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Caminar para dejar de trabajar
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libros que elogian el vagabundeo

Caminar para dejar de trabajar

Contra la producción y el rendimiento. Contra la urgencia y la adicción. La jornada laboral ha terminado y es hora de tranquilidad, silencio y naturaleza con un libro en las manos

Foto: Interior del cómic 'El caminante', de Jiro Taniguchi, publicado por Ponent Mon.
Interior del cómic 'El caminante', de Jiro Taniguchi, publicado por Ponent Mon.

El día pierde el sol y el parque está tan tranquilo como de costumbre. Pájaros y pinos. Hay dos señoras sentadas en un banco, al borde de una carretera cortada al tráfico. Es un lugar estratégico, aunque parezca uno más. Miran en silencio, una junto a la otra, el horizonte del bosque, abierto en canal por un camino ancho y profundo, perpendicular al asfalto sin coches. El sol está a punto de desaparecer y al fondo, donde el camino se pierde con el cielo, estallan naranjas y rosas sobre el azul. Mañana repetirán espectáculo en su banco.

Pasan bicis. Triatlón. Dos corredores. No hay perros hoy. Hace años el águila calva del Zoo cercano se escapó y se escondió entre la maleza, cerca de esa torre vigía contra incendios, a 20 metros de su jaula. Mientras, los cuidadores buscaban al animal –imponente bicho de cabeza blanca, símbolo del sello de los EEUU- a 20 kilómetros. Hemos puesto tanta fe en la libertad que no queremos aceptar que no sabemos qué podemos hacer con ella. El águila calva, tras una vida encerrada,tampoco.

Caminar se antoja como uno de los mayores actos de rebeldía contra un sistema que educa a sus ciudadanos en un deseo inagotable, sobre todo, de libertad. Para consumirla, no para consumarla. Caminar para dejar de producir, para dejar de desear, para caer en silencio, caminar contra la urgencia y las exigencias, contra la ansiedad. “Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo”, escribe el antropólogo francés David Le Breton(Francia, 1953) en el delicado librito Elogio del caminar, que acaba de publicarSiruela.

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Para el autor nos hemos convertido en peleles, seres sin voluntad que han hecho de sus cuerpos una anomalía molesta que choca con las exigencias de la modernidad. Para Le Breton la sociedad contemporánea ha hecho desaparecer la resistencia física, la energía humana: “Hoy raramente es requerida en el curso de la vida cotidiana, en nuestra relación con el trabajo, los desplazamientos, etc”. Ya sabes, el coche es el rey y “ha hecho del cuerpo algo superfluo”.

Vagabundear. Pasear sin objetivo preciso, descuidar la mirada. Lo que cuenta es el camino. Caminar inquieta porque no importa el resultado, es el camino lo que cuenta. Por eso el personaje del dibujante japonés Jiro Taniguchi(Tottori, Japón, 1947) necesita salir a perderse por la ciudad al acabar su jornada laboral y no cumplir con ningún plan. Para contemplar cómo el azar se cruza en su vida. El caminante (que Ponent Mon ha reunido en un volumen completo) podría haberse titulado también El observador: casi un cómic mudo en el que se acumulan las visiones de pequeñas cosas. Insignificantes como una callejuela. El caminante de Taniguchi es un ser invisible y silencioso, que pasa por los lugares comunes de incógnito, amparado en la clandestinidad social.

Caminar en sí no ha cambiado el mundo, pero caminar juntos ha sido un rito, una herramienta y un reforzamiento de la sociedad civil, capaz de resistir ante la violencia, el miedo y la represión

El caminante no le debe nada a nadie. Es un ser sin deudas. Levanta sospechas. Por la carretera abandonada, iluminada por los últimos minutos de luz del día, el caminante que avanza en su camino con un libro se cruza con un deportista envuelto en cintas reflectantes y fluorescentes. Mira extrañado al lector andarín.

“Caminar en sí no ha cambiado el mundo, pero caminar juntos ha sido un rito, una herramienta y un reforzamiento de la sociedad civil, capaz de resistir ante la violencia, el miedo y la represión”, escribe la editora Rebeca Solnit (San Francisco, EEUU, 1961), en el libro Wanderlust. Una historia del caminar, publicado ahora por Capitán Swing.

Como Le Breton, la autora estadounidense lamenta el colapso de nuestro cuerpo, de nuestra imaginación y de nuestro compromiso. Es curioso, cuenta que en el mismo siglo parecen entrar en choque la sociedad obesa y pasiva contra la era marcada por el poder de las personas y de la protesta pública. Echarse a la calle. Solnit se recrea en la evidencia de las imágenes de millones de personas desarmadas caminando juntas por las calles, reclamando sus derechos, exigiendo el final de una guerra. Caminar en contra de la versión del poder y a favor de un ciudadano crítico: “Mientras se camina, el cuerpo y la mente pueden trabajar juntos, el pensar se convierte casi en un acto físico y rítmico”. Imagen: plaza de Tiananmén.

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No todo va a ser trabajar, también hay que hacer historia. En Berlín del Este, el 4 de noviembre se reunió un millón de personas con banderas, pancartas y carteles en Alexanderplatz, a pesar de las prohibiciones. Cinco días más tarde cayó el Muro. Si la resistencia es el secreto de la alegría, caminar lo hace efectivo. “Las historias de las revoluciones y los levantamientos están llenos de relatos de generosidad y confianza entre extraños, de incidentes de coraje extraordinario, de trascendencia de las preocupaciones insignificantes de la vida cotidiana”, escribe Solnit. Toda marcha, manifestación o caminata deben considerarse como un triunfo sobre la alienación, como una reclamación del espacio público y la vida pública.

Sólo la marcha alcanza a liberarnos de las ilusiones de lo indispensable

Andar no es un deporte. En nuestro paseo por el parque que despide el día mientras algunos disfrutan de los últimos minutos, aparece el filósofo francés Frédéric Gros, del que Taurus publica Andar. Una filosofía. Andar no es cosa de reglas. No hay resultados ni es una competición. “El deporte da pie a inmensas ceremonias mediáticas a las que afluyen los consumidores de marcas y de imágenes”. Ya no se anda, se hace trekking. Con los bastones. “Para ir más despacio no se ha encontrado nada mejor que andar”. Andar es limitarse. No consumir. Basta con dos piernas y no querer estar quieto.

Hoy no se trabaja. Hoy se anda. Uno escapa de las obligaciones del trabajo y de las trabas de costumbre. “Sólo la marcha alcanza a liberarnos de las ilusiones de lo indispensable”, dice Gros. No disponer de múltiples opciones es una forma de liberación. Andar es caminar hacia la independencia. “Todo lo que me libera del tiempo y del espacio me aleja de la velocidad”. Alto.

El día pierde el sol y el parque está tan tranquilo como de costumbre. Pájaros y pinos. Hay dos señoras sentadas en un banco, al borde de una carretera cortada al tráfico. Es un lugar estratégico, aunque parezca uno más. Miran en silencio, una junto a la otra, el horizonte del bosque, abierto en canal por un camino ancho y profundo, perpendicular al asfalto sin coches. El sol está a punto de desaparecer y al fondo, donde el camino se pierde con el cielo, estallan naranjas y rosas sobre el azul. Mañana repetirán espectáculo en su banco.

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