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El escultor que acabó con la escultura
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Retrospectiva de carl andre en el reina sofía

El escultor que acabó con la escultura

No quiere cinceles, prefiere herramientas industriales como las radiales. También le sobran los pedestales y la monumentalidad de los materiales. Elige el hormigón al mármol de Carrara

Foto: Vista del espacio central de la exposición dedicada a Carl Andre, en el Palacio de Velázquez.
Vista del espacio central de la exposición dedicada a Carl Andre, en el Palacio de Velázquez.

A su primera radial de brazo la llamó “la bella soñadora”. Tenía 24 años, era verano y visitaba a su padre, en Massachusetts, para pintarle la casa. A fin de cuentas, había estudiado arte... Con la máquina talló sus primeras piezas de madera. No quería cinceles, prefería herramientas industriales. Tampoco le servían las radiales de mano, porque necesitaba cortes rectos en la madera, como si buscara ángulos perfectos que amputaran el gesto del artista sobre la obra.

La escultura de Carl Andre (Quincy, EEUU, 1935) hizo desaparecer al escultor y a la escultura, “dejó de ser monumental y sobre peanas, para desarrollarse sobre el suelo”, explicó Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, en la presentación de la muestra retrospectiva dedicada al artista norteamericano, en el Palacio de Velázquez del Retiro (hasta el 12 de octubre). Recibe al espectador una de sus Pyramid, obra inicial en la que Andre descubre sus propósitos estéticos, aunque todavía en altura.

En la selección de obra, desde 1958 a 2005, destaca su fidelidad a los materiales cotidianos: ladrillo refractario, planchas de acero, aluminio, piedra caliza, madera... Poco tardó en llevar la escultura al suelo. Retirado desde 2010, Andre nunca hizo bocetos de sus piezas en cuadernos. Entraba al material con la radial. Había que trabajar directamente desde el suelo, el pedestal había muerto.

“El suelo no es solo el terreno exclusivo de su producción artística, sino también un espacio donde se entabla una compleja relación con el espectador”, explica Yasmil Raymond en el catálogo. “Desde sus primeras obras metálicas a ras del suelo, que invitan al espectador a caminar sobre ellas, hasta sus posteriores composiciones con módulos de madera, que el observador rodea en busca de su camino, las esculturas de Andre siempre han dividido el espacio en áreas de acceso y de contacto”. Un escultor que interviene los espacios, no los volúmenes.

En la sede de Sabatini la retrospectiva recupera la cara más íntima y poética de su producción, mientras en el Palacio de Velázquez se exponen los trabajos más impactantes. La puesta en escena más impresionante de todas es Lament for the children, de 1976: cien bloques de hormigón de pequeño tamaño repartidos por la sala, que recuerdan a un cementerio. Solemnes e introspectivos. Sin embargo, el material original utilizado lo encontró en un parque de recreo infantil abandonado. Eso inspiró el título.

Organizada por la Dia Art Foundation de Nueva York en colaboración con el Museo Reina Sofía, la muestrarecorre el gesto de un artista que se resistió a la invasión del Pop Art con una propuesta radicalmente contraria. El minimalismo de Andre (y en cierto modo el de su coetáneo Mark di Suvero) es portátil y modular. Ha fulminado toda posibilidad a la espontaneidad y al rastro de lo inacabado en los materiales que recogía por las calles de Manhattan. Más tarde los encargaba a los fabricantes de las ciudades donde expondría. Andre creaba a partir del espacio expositivo.

Al contrario de sus compañeros de generación, las obras de Andre eran fáciles de transportar “y conservaban una escala humana que liberaba a la escultura de su carácter monumental”. La abstracción industrial a la que se entrega tiene que ver con las formas que le ofrecen sus proveedores de material. Formas geométricas elementales, como cuadrados, rectángulos y triángulos. “En mi obra sólo hay un teatro, el de las propiedades materiales”, reconocía el propio artista en 1996.

¿Pero cómo abandonar el discurso formalista para abordar la lucha de clases y el trabajo? Según Raymond, el discurso de Andre caminó hacia el distanciamiento del genio artístico y de la política de la originalidad en favor de una interpretación objetiva y materialista “dependiente de la lógica de la producción”. El uso del ladrillo es el mejor ejemplo de esta actitud en la que se cuestiona el propio papel del artista.

De hecho, en 1969, en una exposición en Amberes, en la inauguración Andre preparó un comunicado mecanografiado a los espectadores, en el que se indicaba que el artista había llegado a la ciudad para preparar una exposición y cinco preguntas: “¿Quién es el artista? ¿Qué es el arte? ¿Qué es la calidad en el arte? ¿Qué relación existe entre el arte y la política? ¿Por qué continúo adelante?”. Cinco preguntas para dejar al aire las vergüenzas del arte en un sistema capitalistay la conciencia del artista que debeasumir que su obra se convierta en un artículo de consumo.

A su primera radial de brazo la llamó “la bella soñadora”. Tenía 24 años, era verano y visitaba a su padre, en Massachusetts, para pintarle la casa. A fin de cuentas, había estudiado arte... Con la máquina talló sus primeras piezas de madera. No quería cinceles, prefería herramientas industriales. Tampoco le servían las radiales de mano, porque necesitaba cortes rectos en la madera, como si buscara ángulos perfectos que amputaran el gesto del artista sobre la obra.

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