Es noticia
Nueva York, la musa que devolvió el color Barroco a la expresión de José Guerrero
  1. Cultura
la casa de las alhajas recibe 80 obras del pintor

Nueva York, la musa que devolvió el color Barroco a la expresión de José Guerrero

Un “exiliado cultural”. España años cincuenta, una negra mancha mortuoria cubre las esperanzas de José Guerrero (1914-1991), que decide probar suerte al otro lado. En 1950,

Foto: Un visitante en la Casa de las Alhajas de Madrid, ante una de las obras de José Guerrero. (FM)
Un visitante en la Casa de las Alhajas de Madrid, ante una de las obras de José Guerrero. (FM)

Un “exiliado cultural”. España años cincuenta, una negra mancha mortuoria cubre las esperanzas deJosé Guerrero(1914-1991), que decide probar suerte al otro lado. En 1950, con 36 años, llega a Nueva York, la ciudad donde todo es posible, incluso para alguien de familia humilde como él. “Yo me fui voluntariamente. Nunca fui un hombre perseguido. A mí lo que me interesaba era ir adonde estuviera el arte de mi tiempo”, explicó en alguna ocasión el pintor y grabador expresionista abstracto, que cambió su nacionalidad y se mantuvo hasta 1966 en la órbita de Manhattan, con su mujerRoxane Whittier Pollock, periodista estadounidense.

En un párrafo no caben los conflictos ni las dificultades derivadas del éxito que obtuvo en la capital del arte, después de acompañar en exposición a Miró, en 1954, en The Arts Club of Chicago. No cabe tampoco las complicaciones a las que se enfrentó el granadino y que le provocó una crisis sobre sus contradicciones personales y sus fobias que le empujaron a recurrir a la ayuda del psicoanálisis para entenderlas y soportarlas. La terapia se extendió durante cuatro años y alteró su percepción vital y creativa. A partir de ese momento, 1958, su pintura se caracterizará por “la recuperación de su memoria española”.

“El psicoanálisis no me ha cambiado la vida, lo que sí me ayudó es a tener claridad. Es decir, que yo no tuve nunca problemas con lo que hacía. Lo que me enseñó a ver son las cosas que pasan fuera de la pintura. Toda clase de problemas. Frustración por no poder ganarme la vida con mi trabajo, los españoles que dicen que soy americano, los americanos que dicen que soy pintor español. El desarraigo, cosas muy gordas”, explicó en larga conversación con Pancho Ortuño, en 1980. “Uno de los problemas es que yo no quería contradecir a la gente ni molestar a nadie y me guardaba las cosas y eso se iba acumulando… Ahora me callo muy poco y es el único modo en el que puedo vivir”.

Miró le abrió las puertas al mercado estadounidense y el Barroco le consolidó como un elemento exótico dentro del mismo. Rojos, blancos, amarillos, tierras y, claro está, el negro. Negro España. Es el protagonista de la muestra The Presence of Black 1950-1966, que hasta el 26 de abril puede verse en la espléndida Casa de las Alhajas, recuperada por la Fundación Montemadrid (antes Fundación Caja Madrid) como casa de fiestas ocho meses al año, casa de cultura los restantes. La muestra se pudo ver en Granada y de Madrid viajará a Barcelona, apoyada por el Centro José Guerrero, el Patronato de la Alhambra y el Generalife, la Diputación de Granada, Acción Cultural Española y Fundació Suñol, además de Fundación Montemadrid.

La planta baja muestra las obras con recueros figurativos y en la superior, el trabajo de Guerrero termina saltando por los aires y entregándose a los contrastes cromáticos atronadores, al gesto feroz y a los colores fuera de sus revoluciones. Durante su madurez norteamericana pintaba paisajes, grandes paisajes andaluces en Manhattan. El historiador Juan Manuel Bonet llamó el lugar desde el que había de pintar “ese lugar sin lugar, pero con memoria”.

La referencia básica de Guerrero siempre fue el paisaje natural, como lo había sido para Pollock, Rothko, Kline como lo era para Cy Twombly. De hecho, este mismo espacio, hace ahora cinco años, recibió las pinturas de estos artistas por su vínculo con el último Monet, como preludio de la abstracción. También en las Alhajas se celebró la gran antológica de Guerrero, en 1980. Ahora, bajo el comisariado de Yolanda Romero, se muestran 80 obras (lienzos, grabados, murales y dibujos) y algunas nunca vistas en España. “Los años en los EEUU, son los determinantes en la trayectoria del artista”, asegura.

Viaje al pasado

El reflejo más deslumbrante del total está en la planta alta, donde los bocetos que toma en un viaje a Andalucía, en 1965 (acompañando a su mujer que escribía un reportaje sobre Lorca para la revista Life), con rápidas vistas de tinta sobre papel de las salinas de Cádiz, Ronda, Jaén, Almodóvar, Sacromonte, Víznar, ganaderías, palomas, abren paso a una serie de obras capitales.

La primera de ellas, La brecha de Víznar (1966), A la muerte de Sánchez Mejías (1966), Andalucía tierra roja (1965), Sacromonte (1963-1964), Albaicín (1962). Homenajes intimistas a su propia memoria y a la del país abandonado, como a sus referentes, Federico García Lorca. Una serena tensión de un pueblo dividido,de un desarraigo mal curado, de una tradición pictórica que se debate entre el color y el dibujo, entre la espontaneidad y la limitación. La tensión serena entre su doble nacionalidad, la española y la estadounidense.

“Si usted me pregunta qué es lo que se me concedió en los EEUU, yo contestaría: libertad”. “Allí encontré una sensación de libertad combinada con otra de grandiosidad”. “Lo que me ofreció Norteamérica más que nada fue la apetencia libertad creadora”. Guerrero encontró en la Tierra Prometida una voz reconocible, un acento propio (español), “diferente del gusto establecido pero sin romper con él”, como cuenta Serge Guilbaut.

Allí estaba él, con sus recuerdos del pasado, de su tierra, de su pueblo, de su tradición, “una visión bucólica de la vida urbana contemporánea”, en medio de una América pacificada, con ganas de expiar las preocupaciones de posguerra, una América que tendía a los colores desteñidos sin sello personal. Y allí, en 1964, cuando el mercado del expresionismo abstracto se derrumba tras el éxito del joven Rauschenberg en la Bienal de Viena, José Guerrero alcanza su apogeo. Era hora de regresar.

Un “exiliado cultural”. España años cincuenta, una negra mancha mortuoria cubre las esperanzas deJosé Guerrero(1914-1991), que decide probar suerte al otro lado. En 1950, con 36 años, llega a Nueva York, la ciudad donde todo es posible, incluso para alguien de familia humilde como él. “Yo me fui voluntariamente. Nunca fui un hombre perseguido. A mí lo que me interesaba era ir adonde estuviera el arte de mi tiempo”, explicó en alguna ocasión el pintor y grabador expresionista abstracto, que cambió su nacionalidad y se mantuvo hasta 1966 en la órbita de Manhattan, con su mujerRoxane Whittier Pollock, periodista estadounidense.

Arte contemporáneo Pintura
El redactor recomienda