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Henning Mankell pide tregua al cáncer para escribir unas memorias de urgencia
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'Arenas movedizas' será publicado en septiembre

Henning Mankell pide tregua al cáncer para escribir unas memorias de urgencia

El creador del inspector Kurt Wallander repasa su vida y asegura que escribir es "iluminar con la linterna los rincones en penumbra y desvelar lo que otros trataban de esconder"

Foto: Henning Mankell a la llegada del aeropuerto Landvetter (Gotemburgo), tras ser deportado de Israel por formar parte de una misión humanitaria en Gaza. (EFE)
Henning Mankell a la llegada del aeropuerto Landvetter (Gotemburgo), tras ser deportado de Israel por formar parte de una misión humanitaria en Gaza. (EFE)

“De repente fue como si la vida se estrechara”. En 2014 al novelista y dramaturgo sueco Henning Mankell (Estocolmo, 1948) le detectaron un tumor en el pulmón con metástasis en una vértebra de la nuca. La vida se le encogió y un paisaje desértico arrasó con él. Una vez pasó el impacto de la noticia trató de ensanchar todo lo posible un futuro sin garantías y convirtió esa frase, esa estrechez, en un libro de memorias de casi 400 páginas, que fue escribiendo durante el tratamiento, con la urgencia de quien está bajo la sombra del cáncer.

El cáncer te deja en pelotas. No hay nada más. Sólo pasado y presente, así que el conocido autor de novelas policíacas protagonizadas por el inspector Kurt Wallander, volvía continuamente a la infancia. Su cabeza daba marcha atrás, repasaba quién había sido en 67 años. Era el final, debía hacer balance. Eso es Arenas movedizas, la autobiografía que la editorial Tusquets pone a la venta el próximo uno de septiembre, un intento de escapada. Las arenas movedizas son el agujero en el que cayó y de las que, a la postre, logró librarse.

No existe vida humana allí donde la esperanza desaparece por completo. Siempre queda algo

Y lo fue contando, como un diario en el que va y viene de su niñez, a su estancia decisiva en París, pasando por su vida en África, un viaje a Salamanca en el que entendió la importancia de tomar decisiones que acaben con el rumbo establecido o la reivindicación de la libertad a un paso de la muerte. “Sufrir un cáncer es una catástrofe en la vida. Sólo después de transcurrido el tiempo sabemos si hemos sido capaces de enfrentarnos a él, de ofrecer resistencia”.

El cáncer no promete nada

Henning Mankell ha podido hacerlo. El cáncer le ha concedido una tregua para enfrentarse a él. Lo ha hecho a ciegas, como cualquier humano tocado por esta marea pútrida que lo arrasa todo: a ciegas y sin promesas. Ha escrito un libro roto en casi setenta capítulos o pasajes en los que sondea su persona. Y en medio del purgatorio de las sesiones de quimio de cinco horas y cruzándose entre sus recuerdos, la denuncia contra la energía nuclear y el peligro de sus residuos. “Ninguna otra civilización ha dejado nunca una basura que conserve en secreto su toxicidad durante miles de años”.

Mankell es un ser en resistencia. Un individuo que ya piensa en el epitafio de su lápida: “He oído cantar al mirlo, luego he vivido”. Alguien muy parecido al rey Berenguer de Ionesco, que se despoja de todo lo accesorio, de toda su soberbia en su tránsito hacia la desaparición. Mientras se vacía de todo eso, se llena de todo esto: “El cáncer no promete nada”; “La muerte siempre te observa como una presa legítima”; “La muerte y el olvido van unidos, del mismo modo que lo están el cáncer y el miedo existencial”; “No existe vida humana allí donde la esperanza desaparece por completo. Siempre queda algo”; “Mientras siga vivo, las pilas de libros seguirán creciendo”; “El cáncer no puede tratarse con ilusiones”; “Todas las verdades siguen siendo provisionales”.

También recupera La balsa de la Medusa de Théodore Géricault para reivindicar la esperanza en medio de la zozobra y de la duda que transforma cotidianidad en supervivencia: “Pero había días en que ni los relatos, ni las ilustraciones ni la música ayudaban. Los días en que no se podía ni salir de la cama por el cansancio que me causaba el avance violento pero seguramente positivo de la quimioterapia en la lucha contra tumores y metástasis”.

Existen dos tipos de narrador. Uno entierra y esconde, mientras que el otro cava para desvelar

Escribe “seguramente positivo” y con eso nos basta para descubrir a quien ha reconocido que su vida no depende de él. Seguir vivo es estar muriendo. Pero se aferra a su diario y escribe tratando de entender qué es todo esto, tanto miedo, tantas grietas, tanta inquietud. Mankell corrige su angustia, se pasa a limpio y no nos deja ver del todo al tipo al borde del colapso. Prefiere templarse y rebajar el drama.

“Escribir, me dije, era iluminar con la linterna los rincones en penumbra y, en la medida de mis posibilidades, desvelar lo que otros trataban de esconder. Existen dos tipos de narrador que se encuentran en una lucha constante. Uno entierra y esconde, mientras que el otro cava para desvelar”.

El novelista ensancha su breve visita a la Tierra, en la que ha coincidido con todos nosotros para compartir su existencia. “Nuestra familia es en verdad infinita. Aunque ni siquiera sepamos con quién nos cruzamos en la vida durante un instante brevísimo”. Breve y decisivo, suficiente para dedicarse a mirar atrás y adelante, para no olvidar lo que ha sido su tiempo, el nuestro. Para conservar un recuerdo del tamaño de un suspiro.

“De repente fue como si la vida se estrechara”. En 2014 al novelista y dramaturgo sueco Henning Mankell (Estocolmo, 1948) le detectaron un tumor en el pulmón con metástasis en una vértebra de la nuca. La vida se le encogió y un paisaje desértico arrasó con él. Una vez pasó el impacto de la noticia trató de ensanchar todo lo posible un futuro sin garantías y convirtió esa frase, esa estrechez, en un libro de memorias de casi 400 páginas, que fue escribiendo durante el tratamiento, con la urgencia de quien está bajo la sombra del cáncer.

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