pieza es más potente todavía: "Si no manda otra cosa, me retiraré, si me necesita, llame/ Que Dios le inspire o que Dios le ampare, que esos no se han enterado/ que Carlos Marx está muerto y enterrado". Como dijo hace poco el periodista Diego Manrique, resulta sorprendente que un artista capaz de escribir estos versos se haya mantenido tan callado desde entonces, sin canciones ni declaraciones sobre la oleada de despidos, recortes y desahucios que ha asolado nuestro país. Más bien se ha arrojado en brazos del narcisismo poético (la famosa torre de marfil), de insustanciales pasatiempos latinos (el disco Cansiones) o del "canalleo" más predecible con su colega Joaquín Sabina.

La otra canción socialmente contundente que sonó anoche es Algo personal, donde derrocha bilis contra las élites: "Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad/ viajan de incógnito en autos blindados/ a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad /a colgar en las escuelas su retrato/ (…) Y como quien en la cosa, nada tiene que perder/ Pulsan la alarma y rompen las promesas /y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer/ nos ponen la pistola en la cabeza". Algunos salimos con la sensación de que existen dos Joan Manuel Serrat: uno capaz de poesía de alto voltaje y otro que lleva demasiados años desperdiciando su talento en ripios bohemios y exhibicionismo sentimental.

Serrat llegó a Madrid con el triunfo en del bolsillo, mucho antes del pisar el escenario. Para empezar, había agotado dos días en el Palacio de los Deportes, toda una hazaña en tiempos de crisis. Durante medio siglo ha acumulado tal cantidad de himnos clásicos que le basta el hecho de tocarlos (bien, mal o regular) para activar la memoria sentimental de sus seguidores. Fue la figura musical pujante en la Transición y dominante en la etapa socialista, desde el rodillo de 1982 hasta los años triunfales de Zapatero (no faltó, por supuesto, en el "clan de la ceja"). Su carisma es tan brutal que el público le perdona su voz cada vez más frágil. Estos dos conciertos en Madrid estaban previstos para mayo, pero fueron suspendidos por problemas de afonía.

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