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Franquistas en la Luna: un viaje a la ciencia ficción española
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repaso por la historia del género en la literatura

Franquistas en la Luna: un viaje a la ciencia ficción española

'Historia y antología de la ciencia ficción española' recorre la historia del género en nuestro país, desde pioneros como Azorín, Ramon y Cajal y Pio Baroja

Foto: Imagen de 'Plan 9 from outer space'
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La llamada “Edad de Oro de la Ciencia Ficción” abarca de finales de los años 30 hasta mediados de los cincuenta. Algo más de una década en la que el género despegó como un cohete y explotó ante un público maravillado, minutos antes de que EEUU y la URSS se embarcasen en la carrera por el espacio y perros, chimpancés y hombres flotasen sin gravedad. Fue entonces cuando el género mostró a autores que hoy consideramos clásicos, como Isaac Asimov, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke, Philip K. Dick y Robert A. Heinlein.

¿Y en España? España era un erial en el periodo 1930-1950. El franquismo rechazaba la imaginación y “existió una verdadera persecución de la literatura fantástica por motivos ideológicos de diferente índole. Desde el bando más conservador, las instituciones católicas rechazaban fantasías literarias que no fueran las suyas. Desde el más comprometido con la izquierda, los escritores se obsesionaron con el realismo social. En este sentido, la literatura no realista se consideraba un mero escapismo, sin interés para transmitir mensajes ideologizantes”, escriben Julián Díez y Fernando Ángel Moreno en la introducción a Historia y antología de la ciencia ficción española.

El tomo, editado recientemente por Cátedra dentro de su impecable colección Letras Populares (conocida por publicar clásicos como Lovecraft, Lem o Huxley muy bien acompañados de estudios y ensayos jugosos), debería ser desde hoy considerado obra de consulta obligatoria. Antes, después y durante el franquismo, muchos autores han cultivado el género en España, dando lugar a una peculiar tradición fantástica tan válida literariamente como plural.

“Dado el desprecio que el género ha sufrido desde los años treinta hasta casi hoy, cuando en otros países se constituyó una tradición propia, la ciencia ficción española fue cultivada casi exclusivamente en este periodo por francotiradores o por escritores alejados del establishment, que o bien han tenido una voz propia sin demasiada conexión con el resto de practicantes del género en España o bien han mimetizado los modos de hacer de la corriente hegemónica, la estadounidense”, cuenta Julián Díez a El Confidencial.

La ciencia ficción española es, por tanto, una isla, tan particular que ni siquiera podemos establecer conexiones con la tradición fantástica latinoamericana, donde el género contó con mutaciones locales y exóticas hacia el realismo mágico.

La labor de Díez y Moreno es especialmente reseñable porque analizan todas las etapas y subgéneros de la ciencia ficción, más allá de aquella edad dorada de los treinta y cuarenta, desde la new wave en los sesenta al ciberpunk en los ochenta, las utopías/distopías, las space opera o el boom de los años noventa. Y lo que es más importante: el tomo hace un esfuerzo por reunir una abundante documentación de nuestra “protociencia-ficción”, que abarca desde mediados del siglo XIX hasta la guerra civil, y en la que el lector puede llevarse más de una sorpresa: Cuento futuro (1886), de Clarín; Las ruinas de Granada (1899) de Ángel Ganivet; El fin de un mundo (1901) y La prehistoria (1905) de Azorín; El pesimista corregido (1905) de Santiago Ramón y Cajal; La República del año 8 y la intervención del año 12 (1902) de Pío Baroja; y Mecanópolis (1913) de Miguel de Unamuno.

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Entre nuestros escritores hay auténticos pioneros. Pensemos un momento en los viajes en el tiempo, por ejemplo. Este subgénero de la ciencia ficción arranca oficialmente en 1895 con la publicación de La máquina del tiempo de H. G. Wells, y sin embargo tenemos un precedente español anterior, El anacronópete, de Enrique Gaspar, publicado en 1887, “sin ninguna influencia posterior”. Se adelantó, por tanto, ocho años a Wells.

¿Más ejemplos y rarezas? La nave (1959), de Tomás Salvador, está a medio camino entre la literatura postapocalíptica y “una vuelta más a la famosa utopía que, desde Tomás Moro hasta Huxley, atormenta a los pensadores: lo que pudo ser, o será o podrá ser el hombre en caso de no existir el presente”, según el propio Salvador, de quien en esta antología se incluye el relato "Polizón a bordo", de 1964, el primero de la serie Marsuf, el vagabundo del espacio.

Pero hay ejemplos de utopías anteriores en nuestra literatura: es el caso de los textos Sentimental club (1909) de Ramón Pérez de Ayala, El archipiélago maravilloso (1923) de Luis Araquistáin o La jirafa sagrada (1925) de Salvador de Madariaga.

¿Y si…?

La primera barrera que tira esta antología es la de considerar la ciencia ficción como un género escapista. “El problema es que la etiqueta ciencia ficción viene a caracterizar a un abanico de temas muy amplio”, cuenta Julián Díez. “Desde la aventura espacial, que en términos generales puede considerarse escapista, hasta la distopía, que es un análisis de nuestra realidad y de dónde puede conducirnos en caso de exacerbarse tendencias que están ante nosotros. La mejor ciencia ficción habla en general de los temores que se sienten en el presente, y eso en modo alguno es escapismo”.

Y sin embargo, sigue habiendo excepciones: es el caso de La bomba increíble (1951), de Pedro Salinas, que a través de la ya clásica paranoia atómica describe una sociedad “tristemente parecida a la nuestra por la obsesión con la mercancía y con lo práctico”. Es especialmente valiosa porque, como cuenta Díez, es su única novela y “es un trabajo bastante relevante, muy poco conocido por desgracia”.

Otro subgénero fantástico con grandes posibilidades para la reflexión política y social es la ucronía, que juega a plantear al lector una historia alternativa. Suele citarse como ejemplo El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, que plantea un escenario en el que EEUU perdió la Segunda Guerra Mundial y ha sido dividido en partes y repartido entre japoneses y alemanes. Es decir, responde a la pregunta: “¿Y si…?”. Esta antología recoge precisamente la primera ucronía española reconocida: Cuatro siglos de buen gobierno (1895), del periodista Nilo María Fabra, que describe qué podría haber pasado si el infante Miguel se hubiera convertido en rey de Aragón, Portugal y Castilla en lugar de morir prematuramente en el año 1500.

Puestos a imaginar con nuestra historia política: ¿y si Franco hubiera perdido la guerra civil? ¿Y si se hubiese proclamado la III República en España? “La propia dialéctica de nuestra historia, donde una de las dos Españas ha de helarnos siempre el corazón, parece propiciar especialmente las obras” ucrónicas, escriben Díez y Moreno.

En el día de hoy (1976), de Jesús Torbado, se describe “los primeros años de España después de que la contienda fuera ganada por los republicanos”. Y hay toda una antología titulada Franco: una historia alternativa, publicada en 2006 por Minotauro, con relatos de autores españoles contemporáneos como Javier Negrete, Rafael Marín, Juan Miguel Aguilera y Eduardo Vaquerizo, entre otros, dedicada a responder a preguntas como: ¿Qué habría ocurrido si Franco no llega a subir al Dragon Rapide en vísperas del Alzamiento? ¿Cómo habría envejecido José Antonio si hubiera sobrevivido a la guerra? ¿Ramón Franco podría haber visto truncada su carrera militar? ¿Cómo veríamos la actualidad si el espíritu autonomista y reivindicativo hubiera surgido en Castilla?

Y como indica su título, Tercera República (Factoría de Ideas, 2010), de José Antonio Suárez, es un thriller político que se desarrolla tres años después de la proclamación de la III República en España y que “está inspirado en el actual Estado de las autonomías, donde el fantasma de las dos Españas y la fractura social regresa con fuerza, tras la sucesión de terribles acontecimientos que amenazan la estabilidad de nuestro sistema democrático”.

A pesar de los ejemplos anteriores, en general, “los autores españoles de ciencia ficción no se han caracterizado, más que en contadas excepciones, por su activismo o su compromiso público político. Y mucho menos lo han desarrollado como gran tema en sus historias”, escriben Díez y Moreno.

Humor sintético y risas enlatadas

Como afirma Fernando Ángel Moreno a El Confidencial, la tradición española no tiene rasgos propios, más bien “carencias, especialmente en cuanto a géneros como el de los robots o, tristemente, el de las distopías. Tenemos eso sí, una considerable cantidad de ciencia ficción paródica, algo normal cuando se llega tarde a un género con muchos años de historia. También es frecuente encontrar motivos recurrentes como el del poder absoluto del que un fugitivo inadaptado huye. Y cierto masculinismo trasnochado, de vez en cuando, que por suerte ha ido desapareciendo”.

Si en algo ha sido prolífica nuestra ciencia ficción es en buen humor. Como recuerdan Díez y Moreno, en Consecuencias naturales (1994), Elia Barceló satirizaba machismos y feminismos. En Estado crepuscular (1993), Javier Negrete se burlaba del concepto clásico de héroe. En el cuento Mein Fuhrer (1982), Rafael Marín ridiculizaba el nazismo. Y hablamos de autores considerados “comprometidos con la ciencia ficción”, pero muchos otros escritores españoles no-fantásticos la han utilizado en algún momento para buscarnos la sonrisa.

En Si Sabino viviría (2005), por ejemplo, Iban Zaldua presenta al “detective galáctico José Miguel López Belausteguieta, alias Cosmic Josemi, bebedor empedernido, trisexual y ludópata del mus que vive en el planeta La Margen, es contratado desde el planeta Nueva Euskadi para que baje al terrorífico planeta Tierra a cumplir una peligrosísima misión: recoger los restos del cadáver de cierto prócer, sin cuyo ADN el ordenador que gobierna Nueva Euskadi no funciona como es debido”. Y también aquí se puede meter el best-seller Sin noticias de Gurb (1991), “en el que Eduardo Mendoza despedaza numerosas facetas de nuestra sociedad, especialmente el capitalismo y la religión”.

Desde los años sesenta hasta el presente, es difícil entender la ciencia ficción española sin el apoyo de las primeras colecciones especializadas (Vórtice, Nebulae, Infinitum, Galaxia de Cénit), de los bolsilibros, de las novelas de a duro, de revistas especializadas como Nueva Dimensión (con autores como Domingo Santos, seudónimo de Pedro Domingo Mutiñó, también incluido en esta antología) y, ya en los ochenta y noventa, de fanzines y foros en internet, que han alimentado el hambre de lectores y escritores.

Sería imposible hacer una antología de la ciencia ficción española y eludir el nombre de Francisco Porrúa, fundador de Minotauro, y tristemente desaparecido en estos últimos días, “gran figura en la sombra, que durante cincuenta años [al frente de la editorial] escogió las mejores obras internacionales para presentarlas en castellano con las mejores condiciones posibles. Efectivamente: lo que somos, se lo debemos a él en gran medida”, como reconocen Julián Díez y Fernando Ángel Moreno.

La llamada “Edad de Oro de la Ciencia Ficción” abarca de finales de los años 30 hasta mediados de los cincuenta. Algo más de una década en la que el género despegó como un cohete y explotó ante un público maravillado, minutos antes de que EEUU y la URSS se embarcasen en la carrera por el espacio y perros, chimpancés y hombres flotasen sin gravedad. Fue entonces cuando el género mostró a autores que hoy consideramos clásicos, como Isaac Asimov, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke, Philip K. Dick y Robert A. Heinlein.

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