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Alemania recicla su pasado nazi: de la final de la Champions al turismo de lujo
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Alemania recicla su pasado nazi: de la final de la Champions al turismo de lujo

¿Es ético que el país albergue el partido en un estadio construido para exaltar al régimen nazi? La polémica sobe el uso de los edificios nacionalsocialistas no cesa

Foto: Hitler en el Estadio Olímpico
Hitler en el Estadio Olímpico

Aquel agosto de 1936, un afroamericano coloreó la historia nazi para siempre. Todas las crónicas hablaron de Jesse Owens, el atleta negro que brilló en el escenario deportivo que había mandado construir Hitler para enseñar al mundo la supremacía de la raza aria. El Estadio Olímpico de Berlín, donde el Barcelona y la Juventus disputan hoyla final de la Champions, está repleto de memorias. Pero no todas agradan a un país que discrepa a la hora de gestionar su historia. Por un lado transforma en condominios de lujo el destino turístico que ideó el nacionalsocialismo para sus obreros, mientras por otro disimula el búnker donde se suicidó su dictador.

Hace días que la capital engalana sus calles y plazas para recibir a las dos aficiones. Tal y como sucedió hace un año en Lisboa, todo para conquistar los bolsillos de los miles de seguidores que se esperan el fin de semana. Con más 74.000 asientos, el Olympiastadion es uno de los que mayor capacidad tiene del país.

Pero lasuperficie es siempre más fácil de limpiar que las entrañas de un país que, 70 años después, todavía lidia con lo que fue. Entre 1933 y 1945, la hoy República Federal de Alemania se convirtió en un régimen totalitario que dejó millones de víctimas en el camino, sobre todo judías. Aquellos horrores sobreviven en el recuerdo de quienes lo sufrieron y, para algunos, siguen presos en edificaciones nazis todavía en pie.

¿Qué hacer con los vestigios físicos de aquella época? El escenario de la final es el ejemplo más actual de una polémica con diferentes clavos ardiendo. La empresa reviste tal calado que el diccionario germano reserva un término para condensar esa actitud de diálogo con el pretérito: Vergangenheitsbewältigung (literalmente, superación del pasado). Lo que no aclara la palabra es cómo hacerlo. ¿Hay que echar abajo edificios enteros que podrían reutilizarse con diversos fines, con la excusa de sus orígenes? Y en este caso concreto, ¿es ético que Alemania albergue la final de la Champions en un estadio construido para la gloria y exaltación del régimen nazi?

El sueño deportivo ario

Para cuando Adolf Hitler alcanzó la cancillería en enero de 1933, el Comité Olímpico Internacional hacía meses que había elegido a Berlín como sede olímpica. El Führer siempre tuvo presente que los Juegos eran el escaparate internacional perfecto para difundir su ideario. Necesitaba una platea única desde la que después dirigirse a las masas. Quiso un escenario a imagen y semejanza de sus ambiciones, así que en vez de ampliar y restaurar como estaba previsto el viejo Estado Alemán (Deutsches Stadion), dictaminó construirse un recinto mayestático, regio, imponente, sin par.

El Führer siempre tuvo presente que los Juegos eran el escaparate internacional perfecto para publicitar su ideario nazi

El liderazgo del proyecto recayó en los arquitectos hermanos Werner y Walter March, que reservaron una tribuna especial desde la que dictador y sus fieles pudieran dirigirse a más de 100.000 personas. El Olympiastadion nació como una mole impresionante levantada sobre una estructura que se hundía 13 metros por debajo del suelo. Por orden expresa del secretario de Estado, Hans Pfundter, los contratistas tenían prohibido emplear mano de obra que no fuera la de “trabajadores con ciudadanía alemana y raza aria”. Las cifras oficiales de aquella obra hablan de medio millar de empresas y 2.600 asalariados, con un coste aproximado de al menos 27 millones de marcos (casi 14 millones de euros).

Inaugurados el 1 de agosto de 1936 con intentos de boicot incluidos (España no participó, mientras que Estados Unidos acabó cambiando de opinión y finalmente asistió), aquellos Juegos Olímpicos de Verano, los primeros bajo una cobertura mediática mundial, dejaron al país anfitrión por encima del resto de participantes con 89 medallas, 33 de ellas de oro. Satisfecho, la de Hitler fue sin embargo una sonrisa a medias: James Cleveland ‘Jesse’ Owens le chafó los planes en 100m, 200m, 4x100m relevos y salto de longitud. Cuatro preseas doradas, lo nunca antes visto en unas olimpiadas.

Aquella gesta generó la idea de que el Führer se negó a felicitar al afroamericano. Owens lo desmiente en la película autobiográfica The Jesse Owens Story, en la que sin embargo carga contra el entonces presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt, que en plena campaña de reelección no le recibió en la Casa Blanca a su vuelta, según los historiadores, para no perder el favor de los estados del Sur, marcadamente segregacionistas.

Cambiar el pasado

Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundialdejaron vivo el Estadio Olímpico de Berlín, una de las escasas estructuras supervivientes de la gran contienda. El debate de qué hacer con el recinto llegó tras la reunificación alemana: unos quisieron destruirlo mientras otros optaban por dejarlo morir poco a poco; pesaron más sus bondades como infraestructura y finalmente fue rehabilitado. Con frecuencia la disyuntiva regresa a los debates.

“El nacionalsocialismo forma parte de la historia alemana. El Holocausto es probablemente su capítulo más oscuro, sin duda el mayor criminen contra la humanidad cometido en nombre de Alemania. Los edificios construidos por los nazis son testigos pétreos del pasado. Su uso debería ser siempre equilibrado y responsable”, explica a este medio la presidenta de la Comunidad de Culto Israelí en Múnich y Alta Baviera, Charlotte Knobloch, consciente de que “la no utilización o la desaparición de estas infraestructuras no cambia el pasado. Por el contrario, se corre el riesgo de que desaparezca aún más de la conciencia de la gente, ya de por sí cada vez más amnésica”.

'El nacionalsocialismo forma parte de la historia alemana. La no utilización o la desaparición de estas infraestructuras no cambia el pasado'

En fines de semana intercalados desde 1963, el equipo local de fútbol Hertha Berlin juega sobre la alfombra verde del Olympiastadion. Fue además sede de la final Copa del Mundo de 2006 y el sábado acoge la final entre el Barça y la Vecchia Signora. Pero el pasado nunca se ha ido del todo del bosque de Grunewal, al oeste de la capital. 90 minutos después de cada partido e independientemente del resultado, la memoria que arrastra el recinto todavía escuece a muchos.

“Su uso no es objetable en principio. Sin embargo la conciencia histórica y la voluntad de aprender del pasado no deberían desaparecer. Tenemos que tener en mente lo que sucedió para así aprender lo que los seres humanos hemos sido capaces de hacer y también para mantenernos sensibles a las quejas que tiene hoy la sociedad en su conjunto”, añade Knobloch. Su recomendación para el sábado es que “los futbolistas pongan en juego valores como la deportividad, el juego limpio y la tolerancia, que se muestren abiertamente contra el racismo, el antisemitismo, la xenofobia y la violencia. Que en la final se desplieguen esas banderas será una victoria sobre la inhumanidad de la ideología nazi y de Hitler”.

Un resort con aroma fascista

El debate sobre qué hacer con la memoria arquitectónica nazi es vasto y actual. Hasta 2008 el Gobierno alemán no supo qué hacer con un balneario a medio construir; las leyes impedían derribarlo pues contaba con una orden de preservación histórica. Y es que, el nacionalsocialismo estructuraba, vigilaba y uniformaba incluso el tiempo libre de la población, una tarea que recaía en la KdF (Fuerza a través de la Alegría, en sus siglas germanas). Esta especie de agencia estatal de viajes tenía como principal misión “perfeccionar y refinar” al pueblo a través el ocio. Entre su ambicioso plan para “apaciguar” a las clases trabajadoras había ofertas como la equitación, la vela y los viajes al extranjero. La joya de la corona era un complejo turístico en la costa báltica.

El paraíso del ocio con el que soñó Hitler está siendo rehabilitado como el destino perfecto para unas vacaciones de lujo

El Coloso de Prora resume la visión futurista que tenía del descanso el Tercer Reich para sus obreros. Ocho enormes edificios gemelos, a escasos 150 metros de una playa de arena blanca de más de 4 kilómetros, con capacidad para albergar a 20.000 veraneantes al mismo tiempo, cada habitación con vistas al mar y comedores para mil comensales por turno. Sólo las urgencias financieras causadas por la segunda guerra mundial impidieron que este colosal balneario abriera sus puertas en la isla de Rügen, al noroeste de Alemania.

El paraíso del ocio con el que soñó Hitler, la mayor obra arquitectónica puesta en marcha por el Führer junto con los campos de Núremberg, está siendo actualmente rehabilitado como el destino perfecto para unas vacaciones de lujo. Un grupo de inversores privados ha apostado por La Nueva Prora, condominios de lujo en primera línea de playa, con spa incluido. Más de la mitad ya se han vendido.

'No se trata de que estos edificios no puedan utilizarse, pero hay que explicar sus orígenes lo que, desgraciadamente, no se está haciendo'

Marco Esseling, del Centro de Documentación de Prora, explica a El Confidencial la “gran problemática” que reviste un proyecto que juega con “trivializar” la historia: “No se trata de que estos edificios no puedan utilizarse, pues por ejemplo en Prora no fue asesinado nadie. Pero hay que explicar sus orígenes y contextualizarlos como corresponde lo que, desgraciadamente, no se está haciendo”. La restauración respeta el estilo original pero sin mencionar expresamente al nacionalsocialismo ni a Hitler, aunque los promotores sí ubican en el tiempo los orígenes de un resort que los enganches publicitarios describen como “un monumento mundialmente famoso”.

Una perspectiva muy diferente de la que defienden los promotores que, en palabras de Alexandra Rühle, de la firma inmobiliaria berlinesa IRISGERD, contemplan “tanto los terrenos como todo el edificio de Prora de una forma completamente neutral. Esta energía neutra es la que fluye hoy en la idea de La Nueva Prora y por lo tanto en ese sentimiento de sentirse bien, de positividad en el futuro”.

El búnker disimulado

El Olimpiastadion y el Coloso de Prora no son los únicos baluartes que cuestionan esa superación de pasado: los refugios de Bremen y Múnich son hoy viviendas comunes, tanto el Banco Alemán (Reichsbank) como el Ministerio de la Fuerza Aérea (Luftwaffe) forman parte del Ministerio de Asuntos Exteriores, y la Casa del Arte (Haus der Kunst) continúa ejerciendo funciones similares. En un suma y sigue extenso, las autoridades alemanas de la ciudad de Schwerte pidieron a principios de año convertir un antiguo edificio del campo de concentración de Buchenwald en albergue para inmigrantes.

Las autoridades de Schwerte pidieron convertir un antiguo edificio del campo de concentración de Buchenwald en albergue para inmigrantes

El pasado de Alemania es como ese papel arrugado que, al tratar de desplegarlo, puede romperse por cualquier parte. El pasado mes de septiembre abría en la capital un centro comercial de 100.000 metros cuadrados y casi 300 tiendas. Lo hacía sobre las cenizas del mayor establecimiento europeo de la preguerra, un negocio fundado por el empresario de origen judío Georg Wertheim, posteriormente expropiado por las leyes de arianización nazis. “La reconstrucción se ha llevado a cabo sin ninguna referencia al hecho de que los dueños originales fueron forzados a huir”, lamentó ante la prensa el Comité Judío Americano en Berlín.

Pero la Vergangenheitsbewältigung no tiene una dirección única. Corría el 30 de abril de 1945 cuando el Ejército Rojo abordó el búnker de Adolf Hitler. Situado en el centro de Berlín, en una esquina como otra cualquiera de la calle Gertrud Kolmar, la última guarida del Führer pasa hoy totalmente desapercibida. En la superficie hay una pequeña plaza ajardinada, cuatro bancos, gente que va y gente que viene, un tobogán azul y amarillo. Sólo desde 2006, coincidiendo con la celebración de la Copa del Mundo de Fútbol, un letrero en inglés y alemán añade que en ese lugar se suicidó el dictador.

Aquel agosto de 1936, un afroamericano coloreó la historia nazi para siempre. Todas las crónicas hablaron de Jesse Owens, el atleta negro que brilló en el escenario deportivo que había mandado construir Hitler para enseñar al mundo la supremacía de la raza aria. El Estadio Olímpico de Berlín, donde el Barcelona y la Juventus disputan hoyla final de la Champions, está repleto de memorias. Pero no todas agradan a un país que discrepa a la hora de gestionar su historia. Por un lado transforma en condominios de lujo el destino turístico que ideó el nacionalsocialismo para sus obreros, mientras por otro disimula el búnker donde se suicidó su dictador.

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