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"A las élites españolas sólo les preocupa mantener su posición parasitaria"
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entrevista a césar rendueles

"A las élites españolas sólo les preocupa mantener su posición parasitaria"

El filósofo y escritor, uno de los referentes intelectuales de Pablo Iglesias, publica 'Capitalismo canalla'

Foto: El escritor César Rendueles (Enrique Villarino)
El escritor César Rendueles (Enrique Villarino)

Quince de diciembre de 2014. Charla de Pablo Iglesias en pleno subidón electoral de Podemos. A mitad de discurso, empieza a entrar en calor:

"César Rendueles, que es más listo que el hambre, dice que la mayor parte de la gente está contra el capitalismo y no lo sabe. Muchas personas defienden el feminismo sin necesidad de haber leído a Judith Butler o Simone de Beauvoir. Basta ver a un padre fregando los platos o a un abuelo enseñando a sus nietos que los juguetes se comparten. Esos gestos tienen más de transformación social que todas las banderas rojas que podamos llevar a una manifestación". La sala irrumpe en aplausos.

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Recién cumplidos los cuarenta, Rendueles se ha convertido en referente intelectual de una generación socializada en el consumismo y espabilada al calor de las luchas antiglobalización, el crack económico del 2008 y la explosión democrática del 15M. Su primer libro, Sociofobia, fue escogido como mejor ensayo de 2013 por los lectores de El País (por encima de Umberto Eco, Fernando Savater y Antonio Muñoz Molina). Sociofobia ha sido publicado en Argentina, México y Alemania. Aparte de estos países, Rendueles ha impartido conferencias en Alemania, Uruguay y Colombia.

Su nuevo ensayo, Capitalismo canalla (Seix Barral), es una radiografía de nuestro sistema económico a partir de textos de Doris Lessing, Miguel Delibes, J.G. Ballard, Pier Paolo Pasolini y Chimamanda Ngozi Adichie, entre decenas de autores que ayudan a entender nuestros conflictos cotidianos. Además del libro, su blog Espejismos Digitales han provocado intensos debates en la esfera activista y académica, sobre todo el texto "Más deporte y menos cultura", donde cuestionaba el enfoque cultural de Podemos.

PREGUNTA. ¿Cree que leer más puede fomentar procesos de liberación política?

RESPUESTA. No exactamente, lo que creo es que pensar más puede fomentar procesos de emancipación política. Para mí la lectura y la escritura son partes esenciales del proceso de reflexión, pienso leyendo libros y no consigo elaborar con claridad mis ideas hasta que no hago el esfuerzo de ponerlas por escrito. Pero no sé si es o tiene que ser así para otras personas. En todo caso, creo que la literatura nos ayuda a entender no el mundo sino cómo vemos el mundo, nuestra subjetividad compartida. Por ejemplo, las novelas modernas son muy clasistas, pero las clases subalternas están presentes en ellas. Proust escribe a menudo sobre los criados. A lo mejor me equivoco, pero no me imagino a Vila-Matas o a Bret Easton Ellis escribiendo sobre su asistenta. Creo que eso dice algo no tanto sobre esos autores, cuya obra me parece muy legítima, como sobre nosotros, sus lectores.

P. Una de las tesis centrales del texto es que difícilmente se puede considerar "democrática" una sociedad donde pasamos tantas horas en el ámbito de las empresas, que son organizaciones jerárquicas y autoritarias. ¿Qué cabe hacer para cambiar la situación?

En los centros de trabajo aceptamos una tutela que nos indignarían en casi cualquier otro lugar

R. Me resulta curioso que durante no menos de ocho horas al día aceptemos sin discusión una especie de paréntesis en nuestra vida de ciudadanos de democracias avanzadas. A lo largo de los dos últimos siglos, los procesos de democratización se han ido extendiendo a cada vez más espacios sociales, incluso han afectado a nuestra vida privada. Las familias y las relaciones de pareja han experimentado una contaminación muy positiva de las dinámicas igualitarias y tolerantes. Todos esos procesos se detienen a la puerta de los centros de trabajo, donde aceptamos una tutela que nos indignarían en casi cualquier otro lugar.

Eso por no hablar de los valores que se cultivan en algunos entornos empresariales, especialmente en los centros de decisión del capitalismo global. En su último libro, Owen Jones describe la City de Londres como un lugar donde domina la homofobia, el sexismo y el racismo extremo. Creo que tenemos que atrevernos a pensar la democratización de las relaciones laborales. Conocemos distintas herramientas para ello: el cooperativismo, la participación de los trabajadores en la gestión de las empresas o la intervención pública. Sé que hoy parece ciencia ficción, casi una receta para el caos. Pero a lo largo de la historia siempre ha pasado eso con las apuestas por la democracia. Sin ir más lejos, el sufragio universal fue rechazado durante mucho tiempo como una utopía impracticable.

placeholder El cantante Jello Biafra

P. Una de las partes más intensas del libro llega cuando explica su incorporación al mercado laboral: se metía en el metro por la mañana y le costaba entender por qué la gente no tiraba del freno de emergencia para evitar llegar a la oficina. Describe nuestra actitud como trabajadores con la expresión "siniestra docilidad". ¿Cómo se puede salir de este estado?

R. A través de la acción colectiva, no creo que exista otra salida. En 1979 Jello Biafra (cantante del grupo punk Dead Kennedys) se presentó a la alcaldía de San Francisco. Se dice que una de sus propuestas era obligar a los banqueros y a los ejecutivos a acudir al trabajo disfrazados de payaso. Es una iniciativa con una larga tradición. A lo largo de la historia, muchas sociedades se han organizado para impedir activamente que algunos de sus miembros adquirieran demasiado poder, riqueza o prestigio. Una pauta habitual era ridiculizar a los fanfarrones y expulsar o incluso asesinar a las personas que trataban de controlar a las demás.

De hecho, la mayoría de las sociedades humanas pequeñas han sido bastante igualitarias. Eso supone una desviación respecto a nuestros antepasados evolutivos, pues la mayor parte de los primates no humanos tienen estructuras sociales muy jerárquicas. Lo que todas esas comunidades humanas igualitarias compartían es un equilibrio entre dos valores en tensión, por una parte, un compromiso con el bien colectivo y, por otra, una ética de la autonomía individual. Nuestras sociedades se caracterizan exactamente por lo contrario, el solipsismo egoísta y la docilidad.

P. En otra ocasión, agotado por la dirección de un documental, llega a preguntar en la puerta de un prostíbulo donde se puede pillar heroína. Suena a anécdota de autor underground, pero en gran medida los españoles estamos enganchados a las drogas legales e ilegales. ¿Son los psicofármacos nuestra forma de soportar la sumisión laboral?

Tu jefe no te tiene manía ni es un psicópata, resulta que su trabajo consiste en exprimirte como una uva

R. Con independencia de mis miserias personales, lo que intentaba describir es el modo en que el mercado de trabajo nos lleva a vivir como un malestar psicológico lo que, en realidad, son conflictos colectivos. Tu jefe no te tiene manía ni es un psicópata, resulta que su trabajo consiste en exprimirte como una uva. Y tu ansiedad es perfectamente normal cuando no tienes manera de unirte a otros que están como tú y defenderte: a las ratas de laboratorio les pasa lo mismo. Esa tristeza que nos paraliza es la derrota que se nos ha metido en los huesos. De ahí el consumo masivo de psicofármacos en nuestro país, que ya era muy alto y que se ha disparado con la crisis, con un perfil de clase y género muy marcado. Se calcula que el treinta por ciento de la población española, especialmente mujeres de clase trabajadora, ha consumido antidepresivos o tranquilizantes en el último año.

P. Hay un párrafo donde recuerda como, durante una época, te gustaba comer solo en los días laborables para cotillear las conversaciones de los trabajadores de otras oficinas. En casi todas se dedicaban a despellejar a compañeros. ¿En qué sentido cree que esta falta de empatía es un obstáculo para mejorar nuestras vidas?

R. Creo que esa la falta de empatía es más un síntoma que otra cosa. En su último libro Richard Sennett menciona un estudio realizado en Gran Bretaña sobre las relaciones laborales. La mitad de los trabajadores encuestados creía estar en condiciones de hacer su trabajo mejor que su jefe. Casi el mismo porcentaje decía estar dispuesto a trabajar por menos dinero con tal de hacerlo con una dirección mejor. Me da la impresión de que si se hubiera preguntado a esas personas acerca de sus compañeros no tendrían una opinión más favorable. Es un fenómeno relativamente reciente, relacionado con la precarización laboral y la competencia extrema, que generan entornos laborales muy hostiles que, encima, suelen ser menos eficaces que los tradicionales.

P. Todos nos hemos sentido degradados alguna vez por la obligación de someternos a las órdenes de nuestros jefes. Su postura, tras ocupar algún cargo directivo, es que también envilece el hecho de dar esas órdenes. ¿Cómo llega a esa conclusión?

La igualdad no es sólo una situación legal sino un objetivo complejo que debemos construir políticamente, social y culturalmente

R. Sí, la idea de decirle a una persona adulta lo que tiene que hacer me resulta desasosegante y humillante. Entiendo, por supuesto, que a veces es necesario dar órdenes y obedecer. No espero que los cirujanos organicen asambleas en los quirófanos y yo mismo pongo las calificaciones que considero justas a mis estudiantes sin preguntarles su opinión. Pero nunca deberíamos olvidar que la subordinación es incompatible con el tipo de deliberación política que ha sido la base de algunos de nuestros progresos más importantes. Cuando se trata de decidir cuales son las normas que deben regular nuestra vida compartida la única manera de plantear las preguntas adecuadas es pensar todos juntos. Eso sólo puede ocurrir entre iguales, pero la igualdad no es sólo una situación legal sino un objetivo complejo que debemos construir políticamente, social y culturalmente. Por eso la obsesión por el trabajo en equipo y la colaboración que hay en muchas empresas es una farsa nociva que normalmente tiene resultados catastróficos.

P. Habitualmente se culpa al franquismo del retraso cultural en España. Alguna vez le he escuchado decir que el problema viene de más atrás, que en realidad España nunca ha tenido un verdadero proceso de Ilustración. ¿Qué ha impedido que se produzca? ¿Cómo podría favorecerse?

R. España nunca ha tenido una burguesía ilustrada con un proyecto propio. Cuando trabajaba en el sector cultural a veces escuchaba a alguna gente elogiar el modelo de mecenazgo privado anglosajón. Con independencia de cualquier consideración técnica o ideológica, imaginar que las familias acaudaladas del Barrio de Salamanca se van a poner a soltar pasta para financiar proyectos artísticos, culturales y educativos me parece un mal chiste. No creo que quepa esperar gran cosa de las élites sociales españolas más allá de una honda preocupación por mantener su posición parasitaria. En serio, ¿alguien sabe de algo bueno que haya salido del Colegio del Pilar o del Liceo Francés?

P. Usa una frase muy triste para describir nuestra alergia a los cuidados: "Los primeros niños que mi generación ha sostenido en brazos han sido nuestros hijos". ¿Somos narcisistas desconectados de nuestro entorno?

R. Doy clase en una facultad de Trabajo Social, que debe ser el lugar con mayor concentración de bondad de Occidente. A veces mis estudiantes casi dan un poco de miedo, como si fueran de otra especie. El otro día, por ejemplo, una alumna me contaba que se había pasado el verano como voluntaria en un campamento para enfermos mentales ancianos y sin recursos. Lo que he aprendido de ellos es que el cuidado mutuo no es exactamente una alternativa. Vivimos en un país donde ancianos dependientes cuidan de otros ancianos con problemas aún mayores, donde las familias hacen esfuerzos heroicos para cuidar de sus hijos…

Buena parte de los trabajos remunerados que nos rodean son triviales, cuando no directamente nocivos

Salvo para una pequeña minoría con recursos económicos suficientes, nuestra propia fragilidad o la de quienes nos rodean siempre nos acaba atrapando, nos guste o no. Cuidar, como casi cualquier otra labor, tiene partes agradecidas y otras duras y tristes. Lo que podemos hacer es ayudarnos los unos a los otros a sobrellevar las más feas y a disfrutar de las más amables, con servicios públicos generosos y amigables, pero también reconociendo la importancia social de estas tareas y el talento que requieren. Además, ese proceso nos puede ayudar a entender que, por el contrario, una parte significativa de los trabajos remunerados que nos rodean son triviales, cuando no directamente nocivos y que la vida de consumo sofisticado en la que se ha educado mi generación apesta.

P. Otra tesis que atraviesa todo el libro es que el capitalismo nos ha obligado a convertirnos en revolucionarios para conservar incluso lo más modesto y cotidiano: sanidad, educación y vivienda. Incluso nuestra vida personal. ¿Podemos pasar de hiperconsumistas a activistas en unos pocos años? ¿Cuál es la factura de una mutación tan extrema?

La cruda realidad es que en España no hay movimientos sociales

R. No, no podemos. Es cierto que se está produciendo una revitalización de los movimientos igualitarios en toda Europa pero, de momento, es un proceso desarticulado y volátil. Por ejemplo, según una encuesta que se publicaba este verano, el 50% de los menores de 30 años, que es uno de los colectivos más castigados por la crisis, tiene previsto abstenerse en las próximas elecciones generales. Últimamente oigo hablar a mucha gente de la necesidad de que los movimientos sociales ganen protagonismo en la batalla electoral. La cruda realidad es que en España no hay movimientos sociales. La herencia de la transición socialdemócrata al neoliberalismo que vivió este país con los gobiernos de Felipe González es una sociedad frágil, individualista y consumista, con tasas de afiliación sindical o de asociacionismo ridículas. Eso supone una limitación enorme para cualquier propuesta de transformación. Así que la tarea que tenemos por delante es inmensa y seguramente durará décadas.

P. En su discurso de fin de campaña de las últimas autonómicas, Pablo Iglesias escogió como cierre una frase suya: "En 2011 salimos a las plazas. En 2015 les vamos a echar de palacio". ¿Cree que estamos cerca de un cambio hacia sociedades más igualitarias?

R. No tengo ni idea. Nadie la tiene, en realidad. Eso es lo que esconde todo el ruido político que nos rodea: las tertulias políticas, los chistes cínicos en Twitter y los análisis de alta graduación teórica y contenido empírico dudoso. La verdad es que somos increíblemente ciegos a los procesos de cambio social. Las grandes transformaciones sociales rara vez se han detectado por anticipado. Confío mucho en esa miopía histórica. Quién sabe, es posible que todo haya cambiado ya y sólo necesitemos darnos cuenta de ello.

Quince de diciembre de 2014. Charla de Pablo Iglesias en pleno subidón electoral de Podemos. A mitad de discurso, empieza a entrar en calor:

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