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'50 sombras de Grey', una película creada para provocar… carcajadas
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'50 sombras de Grey', una película creada para provocar… carcajadas

El Festival de Berlín ha enloquecido con el estreno de la adaptación de las novelas eróticas que han reventado el mercado editorial y ahora el del cine

Foto: Fotograma de la película de '50 sombras de Grey'
Fotograma de la película de '50 sombras de Grey'

Cada año en todo gran festival se vive al menos una jornada de histeria. Los periodistas entran en pánico ante la terrible posibilidad de quedarse fuera de un pase imprescindible. Se forman colas inmensas, hay empujones, algún grito e irremediablemente, muchos se quedan fuera. En el caso de esta Berlinale, la película que ha desatado la tensión no ha sido el último trabajo de Terrence Malick, o el de Werner Herzog -interpretados por actores célebres como Christian Bale, Nicole Kidman y James Franco- sino 50 sombras de Grey, adaptación de la novela de E.L. James, gran fenómeno literario de los últimos tiempos.

Film sin estrellas consagradas (Dakota Johnson y Jamie Donan encarnan los roles principales), dirigida por Sam Taylor-Wood (una videoartista sin trayectoria en el cine comercial), su verdadero reclamo es el éxito obtenido por su fuente original. Centenares de personas esperaban a las puertas del CineStar IMAX, sala con capacidad para 350 espectadores, una de las más grandes del festival, y aun así no todos entraron. Entre los asistentes, el comentario más repetido era que por primera vez en lo que llevábamos del festival, las expectativas no estaban puestas en lo cinematográfico, sino en un componente puramente morboso.

Como quizás todavía quede alguien en el mundo que no esté familiarizado con la novela, resumimos el argumento de esta adaptación: Anastasia, una joven universitaria, estudiante de literatura inglesa, acude a un imponente edificio de oficinas para entrevistar al señor Grey, célebre y precoz empresario que ha levantado su imperio en tiempo record. Desde el primer instante surge entre ellos una atracción irrefrenable. Sus personalidades son puestas. Ella es dulce y tímida, una romántica. Él pertenece al mundo del dinero y la practicidad, un tipo seguro de sí mismo, poderoso, directo e inflexible.

Uno de los grandes problemas de 50 sombras de Grey es la torpeza de su narrativa. Su trama es absolutamente previsible incluso para los que no conocen la novela, pero a la realizadora le cuesta un mundo avanzar entre un punto a otro de la historia. Hay una sobrecarga de elementos decorativos (escenas de montaje, descripción del lujo de Grey) que desvían la atención de los temas principales, cuestiones en teoría de gran calado, pero que la película es incapaz de afrontar: la lucha de poder y el equilibrio en una relación sentimental, el respeto hacia la voluntad y la personalidad del otro, el descubrimiento de nuevos estímulos y de los límites del cuerpo y el placer.

Sin desvelar demasiado, podemos adelantar que el final del film deja totalmente abierta la puerta a una secuela. En principio esa posibilidad puede contemplarse con pavor, aunque quizás sea entonces cuando esas claves se aborden con seriedad.

Aunque se haya vendido como transgresora, 50 sombras de Grey es una película tremendamente inocente. Su sentido del erotismo es tan poco estimulante e imaginativo que parece concebido por (o para) adolescentes inexpertos. El sexo en la película no es más que una imagen prefabricada, superficial. La directora filma esas escenas como si estuviera haciendo un anuncio de perfume, algo especialmente desconcertante al tratarse de una figura relevante del arte británico contemporáneo, autora de la famosa pieza en video que mostraba a David Beckham durmiendo.

Llama la atención que Hollywood siga a estas alturas tan esclavizado por sus tabúes de siempre. La cámara recorre una y otra vez el cuerpo completamente desnudo de Anastasia, pero el sexo de su compañero no se muestra nunca. Podríamos preguntarnos por muchas cuestiones relacionadas con la igualdad sexual, los estereotipos, el machismo de la industria. También existe la tentación de recordar representaciones verdaderamente físicas y arriesgadas de la obsesión y la dominación sexual en el cine, como El último tango en París (Bernardo Bertolucci) o El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima), dos películas de los setenta que en su erotismo parecen mucho más cercanas a nuestro tiempo que 50 sombras de Grey. Sí, podríamos hacernos muchas preguntas y seguir haciendo ejercicios de memoria, pero eso solo nos llevaría a perder de vista el verdadero objetivo del film: convertir una bomba literaria en otra cinematográfica, aunque en ella no haya una sola imagen provocadora, aunque incite a la risa más que a la excitación.

Al final de la proyección no se escucharon aplausos, obviamente, aunque sí alguna carcajada nerviosa. Quizás habíamos olvidado la razón por la que estábamos allí: una simple cuestión de morbo.

Cada año en todo gran festival se vive al menos una jornada de histeria. Los periodistas entran en pánico ante la terrible posibilidad de quedarse fuera de un pase imprescindible. Se forman colas inmensas, hay empujones, algún grito e irremediablemente, muchos se quedan fuera. En el caso de esta Berlinale, la película que ha desatado la tensión no ha sido el último trabajo de Terrence Malick, o el de Werner Herzog -interpretados por actores célebres como Christian Bale, Nicole Kidman y James Franco- sino 50 sombras de Grey, adaptación de la novela de E.L. James, gran fenómeno literario de los últimos tiempos.