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Günter Grass, el tambor contra el silencio
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Un legado que retumba

Günter Grass, el tambor contra el silencio

Toda la contaminación totalitaria que no destruyó con su tambor, la deshizo con su voz

Foto: El escritor premio Nobel, Günter Grass (Reuters)
El escritor premio Nobel, Günter Grass (Reuters)

La amnesia de los crímenes se paga con más crímenes. Cuando callan las armas de fuego, son las letras las que hablan y Günter Grass deja un legado que retumbará contra la indiferencia. Él es el escritor que truena contra la conciencia que prefiere guardar silencio y ocultar su pasado. “El escritor puede erigirse, como mucho, en memoria de un pueblo”. Mantuvo esta máxima con su propio testimonio, admitiendo su incriminación en el holocausto de millones de personas.

“Con el paso del tiempo empecé a darme cuenta, aunque todavía dubitativo, de que desconocía o, dicho con mayor precisión, no quería admitir, que yo había estado envuelto en un asunto criminal, cuya carga con los años no se aminoraba ni era posible enterrar en el olvido, y del que todavía sufro”, escribió en Pelando la cebolla.

Disfrazar la verdad

Sacó al pequeño Óscar Matzerath a redoblar su tambor, para anunciar el apocalipsis de una Europa deshecha por el totalitarismo y acabar con el silencio de la conciencia de un pueblo que, al acabar la guerra, había preferido disfrazar la verdad. A los 32 años, en 1959, con la publicación de El tambor de hojalata, se convirtió en el primer escritor alemán en alzar la voz y atreverse a mirar siniestro pasado de su país, quese había convertido en tabú. Lo expuso a la crítica, lo sacó de la sombra y recapituló lo olvidado. Toda la contaminación totalitaria que no destruyó con su tambor, lo deshizo con su voz.

Matzerath decidió dejar de crecer y, como su personaje, Grass rechazó el mundo tiránico del que salía y al que llegaba, con los valores democráticos desangrándose. Grass denunció cómo la caída del muro, y el resquebrajamiento del bloque soviético, liberó al capitalismo de toda amenaza, que se instauró sin resistencia en una tónica salvaje propia del siglo XIX.

Fanatismo capitalista

“Hoy vivimos un capitalismo autodestructivo, y los más perjudicados son las clases trabajadoras, esas que dependen del empleo para vivir y a las que están marginando de la sociedad”, comentaba el autor a finales de los años noventa. Para el escritor alemán, el capitalismo es un poder fundamentalista, porque todo aquello que no encaja en el mercado se rechaza y se condena al ostracismo.

placeholder Imagen de archivo del premiado escritor (EFE)
Imagen de archivo del premiado escritor (EFE)

Grass creía en la recuperación de los valores de la Ilustración, la solidaridad y la fraternidad, y luchó contra los fundamentalismos que hacían de la raza pura la única alternativa. De ahí que su Europa no fuera la de la unión monetaria, sino la de la alianza de razas. La supervivencia europea pasa por el mestizaje, la inmigración y el fin de las banderas. Si Europa se convierte en una fortificación, si se impone el pensamiento-fortaleza que evita todo lo que incomoda, todo lo extraño, certificará su defunción.

“¿Qué queda por narrar cuando vemos que cada día se confirma y se pone a prueba, mediante los pertinentes ensayos, la capacidad de las especia humana para destruirse a sí misma y a todos los demás seres vivos de las maneras más diversas? Lo único que puede medirse con Auschwitz es la permanente amenaza de autoexterminio colectivo nuclear que imprime dimensión global a la solución final. El futuro está poco menos que gastado y, si se quiere, arruinado. Ya no es más que un proyecto con muchas posibilidades de ser abandonado”, se preguntaba el autor en uno de sus artículos, reunidos en publicación de Galaxia Gutenberg.

La amnesia de los crímenes se paga con más crímenes. Cuando callan las armas de fuego, son las letras las que hablan y Günter Grass deja un legado que retumbará contra la indiferencia. Él es el escritor que truena contra la conciencia que prefiere guardar silencio y ocultar su pasado. “El escritor puede erigirse, como mucho, en memoria de un pueblo”. Mantuvo esta máxima con su propio testimonio, admitiendo su incriminación en el holocausto de millones de personas.

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