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la crisis de la política de los autores

Orson Welles, Aranda y la muerte del cine

¿Quién es la estrella de un filme? ¿El director o los actores? A vueltas con una lucha cultural que dura ya más de cien años

Foto: Orson Welles en un rodaje (EFE)
Orson Welles en un rodaje (EFE)

En poco más de un siglo de existencia, el cine ha reproducido las etapas evolutivas que otras artes experimentaron a lo largo de muchos siglos, con diferencias fundamentales según los países y los momentos históricos y culturales. Por ello una pregunta como "¿es el director la estrella?" tiene múltiples y contradictorias respuestas. Según los diccionarios al uso –que reflejan básicamente las convenciones del cine clásico occidental– la estrella de cine es el actor/actriz célebre por interpretar papeles protagonistas en las películas. Los grandes estudios americanos, que en sus inicios procuraron ocultar los nombres de los actores para no fomentar sus pretensiones económicas, promovieron el star system a partir de la Primera Guerra Mundial al darse cuenta de que era un factor esencial para el desarrollo económico del cine, mientras quedaban en la sombra los auténticos creadores –los directores– de una de las épocas más ricas de su historia.

Desde los inicios del cine han existido, por supuesto, películas que responden a estilos y métodos distintos a los que impondrían los grandes estudios y donde los creadores podían asumir la autoría total de la obra. Grandes cómicos, como Chaplin o Keaton, dirigieron sus propias películas para garantizar la autenticidad de sus personajes y artistas dadaístas o surrealistas, como Man Ray o Buñuel, llevaron al cine sus experimentos con absoluta libertad creativa. En obras tan distintas como las películas expresionistas alemanas y el cine revolucionario soviético muchos de los directores eran las estrellas de sus creaciones. Y también en una película más próxima a la industria como Ciudadano Kane se manifestaba por encima de todo el genio incontenible de Orson Welles.

Ingrid Bergman al rescate

Pero no dejaron de producirse curiosas paradojas dentro del propio sistema. En 1948, por ejemplo, Ingrid Bergman, una de las grandes estrellas de Hollywood, escribió su famosa carta a Rossellini en la que le expresaba su admiración por Roma ciudad abierta y Paisà –películas de producción marginal que dieron fama internacional a su director– y se ofrecía a trabajar para él si necesitaba una actriz sueca políglota pero que en italiano sólo sabía decir "ti amo". Rossellini la invitó a protagonizar Stromboli y este intercambio de la condición estelar entre actriz y director arruinó durante bastante tiempo la reputación de ambos, hasta que unos años después los críticos de Cahiers du Cinéma, futuros directores de la Nouvelle Vague, exaltaron a Rossellini como el gran creador del cine moderno.

Con el descubrimiento y difusión del concepto 'política de los autores', controvertido inicialmente para la crítica convencional pero adaptado paulatinamente por la cinefilia de todo el mundo, Cahiers du Cinéma realzó la personalidad de los grandes directores del cine americano (Howard Hawks, John Ford, Raoul Walsh, Leo McCarey, Fritz Lang, Josef von Sternberg...) que habían sido ignorados por la crítica convencional y eran desconocidos por el gran público, quizá con la llamativa excepción de Alfred Hitchcock, que parecía reclamar su autoría y protagonismo apareciendo fugazmente en sus películas. Dieciséis de estos directores fueron entrevistados por Peter Bogdanovich para su libro Who the Devil Made It (título sugerido por una frase de Hawks: "Me gustaba casi cualquier película que te permitiera darte cuenta de quién diablos la había rodado"), que en España se publicó años más tarde con un título que reflejaba ya el cambio de paradigma: El director es la estrella.

'Me gustaba casi cualquier película que te permitiera darte cuenta de quién diablos la había rodado'

El protagonismo que los críticos de Cahiers (Godard, Truffaut, Rohmer...) otorgaron a los directores clásicos del cine americano fue asumido por ellos mismos al pasar a la dirección y realizar las primeras películas de la Nouvelle Vague, movimiento que tuvo su réplica en numerosos países provocando la última gran revolución del cine clásico. Pero fue precisamente entonces, en 1962, cuando Rossellini proclamó su famosa sentencia: "El cine ha muerto". Una fecha clave también para alguien como Bogdanovich, en principio con poco en común con Rossellini, que sitúa la edad dorada del cine entre 1912 y 1962. Resulta significativo que mientras en los años dorados del cine el director fue la estrella sin ser consciente de ello o sin proponérselo, el cine inicie su declive precisamente cuando el director empieza a ser la estrella que sustituye en ocasiones a los actores como máximo reclamo para el público. Es también el momento en que algunos grandes directores americanos vienen a Europa y a España en especial para conocer su gloria y a veces su fin. El ejemplo más ilustre y representativo es el de Nicholas Ray ("El cine es Nicholas Ray", había escrito Godard), aclamado como mito por algunas revistas del momento al tiempo que su carrera era arruinada definitivamente por el productor Samuel Bronston con 55 días en Pekín.

Pronto aparecerían también en España directores como Carlos Saura, Víctor Erice y Manuel Gutiérrez Aragón a quienes los medios –no ellos mismos– empezaron a considerar como estrellas. Unos años más tarde surgirían Pedro Almodóvar, Fernando Trueba y Alejandro Amenábar. Y aquí acabaron nuestras "estrellas". Sin embargo, son cada vez más los jóvenes directores que, con una cámara digital y un pequeño presupuesto, se lanzan a rodar con la esperanza –ilusoria casi siempre– de pasar a la posteridad como estrellas sin importarles en absoluto la posibilidad de llegar a ser no ya grandes directores sino directores capaces de ejercer con dignidad su oficio.

Unos años más tarde surgirían Almodóvar, Trueba y Amenábar. Y aquí acabaron nuestras 'estrellas'

Todas las culturas, y por consiguiente las artes que las expresan, han conocido sus épocas de formación, de esplendor y de decadencia con sus propios rasgos distintivos en cada momento. En el documental de Eric Rohmer sobre Louis Lumière, Jean Renoir exponía la idea de que el arte primitivo es siempre interesante por la dificultad misma que entraña su creación. Por el contrario, la facilidad propicia la trivialidad. Es un rasgo que se aprecia claramente en el cine de los últimos tiempos. Algunos de los directores que alcanzaron la condición de estrellas mediáticas hace ya unas décadas han dedicado su atención a la creación de efectos especiales olvidando el sentido más profundo de la obra. Y muchos de los nuevos directores, habituados a la comodidad de las cámaras digitales, se han limitado a postularse como protagonistas de un trabajo frivolizado al máximo. Algunos directores importantes de España, EEUU y otros países han manifestado ya su voluntad de rodar sus próximas películas en celuloide. ¿Volverán las estrellas al cine?

P.D. – Mientras escribimos este artículo nos llega la noticia de la muerte de Vicente Aranda, un director NO ESTRELLA, pero gran promotor de actrices, en los repartos de todas sus películas. Un hombre de gran honradez intelectual y un director de fantástica capacidad técnica, cuya rica y variada obra ha obtenido un amplio reconocimiento popular y crítico y ha conquistado numerosos premios, sobre todo para sus actrices. Descanse en paz, con nuestro agradecimiento por su obra.

En poco más de un siglo de existencia, el cine ha reproducido las etapas evolutivas que otras artes experimentaron a lo largo de muchos siglos, con diferencias fundamentales según los países y los momentos históricos y culturales. Por ello una pregunta como "¿es el director la estrella?" tiene múltiples y contradictorias respuestas. Según los diccionarios al uso –que reflejan básicamente las convenciones del cine clásico occidental– la estrella de cine es el actor/actriz célebre por interpretar papeles protagonistas en las películas. Los grandes estudios americanos, que en sus inicios procuraron ocultar los nombres de los actores para no fomentar sus pretensiones económicas, promovieron el star system a partir de la Primera Guerra Mundial al darse cuenta de que era un factor esencial para el desarrollo económico del cine, mientras quedaban en la sombra los auténticos creadores –los directores– de una de las épocas más ricas de su historia.

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