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Las mujeres que huelen a sangre seca
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bombas y muertes en primera persona

Las mujeres que huelen a sangre seca

Guerra y escritura, la vida y la muerte reunidas en las páginas de tres libros que retratan la vida de mujeres atrapadas por el conflicto personal y el histórico, bajo la sombra del hombre

Foto: Alaine Polcz, autora de 'Una mujer en el frente' (Periférica), con 16 años, fotografiada por Olívia Bitó.
Alaine Polcz, autora de 'Una mujer en el frente' (Periférica), con 16 años, fotografiada por Olívia Bitó.

Escribir en primera persona es escribir para hurgarse en la herida. En realidad, escribir debería ser siempre escribir contra uno mismo, pero la pluma de Alaine Polcz(1922-2007) no repara en daños mientras tunela, poco a poco, por los dolores incompatibles con la vida. Como si no tuviera suficiente con descubrir que su amado primer marido escondía un ser déspota y maltratador, la Segunda Guerra Mundial termina por multiplicar las bestialidades que los hombres han cometido contra las mujeres y se han enterrado.

Alaine ha huido de Transilvania, se ha separado de su familia y se refugia en un pueblo de la estepa húngara con su árido e impasible esposo escritor. Por supuesto, no están a salvo ni preparados para lo que habría de venir. Primero llegan los soldados alemanes, luego los rusos: “No sé cuánto duró ni cuántos eran. Ya de madrugada entendí cómo se producía la fractura de columna. Hacían lo siguiente: levantaban las piernas a las mujeres por encima de los hombros y se apoyaban en ellas arrodillados. Si uno daba un empujón demasiado fuerte, la columna de la mujer se rompía”.

Hay que tener mucho valor para evitar el victimismo y la complacencia, para no buscar la compasión por haber padecido a los salvajes

Si quiere una taza de leche ya sabe el precio. Por cambiar la puerta en la que duerme por un colchón, eso era lo que debe pagar. Alaine escribe desde el inframundo moral que la barbarie convierte en cotidianidadUna mujer en el frente(Periférica), que no es una novela, porque nadie puede llegar a imaginar semejante ferocidad. Hay que tener mucho valor para evitar el victimismo y la complacencia, para no buscar la compasión por haber padecido a los salvajes. Y a pesar de todo, es el testimonio de la vida que se aferra a lo que haya después de una violación.

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Lo de menos es la sarna y los piojos, lo peor es oler a sangre seca y no estar muerta: “Al principio nos decíamos que nos olía mal la boca, porque no podíamos lavarnos los dientes. Más tarde ya no nos importaba, ni lo notábamos. Tampoco la falta de aseo. En el sótano éramos ochenta. El agua no era suficiente ni para beber y en pocos días desapareció nuestra necesidad de lavarnos. En cambio, era horrible cuando sangrábamos mucho y no podíamos cambiarnos las bragas. Durante el trabajo en las trincheras la sangre se congelaba, y por la noche se derretía, luego se secaba, y las bragas nos hacían daño en los muslos, y continuamente teníamos la sensación de oler a sangre. De todos modos el mundo entero olía a sangre”.

La abuela de Elizabeth Forsythe Hailey también rompió con la opresión social de su época. Aunque su vida no corrió peligro sí fue un trayecto cruel, regado de drama, conflicto y trampas que esclavizaban a la mujer a la sombre del hombre. Una mujer de recursos (Libros del Asteroide) es el retrato en miniatura de los grandes cambios que se produjeron en las tres primeras décadas del siglo XX, en los EEUU.

Bess se reivindica, a las puertas de la Gran Guerra, como una mujer capaz de sobrevivir a la violencia silenciosa de la cultura del éxito

“Una mujer que se libera sin tener que irse de casa”. Unos años antes de que Alaine Polczsufriera las atrocidades de la guerra, leemos las tragedias de una heroína de carne y hueso en formato carta. La nieta escribe en nombre de su abuela las cartas que van dando forma a otra superviviente. “Aunque solo fuera en la imaginación, descubriría el origen de su fortaleza y su alegría de vivir, que conservó intactas hasta la vejez”, escribe la autora en el prólogo.

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La novela epistolar gana por KO en tensión dramática: acciones omitidas, tiempo veloz y descripción narrativa innecesaria. Cada uno de los escritos es un tiro de gracia de concreción y acontecimientos. Al trabajar la ficción de su abuela, inspirada en hechos reales, reconstruye su propio pasado. En el retrato emerge una persona que avanza desde la dependencia a la autonomía, con tres hijos a su cargo y el miedo a la soledad. Bess se reivindica, a las puertas de la Gran Guerra, como una mujer capaz de sobrevivir a la violencia silenciosa de la cultura del éxito.

“Disculpa los borrones de la carta, pero es que acabo de comprarme una máquina de escribir y estoy aprendiendo a utilizarla por mi cuenta. Primero escribía sólo las cartas formales, pero le he tomado tanto apego al ruido de las teclas que acompaña mis pensamientos, que ahora mecanografío hasta la lista de la lavandería. Tengo la sensación de ser mi propia secretaria y, de repente, veo objetivamente mi vida como una empresa ambiciosa y bien planificada”.

Rebobinamos unos años más y entramos en 1917. Nos volvemos a encontrar con la muerte, la soledad las estrecheces, el drama y la escritura en primera persona de una mujer que observa y padece un acontecimiento histórico: Marina Tsvietáieva, Diarios de la Revolución de 1917 (Acantilado), recuerda a los escritos de Alaine Polcz en la falta de juicios de valor, en la dictadura de la descripción de la barbarie. Sin embargo, y a pesar de la ansiedad en la que ambos libros navegan, el recorrido íntimo de Tsvietáieva parte de la experiencia ajena.

Estos fragmentos veloces son los bocetos de un trayecto sin revisión, escritos en vivo y en directo. Recortes inmediatos de una vida a punto de estallar

La poeta tiene muy buen oído y memoria para los diálogos que descubren una sociedad alterada, otra. Atrás quedaron los zares y los privilegios, atrás la burguesía y los carruajes: “¡Muchos platos lavados y el suelo ya dos veces fregado! La sensación de haber sido irremediablemente reducida a la esclavitud”. Eso es la revolución desde el primer instante, entender, entender que “todo se perdió”. No es suficiente, ni con “una zamarra ratonil de hombre”, ni con “los zapatos atados con cordeles”.

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Siempre es despreciada por su otra vida, siempre humillada: “Escucho, escucho, escucho. Cada vez bajo más la cabeza, comprendo el error fatal de este invierno. Cada palabra es como un cuchillo, el cuchillo se hunde más y más hondo”. Desorientada e irónica, “desde que todos viven según el nuevo estilo, nunca sé qué fecha es”. Descarnada y apasionada: “El corazón: más un órgano musical que corporal”.

Estos fragmentos veloces son los bocetos de un trayecto sin revisión, escritos en vivo y en directo. Recortes inmediatos de una vida a punto de estallar, por la que el amor no deja de pasar ni cede un milímetro al hambre. Ni a los aforismos: “¡Comencemos por la querencia! ¡Querámoslo todo! El “no puedo” sin todos los “quiero” tanteados es una lamentable impotencia que, por supuesto, terminará en: “puedo”. Tsvietáieva, en la escritura la salvación.

Escribir en primera persona es escribir para hurgarse en la herida. En realidad, escribir debería ser siempre escribir contra uno mismo, pero la pluma de Alaine Polcz(1922-2007) no repara en daños mientras tunela, poco a poco, por los dolores incompatibles con la vida. Como si no tuviera suficiente con descubrir que su amado primer marido escondía un ser déspota y maltratador, la Segunda Guerra Mundial termina por multiplicar las bestialidades que los hombres han cometido contra las mujeres y se han enterrado.

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