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Así se extingue un festival
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adiós al festival de la diversidad cultural

Así se extingue un festival

Zemos98 se despide con una edición centrada en los movimientos ciudadanos, la economía social y cómo se pueden recuperar todos esos bienes comunes que nos pertenecen a todos

Foto: Belén Gopegui en el festival ZEMOS98 (Julio Albarrán)
Belén Gopegui en el festival ZEMOS98 (Julio Albarrán)

Los habitantes locales lo llaman jacatóm. Como su propio nombre indica, es lo que resulta de mezclar las palabras maratón y hack. Es decir, ponerse a pensar cosas durante un tiempo limitado y, probablemente, demasiado corto.

Para redondear el concepto, la organización del festival ZEMOS98, que este año ha decido dejar de celebrarse en la 17º edición, fundió el concepto del hackatón con el del campamento, creando un hackcamp (pronúnciese 'jakcam') de 80 personas venidas de diferentes lugares de Europa, acampando, o mejor habitando, o quizá reclamando, la ciudad de Sevilla durante tres días.

La propuesta de estos gestores culturales para sus invitadosera la de trabajar en el concepto de la recuperación de los comunes: todos esos elementos materiales o inmateriales que no son públicos ni privados, pero pueden serlo, y que sin duda nos pertenecen a todos. La idea es que quizá no deberíamos dejar que otros los gestionen si entre todos nos las podríamos apañar.

Bajo esta premisa, los convocados se organizan en seis equipos y, cada par de estos grupos, se refugian bajo los paraguas temáticos: cuidados, campañas y archivos audiovisuales.

Luego volveremos a este loco campamento de primavera. Por un rato, los dejamos encerrados en el Centro de las Artes de Sevilla. Vayamos ahora al Teatro Duque, es jueves 16 de abril y pasa un rato de las siete de la tarde. Desde el escenario, Virginia Benvenuti le ha dicho a la audiencia “no tengáis miedo de equivocaros”. Viene desde el Teatro Valle Ocupatto de Roma para contarnos cómo consiguieron la cesión de un antiquísimo teatro casi en ruinas. Mientras lo llenaban de magia, se lo iban inventando. Y así va pasando el rato.

Benvenuti nos advierte que el edificio está a punto del colapso, materialmente. Es entonces cuando un rumor y unas risas comienzan a esparcirse por la platea. Luces tenues de las pantallas de los móviles iluminan alguna que otra cara. Se encienden los focos para dar paso a la siguiente presentación y lo que era un murmullo ha subido considerablemente de volumen. El presentador de la siguiente invitada sube a la tarima y agarra el micro. “Para los que no tengan Twitter...” comienza, la gente ríe, hay tan pocos sin cuenta de Twitter como sin móvil, “han detenido a Rato”. El teatro se colapsa en aplausos, silbidos de alegría, gritos de victoria como si se hubiera ganado una guerra o una copa.

“Gracias a ZEMOS98 por existir y resonar, por decir que no, por hacerlo todo bien”. La que habla es la escritora Belén Gopegui, que ha salido al escenario tras los aplausos. Cuando agradece al festival “por decir que no” está mostrando su respeto, no carente de tristeza, ante lo que el colectivo llama “un suicidio” antes de ser “matados”. Lo han explicado de repetidas maneras a lo largo del encuentro, aunque nunca tan bien explicado como en la carta en la que comunicaron la decisión de abandonar el festival anual por la falta de apoyo institucional, que dicho así parece algo anecdótico, algo que sólo tuviera que ver con ellos. ZEMOS98 denuncia que no es que no les quieran, es que no existe la política cultural, “ni se la espera”.

Gopegui juega el juego del Código Fuente Audiovisual, un formato creado por el festival que permite a una persona contar un relato mediante cachitos de videos con una intencionalidad, casi siempre unida a su experiencia biográfica. “Quería empezar con esta canción que dice 'agua podrida”, arranca la autora de Lo real, “por contraste, porque vengo a hablar de lo bonito” dice, algo nerviosa pero sin titubeos, clara como el agua cristalina.

“Precisamente porque me importa, hoy he decido no hablar del realismo”, añade. Esto sí que el público no se lo esperaba. Y en lugar de proyectar La sal de la vida, Gopegui deja a un teatro entero fascinado repartiendo “galletas Príncipe”, “regaliz rojo”, “algodón de azúcar”. O sea, lo bonito, diminutivo de bueno. Historias de esfuerzo y dignidad colectiva en formato blando y fantasioso. Algodón de azúcar rosa. Capra y la casa del hombre que no se rinde a la especulación, “tocar la armónica juntas”. “Nuestros maravillosos aliados”, la casa derruida y reconstruida, por alienígenas. “La princesa prometida”, el tío abuelo le presenta al niño enfermo el mundo que podría ser. Películas de adolescentes, porque todos necesitamos que al entrar en la vida alguien nos dé ánimos. A cualquier edad, en verdad. Por eso seguimos viéndolas. “Leones de segunda mano”.

“¿Saltarías tú si no tuvieras que hacerlo?” le pregunta Paul Newman a Robert Redford antes de hacer el salto del ángel en Dos hombres y un destino. “¿En qué creo?” se autopregunta Belén Gopegui al final de su presentación, “en que las cosas a veces pueden salir bien. Nunca vamos a tener todos los datos. Vivir es inseguro. Necesitamos la ficción, el bien común, que es lo bonito”. ¿Saltarías tú si no tuvieras que hacerlo? “Nosotras saltaríamos”, contesta Belén, “mejor saltar juntas”.

Saltemos al hackcamp. Los grupos siguen trabajando a contrarreloj. Uno de ellos, en el sótano, ha tomado prestado el Monopoly para construir un juego nuevo llamado Commonspoly. En este anti-Monopoly puedes caer en la casilla del crowdfunding para ganar dinero y una tarjeta te puede mandar a la asamblea o al laberinto de la burocracia. En lugar de ponerte un hotelito en la Castellana, aquí las casillas son parques, la huerta, hospitales, residencias para ancianos y huertos urbanos.

Junto a ellos, otra cuadrilla está creando un fanzine de los comunes. Se parece más a un manual de instrucciones que al género del periodismo punk. Cada página está pensada para ser autodistribuible por el lector del fanzine, usando unas tijeras y una barra de pegamento. Recorta por la línea de puntos y pega esta llave en un edificio vacío que quieras reclamar para el uso en común. Cambia los posavasos de la terraza de un bar para que los clientes reflexionen sobre la privatización de ese recurso natural esencial llamado agua. Beba agua del grifo, en lugar de agua mineral, sugiere la redacción del Regame the commons o, como se diría en castellano, Régame los commons.

En el piso superior, los grupos de trabajo son mucho más numerosos y eso se nota en el calor y el olor. El hackcamp avanza y de los frankensteines de ideas que crearon el primer día, asoman proyectos tangibles: una acción performática circense, una campaña de guerrilla, para llamar la atención sobre La Carpa, un colectivo que busco su espacio y que ahora reclama un pabellón de la fantasmal isla de La Cartuja. Tuvo lugar el domingo en La Alameda, donde en el centro de un gran corro se pidió la cesión del edificio junto a una bandada de globos que sostenía en el aire el cartelón La Carpa revive.

Junto a los equilibristas de la tensión entre público y privado, están los archivistas. Se han propuesto crear herramientas extremadamente útiles con las que contar historias a partir de un basto fichero audiovisual, en este caso el Doc Next Network. Aquí van algunas: una línea de tiempo en la que insertar vídeos. Un esquema en forma de diagrama en el que colocar videos para contar una historia. Una página para confrontar y hacer dialogar dos piezas de vídeo, una del archivo y otra actual. Un mapa en el que geolocalizar vídeos grabados a la vez en diferentes partes del mundo. Otro grupete trabaja con el sonido de la ciudad.

No se trata de crear productos. El objeto de este hackcamp es pensar en común porque esa acción en sí es un común, que crea información, que es un común, que se convierte en memoria, que también es un común. Y todo eso hay que cuidarlo, dicen ellos. Es el verbo más pronunciado aquí: cuidar. “Concare”, se inventan los del fanzine, jugando con las palabras conquistary care, los cuidados puestos en medio de la batalla.

El domingo por la mañana, al encender la radio, una periodista de la Cadena Ser pone un reportaje que ha realizado grabando conversaciones con unas mujeres preferentistas más sabias que Rato, durante una protesta en la calle. Sus lecciones de economía son absolutamente certeras y demoledoras. Según narra la periodista, al apagar la grabadora un policía que les había estado vigilando se acerca a ella y le dice “oye, no las vigilamos, las cuidamos”. La reportera casi se echa a llorar. Este es uno de los peligros ante los que nos alertó Rubén Martínez en el otro Código Fuente Audiovisual de este festival. El poder juega con nosotros, se camufla de lo que nos gusta, nos engaña. Ojo con la falsa libertad, nos advierte Martínez usando un fragmento del documental The century of the self,de Adam Curtis. No obstante, todo sistema, toda proyección de poder, tiene sus grietas“y en las grietas puede haber autonomía”, dice este investigador del Observatorio Metropolitano de Barcelona.

Rubén, en el mismo escenario que Gopegui el día anterior, ha guiado con películas su reflexión sobre el poder y la libertad. Acaba su sesión apostando por seguir las instrucciones del sistema para entenderlo y operarlo desde dentro, como en La Legopelícula. Los maestros constructores, como Rubén, como Belén, pueden crear obras tan despampanantes como inútiles. “Todos somos contingentes pero tú eres necesario”, decía Rubén citando Amanece que no es poco. Un mensaje muy parecido a “en soledad nos quieren, en común nos tendrán”, componente esencial de la química orgánica del festival ZEMOS98, que se cura las heridas con alegría, después de 17 años dejando una indeleble huella, digital y física, en la cultura española.

Los habitantes locales lo llaman jacatóm. Como su propio nombre indica, es lo que resulta de mezclar las palabras maratón y hack. Es decir, ponerse a pensar cosas durante un tiempo limitado y, probablemente, demasiado corto.

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