Es noticia
Paulette Goddard, "la vida fue fácil siendo rubia" y mujer de Chaplin
  1. Cultura
  2. Cine
25 años de su fallecimiento

Paulette Goddard, "la vida fue fácil siendo rubia" y mujer de Chaplin

Musa e icono de Charles Chaplin, para el que rodó las seminales Tiempos Modernos y El Gran Dictador, y firme candidata a ser Scarlett O’Hara antes de Vivien Leigh. Es un ejemplo de carisma irreprochable

Foto: Charles Chaplin y Paulette Goddard, en una escena de 'Tiempos modernos'.
Charles Chaplin y Paulette Goddard, en una escena de 'Tiempos modernos'.

En la alta sociedad neoyorkina de los ochenta, el poco discreto Andy Warhol solía ir del brazo, alguna que otra vez, de una señora mayor cubierta de joyas en la que todos reconocían a una vieja estrella de cine de la que, tal vez, no recordasen el nombre. Paulette Goddard era esa mujer en la que, pasados los años y con la perspectiva que da el tiempo, muchos han visto algo más que a la más icónica musa de Charles Chaplin, para el que rodó las seminales Tiempos Modernos y El Gran Dictador.

Aguerrida heroína de algunas de las superproducciones más grandilocuentes de Cecil B. DeMille, y la más firme candidata a ser Scarlett O’Hara antes de que Vivien Leigh se cruzase en el camino del productor David O’ Selznick, Goddard, fallecida un 23 de abril de 1990, sigue siendo un ejemplo de carisma irreprochable que, muy a menudo, trascendía las películas en las que aparecía.

Niña de grandes ojos y espectacular sonrisa que creció sin la figura paterna (que recuperaría años más tarde, cuando este la demandó por decir públicamente que las había abandonado a ella y a su madre), su atractivo innato no pudo encontrar mejor padrinazgo que el del legendario Florence Ziegeld, empresario de aquellos que convirtieron Broadway en una cuna de talentos listos para ser exportados a un Hollywood que los necesitaba. Cuando llegó a la soleada California, un papelito como extra en una película de Laurel y Hardy y un contrato con el mismísimo Samuel Goldwyn no fueron tan significativos como su romance con Chaplin, que le facilitó una atención extra en aquella prensa sensacionalista que aligeraba la dureza de los años de Depresión para los norteamericanos.

placeholder

Esa misma Depresión sería su mejor carta de presentación cuando Chaplin la reflejó, sin ahorrar crudeza pese al tono cómico, en sus Tiempos Modernos. Con apariencia de vagabunda intrépida, con la fuerza de sus enormes ojos y sin la necesidad del sonido, Goddard se convirtió en una estrella en esta película mítica.

Mientras la prensa se preguntaba si ella y Charlot estaban casados, Goddard aprovechaba al máximo las ventajas de una buena publicidad sin importar de dónde viniese. Su amistad con Selznick casi la convierte en la protagonista de Lo que el viento se llevó y las pruebas que realizó para conseguirlo demuestran que habría sido una más que digna Scarlett. En ese mismo año, 1939, demostraba su vis cómica en otro título seminal de la comedia yankee, Mujeres, de George Cukor.

Del humano Chaplin al giganteDeMille

Chaplin volvió a utilizarla como contrapunto femenino en El Gran Dictador. El sentido discurso del legendario mimo al final de esa película sería menos efectivo sin el perfil de Goddard mirando al horizonte, convencida de cada una de las palabras que lo integran. Fue en la premiere de esa película cuando él la definió como su “mujer” y, de hecho, se habían casado en secreto en China cuatro años antes.

Sin miedo a los retos interpretativos de carácter más lúdico y comercial, y sin la necesidad de pagar ningún tipo de peaje artístico, Paulette también se atrevió con los blockbusters y, ese mismo año, protagonizó su primera película a las órdenes del megalómano Cecil B. DeMille. El director, anticipo de los James Cameron o los Michael Bay de nuestros días, le ofreció tres personajes de mujeres valientes, aventureras y proto-feministas en tres películas que colapsaron los cines allá por los cuarenta, cuando la estrella de Goddard brilló más fuerte.

A DeMille no le importaba pintarle la cara de betún para que fuese una india sui generis o convertirla en una esclava de la época colonial

Esos títulos, de clara inspiración bíblica y connotaciones sexuales que hoy pecan de kitsch, fueron Policía Montada del Canadá (1940), Piratas del Mar Caribe (1942) y Los inconquistables (1947). A DeMille no le importaba pintarle la cara de betún para que fuese una india sui generis o convertirla en una esclava de la época colonial con mucho hombro (cuando el escote era pecado mortal según el Código Hays) que enseñar.

En aquellos años vivió un momento de esplendor que nunca más repetiría. Su única nominación al Oscar, como actriz secundaria, fue por un drama de tintes bélicos olvidado en la actualidad: So proudly we hail! (1943), melodramática historia sobre enfermeras de guerra. También fue musa de Jean Renoir en Diario de una camarera (1946), quizá lo más cerca que estuvo del cine de autor cuando este término ni siquiera estaba claramente acotado.

Divorciada de Chaplin desde 1942, poco antes de que él se convirtiese en un apestado en Estados Unidos, Goddard fue derivando en los 50 hacia la televisión. Dejando el cine aparte, su vida privada no había sido ejemplar: a los 17 años ya estaba casada y a los 22 divorciada, su unión con Chaplin no llegó a durar ni una década y un tercer matrimonio con Burgess Meredith tampoco acabó de salir bien. La estabilidad sentimental le llegó de la mano del autor Erich María Remarque, al que estuvo unida desde 1958 hasta que él falleció en 1970.

placeholder Escena de 'El gran dictador'.

Amante de los coches, de las obras de arte que acumulaba con pasión y retirada en Suiza durante décadas, sólo quiso volver al oropel de la high society en los ochenta, cuando amigos como Warhol la convencían de su estatus de gloria de la pantalla. Ella no ignoraba el culto a su alrededor.

De hecho, en cierta ocasión dijo que los actores que aseguran que no ven sus propias películas no son muy sinceros. “No hace falta ser Freud para saber que la persona más fascinante del mundo, seas actor o no, eres tú mismo”, añadió. El axioma le vino bien a una ejemplar cómica a la que a menudo no dejaron demostrar su vena más dramática en un Hollywood que siempre ovacionará más las lágrimas que las risas.

Sin embargo, a ella tampoco pareció importarle ese hábito de una ciudad que nunca sintió como su verdadero hogar, sólo un lugar en el que “aprender a jugar al tenis y convertirse en estrella”. “La vida fue fácil siendo rubia. No tenía que pensar, no tenía que hablar. Lo único que tenía que hacer es estar ahí”, aseguró sin darle importancia a su falta de oportunidades. No es mal lema para una rubia que pasará a la historia como la musa de aquel cómico de sombrero y bombín que la convirtió en pieza fundamental de su poética mirada social.

En la alta sociedad neoyorkina de los ochenta, el poco discreto Andy Warhol solía ir del brazo, alguna que otra vez, de una señora mayor cubierta de joyas en la que todos reconocían a una vieja estrella de cine de la que, tal vez, no recordasen el nombre. Paulette Goddard era esa mujer en la que, pasados los años y con la perspectiva que da el tiempo, muchos han visto algo más que a la más icónica musa de Charles Chaplin, para el que rodó las seminales Tiempos Modernos y El Gran Dictador.

El redactor recomienda