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Felipe IV, ¿el fiestero mayor del reino?
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el hispanista alain hugon retrata al monarca

Felipe IV, ¿el fiestero mayor del reino?

El historiador francés trata de matizar la imagen de obseso sexual y gobernador negligente del monarca que ha pasado a la historia como el mejor modelo de Diego Velázquez

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Pasará a la historia de la monarquía como el mejor modelo de la historia de la pintura. No hubo rey más atento a sí mismo y a su imagen que Felipe IV, al que todos llamaron “Planeta” y no salió de España en su vida. Sus dominios no entendían de fronteras ni mares, su ambición como gobernador la depositó en los consejeros para que ellos se ocuparan de los asuntos reales. Él prefirió entregarse con “afición inmoderada” a la caza y a la fiesta barroca. Fue un rey menos angustiado por el pecado original y la salvación de las almas de lo que Velázquez ha logrado hacernos creer, gracias a la etiqueta austera y oscura. Ha sido señalado como el responsable del declive español por su debilidad de carácter, por su pereza intelectual y por su obsesión por el sexo. El historiador alemán Ludwig Pfandl llegó a escribir de él que era “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”.

Los retratos del pintor sevillano inciden en un contexto reservado y contenido, con el rey enclaustrado en interiores asfixiantes, tan lejos de las crónicas que cuentan que “desde el Alcázar a la mancebía, pasado por el corral de comedias, no había límites para sus ardores; pero sus preferencias iban más a las mujeres humildes que a las linajudas”. Le adjudican 32 hijos naturales y la relación extramatrimonial más notoria fue la que mantuvo con la bella, talentosa y joven actriz de teatro María Inés Calderón, la Calderona. ¿Sería producto de este desenfreno erotómano La Venus en el espejo de Velázquez?

placeholder Felipe IV, cazador, pintado por Velázquez, en 1634. (Museo del Prado)

Vivió rodeado de una corte fastuosa, la más numerosa y espléndida de su época, mientras el país sufría una grave crisis económica, fiscal, demográfica, política, hundida en la corrupción, el despilfarro y el escepticismo… Al margen de la actualidad histórica en la que vive anclado España, lo que más sorprende es que sea un hispanista francés el que, después de varias décadas de estudio, trate de matizar un currículo político tan desgraciado como el de Felipe IV: “¿En qué medida los vicios o las virtudes de un gobernante pueden conducir a una potencia al declive o, por el contrario, elevarla a la gloria?”, se pregunta Alain Hugon, en el ensayo Felipe IV y la España de su tiempo. El siglo de Velázquez (Crítica).

Para el historiador, vicios y virtudes no importan demasiado, porque no hay al volante héroes ejemplares ni villanos miserables que condicionen el destino de un país. “Es un conjunto de circunstancias”. Hugon templa y perdona al rey que se metió en todos los charcos que pudo, que no supo resolver las dos grandes revueltas secesionistas (Cataluña y Portugal) y se olvidó de atender el hambre y el paro de sus ciudadanos, que lo amenazaron con motines contra la exclusión. Eso sí, fue el rey de las artes y del Siglo de Oro de Quevedo, Baltasar Gracián, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Zurbarán, Murillo, Maíno…

Contra los prejuicios

placeholder Felipe IV, pintado por Diego Velázquez en 1623 (Museo del Prado)

“Lo peor para un historiador son las ideas simplistas y los prejuicios. Por ejemplo, cómo se puede decir de Felipe IV que fue alguien sin personalidad”, explica para tratar de limpiar el retrato de la historiografía española sobre el monarca. Aclara que desde los ochenta hay historiadores profesionales, pero antes, durante la República y la dictadura, interpretaron a Felipe IV según sus ideologías. Se lamenta de que los historiadores no han pensado en cómo pensaban en el siglo XVII, por eso él cuestiona en el libro las definiciones más absolutas del biografiado.

Felipe IV aprendió idiomas, tuvo una enseñanza artística, conoció muy bien la Biblia, sabía cuáles eran sus fallos y era “demasiado culto”, cuenta Hugon. Pero lo más importante de todo es que tuvo un olfato de primera cuando con 18 años decidió que ese pintor de 24 debía ser el responsable de moldear su imagen pública. Esa decisión es prueba del buen gusto del monarca, asegura el historiador. Lo cierto es que uno tenía lo que el otro deseaba, y en esta estrecha relación uno le dio poder y el otro gloria. “Es un soberano poco conocido cuyo principal mérito ante la historia fue el de revelar el genio de un artista”, sin el cual Felipe IV habría caído en el olvido.

Pasará a la historia de la monarquía como el mejor modelo de la historia de la pintura. No hubo rey más atento a sí mismo y a su imagen que Felipe IV, al que todos llamaron “Planeta” y no salió de España en su vida. Sus dominios no entendían de fronteras ni mares, su ambición como gobernador la depositó en los consejeros para que ellos se ocuparan de los asuntos reales. Él prefirió entregarse con “afición inmoderada” a la caza y a la fiesta barroca. Fue un rey menos angustiado por el pecado original y la salvación de las almas de lo que Velázquez ha logrado hacernos creer, gracias a la etiqueta austera y oscura. Ha sido señalado como el responsable del declive español por su debilidad de carácter, por su pereza intelectual y por su obsesión por el sexo. El historiador alemán Ludwig Pfandl llegó a escribir de él que era “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”.

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