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James Turrell ilumina a la aristrocracia británica
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James Turrell ilumina a la aristrocracia británica

El artista californiano, conocido por sus imponentes obras de luz, expone dos décadas de trabajo en el palacio de Houghton Hall, propiedad del marqués David de Cholmondeley

Foto: Intervención de James Turrel en la fachada del palacio (Hugo Glendinning)
Intervención de James Turrel en la fachada del palacio (Hugo Glendinning)

En España tenemos a la baronesa Thyssen y su polémica colección de arte que comparte, cobrando intereses, con todos los españoles. En Reino Unido, en cambio, los aristócratas se lo montan al margen del estado y sus colecciones las exhiben por su cuenta en sus palaciosy pagando las facturas. El marqués David de Cholmondeley es uno de esos británicos personajes nacidos en una familia de apellido noble que un día heredó el enorme palacio familiar de Houghton Hall, en Norfolk, a unas tres horas de Londres, y acude de vez en cuando a la Cámara de los Lores, donde aún tienen reservado un asiento por derecho hereditario los hijos de nobles que formaron parte de esa cámara en el pasado.

Más allá de esa obligación heredada y que, seamos sinceros, no le da mucho trabajo, su vida transcurre en la placidez que suele envolver a las personas ricas de cuna, y como a muchas de ellas, le fascina el arte. Después del cine (dirigió una olvidable película hace dos décadas), su pasión ha sido el arte contemporáneo y en concreto James Turrell, un artista californiano que hace apología de la luz de forma tan seductora e hipnótica que quienes se han encontrado alguna vez con su obra difícilmente la olvidan.

Tan impregnadas en la memoria quedan sus instalaciones artísticas como su persona y más aún cuando el encuentro con James Turrell se produce en el anacrónico contexto del palacio del mencionado marqués, que ha organizado una exposición con la obra que ha ido atesorando del artista desde hace casi dos décadas (una docena de piezas) y a las que se añaden otras prestadas por la galería Pace para la ocasión.

Además, Turrell, creador de cinco instalaciones específicas para los diferentes espacios de este palacio de inspiración palladiana, ha creado otra obra temporal para este verano titulada Lightscape con la que convierte la imponente fachada del edificio en un auténtico espectáculo de color en metamorfosis continua del que todo visitante puede disfrutar casi a diario a la ‘hora mágica’ hasta el próximo noviembre. Si a esto se unen las diferentes esculturas de Richard Long, Zhan Wang o Rachel Whiteread que pueblan el espectacular y enorme jardín y que enriquecen la colección del marqués, el viaje y el insólito contexto en el que se exhiben las obras lo convierten en una experiencia bastante única.

Turrell, de barba y pelo blanco, cuerpo recio y un rostro y una manera de hablar calmada y pacífica que hacen de él un híbrido entre un monje budista y un vaquero del siglo XIX, ha acudido a la presentación a la prensa de esta exposición con la misma entrega que uno se imagina que existía entre un artista renacentista y un Medici. Imposible no preguntarse qué necesidad tiene Turrell, de 72 años, de entretener a la aristocracia iluminando sus palacios si sus obras no bajan del millón de dólares. Además hace dos años transformó por completo el Museo Guggenheim de Nueva York con una retrospectiva espectacular que multiplicó el interés internacional por su obra, pero parece que no todo es cuestión de dinero.

Para mí jugar con la luz es siempre un reto. Un jardín británico es algo completamente diferente al mundo del que yo vengo, la luz de California frente a la luz de Gran Bretaña. Llenar un jardín clásico inglés de arte contemporáneo es valiente y además es una manera estupenda de ayudar al mantenimiento de estas mansiones. A mí trabajar en este palacio y en este jardín me ha dado mucha satisfacción como artista. Pero piensa que grandes maestros de la luz como Turner crecieron con la luz inglesa, para mí también es un reto buscar lo mejor de ella. Y sacar el arte de la ciudad y llevarlo al campo es un placer porque en la naturaleza todo se percibe de otra manera”, apuntaba frente al palacio.

'Llenar un jardín clásico inglés de arte contemporáneo es valiente y además es una manera estupenda de ayudar al mantenimiento de estas mansiones'

Y es cierto. Pasear por estos jardines mágicamente ordenados pero siempre con un toque silvestre característico de todo jardín inglés es un placer muy diferente del de ver arte en una galería. Por no hablar, por ejemplo, de entrar en los antiguos establos del palacio y sentarse a mirar una televisión de Turrell. Literalmente. Una silla frente a un agujero en la pared con forma de ‘caja tonta’ y donde una luz cambiante te invita a sentir que estas viendo una televisión con interferencias es una experiencia muy diferente de la que se podría tener con esta instalación titulada ‘Magnatron’ en una galería impoluta.

Entre lo más inquietante que ofrece la exposición está St Elmo’s breath. Lo primero que hizo Turrell tras ser invitado a la residencia del marqués hace 15 años fue transformar el interior de un depósito de agua en una sala en la que al entrar el mundo se vuelve completamente negro, sin posibilidad de sentir la luz. No hay referencias, es el vacío total. Pasados varios minutos que se hacen larguísimos y a medida que el ojo se va acostumbrando a la oscuridad, se comienzan a intuir espacios luminosos y entonces, esa ansiedad que uno siente al quedarse completamente ciego empieza a desaparecer y uno podría quedarse allí, en la semi-oscuridad, durante horas. La experiencia se acerca a algo parecido al consumo de drogas, sobre todo porque al salir uno se siente inmensamente bien. “Sin duda con drogas mis obras lucen mejor”, bromeaba el propio artista con la prensa.

El jardín también esconde uno de sus clásicos Skyscapes, obras que ha creado en edificios públicos y residencias privadas y que consisten en abrir cuadrados en el techo desde donde ver pasar las nubes y donde, al caer la tarde, el cielo parece impregnarse de un estruendoso azul klein, aunque al salir al exterior uno descubre que se trata del cielo de siempre solo que la luz que Turrell proyecta alrededor de ese cuadrilátero interior cambia completamente la percepción del color.

Este artista peculiar, de formación religiosa cuáquera, que medita dos horas al día, una de ellas en el corazón de la noche –se despierta a las tres de la mañana para meditar y luego regresa a la cama-, se enamoró de la luz durante la temporada que pasó en Corea como objetor de conciencia durante la guerra. “Hasta que no estuve allí, lejos de California, no comprendí el peso que tenía sobre mi la luzy el sentido que le daba a mi vida. La luz de California, tan cegadora, como la de Cádiz en España, me había marcado así que al regresar de Corea me concentré en aprenderlo todo sobre la luz para poder trabajar con ella”. También hizo otras cosas, desde pilotar aviones a entrenar astronautas. Estudió psicología y a finales de los sesenta se puso a trabajar de lleno en la luz y sus efectos sobre la percepción, y desde entonces su obra se ha ido haciendo cada vez más sofisticada.

No obstante, aún hay un lugar que se le resiste: Roden Crater. “Llevo trabajando en él desde los años setenta”, explica frente a una maqueta y varias fotos del que él mismo define como el proyecto de su vida. “Mi idea era construir un observatorio para ver las estrellas, pero de tal modo que una vez que estás dentro de este volcán apagado pierdes las referencias del horizonte y miras hacia el cielo y sientes que te mueves con el cielo y la Vía Láctea”. La idea es que cuando se abra al público la gente –unos pocos cada vez- pase allí la noche. Primero alquiló el terreno que contenía el volcán a mediados de los años setenta y años después lo adquirió. Desde entonces no ha dejado de trabajar haciendo túneles excavaciones, pasadizos y agujeros pero el proyecto es tan costoso que casi cuatro décadas después aún no ha conseguido terminarlo.

“Ahora me planteo hacer una campaña en Kickstarter, a ver si lo del micromecenazgo funciona”. Ni siquiera los artistas que venden sus obras por millones de euros son capaces financiar sus sueños. En su caso, tiene tantos fans –muchos se han perdido en el desierto de Arizona tratando de encontrar la ubicación exacta de Roden Crater- que quizás sus mecenas pequeñitos le ayuden a conseguir lo que no han podido los grandes. Paradojas del siglo XXI.

En España tenemos a la baronesa Thyssen y su polémica colección de arte que comparte, cobrando intereses, con todos los españoles. En Reino Unido, en cambio, los aristócratas se lo montan al margen del estado y sus colecciones las exhiben por su cuenta en sus palaciosy pagando las facturas. El marqués David de Cholmondeley es uno de esos británicos personajes nacidos en una familia de apellido noble que un día heredó el enorme palacio familiar de Houghton Hall, en Norfolk, a unas tres horas de Londres, y acude de vez en cuando a la Cámara de los Lores, donde aún tienen reservado un asiento por derecho hereditario los hijos de nobles que formaron parte de esa cámara en el pasado.

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