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Periodismo del pasado, el futuro del oficio
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rescate de periodistas de principio de siglo XX

Periodismo del pasado, el futuro del oficio

Hay un editor de no ficción que suele decir a la hora de las copas que cuando todo va bien, la gente lee novelas, y cuando

Foto: Miliciana en primera línea de avanzadilla de la sierra de Madrid.
Miliciana en primera línea de avanzadilla de la sierra de Madrid.

Hay un editor de no ficción que suele decir a la hora de las copas que cuando todo va bien, la gente lee novelas, y cuando todo va mal, busca respuestas. La operación realidad que ha ejecutado la industria editorial desde que empezamos a hundirnos ha tenido una curiosa derivada periodística, que ha hecho aflorar los cadáveres de reporteros a los que primero se dejó de considerar escritores y, después, se olvidó. Enterrados para la historia, para los manuales de literatura, enterrados para la memoria y desaparecidos para los periodistas. Fueron los encargados de contar el cambio de siglo, la violencia de dos guerras y la política de mínimos democráticos, bajo las fórmulas literarias más atractivas y el peso moral de la voz del cronista.

El primer rescate sonado lo ejecutó Libros del Asteroide, con Manuel Chaves Nogales (1897-1944), del que se conocía y recomendaba en las facultades A sangre y fuego pero poco más. El director de la editorial, Luis Solano, encontró en El maestro Juan Martínez que estaba allí, en 2007, un filón del que volvió a picar en años sucesivos con Juan Belmonte: matador de toros, La agonía de Francia, La vuelta a Europa en avión, que todavía sigue dando beneficios no sólo a él. También Almuzara y Renacimiento se sumaron al carro de la recuperación de una voz que ya es imprescindible.

Son amenos, tienen ritmo y pocos adornos. Están escritos por autores extraordinariamente perspicaces e informados, que saben que de lo que se trata es de contar al lector momentos históricos decisivos y no de hacer literatura”, explica Solano a este periódico. Sin embargo, el periodista Ignacio Peyró cuenta en el prólogo de Augusto Assía (1904-2002), el siguiente rescate de Libros del Asteroide, que la lucidez narrativa de estos autores no estaba destinada a prescribir con el diario de la mañana.

“Es indudable que la literatura española siempre ha entrado y salido de los periódicos con naturalidad perfecta”, en referencia a Julio Camba (1882-1962), Gaziel (1887-1964), Eugeni Xammar (188-1973) o Corpus Barga (1887-1975). Precisamente, con el ejemplo de éste Manuel Borrás, director editorial de Pre-Textos, contradecía ese prejuicio de que “un periodista es un escritor de segundo orden”. “No han sido más reivindicados por ignorancia. Este país es muy ignorante de lo suyo. Son gente de ejemplaridad civil y ética. Aquí eso no cuenta”, dice el editor.

Discurso independiente

Habla de los escritores de los años veinte como periodistas “decentes”. Mencionasu prosa de “calidad” y de la necesidad de la sociedad española de rescatar un discurso independiente, sin mancha ni sospecha. Buscar referencias entre tanto descrédito, acudir a las fuentes éticas. Aunque aclara que ha tenido que pasar la política de lo políticamente correcto para abrazarse a dos autores republicanos hasta su muerte, como Chaves Nogales y Corpus Barga. “Ni la derecha ni los impostores de la izquierda los han reivindicado”, añade Borrás.

El panorama es éste: lectores de periódicos que acuden a libros para encontrarse con reportajes del pasado que satisfacen sus necesidades lectoras (que ya no encuentran en los periódicos). Reportajes de urgencia escritos sin prisa. Viajan al pasado, donde el oficio todavía no había dado por muertos a sus lectores, tiempos en los que contenido y continente no se habían declarado la tercera guerra mundial. El reportaje se ha muerto en los medios tradicionales, pero no sus lectores.

La confusión en la que viven los periódicos abre un hueco a las editoriales, que trabajan con más profundidad… y libertad. Los periodistas del pasado han caminado de las hemerotecas a las editoriales; los lectores del presente, de los quioscos a las librerías. Encontrarán menos titulares que explicaciones, menos sustantivos y más sustancia. Menos precipitación y más narración, porque la noticia se ha convertido en relato histórico, porque el caudal de la información queda retenido por la reflexión, la interpretación, el color, el análisis. Viejos apuntes de un negocio impreso en palabras que olvida sus principios.

Charo González Prada fue la responsable de la edición de Crónicas desde Berlín, de Eugeni Xammar, que publicó El Acantilado, y cree que hay dos razones por las que vivimos la reparación de estos periodistas: una es de carácter literario y la otra tiene que ver con el contenido de sus artículos. “En este país hemos vivido con una visión estereotipada de lo que fue la República y de lo que fue la guerra civil, una visión difundida por los vencedores morales de la guerra (los que la perdieron) y que no admitía matices”, explica la especialista a este periódico.

Cuenta que en los últimos años se ha revalorizado el periodismo como fuente de la historia contemporánea, “y al volver a las hemerotecas hemos descubierto que había una serie de periodistas que tenían algo nuevo que decirnos sobre esa etapa”. Las luces y las sombras. “Son periodistas europeizados y de ideología liberal, que se mantuvieron en tierra de nadie en un país fanatizado por una u otra ideología, y que vieron su carrera truncada por la guerra”. Además, se alejaron de la prosa decimonónica, declara, para hacerlo con una más limpia y clara.

Proscritos de la literatura

Y a pesar de eso podemos declararles proscritos de la literatura, porque “el estatus de la literatura de la no ficción y del periodismo en concreto es muy reciente”. González Prada plantea la hipótesis de la contribución de la obra de Josep Pla al nuevo reconocimiento y la revitalización de la tradición literaria. El director editorial de Pepitas de Calabaza es Julián Lacalle y asegura que se ha menospreciado a estos escritores por considerarlos “populares”, pero “ahí está parte de su éxito”. “Supieron conectar con el día a día de sus contemporáneos de una manera que escritores más pretenciosos formalmente ni hubieran soñado”.

Lacalle ha publicado Mis páginas mejores y ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!, de Julio Camba, un autor que ha cargado con el peso del prejuicio ideológico y que, según cuenta el editor, para las nuevas generaciones de lectores esta distinción no tiene sentido. “Lo importante es la historia y cómo se cuenta”. “Hay una gran necesidad de que sea la buena literatura la que nos hable del mundo. No nos conformamos con buenos redactores. Queremos que, además de buenas historias, nos las cuenten con estilo, con chispa. Mirar a los maestros olvidados, que no están lejos, es obligado”, apunta Lacalle.

Y el corporativismo. La prensa ha recogido con entusiasmo estos ecos de un oficio al que aspirar y que reivindicar. Solano dice que al reivindicar estos libros se reclama también la vigencia, el interés y el valor de la profesión. El periodismo se está refugiando en los libros, vaya paradoja. Javier Jiménez, director editorial de Fórcola –que ha publicado de Camba Crónicas de viaje. Impresiones de un corresponsal español, y publicará una antología de inéditos sobre Galicia-, subraya el hecho que une a todos esta operación rescate: es un asunto de editoriales independientes, de nuevos editores “con nuevas necesidades” y “nuevas fuentes de inspiración”. “La crónica es una lectura muy agradecida, ahora que tenemos poco tiempo. Es alta literatura en pequeñas dosis”.

La editorial Renacimiento, dirigida por Abelardo Linares, es otra de las trincheras de los periodistas de urgencia. Se han dedicado a Chaves Nogales y afirma que trajo desde Chile A sangre y fuego y se lo dio a conocer a Andrés Trapiello. En las próximas semanas tiene preparado un nuevo hallazgo del pasado, José Luis Salado, un periodista de La Voz, que espera cobre dimensión de mito literario con la publicación de sus crónicas de la guerra civil. Resta importancia a la tendencia: “A Chaves Nogales le cayó la pedrea literaria y ha tenido mucha suerte”, a pesar de reconocer que los años veinte fue un espléndido periodo para el periodismo.

Gaziel es otra de las estrellas de la época dorada de las crónicas en tiempos de barbarie. La editorial Diëresis publicó En las trincheras (en 2009 y 2014) y Diario de un estudiante. París 1974 (en 2013), porque el periodismo que hacían los españoles durante la I Guerra Mundial era de calidad y libertad. Actuaron sin censura. Uno de los beneficios de quedar fuera de la contienda.

José Ángel Martos, el director editorial, responde que editorialmente había una “descapitalización de la memoria”, una generación perdida que había que recuperar: “Nadie los quiso recuperar, porque no se casaron con ninguno de los dos bandos que han explicado nuestra historia. Son la tercera España. Las anteriores de editores los veían ideológicamente muy sospechosos. Nosotros ya no. Ni cuestionamos sus raíces ideológicas”, añade.

Tras los lectores perdidos

La intención es buscar la esencia del periodismo escrito, de hecho Martos fue periodista. “Los medios escritos tienden a la brevedad”, no así este artículo. “Miras atrás y descubres “sábanas” de reportajes. Es una apuesta por la lectura periodística, por salir a buscar los lectores perdidos”.

En ese sentido, la Fundación Banco Santander, a partir de la colección Obra Fundamental se dedica desde hace 15 años a recuperar escritores nacidos entre finales del siglo XIX y principios del XX, que fueron olvidados. La próxima semana publicarán la obra de Elena Fortún y Matilde Ras, escritoras, feministas, colaboradoras en prensa y comprometidas con la vida y la sociedad de su tiempo. Javier Expósito Lorenzo, responsable literario del sello, asegura que interesa el testimonio histórico de los periodistas porque dan un punto de vista diferente al que cuenta la historiografía. “Ese papel único del periodismo se ha perdido. De ahí que probablemente coincidan la recuperación de estos maestros de la narración con la crisis actual del periodismo”.

Hay un editor de no ficción que suele decir a la hora de las copas que cuando todo va bien, la gente lee novelas, y cuando todo va mal, busca respuestas. La operación realidad que ha ejecutado la industria editorial desde que empezamos a hundirnos ha tenido una curiosa derivada periodística, que ha hecho aflorar los cadáveres de reporteros a los que primero se dejó de considerar escritores y, después, se olvidó. Enterrados para la historia, para los manuales de literatura, enterrados para la memoria y desaparecidos para los periodistas. Fueron los encargados de contar el cambio de siglo, la violencia de dos guerras y la política de mínimos democráticos, bajo las fórmulas literarias más atractivas y el peso moral de la voz del cronista.

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