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Culto al cuerpo, a la patria y a las armas
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estreno de 'policía en israel'

Culto al cuerpo, a la patria y a las armas

El director isaelí Nadav Lapid analiza la violencia de su país en clave de lucha de clases

Foto: Fotograma del filme israelí
Fotograma del filme israelí

El estreno dentro de pocas semanas de La profesora de parvulario, la brillante película de Nadav Lapid que cosechó un reconocimiento unánime en su paso por la Semana de la Crítica del pasado Festival de Cannes, ha propiciado la recuperación de Policía en Israel (2011), largometraje de debut de este cineasta israelí que se adentra en la violencia en su país en clave de lucha de clases interna.

La película arranca con un grupo policías, miembros de una unidad de élite contra el terrorismo, que ha salido de excursión en sus bicicletas. Cuando llegan, sudorosos pero felices, a la cima de una colina, contemplan con satisfacción el vasto paisaje que se extiende a sus pies. “No hay país más bonito en el mundo”, exclama uno de ellos. La euforia del esfuerzo físico se mezcla con la exaltación nacionalista en una asociación que resulta constante en la primera parte del filme.

Yoram, el protagonista, y el resto de sus colegas profesan un verdadero culto al cuerpo. Yoram ejecuta una especie de baile de cortejo semidesnudo ante su esposa embarazada, participa en batallas deportivas en los picnics con los amigos, flirtea pistola en mano con una camarera adolescente y se regodea ante la imagen que le devuelve el espejo. La exigencia de perfección física está en consonancia con el ideal de servicio a la patria. Cuando un juez cuestione una de las acciones “antiterroristas” del grupo, que causó la muerte de varios palestinos, Yoram y sus colegas deciden que uno de ellos cargue con toda la culpa ya que sufre un cáncer. El enfermo debe sacrificarse por el bien de los cuerpos sanos que luchan contra de los enemigos de Israel.

A media película, Lapid cambia de repente de tercio para seguir las andanzas en paralelo de unos jóvenes revolucionarios, también judío-israelíes. Si la cuadrilla de policías se relaciona a través de dinámicas vinculadas a la fuerza y a la reafirmación del físico, este grupo se dedica a actividades más propias del espíritu: escriben manifiestos, leen poesía, asisten a performances musicales o se detienen ante un músico callejero para demostrar sus aptitudes con el violín. Su único momento de agresividad manifiesta se plantea también en oposición al comportamiento de los policías. Mientras estos admiran la naturaleza de su país, los estudiantes se ejercitan con las armas en medio del campo disparando a un simbólico olivo milenario. En un filme cargado de sexualidad soterrada, Lapid también despliega el erotismo, más sutil y lánguido, que surge entre estos jóvenes. Los policías han conseguido un cuerpo musculoso a base de ejercicio. Los revolucionarios poseen una belleza aristocrática; son hermosos sin esforzarse en ello.

La primera secuencia que presenta a Shira, la aspirante a revolucionaria, también lleva incorporada una carga de ironía. La conocemos mientras contempla con actitud pasiva cómo unos punks que pasaban por ahí le destrozan su coche de manera totalmente aleatoria. Frente a este arranque de violencia bruta, gratuita y cotidiana, Shira y sus amigos se comportan como unos universitarios sofisticados, ingenuos y fantasiosos con ínfulas de perpetrar una revolución como si se encontraran en los años setenta del siglo pasado. Su objetivo es cometer un atentado que ponga de manifiesto la brecha salarial en Israel, donde unos pocos multimillonarios se han enriquecido a costa de la explotación de los trabajadores y la privatización de bienes públicos. En su causa también hay una llamada de atención a la generación de sus padres, que aparcó, salvo excepciones, el ideal revolucionario.

En un filme cargado de sexualidad soterrada, Lapid también despliega el erotismo, más sutil y lánguido, que surge entre estos jóvenes

Las trayectorias del grupo de Yoram y el de Shira confluyen en el tramo final de la película. Él debe enfrentarse por primera vez a un “enemigo” que no es árabe. Ella no deja de proclamar por su megáfono lemas como “policías, no sois nuestros enemigos. Vosotros también estáis oprimidos”...

En un momento del filme, los revolucionarios deciden explícitamente no introducir la cuestión Palestina en su manifiesto. No se trata de obviar el conflicto sino más bien de no apropiarse indebidamente de esta causa. Una postura parecida a la del propio cineasta que prefiere analizar el abuso de la fuerza en su país centrándose en los propios judío-israelíes. Aunque no deja de apuntar que el rechazo hacia los palestinos se utiliza en Israel como cortina de humo para ocultar las desigualdades de clase internas. A través de una puesta en escena sobria, contenida y dialéctica, Nadav Lapid busca reflotar las contradicciones y conflictos en el corazón de una sociedad que ha institucionalizado la violencia como forma de autoprotección. También de los ilusos pero sinceros intentos de cambiar el Estado desde dentro.

Nadav Lapid forma parte del grupo de cineastas judío-israelíes que este verano convocaron una polémica rueda de prensa en pleno Festival de Cine Jerusalén de para manifestar su protesta ante los ataques del ejército a la población de Gaza. Una postura por otro lado nada extraña entre muchos cineastas de Israel que han convertido su trabajo en una forma constante de cuestionar la realidad de su país.

El estreno dentro de pocas semanas de La profesora de parvulario, la brillante película de Nadav Lapid que cosechó un reconocimiento unánime en su paso por la Semana de la Crítica del pasado Festival de Cannes, ha propiciado la recuperación de Policía en Israel (2011), largometraje de debut de este cineasta israelí que se adentra en la violencia en su país en clave de lucha de clases interna.

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