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25 años sin Greta Garbo, el rostro que convirtió el cine en poesía
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mucho más que la heroína trágica de hollywood

25 años sin Greta Garbo, el rostro que convirtió el cine en poesía

Con su mirada lánguida y misteriosa dejó claro a Hollywood que el silencio es el mejor amigo del mito, aunque ella triunfó ya fuera en silencio, hablando o riendo

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"Lo que un borracho ve en otras mujeres es lo que ve alguien sobrio cuando contempla a la Garbo". La frase es una de las muchas que intentaron definir, acotar, razonar, lo que muchas veces no tiene explicación: cómo una chica pobre y sueca, nacida en el Estocolmo de 1905, se convirtió en el paradigma de la mitificación cinéfila. Greta Garbo se iba de este mundo hace ahora veinticinco años, un 15 de abril de 1990, llevándose consigo, si no el mito perdurable, sí los secretos que rodearon a su vida, los mismos que hicieron que el común de los mortales siga hoy preguntándose por su poética lejanía, esa que adornó la pantalla a través de uno de los rostros más memorables y más debatidos del séptimo arte.

Se preguntaba Terenci Moix en su colosal Historia del cine si acaso fue la Garbo una intérprete mediocre redimida por una magnífica fotografía. Un repaso a su filmografía, un cuarto de siglo después de su muerte, demuestra no sólo que no es así, sino que también la revela como mucho más que la heroína trágica y romántica con la que Hollywood la elevó a los altares para siempre.

Aquella hija de un borracho y un ama de casa que empezó su carrera en un anuncio de pasteles pronto sería descubierta por Mauritz Stiller, un director sueco que ya supo ver en ella un enorme potencial cuando ni siquiera había cumplido los 20 años. Quiso la diosa fortuna que Louis B. Mayer, el mandamás de la Metro, viajase por aquella Europa de la década de los 20 para reclutar nuevos talentos y que decidiese apostar por Stiller y por ella. Aquella nórdica tímida, algo desconfiada y voluptuosa no se parecía en nada a la estrella que sería después. Cuando ella y su mentor fueron llevados por Mayer a América y recibidos en el muelle de Nueva York,el recibimiento fue escasamente espectacular: apenas les esperaban cuatro o cinco miembros del personal de la Metro Goldwyn Mayer.

"Dile que en América nos gustan delgadas". Esa fue la primera imposición del gerifalte de la Metro a aquella chica que, pronto, descubriría que Hollywood no era el mejor lugar para los melancólicos como ella. Stiller le trasladó la orden a la joven y, con unas cejas perfectas, unos cuantos kilos menos y una mirada lánguida y perfilada, comenzó la fabricación del mito: Greta Lovisa Gustafsson se convirtió en Greta Garbo. Eso sí, el director y descubridor de la actriz no sobrevivió a los rígidos métodos de producción del cine norteamericano y pronto sucumbió ante los mismos, regresando a Suecia y muriendo poco tiempo después.

Mientras tanto, su protegida se convertía en una estrella gracias a su primera película, El torrente. Cintas como Amor y La mujer ligera revelaron a la joven Garbo como la nueva Theda Bara: interpretaba personajes de vampiresa que, como ordenaba la moral yankee, tenía que pagar, al final de la historia, el precio de su transgresión, generalmente de corte sexual. La Metro intentaba encasillarla en ese tipo de personajes que a ella le daban risa. Pronto se reveló que ella y su extraordinaria fotogenia, con la impagable ayuda del operador William Daniels, eran capaces de trascender hasta el argumento más ridículo. Justamente por el cuidado que se ponía a la hora de colocar las luces y los focos sobre su cara, de la que decían no tenía ángulo malo, llegó al cénit de su etapa muda gracias a El demonio y la carne, en donde tuvieron a bien emparejarla con John Gilbert, que se convertiría en su mejor partenaire tanto dentro como fuera de la pantalla. La escena en la que gira el cáliz para beber desde el mismo borde donde acaba de posar los labios su amante es antológica y de un erotismo que sigue provocando tantos años después.

Garbo sabe hablar...y reír

A finales de los años 20, el paso del mudo al sonoro puso a Hollywood muy nervioso. Garbo no fue una excepción. Cada vez más lejana, más exótica para el rudo público de la América profunda, su excepcional europeísmo había de ser defendido teniendo en cuenta el cambio tecnológico que también mostraría a los espectadores, por primera vez, su voz. La Metro dio espacio y tiempo para obrar el cambio. Anna Christie (1930) fue la película que mostró a los espectadores su desgarrada y cavernosa voz. "Give me a whiskey", decía su personaje en una película que fue anunciada, a bombo y platillo, bajo el lema de ¡Garbo habla!.

A partir de su Mata Hari y de aquel experimento coral llamado Gran Hotel (1932) que resultó ser la primera gran reunión de megaestrellas en una película, se ofició la transformación que la convertiría en una reclusa de su propia fama. La 'divina', como ya se la conocía por entonces, exigía a Daniels para realizar la fotografía de sus películas, unos paneles enormes para que sólo este y el director pudiesen contemplar su interpretación ante la cámara y jamás acudía al estreno de ninguna de sus películas, que rodaba en zapatillas de andar por casa cuando la escala del plano se lo permitía.

Los norteamericanos y la propia comunidad de Hollywood la consideraban una excéntrica y ella parecía desdeñar el oropel que conllevaba el mundo del cine. Nunca hablaba a la prensa de su vida privada ni permitía que el estudio revelase sus romances, ni siquiera como artefacto publicitario, como sí hacían con otras estrellas. Así, los lectores de revistas jamás hubiesen percibido una manifiesta bisexualidad que tendría mejor ejemplo su estrecha amistad con la poetisa Mercedes de Acosta.

Aconsejada por su amiga, la guionista Salka Viertel (madre de Peter y una de las pocas personas en las que la sueca confiaba) en 1932 amenazó a Mayer con volver a Suecia si no le daba mejores papeles. Muchos aseguran que hizo uso de su legendario "I want to be alone", el mismo que pronunció en tantas de sus películas, y el viejo Mayer, ante la idea de perder a su máxima estrella femenina, le subió el sueldo y comenzó a darle personajes de enjundia. Así llegó la que seguramente sea su gran obra maestra, La Reina Cristina de Suecia (1933) de Rouben Mamoulian, en la que demostró su poder exigiendo que su coestrella fuese John Gilbert, su viejo amante ya pasado de moda ante los rigores del nuevo cine sonoro.

"Tan violento como ver a una madre borracha"

Fue Lubistch el director que más se arriesgó al convertirla en una actriz de comedia en Ninotchka (1939) pero ella le devolvió el favor cuando demostró su destreza cómica con esa sonora carcajada que exhibe ante la caída de Melvyn Douglas de una silla en mitad de un restaurante. No hizo falta ni el sobado lema de 'Garbo ríe' para que la película fuese todo un éxito. Sin embargo la Metro, temerosa del bloqueo de sus películas en una Europa que ya venía venir la Segunda Guerra Mundial, intentó americanizarla en otra comedia, La mujer de las dos caras (1941) de George Cukor. Tanto que la hacían bailar rumba y le rizaban su lánguido cabello. Ahora sí estaba claro: la 'poesía Garbo' había muerto. Después de ver el desastre, un crítico de TIME dijo que ver a la Garbo en esa película había sido "tan violento como ver a mi propia madre borracha". Fue su canto del cisne profesional. Tenía 36 años y todo el tiempo del mundo por delante.

Desde entonces, se hizo el silencio. La Garbo posterior a su carrera cinematográfica era una especie de fantasma con enormes gafas de sol al que los paparazzi trataban de fotografiar a lo largo y ancho del mundo. Soltera, aficionada a coleccionar obras de arte y recluida en su apartamento de Nueva York poco más se supo de ella, al menos de forma oficial. Su silencio a la hora de hablar y de valorar la poesía que su presencia había otorgado a la pantalla en sus años más dorados no hizo más que enaltecer un mito que hace que, hoy por hoy, hasta el más ignorante haya, al menos, oído hablar de su nombre. Y así, con 84 años y dejando en los cinéfilos el recuerdo de la belleza del dolor que ejemplificó en sus personajes románticos, la estela de una mirada lánguida y misteriosa, se fue para siempre. "La vida sería maravillosa si tan sólo supiésemos qué hacer con ella", dijo una vez. Ella lo supo: fue consciente, antes que muchas otras estrellas, de que el silencio es el mejor amigo del mito.

"Lo que un borracho ve en otras mujeres es lo que ve alguien sobrio cuando contempla a la Garbo". La frase es una de las muchas que intentaron definir, acotar, razonar, lo que muchas veces no tiene explicación: cómo una chica pobre y sueca, nacida en el Estocolmo de 1905, se convirtió en el paradigma de la mitificación cinéfila. Greta Garbo se iba de este mundo hace ahora veinticinco años, un 15 de abril de 1990, llevándose consigo, si no el mito perdurable, sí los secretos que rodearon a su vida, los mismos que hicieron que el común de los mortales siga hoy preguntándose por su poética lejanía, esa que adornó la pantalla a través de uno de los rostros más memorables y más debatidos del séptimo arte.

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