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Los menores de edad quieren salvar la música en directo (pero la ley se lo impide)
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un futuro de Adultos ajenos al arte

Los menores de edad quieren salvar la música en directo (pero la ley se lo impide)

La experiencia de un directo en una sala de conciertos es imprescindible para apreciar la música y salvar la industria. Sin embargo, ese es un territorio prohibido para los menores de 18 años

“No hay relevo generacional”, asegura Adrián López, quien lleva años observando lo que ocurre al otro lado de la barra y de la cabina de bares de Malasaña, como Tupperware o Picnic, en Madrid. El de Adrián no es un lamento nuevo. En cambio, lo que sí es una novedad es el análisis serio del porqué de esta brecha y la intención de salvarla desde la política.

La progresiva eliminación de la asignatura de música en el currículo escolar, unida a una restrictiva legislación, como la que opera en la Comunidad de Madrid en materia de espectáculos, está formando futuras generaciones de adultos ajenos a la música como forma de expresión y vehículo cultural.

Los menores de edad no pueden entrar a un pequeño local a ver tocar a un gruposi en ese lugar se sirven copas. Con la intención de protegerlos del consumo de alcohol, el legislador empujó a la juventud fuera del disfrute de la música en vivo.

“Esta prohibición me parece imposible de argumentar. Un menor puede entrar acompañado a cualquier local en el que se sirva alcohol, pero no a uno de copas en el que, además, haya actuaciones, por lo cual aquí lo realmente peligroso no es el alcohol, sino la música en directo”, señala el músico Garikoitz Gamarra (Ornamento y Delito, GGQuinanilla).

Todo tiene un precio

Una excepción a la ley permite a los menores de 18 años ir a ver conciertos en grandes recintos deportivos en compañía de un adulto. De esta manera, se propicia la asistencia a shows de artistas consagrados o muy mediáticos, cuyos tickets no bajan de 50 euros. Así se deja de lado la experiencia musical más cercana de grupos menos conocidos.

“Y aunque tuviera el dinero para ir a un concierto, no nos lo podríamos permitir, porque hay que comprar dos entradas para poder ir acompañada”, apostilla Arancha Vergara, estudiante de 14 años de la E.S.O.

De esta manera, se da la paradoja de que un menor de edad no solo no puedeasistir, sino que tampoco puedetocar durante una actuación, como le sucedió a esta adolescente cuando fue invitada a participar, junto a su madre, en una fiesta homenaje a Pussy Riot en una sala de conciertos en Madrid. Ocomo recientementele ha sucedido a la banda catalana Grushenka, en la que dos de sus miembros son menores. Estas políticas educativas y hosteleras han permitido constatar a Diana Cortecero, codirectora de la promotora La Fonoteca, que se está “apartando a las generaciones más jóvenes del gusto y el interés por la música; y el arte en general”.

“No hay relevo generacional”, asegura Adrián López, quien lleva años observando lo que ocurre al otro lado de la barra y de la cabina de bares de Malasaña, como Tupperware o Picnic, en Madrid. El de Adrián no es un lamento nuevo. En cambio, lo que sí es una novedad es el análisis serio del porqué de esta brecha y la intención de salvarla desde la política.

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