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Valientes, suicidas o ¿libreros?
  1. Cultura
el libro busca nuevas amistades para sobrevivir

Valientes, suicidas o ¿libreros?

Quizá mantener abierta una librería sea una utopía, pero el año pasado se cumplieron más de doscientas. Algunas de ellas explican que su futuro pasa por convertirse en un centro cultural

Foto: Las librerías renuevan su espíritu y salen a la calle a por los lectores. (EC)
Las librerías renuevan su espíritu y salen a la calle a por los lectores. (EC)

“Para hablar con librería, marque uno. Para hablar con papelería, marque dos. Para hablar con actividades y administración, marque tres”. En el contestador no aparece el contacto con las secciones de compras institucionales, ni subvenciones. Acabo de llamar a una de las 226 librerías que abrieron en 2014, aunque en mal horario. Según la Conferencia Española de Gremios y Asociados de Libreros (CEGAL), en el mismo año cerraron casi mil. Entre la cara fea y la cara amable del informe, los editores y distribuidores señalan que de las 3.650 librerías clasificadas apenas 500 corresponden al perfil “literario”, es decir, que su negocio se basa en el libro y en la selección de los fondos que ofrecen. Y sin embargo, se mueve.

Porque no todo es libro, ni todos son lectores. La nueva vida de las librerías reclama la atención del público para captar lectores. La reinvención es la acción, la reunión, la comunidad, el grupo. Las nuevas nacen como un álbum de cultura expandida, en todas sus formas –desde el teatro a la música, pasando por las artes plásticas-, con un mismo punto de partida: el libro. Antes, nacían y morían en él, ahora lo trascienden. Lo traicionan, para poder seguir viviendo de él. Venden libros, pero sus reclamos se multiplican. Ya saben aquello de las gambas que hay que comer para llevar lentejas a casa.

Cervantes y Compañía inauguró anoche su nueva sede, en la calle Pez, donde bulle Madrid de noche. No es nueva, pero es buen ejemplo de los derroteros por los que avanzan estos comercios, que siguen alimentando a los habitantes de su entorno y adaptándose a sus nuevas costumbres. El vermú de Cantabria que se sirve fresquito en una de las salas que tienen en la parte baja ayuda, pero no es sólo eso. En ese laberinto subterráneo de ladrillo visto montarán las actividades extraliterarias que antes no podían. Han pasado de un local de 90 metros cuadrados, donde abrieron hace dos años, a otro de 180 metros cuadrados. “Hay que atraer a la gente para mostrarles que las librerías no son lugares petardos, que son lugares para el encuentro”, explica Óscar Tobías, el dueño.

“Una librería es un ágora donde caben todas las tendencias, todas las creencias, todas las ideologías, todos los idiomas. Es un espacio libre, un espacio cultural interdisciplinar. ¡Es un centro de rehabilitación de políticos corruptos!”, cuenta emocionado mientras recibe al trasiego de personal que celebra el renacimiento. Mantiene los cerca de 8.000 títulos que tenía antes. Es un tipo alegre, en su otra vida trabajó para las grandes editoriales. Ahora dice que entre libreros no hay competencia, que sólo compañeros. Y que el enemigo no es El Corte Inglés, sino “la falta de curiosidad”.

Un poco de Apocalipsis: el libro tiene tantos enemigos como competencia y los peores no son las empresas que tributan en paraísos fiscales y ponen el libro gratis en la puerta de casa. Sí, Amazon. Tampoco la piratería, aunque insisten en que les desangra. La peor competencia del librero es la peor competencia del lector: el universo infinito de atracciones y ferias al alcance de la mano para ocupar las pocas horas muertas del día. ¿Y el futuro? ¿Temen al futuro? Esta renovación de la que hacen gala demuestra que no, pero hay un dato llamativo en CEGAL: el 81,8% de ellas no vende libro electrónico. Nunca se han negado al futuro, pero sólo sueñan con el papel.

“Si quiere escuchar música, venga a esta librería. Para tomar un café, venga a esta librería. Para escuchar a su escritor favorito, venga a esta librería. Para el taller de cuentos, esta librería también”. Es el contestador que no suena, pero pita en todas ellas. “La venta del libro no es mi objetivo, quiero recuperar la lectura y al lector”, tampoco es un contestador, Pedro González, socio de Hipérbole, en Ibiza. Abren una nueva sede. Mantienen la librería tradicional, pero inauguran una con café, con actividad, una que hierva.

'La venta del libro no es mi objetivo, quiero recuperar la lectura y al lector'

Ahora, los libreros son agentes culturales. “Hay que salir a la calle. Los tiempos cambian y el librero adusto y huraño no sirve. Es algo muy ilusionante y no creo que vayamos a fallar”, dice Pedro. “Estamos abiertos a cualquier manifestación artística. Los centros culturales de siempre ya no responden”,quien insiste en este hecho es Telma Bonet, de Pynchon and Co., en Alicante. Abrió junto con Manuel Asín el pasado mes de octubre con la intención de levantar un proyecto con títulos de calidad, pero con un postre rico. La gente también se encuentra muy cómoda en La fiambrera (repetimos en la calle Pez), de Ruth López-Diéguez y Maite Valderrama, en uno de los espacios más espectaculares de todos: libros de diseño, barra, galería de arte, ropa, talleres y conciertos.

“Dedico tanto tiempo a colocar libros, como a organizar las actividades”, quien habla ahora es Isabel Sucunza, socia de Calders, en el barrio de Sant Antoni, Barcelona. Ella es periodista y su socio, Abel Cutillas, filósofo e historiador. En sus anteriores vidas ya habían vivido cerca de las librerías, pero explican que todo ha cambiado. “Creía que era estar aquí, tendiendo al cliente. Pero no, atiendo al público”. Y entonces se da cuenta de la diferencia que acaba de marcar espontáneamente. El subconsciente no existe, pero insiste.

“No somos un centro cívico y cultural. Nosotros vendemos libros y tenemos que vender muchos para seguir pagando el alquiler y nuestros dos sueldos. Necesitamos que nuestros clientes vuelvan, con el libro no basta para lograrlo. Y los que no vuelven no eran lectores”, explica Isabel. En menos de un año Calders se ha convertido en hervidero. “Estamos en una nueva etapa de las librerías, porque es una nueva etapa social. Tenemos que ofrecer espectáculo de contenido bueno”. Sucunza habla del vínculo entre la cultura y el entretenimiento. “Espera, que tengo que cobrar”.

'Estamos en una nueva etapa de las librerías, porque es una nueva etapa social. Tenemos que ofrecer espectáculo de contenido bueno'

Al poco vuelve al teléfono. Después de comentar la jugada viral (magistral) de la editorial Malpaso -utilizó la librería para lanzar en las redes un alunizaje de libros espectacular-, explica que no cree en las subvenciones, porque tienen trampa, que prefiere esforzarse a diario y seguir su camino. Piensa cuál es el mayor miedo de un librero… “Que la gente deje de leer libros”. Sucunza cree que el éxito de la librería es la oferta de actividades –ha cuajado en el tejido del barrio-, pero sobre todo la selección de títulos.

Dos cosas aprendí del editor André Schffrin: la primera, la utopía es barata, se hace con poco dinero. La segunda, que una buena librería no es aquella en la que encuentro los libros que quiero leer, sino los libros que no sabía que existían. “La utopía puede cambiar las cosas, basta con pensar en ella”. Dijo y se marchó.

“Para hablar con librería, marque uno. Para hablar con papelería, marque dos. Para hablar con actividades y administración, marque tres”. En el contestador no aparece el contacto con las secciones de compras institucionales, ni subvenciones. Acabo de llamar a una de las 226 librerías que abrieron en 2014, aunque en mal horario. Según la Conferencia Española de Gremios y Asociados de Libreros (CEGAL), en el mismo año cerraron casi mil. Entre la cara fea y la cara amable del informe, los editores y distribuidores señalan que de las 3.650 librerías clasificadas apenas 500 corresponden al perfil “literario”, es decir, que su negocio se basa en el libro y en la selección de los fondos que ofrecen. Y sin embargo, se mueve.

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