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Los diez músicos que agitaron 2014 (para bien y para mal)
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repaso musical del año

Los diez músicos que agitaron 2014 (para bien y para mal)

Una decena de cantantes para describir el año ya sea por sus traspiés, como el de U2, o por los éxitos de Taylor Swift, Silvia Pérez Cruz o John Luther Adams

Foto: Taylor Swift durante la actuación que realizó en el 'Victoria Secret Fashion Show' en Londres el 2 de diciembre de 2014. REUTERS / Suzanne Plunkett
Taylor Swift durante la actuación que realizó en el 'Victoria Secret Fashion Show' en Londres el 2 de diciembre de 2014. REUTERS / Suzanne Plunkett

Las listas de lo mejor del año oscilan entre el placer culpable, la lista de la compra de despistados y diletantes y la pura tortura para los reaccionarios que no repudian el concepto, sino la ausencia de sus selecciones.

En años como 2014, en que además no ha habido ninguna supernova que suscite quórum y pacifique la beligerancia anti-listas, compendiar lo mejor del ejercicio es un deporte todavía de mayor riesgo.

Por eso, en lugar de someter a una relación arbitraria de discos a la tiranía del ranking, hoy destacamos a diez artistas cuyos álbumes, historias y traspiés resumen bien el año musical:

John Luther Adams

El compositor estadounidense obtuvo este año el Premio Pulitzer a la mejor composición por su obra orquestal Become Ocean. La obra maestra de Adams trasciende el subtexto apocalíptico de su título –que pronostica un planeta inundado una vez se consume el derretimiento de los polos–, aunque en ocasiones lo pone a su servicio al simular en sus crescendos la sobrecogedora sensación de verse atrapado por una ola gigante. El reputado crítico Alex Ross emparentó este tour de force con la épica de Debussy y Sibelius y elogió encendidamente que "una pieza construida con tal rigor fanático" pudiera "transmitir una emoción tan potente".

Sílvia Pérez Cruz y Raül Fernández Miró

Raül Fernández coprodujo el primer álbum en solitario de Sílvia Pérez Cruz, pero aquel fue uno de esos raros debuts en que un artista novel se presenta como una realidad completa e imprevista, y en que sus cómplices y propiciadores quedan para la historia como meros ujieres de cámara. Por eso granada, su disco al alimón de 2014, cumple la doble función de demostrar que la de Pérez Cruz no fue una flor de un día y de empoderar a Fernández como un versátil y osado coperpetrador. Que semejante dechado de personalidad sea además un disco de versiones de Lluis Llach, Violeta Parra, Enrique Morente, Robert Schumann o Novos Baianos vuelve todavía más épica la cima conquistada por la pareja.

Taylor Swift

Beyoncé se presenta a menudo como el cambio de tercio en el ámbito de las divas del pop: la que reemplazó la chabacana hipersexualidad de Madonna por una reivindicación, si no feminista, sí feministoide al grito de “Who run the world? Girls!”. Pero la señora de Jay-Z no interpreta precisamente con jerséis de cuello vuelto, y en su Single ladies presenta el anillo de pedida casi como un grillete que el hombre decide cuándo y a quién echar al dedo. Taylor Swift, sin ser Camille Paglia, representa en cambio un nuevo paradigma, emparentado con el movimiento twee y caracterizado por una feminidad no conflictiva, en virtud de la cual repasar sus constantes traspiés sentimentales no significa proyectarse al mundo como una buscona. Que su quinto álbum, 1989, haya sido el que ha vendido más copias en su semana de lanzamiento desde 2002 –la friolera de 1,3 millones–, y que sea además un dignísimo disco pop multiplican sus credenciales para auparse a esta o a cualquier otra lista.

U2

Un minuto antes de deslumbrar con los reflejos de sus gafas de sol a los geeks congregados en el keynote en que Apple presentó el iPhone 6, Bono debía pensar que 2014 iba a ser su año. En lo crematístico dio en la diana si es cierto que su banda se embolsó 100 millones de dólares por infiltrar su decimotercer álbum de estudio con premeditación y alevosía en 500 millones de dispositivos made in Cupertino. Pero la supuesta jugada maestra no sólo avivó una insurrección troll sin precedentes, sino que arrojó un saldo creativo desolador: Songs Of Innocence es un álbum banal y plomizo, y presenta a unos U2 que han pasado del piloto automático al manual no por el regreso de sus musas, sino por la desesperación de quién sabe que no hay alternativa a estrellarse.

FKA Twigs

La historia de la modelo de belleza elusiva que se baja de la pasarela para salvar al R&B de su enésima crisis de identidad no es nueva, y Sade, su penúltimo estandarte, suscitó un culto que se antoja irrepetible hoy que la industria discográfica es apenas un escombro. Pero, hasta aceptando esa cortapisa, 2014 no puede resumirse sin una parada en FKA Twigs: el alias de una Tahliah Barnett con genes británicos, jamaicanos y españoles. Su debut, LP1, comete el error de manual de gran parte del R&B: querer sonar tan rabiosamente contemporáneo que no plantea otra alternativa que ser derribado por la próxima moda. Pero, abstrayéndose de esa prognosis, echa mano de productores en estado de gracia –en especial el venezolano Arca– y se acompaña de vídeos espectaculares que brindan una realidad ampliada de un sonido ya de por sí hipnótico y exuberante.

Swans

A Swans ya se les redujo a la meritoria pero encorsetada categoría de grupo que entrega su mejor producción en un trance de su carrera reservado normalmente a la regurgitación o al ocaso con ocasión de su anterior álbum, The Seer (2012). Libres de esa etiqueta, su continuación ya no se pondera en función de lo que vino antes, sino de lo que representa hoy: simple y llanamente, la música rock más brutal de 2014. To Be Kind es a ratos como completar un triatlón después de que a uno le hayan dado una mano de hostias: reconforta ver que a Bring the Sun/Toussaint L'Ouverture le quedan cuatro minutos para acabar después de media hora de furia a piñón fijo, pero tras la meta aguardan el flato, las agujetas y dos litros de antisépticos.

Rocío Márquez

La renovación del flamenco es ese casi oxímoron en que la ortodoxia suele ponerle la ‘d’ al quejío para frenar cualquier conato de libre albedrío en la dictadura de los palos. Rocío Márquez maniobra bien en ese terreno tan movedizo: con una Lámpara Minera bajo un brazo y Raúl Fernández, alias Refree, prendido del otro; homenajeando a un verso suelto como Pepe Marchena en su segundo álbum –El Niño (2014)– pero con la connivencia académica de Faustino Núñez y Pedro G. Romero. Esa bilocación y ese equilibrismo parecen más una cosa de médiums o de acróbatas, pero la onubense ni cae de un lado o de otro de la cuerda floja ni se distrae atravesándola, entregando en su trayecto el mejor flamenco del año.

Christine and The Queens

De este lado de los Pirineos miramos a menudo a la France para confortarnos con un país que no sólo se siente cómodo con su canon cultural, sino que lo toma como punto de partida y materia maleable con la que mantener vivo ese orgullo por lo suyo. Ese enfoque imparte una preferencia musical por la denominada nueva chanson, de la que lo que más nos fascina es seguramente que unir esos dos términos no suponga un oxímoron, pero sitúa en una injusta terra incognita a propuestas sin coartada tradicional. Si alguien amerita una excepción a esa norma en 2014 es sin duda Christine and The Queens, el nom de guerre de una Héloïse Letissier que ha entregado un exquisito debut titulado Chaleur humaine y lleno de pop electrónico de muchos quilates.

William Onyeabor

La fértil escena africana ha entregado en este 2014 discos muy notables, como el diálogo intergeneracional asistido por la kora de Sidiki y Toumani Diabaté, pero su lance más recomendable ha sido la exhumación de las grabaciones del nigeriano William Onyeabor. Este enigmático personaje se autofinanció entre las décadas de 1970 y 1980 la publicación de ocho álbumes en los que combinó el groove del afrobeat con unos sintetizadores analógicos que anticiparon posteriores maridajes de sonidos africanos y música electrónica como el tsonga disco. La contagiosa vitalidad de su música indulta a Onyeabor por no escarbar en vetas más profundas de la música africana y, a diferencia de Sugar Man, vuelve apenas una nota a pie su curiosa biografía: el artista llevaba desde 1985 desaparecido del mapa, presuntamente consagrado al cristianismo, hasta que concedió hace apenas dos semanas su primera entrevista radiofónica a la BBC 6.

Aphex Twin

Richard D. James, el esquivo personaje detrás del alias Aphex Twin y el sobrevenido doppelgänger de Pablo Iglesias, es uno de los genios indiscutibles de la música electrónica. Capaz de elevar géneros a menudo abonados a actuar de mero aderezo a experiencias empatógenas –como el acid, el electro o el techno– a cotas de complejidad rayanas en el dodecafonismo. El hijo predilecto de Cornwall ha alentado además toda una mitología a su alrededor con fascinantes detalles apócrifos, como que posee una colección de vehículos y memorabilia militar o que en su punta de popularidad remezcló a artistas como Madonna sin incluir en sus mixes ni una nota del material original. Tras trece años sin publicar música bajo su marca más conocida, Syro (2014) es un reconfortante recordatorio de la poderosa belleza de la música electrónica más compleja y precisa, hoy que el género se autodestruye de la mano del timo de la EDM.

Las listas de lo mejor del año oscilan entre el placer culpable, la lista de la compra de despistados y diletantes y la pura tortura para los reaccionarios que no repudian el concepto, sino la ausencia de sus selecciones.

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