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¿Por qué el arte religioso es “una chapuza”?
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¿Por qué el arte religioso es “una chapuza”?

Cézanne no entraba nunca en la Sala de los Primitivos del Museo del Louvre porque en sus pinturas apenas se veía sangre cuando a los mártires

Foto: 'Las bodas de Caná', del Veronés, de 1563.
'Las bodas de Caná', del Veronés, de 1563.

Cézanne no entraba nunca en la Sala de los Primitivos del Museo del Louvre porque en sus pinturas apenas se veía sangre cuando a los mártires los cortaban en pedazos. Sólo “un poco de bermellón, unas gotas de sangre”… Ese comentario de uno de los padres de la pintura moderna le llevó a pensar al más polémico y lúcido de los historiadores contemporáneos del arte, Ángel González García (fallecido el pasado 21 de diciembre), que “el arte fue muy anterior a la religión y el arte religioso un producto tardío; o lo que es peor, una chapuza”. Es la “repugnancia” de la religión cristiana por “el mundo y la carne, el principal motivo de su fracaso”.

Es decir, que a pesar de que los artistas hayan obrado el milagro artístico de que “las cosas de allá arriba nos puedan parecer de pronto tan verosímiles y emocionantes como las de aquí abajo, tan carnales y mundanas”, la Iglesia católica se ha empecinado “en la catequesis”. Esta es la base del último ensayo publicado por el catedrático, Religión. Arte. Pornografía (Ediciones Asimétricas), unos meses antes de su fallecimiento y que se puede leer como parte de su legado teórico, en el que se revela su tono antiacadémico, su cuestionamiento perenne, su rebeldía argumentada, su capacidad para encontrar las grietas en el sistema. Posiblemente, este sea uno de los mayores órdagos que haya echado nunca: el arte religioso es una chapuza, ¿por qué?

“Empecinada en la catequesis, la Iglesia católica, que a menudo fomentó programas iconográficos de una aburrida complejidad doctrinal, no ha sabido aprovechar el poderoso pathos que conlleva su creencia y confianza en el misterio de la encarnación de Jesucristo; la intensa carnalidad que efectivamente implica”. Es decir, que a la divinidad le falta vida porque prefiere más doctrina y menos carne. “Fueron más bien los pintores quienes descendieron gozosamente a estos aspectos o detalles materiales de la vida de Jesús y de sus santos”, cuenta.

Veronés trató de ponerle más carne de lo que se deseaba y terminaba por catar los reparos del Tribunal de la Inquisición. “Se acusó al Veronés de mundano, como si la vida de Jesús hubiera transcurrido en otro mundo”. Además, como bien dice el historiador, su uno quiere mantenerse ajeno a las pompas de este mundo “más vale que no trate con pintores que, por fuerza, son gente poco espiritual”. Cuadros como Las bodas de Caná ponen de manifiesto la absurda ambigüedad de la Iglesia en materia de culto a las imágenes. “Para acabar prefiriendo la aridez de la doctrina a la carne y la sangre que recrea el relato evangélico más valdría haber prohibido el culto a las imágenes como hicieron el Islam y el Judaísmo, dos religiones aficionadísimas a las especulaciones y controversias doctrinales”.

El arte consiste en eso, en milagro y juego de magia al tiempo. Se lo dijo Cézanne a su amigo Gasquet, delante de las Bodas de Cané del Veronés, en el Museo del Louvre. “Ahí tienes el milagro: el agua transformada en vino; el mundo transformado en pintura”. González aclara que pasó media vida colgado de estas palabras de Cézanne, que no creía que hubiera dos milagros ahí, en el arte, el de Jesús y el del Veronés, el sobrehumano y el humano. Le parecían el mismo. Esto implica que el arte obra milagros, pero también que el de Jesús en aquellas bodas “habría sido de orden artístico, o mágico, si preferís decirlo de este modo”.

González ironiza con la capacidad sobrenatural que se le suponen a las imágenes y a los creadores de las mismas. La inspiración divina “no parece ser en realidad nada en concreto”, sino más bien un “no sé qué” incapaz de dotar a las imágenes de superpoderes. “La idea de que el artista inspirado lo es por razones misteriosas, sean de origen divino o de origen genético, no ha dotado a las modernas obras de arte de los poderes numinosos de las antiguas imágenes sagradas. La Madonna Sixtina sigue sin devolverles la vista a los ciegos y el movimiento a los paralíticos. La misteriosa inspiración de los artistas no hace milagros que no sean artísticos”.

El historiador subraya que la representación de la pasión y muerte de Jesús ha incurrido en frecuentes “atentados a lo bello e, incluso, en concesiones a lo repulsivo”. El Ecce Homo, no sólo el de Borja “restaurado”, cualquiera. “Lo bello no es el medio más genuino de manifestación de lo sobrenatural. La gente tiene una clara intuición del antagonismo subyacente entre arte y religión”, explica, y por eso se llega incluso a confesar su confianza en el poder sagrado de lo feo.

Y señala la última irreverencia atea contra el arte sagrado, la que legitima la belleza, las paredes de los museos. “He aquí la irreverencia y no sé si, además, el sacrilegio. Lo es seguramente, como a menudo todos hemos sentido, colgar en un museo lo que fue pintado para colgar en un lugar sagrado. Claro que, ¿de qué podría servir devolverlo a su lugar si las iglesias también funcionan ahora como museos, con sus horas de visita, sus tarifas de entrada y sus puestos de postales?”.

Cézanne no entraba nunca en la Sala de los Primitivos del Museo del Louvre porque en sus pinturas apenas se veía sangre cuando a los mártires los cortaban en pedazos. Sólo “un poco de bermellón, unas gotas de sangre”… Ese comentario de uno de los padres de la pintura moderna le llevó a pensar al más polémico y lúcido de los historiadores contemporáneos del arte, Ángel González García (fallecido el pasado 21 de diciembre), que “el arte fue muy anterior a la religión y el arte religioso un producto tardío; o lo que es peor, una chapuza”. Es la “repugnancia” de la religión cristiana por “el mundo y la carne, el principal motivo de su fracaso”.

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