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La beatificación de Bill Murray
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estreno de 'st. vincent'

La beatificación de Bill Murray

Nueva película hecha a medida para uno de las grandes leyendas del humor hollywoodiense: Bill Murray

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El título del segundo largometraje del también guionista Theodore Melfi tiene algo de spoiler. Nos desvela ya desde el principio que el protagonista, un veterano de la guerra del Vietnam que se presenta contando un chiste en un bar de mala muerte sin conseguir arrancar ni una sonrisa a los escasos parroquianos que le rodean, no es tan fiero como le pintan. A pesar de que seguidamente le veamos birlando fruta de una parada callejera y practicando sexo con una prostituta junto al retrato de su esposa.

Con este arranque, St. Vincent podría haberse encaminado hacia la comedia independiente protagonizada por un perdedor al que presta su porte y su humor socarrón Bill Murray. Sin embargo, como anuncia el título, el filme prefiere reproducir una fórmula recurrente en la comedia dramática para toda la familia: la del viejo cascarrabias amansado por un niño a partir de una convivencia accidental.

Un marginado solitario

Vincent cumple en todos los aspectos con el arquetipo del marginado. Es un viejo solitario sin oficio ni beneficio que vive en una casa destartalada de Brooklyn con la única compañía de su gato. Bebe, fuma, apuesta a los caballos a pesar de tener la cuenta corriente en números rojos y mantiene una relación con una prostituta embarazada a quien apenas puede pagar la tarifa mínima. Su vida se ve alterada cuando en la casa de al lado se instalan unos nuevos vecinos, Maggie y su hijo Oliver.

Maggie es una madre soltera que trabaja muy duro para llegar a fin de mes. Su situación es lo suficientemente desesperada como para que le pida a Vincent que cuide de su hijo tras el colegio mientras ella no regresa a casa.

Como mandan los cánones en este tipo de comedia familiar, Oliver tiene todas las virtudes que le faltan a Vincent. Entre el niño educado, sensible y pulcro y el hombre insolente, faltón y descuidado va forjándose la previsible relación paterno-filial que ambos echan en falta en sus respectivas vidas. Como Vincent, Oliver también tiende a la soledad, sobre todo tras ser atacado por los abusones de su nueva escuela. El veterano le enseña al pequeño a romperle la nariz a sus compañeros y a apostar en el hipódromo. Oliver también descubre que Vincent podría tener una razón para su mal humor: su esposa está ingresada en un asilo para personas con Alzheimer...

En el colegio católico al que acude encargan a Oliver unos deberes muy concretos. Escribir sobre un santo cotidiano, sobre alguna persona de su entorno que reúna las mismas cualidades que se atribuyen a los venerados por la iglesia. El chico decide desvelar la supuesta santidad que esconde Vincent, a quien equipara con San Guillermo de Rochester, patrón de los niños adoptados...

Este proceso de canonización marca el tono de la película. A pesar de alguna réplica más o menos divertida, a pesar de que un giro en el argumento le otorga al filme un punto más oscuro, St Vincent no aparca su vocación de feel good movie que privilegia el mensaje sensiblero frente a la reivindicación de lo marginal. Algo que tampoco sorprende si tenemos en cuenta que los hermanos Weinstein, artífices de la domesticación del cine independiente, son los productores del filme.

Sucesión de tópicos

Theodore Melfi rellena la película con todo tipo de tópicos. Naomi Watts imposta un forzadísimo acento eslavo para encarnar a la puta de buen corazón en el que debe ser uno de los peores papeles de su carrera. Oliver es uno de esos niños que habla como si ya hubiera acabado la universidad. Su maestro ejerce de cura enrollado. Maggie es el personaje más interesante, pero también el más maltratado. La encarna Melissa McCarthy, gran actriz de comedia que aquí demuestra sus dotes para el melodrama contenido. Incluso es capaz de soltar un chiste sobre su esterilidad en un momento muy dramático. Melfi también aprovecha que Bill Murray se haya convertido en un personaje en sí mismo. Está claro que el actor puede encarnar un rol como el de Vincent sin demasiado esfuerzo. Su papel, desafortunadamente, acaba convirtiéndose en la versión edulcorada de los personajes gamberros que interpretaba a finales de los ochenta y principios de los noventa. La coda del filme se reafirma en la cargante idea de que Bill Murray resulta cool por el mero hecho de aparecer en la pantalla.

La película, además, gasta una irritante doble moral. En el caso del hombre gruñón, se elevan a la categoría de grandes méritos actitudes como ir a visitar de vez en cuando a la esposa encerrada en un asilo, tratar con corrección a la prostituta con quien se acuesta o enseñar violencia a un niño. A la madre soltera, en cambio, se la castiga por no llegar a conciliar el trabajo con el cuidado de su hijo. Incluso el irresponsable de Vincent considera que está en posición moral de reprocharle a Maggie que no sea, según él, una buena madre. Con St Vincent, Bill Murray añade a su filmografía su primera comedia santurrona.

El título del segundo largometraje del también guionista Theodore Melfi tiene algo de spoiler. Nos desvela ya desde el principio que el protagonista, un veterano de la guerra del Vietnam que se presenta contando un chiste en un bar de mala muerte sin conseguir arrancar ni una sonrisa a los escasos parroquianos que le rodean, no es tan fiero como le pintan. A pesar de que seguidamente le veamos birlando fruta de una parada callejera y practicando sexo con una prostituta junto al retrato de su esposa.